martes, 14 de mayo de 2013

PARADOXAS Nº 181


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año IX - N° 181


INDICE

Mariposas de Marte. - Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Una Mina de Rubíes en el Planeta Marte. - Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Jardines de Marte. - Francisco Antonio Ruiz Caballero.
CASUISTICA PERSONAL - F.S.R.Banda
A POR TUS RUMBOS - F.S.R.Banda
MINUCIAS DE LA VISPERA - F.S.R.Banda 


EDITORIAL

Cuando el escribir reemplaza al decir, cuando la caligrafía suplanta a la palabra, algo huele mal en la poesía”. (Jonio González, “Poesía argentina: algo huele mal”, en La Danza del ratón, Buenos Aires, Nro. 1, abril 1981.) La respuesta de Perlongher a Jonio González es una verdadera intervención en este sentido y permite ver una cuestión propia del neobarroco, la imposibilidad de separar producción poética y producción crítica: “A la pringosidad de ese lamé baboso entrégome: aun bajo la amenaza de que este embarrocamiento (toma y daca) me excluya de la sugerida antología de exceptuados (¿del servicio militar?), escribo de la misma manera que escribo: `la rosa es una rosa es una rosa es una rosa´: y no hay en esta obcecación ni militancia, ni heroísmo.” (Néstor Perlongher, “Acerca de lo hediondo”, Sitio, Buenos Aires, Nro. 1, nov. 1981.)

Pirateado de “Cosas que se están hablando”: versiones sobre el neobarroco. Ana Porrúa, Universidad Nacional de Mar del Plata. Boletín 13-14 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria (Diciembre 2007 - Abril 2008). Vale.

El Editor


CAPRICHOSA
Maria de los Angeles Roccato

Caprichosa apareces sembrando huellas húmedas, rítmicas y sonoras que a los cinco sentidos seducen y al sexto alas de cristal le regala. Tierna niña de aterciopelado manto de bruma en la garúa y dama madura insolente, demandante y movilizadora en aguaceros tropicales o chubascos y ventiscas de alta mar. Al sobrevolar la campiña de verdes te tiñes y al tocar los jazmines con tus labios de agua, de novia te vistes. Te acompaña un séquito de chispeantes ondinas que dibujan en complicidad con los silfos y desde los aleros, infinitas cabriolas y saltos mortales. Exquisita ninfa que seductora despiertas al tilo, al romero, al toronjil y también a los altaneros rosales que finalmente rendidos entregan el volátil caudal de aromas y es la brisa quien con sutileza de mariposa hasta mí los trae. Los batracios ensayan sus mejores canciones bajo el acuático velo y los grillos agregan algarabía coral. Mujer lluvia que vas bordando en mi cabellera festones de cuarzo que se detienen en el balcón de las cejas y que al deslizarse por los laberintos de la piel son arroyos mansos de minúsculas y traviesas esferas que susurrantes al caer en la tierra crean espejos donde las aves su belleza descubren. Las espigas ,los mimbres y las cortaderas se eclipsan ante el barnizado goteo que convierte en mazurca sus prodigiosas melenas. Mágico sueño donde no falta algún brioso corcel que con voz de tenor sigue al esquivo relámpago que anticipa el estallido del trueno o la libélula que entre las violetas, soñadora tirita con voz de soprano. Diosa que rozas el renegrido lomo del canino Ramses y en él detenido dejas chaleco de estridentes estrellas que bajan delirantes por el tobogán de la cola. Comparto el júbilo de los pájaros bebiendo en los charcos cuajados de retenidas imágenes y diferencio el parloteo nervioso al hundir sus pequeños patas en el limo, conjugando la expresión de la tierra con la suavidad de sus plumas. Sigo el curso del agua que rebelde borbotea entre los pastos es fina hebra de perlas que salpica tanto a las ásperas cortezas de los carolinos como a cada ser viviente que ante ella camina. La ojiva del cielo muestra la vasta gama de grises silentes e invita a recibir la bendición majestuosa de la caprichosa dama de traje de bruma. Amorosa y gentil la madre natura agrega las bendiciones a este fin de jornada extendiendo un puente de siete colores y deja instalado doce querubines soplando las nubes, para que la luna encuentre el camino y pueda beber los últimos y dorados besos del sol.


Mariposas de Marte.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

La ciudad, laberinto interminable, muestra sus cúpulas destrozadas y sus altas torres siniestras, cúpulas de cristal azul y negro, brillantes a un cielo rojo como la planicie desértica que avanza, arena a arena, grano a grano, intentando tragársela. En las azoteas el silencio se espesa a un cielo sin porvenir, y los diminutos arroyuelos que se forman cuando llueve caen sobre las avenidas desde canalillos lapislázulis y retorcidas y monstruosas gárgolas de malaquita y oro. Palpita el silencio como un corazón agonizante, es un tambor golpeado cada catorce segundos, el muerto, la ciudad, porque la ciudad es un gigante moribundo, el muerto quisiera resucitar en su último instante de vida pero no puede porque un águila de tres cabezas le desgarra el costado y se come sus tripas sanguinolentas. Por las anchas avenidas pasan los fantasmales elefantes de oro que un día sucedieron. Y ahora, los marcianos, de riguroso negro, como tuaregs de un desierto cuasisahariano, guardan un luto riguroso sin decir ni una sola palabra, condenados al silencio y al ostracismo por los dioses. Exiliados en su propia ciudad, inmortales y condenados en su infierno miran a un porvenir que nunca vendrá, a una liberación que no será permitida. Los han abandonado los dioses. La arena llega grano a grano impulsada por el viento, roja igual que la sangre. Y se acumula en los patios interiores de las casas, en los que extrañas fuentes barrocas vomitan un agua amarga que no calma la sed, entre orquídeas negras y azules y aspidistras de fuego rojo. Los minotauros encerrados buscan desesperadamente ángeles adolescentes a los que desollar y gritan en su encierro siniestro mordiéndose los labios y dando cabezazos contra las paredes del laberinto, con un hambre demencial nunca saciado, espoleados por mariposas negras y refulgentes, que parecen trozos de volátiles espejos negros, capaces de herirlos con sus cortantes e inmisericordes filos. Los inmortales en sus lentas bacanales se estragan y se entregan al olvido imposible, en cada inmortal hay un paraíso de arañas venenosas, un vasto oásis lleno de serpientes amarillas, y degustando uvas muy verdes y muy gordas, y oliendo el humo del opio quizás pudieran escapar de su destino: la inmortalidad absoluta, la eternidad, que les pesa igual que enormes y dantescos fardos de arena y piedra. La ciudad se asoma a la ciudad y la vomita, se ha suicidado en el tiempo, quien haya observado las bacanales de los inmortales, las lentas y amargas orgías de veneno, habrá querido también quitarse la vida sin conseguirlo y la infelicidad absurda estará en sus ojos como un Jesusito monstruoso en un Belén de sorpresa y hastío. Los marcianos, vestidos de negro, no salen a las calles y cierran las ventanas, y no quieren ver nada, algunos se han arrancado los ojos, no querían haber visto lo que han visto, en algunas estancias las truchas que flotan en las fuentes se ahogan incluso dentro del agua, amarillas y de oro en una agonía interminable, también ellas son inmortales, quisieran abandonar el agua y morir pero no pueden. Hay patios en los que crecen extraños cactus negros y rosas, con flores azules, que exhalan igual que madreselvas, pero cuyo olor penetra en el cerebro atormentándolo, igual que un mal sueño de jorobados y leprosos. Patios sombríos compiten con patios luminosos en una orgía de soledad y misterio, los cadáveres se pudren al sol sin consumirse, porque a ellos también les ha llegado la inmortalidad, como si no hubiese microbios. Y miles de mariposas negras y refulgentes atacan al viandante y al turista con su hierática belleza y su peligro afilado. Hay inmortales sin brazos y sin piernas, postrados eternamente como sacos de carne viva, llorando siempre, y otros liban un nepente extraordinario pero que no les conduce al olvido. Aquí no hay Leteos que valgan para dejar de ser, pero tampoco hay memoria, algunos quisieran recordar los gratos momentos y no los encuentran, y la ciudad, que se cae por momentos, oculta a los adolescentes como si fueran un pecado terrible. Ni un solo marciano entra en los Templos de la ciudad perdida, los sacerdotes hacen sacrificios a dioses vulgares y chabacanos que gritan como mujeres histéricas, y sacrifican libélulas y niños a un Moloch hastiado de sangre que no admite ya más sacrificios, tan harto como está ya de tanta matanza absurda, los verdaderos Dioses yacen en las estatuas manando sangre eternamente pero nadie les reza porque no conceden nada, solo una inmortalidad pesada igual que el plomo. Ellos piden a gritos la eutanasia y los Dioses hacen oídos sordos. Moloch ya no quiere niños a los que inmolar y los niños se transforman en flores negras llenas de espinas en el mismo momento del sacrificio, desapareciendo. Pero no lloran las madres porque las madres piden la muerte de su progenie y la muerte propia y no se les concede. Las mariposas en un arrebol siniestro van desde las azoteas a las fuentes de las plazas y se deshacen en el agua desapareciendo. Solo los locos parecen haberse adaptado y sonríen estúpidamente.


Una Mina de Rubíes en el Planeta Marte.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Achicharraba el sol marciano con una iracundia majestuosa, todo él rabioso de soberbia y fuego sobre la mina de rubíes. Centelleaban los rubíes rojos y negros frenéticos de rojo y carmín, como una gran hoguera de sangre derramada, qué espeluznante armonía de bermellones, negros, púrpuras, y escarlatas, que dejaban ciego y hacían derramar lágrimas a los ojos. Los granates a montones refulgían espoleados por la luz del sol, rojísimos y negros, igual que un vino de Rioja, y los astronautas, en sus carros, recogían con palas mecánicas la valiosa colección de rubíes. La mina a cielo abierto era un coágulo de sangre rojo y negro en la desértica y también roja planicie marciana. Los astronautas en sus trajes parecían bellísimos gorilas de hombros robustos, estatuillas finas y bien proporcionadas, los trajes espaciales les daban proporciones sumamente atléticas y simiescas a los muchachos, negros arcángeles de un cielo ensangrentado, o demonios de un infierno de púrpuras violentísimos. Los carros iban y venían arrancando al planeta Marte su valiosa riqueza como un ave de rapiña que escarbara en la carne con sus uñas furiosas en busca del corazón caliente de un cordero. Destripada la tierra, violentísimos granates aparecían en un arroyo de cristal inexistente, limpísimo de un agua imposible, como un muerto de un tiro a bocajarro. Acompañando a los astronautas los alienes feroces, negros y rojos, se mostraban como perros dobermanes de la tierra, o furiosos tigres amaestrados, con una mansedumbre hipócrita terrible, sencillamente catastróficos y salvajes, de una obediencia ciega a sus amos, que los mantenían a raya con gestos adustos. Habían domado a los alienes para que protegieran a los astronautas del ataque de otras bestias de Marte y los lindísimos cachorritos se comportaban con su apropiada ferocidad demente igual que perros rabiosos, dobermanes rabiosos, que soñaran con un paraíso de carne macilenta. Los astronautas eran sombras sublimes y bellísimas, los alienes eran también bellísimos en toda su ferocidad, y las bestias marcianas que a lo lejano se acercaban eran también bellísimos espectros. Los rubíes brillaban hiriendo la vista. Sangre, sangre, y más sangre, negra a la luz del sol, casi morada de noche, casi negra, rabiosamente carmín. Las bestias de Marte se acercaban, como lobos, tenían que proteger los relucientes diamantes de la mano sin escrúpulos de los invasores terrestres que estaban asesinando a la Madre Marte con su demencial avaricia., y contra las bestias de Marte los astronautas usaban a los domados alienes como los perros de los pastores que protegen a los corderos de las feroces fauces de los lobos. ¡¡¡¡¡¡Cómo utilizar semejante vileza de ira para proteger al yacimiento de sus legítimos dueños¡¡¡¡. Pero era cierto. Los astronautas tenían a sus perros, a sus tigres, para proteger el yacimiento del mineral, los valiosos rubíes que brillaban como estrellas rojas rutilantes haciendo daño a la vista. La avaricia humana se protegía de la avaricia extraterrestre con los rabiosos alienes, todos ellos de feroces dentaduras homicidas. Llegó el momento en que una bestezuela marciana se acercó demasiado a ellos, y el Alien, domado como un león de circo, abrió su dentadura asquerosa y repelió el ataque de la pequeña bestezuela. Pero no iba a ser un buen día aquel. No para la avaricia terrestre. Pronto se vería que cientos de bestezuelas marcianas iban a acudir al yacimiento para impedir que los astronautas se llevasen los rubíes, y los alienes se iban a ver desbordados por el número de marcianos.


Jardines de Marte.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Rosas negras hay en estos jardines, y geranios negros. Largos coleos negros que muestran sus hojas manchadas de amarillo y fucsia para la retina admirable de los inmortales. También crece la ayahuasca y el opio, para que los inmortales se entreguen a una bacanal fría como la muerte pero que no les concederá nunca la paz que desean. Y en las fuentes mana siempre un agua negra que moja las raíces de ombúes siniestros y negras jacarandas retorcidas, pobladas por colibríes metálicos, casi negros, muy verdes y muy azules, que brillan iridiscentes dejando ciego al que los mira. Los paseos, las avenidas del jardín se abren a los desiertos, como bosques galerías, el oasis, deleite que quisiera ser para los atlantes, es una prisión para los mismos, que los recorren enloquecidos por el opio marciano, y las rosas oscuras exhalan su alma negrísima como pústulas sangrantes del cuerpo de un leproso, úlceras de un extraño Jesucristo que hubiese muerto mil veces sin resucitar jamás. Las zarzas apresan el cabello de Absalones marcianos, perseguidos de forma indolente por Salomones de penumbra que no quisieran perdonarlos nunca, son raíces verticales, llenas de espinas y ganchos, alambradas vegetales que hieren el aire, nopales negros, y estridencias de uñas en el arpa, retorcidas garras sin alma que se adornan de flores misteriosas de aroma pronunciado y amargo. Cantan cigarras de colores oscuros arañando el aire marciano con sus constantes trinos de sierra, desollando una vieja pantera furiosa, macabra en toda su ira. Pero es el silencio de las avenidas lo que más duele al oído de los inmortales marcianos, un silencio de espectros desnudos, metáforas de sus pecados, un silencio de aguas estancadas y podridas, de fuentes en las que mana un agua negra que no calma la sed eterna ni refresca los labios, de aguas que no sirven de espejo, de espejos que no sirven para reflejar los rostros, de rostros impenetrables que no dejan ver el alma que encierran, de máscaras que ocultan rostros impenetrables, de gentes que han caído en el olvido como en un Alzheimer monstruoso. Nadie recorre los jardines, en las glorietas los sátiros inmortales se emboscan para buscar la orgía de menta y nata, pero no hay menta posible en los labios secos que besan porque el agua que han bebido y el opio que han tomado eran amargos como su vida,  y los ciegos andan sin ver las rosas oscuras que exhalan su aroma para el enloquecimiento de los que las huelen. Hay glorietas con estatuas con los ojos arrancados, glorietas con terribles estatuas de dragones mefistofélicos, vivíparos, que han dado a luz una progenie de arañas monstruosas de mármol negro, dragones que combaten San Jorges de rostro deforme y aniñado, tuertos, inmisericordes, que abren sus tripas escamosas con lanzas de oro refulgentes, fuentes y estatuas de las que fluyen las aguas negras como pozas sépticas, sin música posible, que riegan árboles llenos de espinas, negros, con pájaros amarillos que cantan acuchillando el tímpano, como goznes de cancelas sin aceite. Hay glorietas con estatuas de cerdos y jabalíes de dobles colmillos, monstruosos y llenos de tumores, y en las que los inmortales se tumban para hacer el amor buscando una infección, una sífilis que les destroce, pero que nunca llega, porque la muerte les es un imposible. Los paseos se abren con jazmines negros, de ganchos retorcidos, que intentan despojar de piel al que los roza, y están sangrando siempre una sangre marciana verde, nunca corrupta, de los atlantes que se han acercado a olerlos. Hay violines frenéticos de ruiseñores espantosos, crueles con la natura que les rodea, despiadados en el amanecer y despiadados en el atardecer. Y libélulas azules que en los negros estanques son como pequeñas estrellas de miel en una copa repleta de acíbar. Los jardines son jardines de locos, pequeñas selvas para esquizofrénicos o yonquis, para el nunca deleite de los adolescentes, para el nunca amor y la plenitud completa de la muerte. Son cárceles llenas de flores fucsias y negras, que administran su aroma para la locura y el absoluto tormento. Cuando Fobos o Deimos se acercan a observar estos jardines, en las noches profundas, la Bacanal es una guerra de cuerpos oscuros que se beben y se vomitan, eyaculaciones que no tienen otro fín más que la muerte, pero que no conceden nunca la muerte, largas masturbaciones amargas, cópulas frenéticas sin perjuicio, orgasmos dolorosos que no dulcifican la boca, pronunciados actos contra natura que no son condenados por la natura. Vacuas instancias de un poder imperial que se haya olvidado de sus súbditos para no condenarlos nunca al olvido, salvo que el olvido es como un dragón colosal que todo lo devorara. Y sin memoria los bacantes se profanan una y mil veces, y se destruyen y se hieren y se atormentan, amarguísimos e infelices, en un cuadro de paranoia absoluta y dolor estomagante. Pero no es posible la muerte, y las estatuas están vivas, en todo su poder y en toda su soberbia, en toda su corrupción y en toda su locura, con el esplendor de las cosas palpitantes y malignas. Hay quien pide la Eutanasia a gritos, y sólo el silencio tiene como respuesta y premio y para no ver más tanta depravación y tanta vida los suplicantes se han arrancado los ojos en el suicidio que les es negado. Quisieran los hombres encontrar la flor que da la inmortalidad y quisieran los inmortales encontrar el veneno que los ejecutara. Jeroglífico y templo. Jardines de Marte.


CASUISTICA PERSONAL
F.S.R.Banda

“El individuo efímero, perdido en la jungla inextricable de los reflejos y los responsos, recibe durante un instante la impresión (o la ilusión) de entrever la topología del laberinto”
Approches de l’imaginaire. Roger Caillois, 1975.

El contracrepúsculo de los destierros inmóviles, las libélulas extraviadas en las umbrías copas de los árboles, el canto de las aguas en las bajantes perentorias, la delicada e indescriptible sensación que antecede a la lluvia o a las frescas noches del verano, la reverberación del pasto bajo una brisa continúa y leve, persistente en su desarmada oquedad cólica, los ojos brujos de una mujer inmortal o aquel rictus como un dejo de hastío que le besaba la boca cuando no me miraba, el violeta difuso de los jacarandaes agonizando de estío, lo que imaginamos que soñamos, la pequeña soledad de una calle en la madrugada con su garúa y sus palomas desquiciadas, el esplendor de las rosas mustias cuando se van convirtiendo en papel reseco, en palimpsestos indescifrables, aferradas con esmero a sus hermosas brevedades primaverales, las huellas evanescentes de la vagancia entre el asombro y el éxtasis por los tejados de los pueblos abandonados, por las acequias de los barquitos de la niñez, por la esquina donde la maga se incrustó en los huesos con su metal de silencio, y por la miel incorruptible de cierta noche en que se me fue convirtiendo en esfinge, la zarza ardiendo en el otro desierto (y no fui digno de la revelación), el despliegue del humo de la hoguera que me consume, el vino agrio del castigo, y el vino dulce de la consumación, la muerte quieta, sosegada, acechando con su guadaña y su ábaco, el libro de las constelaciones y de los espejismos, los laberintos que construyen las hormigas y los que arrastran los caracoles, el tan lejano perfume de las azucenas y el irrecuperable verde furioso de la calas, la luminiscencia de las luciérnagas y las noctilucas separadas por el tiempo y la distancia pero que convergieron en la misma fascinación ante su prodigio irreal, el aroma reverente del incienso y los cánticos de un diciembre que sigue sucediendo, la voluptuosidad decantada en una piel que se dejó acariciar solo para marcar a hierro su recuerdo, el rasgado de las vestiduras en la certeza de la imposibilidad del amor, las amapolas y los gladiolos y las dalias que fosforecen en sus colores cada vez que sueño un jardín, la gran morera de la casona cuando niño con mi padre, la tierra magra de arenas y caliches, de las retorcidas ágatas desesperadas, de los sílices de improbables puñales, del destierro donde iban a morir todos los crepúsculos.


A POR TUS RUMBOS
F.S.R.Banda

Destrabo las fuentes del insomnio y del vértigo, la medula anular de la madrugada que no llega, el cilicio del insomnio de ti con sus arenas y sus ortigas, me cimbro atracado a tu puerto como esos viejos barcos cansados y llenos de herrumbres que han recorrido tantos mares que ya los olvidaron y solo buscan un fondeadero para volver a ser hierro disuelto en la salazón de las aguas de ese mismo sueño, de ese mismo océano, de ese mismo horizonte, de ti misma (mía) esperando el poderoso amanecer soleado con tus palabras y las gaviotas del encuentro para resarcirme por este extenso desierto que atravieso sin ti. Pero cuando te alcance, cuando te atrape, cuando te secuestre y te siembre en los territorios de mis semillas te voy a hacer morir de besos, de lenguas trabadas, de salivas embebiendo los labios, de bocas anegadas de nosotros, de misteriosos trabalenguas intraducibles susurrados mientras nos morimos de esos besos, de esos besos salados de timonel extraviado ebrio de ti sirena lamiendo la sal de tu piel bajo tu desesperación en desamparo, palmo a palmo como un denso caracol enviciado en la noche que irá a saborear las ultimas sales marinas de tu cuerpo dormido, frágil, expuesto vulnerable e indefenso al morboso frenesí de mis deseos oceánicos. Tuerzo rumbo de velero en borrasca y me aboco a tu persecución marina invocando todas mis artes de mar y el velamen alzado a contraviento, sigo los signos de las estrellas, el vuelo de los cormoranes, descreo de brújulas y astrolabios y sextantes, enrumbo por las aguas zainas de un río ancho y desconocido a contracorriente de misteriosos camalotes. Allá tú, con tus furias desatadas, tus rencores sulfurados, tus salivas ácidas que corroen todo lo que tocan, tus recatos y pudores de mariposa y tu infidelidad, mía, de libélula embaucada, porque insistiré en el oscuro, pervertido y dulce placer de sentir tus garras uñas en mi piel rasguñando hiriendo sajando hasta sentir mi propia sangre escurriendo vertida por tus celos incontrolables. Destrabo y tuerzo sin sosiego para alcanzarte en las islas de tus furias, atravieso atardeceres incrustados de las rosas furtivas que sustentan la plenitud ostentosa de tu piel, cruzo desembocaduras equivocadas donde te pierdo entre cañaverales y ciénagas, destrabo, tuerzo, atravieso y cruzo vértigos e insomnios, recojo vestigios de tu continente para convencerme que estás poco más allá esperando al naufrago que aparecerá por el levante para venir a morir de besos en tu boca. Vale.


F.S.R.Banda

Se viene la tarde del ultimo día, acecha ya la noche feroz con su madrugada de cadalso, pronta espera la primera mañana de silencio incomprensible, se me va a perder tu voz palabra, tus furias que ahora asustado ante la inminencia me parecen dulzuras que no alcancé a entender, desaparecerán las rosas impúdicas entre la venenosa hiedra de tu ausencia, todo tornará en un oscuro, en un largo túnel de noventa días con sus noches. Desde el borde mismo de la noche, de su orilla atrapada en su oscuridad viniente, te voy rumiando carne uñas pelo, te voy sacralizando en mármoles inseguros, en bronces antiguos, en cristales de cuarzos inauditos, para no perder tu imagen como se pierden los rubores del atardecer, tu silueta contra el rió de los camalotes, tu presencia en los sueños del parque donde nos soñamos o en las callecitas, viste, donde te me perdías dejándome en un breve infierno quincenal. Ha comenzado la noche, como si supiera del drama que viene está nublada y allá en la cordillera que da para tu vertiente llueve. Sé perfectamente que no podré cruzar el tormentoso mar de estos noventa días con sus noches sin vos como un faro en la oscuridad del sin ti, pensando que no te importa, no te importo, que te da lo mismo si existo o no existo, saberme o no saberme, que si nos soñamos o no, que si nos morimos de besos o no, que si seguimos soñando un día tocarnos o no, porque has de saber que a mí no me da lo mismo si no puedo respirarte cada día en mi mañana o acariciarte cada noche en tu insomnio. Sé perfectamente que vendrán otras voces fantasmales con sus trampas de deleites y sus cantos de embelesos que desviaran mis rumbos caóticos hasta hacerme naufragar, otra vez, con los mismos roqueríos de este mismo desengaño nada más que para cumplir tus presagios encelados, así será, aunque en esta hora ultima te confieso que solo querría seguir como antes esperando tu migajas como un linyera acurrucado en tu puerta casi muerto de tu frío, hambriento siempre de vos, con esta sed viva de macho edípico abrumado por la ternura perdida de tus pechos y la nostalgia sangrando por tu entera piel intocable imposible insoñable, ahora. Pero ya es tarde, demasiado tarde, solo nos queda irnos a desaparecer en el silencio del otro por esos noventa días con sus noches que se nos vienen hasta por ahí por fines del lejano abril de las lluvias. Vos decidiste, yo no pude. Eso.



Revista PARADOXAS N° 181
3 de Febrero de 2013

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