PARADOXAS
REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año VII - N° 161 –
Volumen II
INDICE
Matando el Tiempo. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
La Soga y la Duda. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
LOS CUATRO ROLLOS DEL MAESTRO KONG - F.S.R.Banda
CANTAROS, ANFORAS, TINAJAS - F.S.R.Banda
TERRITORIOS
- F.S.R.Banda
EDITORIAL
Instrucciones
para escribir un texto surrealista neobarroco.
Escriba libremente
sobre lo que le venga a la mente siguiendo su flujo de conciencia, usando
palabras o frases para expresar sus emociones aunque sean caóticas, ilógicas,
inarticuladas, de manera que representen el curso de sus pensamientos: sus
desplazamientos, los saltos de un tema a otro, el fluir del tiempo psicológico.
Luego deforme, escinda, fragmente, trasponga, inserte, incruste, coloree,
adjetive y sobreadjetive, sin autocensura. Escriba frases muy largas pero
hiladas, sin separaciones por comas. E intercale frases muy cortas, de dos o
tres palabras o incluso de una sola. Abuse de metáforas, incoherencias, cambios
de tiempo, de lugar, de tema. Agregue nuevas ideas, imágenes, acciones,
lugares, descripciones. Abuse de nombres de flores, piedras preciosas,
minerales, fauna, colores, sabores, etc. Busque material en imágenes oníricas,
de pesadillas, de ensoñaciones, de humor sarcástico y de la pasión erótica.
Abunde en énfasis y ornamentaciones, elabore y reelabore el texto una y otra
vez. Abuse de fantasías, de imaginación y de alegorías, sin hacer correcciones
racionales. Utilice las imágenes poéticas para expresar emociones, pero sin
seguir nunca un razonamiento lógico. Use palabras poco comunes, arcaicas o
modismos locales o de técnicas especializadas, use terminología científica,
real o inventada, de la cultura de las artes y las de ciencias raras o de
conocimientos específicos. Los textos deben ser en general breves y compactos,
sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de un sueño o una
pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. El texto no
debiera tener mas de 400 palabras, sobre 500 es demasiado extenso, bajo 300 es
demasiado corto. Tenga siempre en mente los nueve rasgos que definen el
neobarroco: ritmo y repetición; límite y exceso; detalle y fragmento;
inestabilidad y metamorfosis; desorden y caos; nodo y laberinto; complejidad y
disolución; “más o menos” y “no sé qué”; distorsión y perversión. Asuma que los
temas de la literatura están hace mucho tiempo ya agotados, y en un universo
donde todo está ya dicho, explicita o implícitamente, solo cabe cambiar las
formas, el futuro, desgastadas estas, ha de ser peor. Por lo tanto, lo más
importante, en todo este proceso creativo es privilegiar siempre el
significante por sobre el significado. Es decir, importa más el como lo dice que
lo que dice. El tema es algo secundario lo mismo que el argumento, y bien
podrían no existir como tales, sino solo como semillas y rizomas del texto
final. Vale.
Este texto,
para cumplir el presagio y como era de esperar, tiene exactamente 400 palabras.
El Editor
Los Ojos.
(Versión Definitiva.)
Francisco Antonio
Ruiz Caballero
Aquel día me levanté como cada
mañana desde hacía semanas. Con ardor estomacal, dolor de cabeza, olor a queso
podrido en la boca y sabor a corcho rancio en el paladar. Me lavé los ojos con
abundante agua fría. En el cuarto de baño diez cucarachas por lo menos en
franca agonía movían, quietas, sus patitas eléctricamente al mínimo contacto,
reflejo mecánico de un ser tan repugnante como mi propia conciencia. Me sequé
con la sucia toalla de todas las mañanas y me desprendí de unas legañas en los
ojos cristalizadas y duras. Me vestí. Y finalmente salí a la calle. Miré hacia
el cielo: claro, despejado, azulísimo, radiante, espléndido. Me dije a mi
mismo, perfecto, temperatura ideal y magnifica naturaleza de su parte. Pero al
doblar la esquina de la calle de golpe el terror se apoderó de todo mi ser, la
repugnancia más tremebunda y el espanto más terrorífico que imaginarse puedan:
todas las paredes tenían ojos vivos, millones de ojos vivos en todas las
paredes, como inmensas y arquetípicas colas de pavos reales nauseabundas. Todas
las paredes eran un inmenso cíclope .Los cristales de los escaparates de las
tiendas, los muros de cualquier pared desvencijada, todo ,absolutamente todo ,
hasta el marasmo, hasta lo repulsivo, lleno de ojos, ojos, ojos, ojos, y todos
mirándome, observándome, impíos, macabros, fijos, impasibles. Caí desmayado en
medio de la calle, me golpeé la cabeza contra una pared y sentí un dolor brutal
de típico accidente. Quedé inconsciente. No sé cuanto tiempo tardé en
recuperarme, y cuando lo hice los ojos seguían allí, las paredes estaban vivas,
las cosas eran seres vivos, el monstruo infernal era real. Vomité. Un peatón
escuchó mis alaridos, me agarró de la cintura, me dijo: cálmate. Por fin has
llegado a tu destino. Me dí cuenta de que estaba desnudo. En la piel, en las
palmas de las manos, ¡¡¡hasta en las plantas de los pies¡¡¡ tenía ojos . Ojos
abiertos, cerrados, parpadeantes, sensitivos. Todo mi cuerpo estaba lleno de
ojos supernumerarios.¡¡¡No solo las paredes¡¡¡. ¡¡¡También yo¡¡¡¡. Grité, me
angustié, entré en hiperventilación. La angustia se apoderó de mí. El peatón
que me había recogido del suelo me dijo de nuevo: calma, calma, es natural, son
los primeros minutos, no te angusties, muchacho, es pasajero, calma, calma, no
te angusties. Me agarraba, me sujetaba, con fuerza y ternura, intentando no
dañar los ojos que yo tenía repartido por todo el cuerpo. La situación era
aterradora. Tuvo que darme finalmente un guantazo, estaba histérico. Me quedé
entonces quieto, deseando saber.
Matando el Tiempo.
Francisco Antonio
Ruiz Caballero
Los muchachos entraron en el
templo del Graffitti. Inmensos y caleidoscópicos graffittis geométricos
adornaban las paredes de aquel recinto. Era una autentica preciosidad estar en
aquel sitio. Se sentían como sumergidos en un pequeño paraíso en el que las
formas, curvas, rectas, y colores de los dibujos les señalaban las distintas
estancias por las que deambular. El rojo, el naranja, el violeta y el verde
competían entre ellos a veces de forma abstracta, a veces de forma logarítmica,
en espiral o en recta quebrada, poligonales o curvos, como densas gotas de
aceite rosa o como pequeños rombos violetas. Una pareja de muchachos, ella y
él, se abrazó y empezó a besarse en una esquina, entre leves risas musicales, y
coqueteos femeninos. La mayoría de los chavales, sorprendidos por la belleza se
extasiaban en la contemplación de aquel arte callejero. La luz salía de las
esquinas. Pequeños focos pero muy potentes iluminaban aquel museo.
Espectacular. Música clásica barroca ambientaba los pasillos. Era muy bonito,
archibonito. Los chavales disfrutaban. A veces en las esquinas de los pasillos
del laberinto había situadas pequeñas fuentes iluminadas de rosa o azul, y
ellos metían levemente las manos y los dedos y se refrescaban. Anduvieron como
una media hora y se encontraron en una habitación totalmente dorada iluminada
por potentes focos, en ella tan solo un cuadro, un graffiti, mostraba formas
como de mar ondulado y crestas poligonales de azul y violeta, esplendoroso y
sencillo al mismo tiempo. Todo era un homenaje al graffiti callejero y los
muchachos se sentían gozosos y afortunados. Pequeños bancos de colores les
aconsejaron descansar y se sentaron. Era el primer museo graffittero creado en
Sevilla y era muy de agradecer la idea de un alcalde ladrón y sinvergüenza como
el que más. Esta vez había acertado, se merecía por lo menos diez docenas de
votos más que su apocalíptico rival, tan o más sinvergüenza que él, pero mucho
más conservador y facha. En esto estaba cuando me di cuenta de que yo era
Francisco Ruiz y al alcalde, y al resto del planeta, le sudaba la polla de todo
lo que dijera, escribiera, o inventara. Me sumí en mis elucubraciones, lamenté
no haber nacido tigre o Sida para ir matando gente por la calle, entre ellos al
alcalde, y dejé de escribir este relato. Fantaseé de nuevo con una película de
niños en la que los críos tuvieran que competir contra horripilantes demonios
en una escalera de caracol que descendiera a los infiernos, reflexioné de nuevo
sobre mi absoluta levedad, firmé el escrito y lo volví a colgar de nuevo en un
foro de Internet.
La Soga y la Duda.
Francisco Antonio
Ruiz Caballero
Tengo la soga y tengo la duda.
Tengo la soga, de hilo de nailon, capaz de cortar un dedo si se aprieta. Oh,
por Dios, sería magnífico cortar un dedo con la soga de nailon, el dedo
cercenado chorrearía sangre, la mano entera chorrearía sangre, y yo tendría un
espasmo de placer, me pondría frenético y libidinoso, igual que un voyeur entre
los matorrales. Luego guardaría el dedo en la caja, el dedo viviría cien años,
agitándose igual que el rabo de una salamanquesa. El dedo meñique o el dedo
pulgar o el índice, esperando retornar a su mano eternamente. Y la mano, igual
a una mujer que ha perdido a su hijo andaría loca por el mundo, desequilibrada
y amarga, estéril, infructuosa, y terrorífica. Y el dedo, qué soledad esperaría
en la maléfica caja, vivo y palpitante, moviéndose a ratos como un gusano deforme,
sin poder tocar jamás una guitarra. Pero no es un dedo lo que voy a cortar.
Tengo la duda. Tengo la soga y tengo la duda y tengo el pavo real. Y el pavo
real se exhibe opulento, azul y verde, en el jardín. El jardín tiene una fuente
de mármol rosa y la estatua de una Venus desnuda, con un seno roto y un bigote
pintarrajeado. La fuente solloza con diminutas campanas, espera siempre una
mano que se sumerja en su espejo, el espejo se agita por el chorro. El tintineo
de las campanas, es un cascabeleo de cristales o una colección de grillos
encerrados, negros y brillantes, espesos y azules, metálicos, iridiscentes,
como pupilas de estrellas. Paseo por el jardín y observo al Pavo real,
soberbio, que extiende sus cien ojos verdes y negros, ojos de extrañas mariposas
tropicales, y que, alerta, se queda estático, inmóvil, como queriendo descubrir
algún enigma en el aire y luego vuelve a picotear el suelo mientras sus plumas
en la cabeza parecen astillas de cristal. Altanera el ave, pasea lentamente su
gallardía inmutable, su majestad es la de la piedra, su belleza la del agua
marina, su soledad, la de la rosa. El jardín se abre, espectacular, lleno de
jazmines blancos, amarillos, azules, y diminutas campanuláceas violetas, y los
dientes de dragón y los pensamientos, tan sensibles que parecen hechos de alas
de mariposas, sueñan con pequeños gatos o gnomos o extraños duendes. Yo paseo
por el jardín, mi duda permanece, ¿hago un relato de fantasía o hago un relato
de terror?, la duda tiene un ojo enorme que me mira desde todas partes y yo una
lanza de oro. Quiebro la pupila enorme con mi lanza de oro y ciego la duda.
Hago un relato de terror, cojo la soga, apreso al pavo real, ato la soga al
cuello del bellísimo pavo real, y lo ahorco, brutal y deforme como una fiera bestial.
Me transformo en un demente monstruo, mi cabeza está formada por tentáculos, y
el pavo real agoniza colgado del árbol, rodeado por la soga de nailon. La
muerte de la belleza da paso al espanto, y el jardín se obscurece, y en la
fuente, en su espejo, brotan terroríficas flores ponzoñosas exhalando olor a
goma quemada, a queso de roquefort, a estiércol de caballo. El pavo real
moribundo da sus últimos coletazos en la soga, pierde plumas doradas y verdes.
Y yo, como un insulto, existo en los confines del horror.
LOS CUATRO ROLLOS DEL MAESTRO KONG
F.S.R.Banda
Sobre los roqueríos las algas
como cabelleras de medusas sumergidas atan y desatan sus nudos con el ritmo
caótico del oleaje, la espuma que es alba virgen cuando viene arremolinada en
las cresta de las ola y rompe esplendecente en altos bufidos de animal
prehistórico es apenas una sucia baba amarillenta cuando queda adherida a los
recovecos de piedras y lagunillas de
baja mar. La playa extensa, amarilla, tiene una huella oscura paralélela a la
línea de marea, son todos los fragmentos que la mar vomitó en la pleamar, Allí
hay basuras, trozos de troncos y ramas de árboles ahogados, también maderos de
naufragios pintados con los vistosos colores de los botes de pescadores. Estaba
yo admirando tal espectáculo cuando vi venir caminando calmadamente por la
playa siguiendo el zigzagueante rastros de los despojos, a un viejo de larga
cabellera blanca al igual que su barba terminada en punta sobre su pecho. Ya
mas cerca lo reconocí, el Maestro Kong, era un viejo conocido de la aldea, un
respetable anciano quien lejos de la mística y las creencias religiosas,
enseñaba una filosofía práctica, como un sistema de pensamiento orientado hacia
la vida y destinado al perfeccionamiento de uno mismo. Como solía decir; “El
objetivo no es la "salvación", sino la sabiduría y el
autoconocimiento.” Traía en sus brazos
cuatro rollos muy antiguos de cuero de cabra en los que se alcanzaba a
distinguir los extraños grafos de la secta de los Censores de la Luz. Se detuvo
frente a mi y como si ya supiera quien era yo, me sonrió alcanzándome los
rollos, los tomé sorprendido sin entender el porque de aquel regalo inesperado,
bajó su cabeza en un gesto de despedida y siguió caminando en la misma
dirección que traía, bordeando los despojos de la pleamar. De pronto se detuvo
a unos pocos pasos de mi y volviéndose me dijo en una voz apenas audible: “Leer
sin meditar es una ocupación inútil", y siguió su camino hasta que se
perdió tras unos grandes roquerío que cortaban la playa e iniciaban el camino
hacia un alto bosque de pinos. Curioso fui desenrollando cada rollo y leyendo
su contenido: El primer rollo titulado Ta-Hio o Gran Ciencia era acerca de un
viejo poeta ciego que fue escribiendo su vida en todos sus libros esperando que
nadie nunca llegara a descifrarlos. El segundo se llamaba Chung-Yung o Doctrina
del Medio y describía una extraña ciudad llamada Mumbaí donde la miseria humana
se repartía por todos los rincones como si una maldición ancestral la hubiera
marcado con el fuego de la podredumbre. El tercer rollo, se titulaba Lun-Yu o
Comentarios Filosóficos y en el se describía un fragmento de una rara travesía
marina en plena tormenta. Y el cuarto rollo, el más ajado y apenas leíble se
llamaba Meng-Tse o Libro de Mencio y describía simplemente un atardecer. Cuando
terminé la lectura de los cuatro rollos ya casi se terminaba el crepúsculo,
miré sobre la arena las huellas del Maestro Kong y sin pensarlo las fui
siguiendo, pisando paso a paso en cada una de ellas. Cuando llegué al bosque de
pinos la oscuridad de la noche sin luna me hizo perder definitivamente su
rastro. Ya en casa quise releerlos, esta vez con menos ansiedad y más calma,
pero al volver al abrir el primero vi con estupor que estaba en blanco, lo miré
por detrás y al trasluz y nada, y así fue también con los otros tres rollos,
todos estaban en blanco. Después los exploré con una potente lupa, y nada, pasé
sobre ellos distintas sustancias de teñir para ver si así reaparecía lo
escrito, y nada. Han pasado los años y ahí están los rollos mudos, silenciosos,
inútiles, en blanco. He intentado reescribir sus textos pero mi memoria solo
guarda ideas e imágenes muy generales, ambiguas y limitadas de lo que leí ese
día en esa playa, como el recuerdo difuso y aguachento de las noticias del
periódico que hemos leído el día anterior. A veces dudo si realmente estaban
escritos, y también si el Maestro Kong de veras existió, pues desde esa ocasión
nadie más se lo ha vuelto a ver en la aldea. Vale.
Bibliografía implícita.-
a.- LA NOVELA PERDIDA DE BORGES. Tomás Rodríguez Reyes, 2008.
b.- BOMBAY, LA PUERTA DE LA INDIA. José Lupiáñez, 1999.
c.- LOS VIAJES DE GULLIVER. de Jonathan Swift, 1726.
d.- LA IMPORTANCIA DE VIVIR. Lin Yutang, 1937.
CANTAROS, ANFORAS, TINAJAS
F.S.R.Banda
“barro sutil y quebradizo que sólo un alfarero milagroso pudo amasar en
vasija de eternidad.” (J.L.Borges, Inquisiciones, 1925)
Cántaros, cuencos, vasijas. El
cántaro de barro o greda que va y va a la fuente hasta romperse. Antiguos
cuencos de piedra o madera que supieron de aguaceros y sequias. Cuencos
blancos, compactos, duros y translúcidos, de porcelana hecha con meros
feldespato, cuarzo, caolín, arcilla y agua. El jarrón y la rosa amarilla de
cierto monasterio budista. Un florero de cristal de Bohemia, los tiestos para
bonsái de Yixing con sus grandes agujeros de drenaje y sus patas para oxigenar
furibundas raices. Un barril de pólvora o una barrica de madera para la crianza
de vino. Cuencos de cerámica llenos de agua, el miratorium de los romanos, que
revelaban el futuro de cualquiera cuya imagen se reflejara en la espejeante
superficie. Un cuenco tibetano único e irrepetible hecho de siete metales que
aquel que lo toca es elevado a los cielos. La vasija que un pescador encontró
en el lago de Izabal mientras estaba pescando y que quedó atrapada en el
trasmallo como un róbalo habitante de una ciudad perdida y sumergida bajo las
aguas y que guarda ocho toneladas de oro. El ánfora recuperada en el territorio
de la ciudad etrusca de Vulci, con las siluetas de las figuras pintadas de
negro, dejando que el esgrafiado dibuje los detalles interiores, y que por un
lado tiene la representación del dios Heracles luchando contra el león de
Nemea, y por el otro a Dionisos, deidad del vino y de la ebriedad, entre dos
Sátiros y dos Mménades de su séquito, que personifican la naturaleza salvaje y
la locura mística inspirada por la embriaguez. Anforas para servir el vino en
los banquetes antes de que fuese vertido en las crateras para mezclarlo con
agua y miel. Anforas y crateras. Los búcaros de tierra roja arcillosa que
contenían agua perfumada como el de Tonalá que la menina María Agustina
Sarmiento ofrece a la princesa Margarita de Austria en Las Meninas, de
Velásquez. La escudilla con agua bendita que se lee en el capitulo sexto del
Quixote o cierta cubeta en el borde de un río esperando el agua o el simple
tazón de chicha que sueña el sediento. Una tinaja guardando el agua de las
últimas lluvias. Aguas o vino dulce o hiel amarga. Una cuba cubana con
aguardiente de caña. Un tonel con granos azumagados. La jarra de peltre en que
Ahab bebía el ponche mientras perseguía delirando su inalcanzable Leviatán.
TERRITORIOS
F.S.R.Banda
Hay una densidad posible, una
incerteza delicada como una bruma, una turbación de garúa que viene de allá del
fondo mas profundo de los recuerdos como la camanchaca que se extendía en
blancos mantos en ese desierto de cobres y salitres donde los soles tenían un
sopor de distancias, de abandonos, de intervalo temporal y áureo destierro.
Territorio que ocupó tu imagen ocultando la raíz del sueño desolado. Territorio
que ocupó tu imagen y que aun recorro en los rojos tristes de la tarde.
Territorio que ocupó tu imagen donde solo fragmentos te recuerdan. Territorio
que ocupó tu imagen, hoy lugar ávido de memorias extenuantes. Territorio que
ocupó tu imagen y ahora muerta llanura de la ausencia. Territorio que ocupó tu
imagen, arrasado por multitudes sin rostro. Territorio que ocupó tu imagen,
aquellos hoy vacíos territorios que ocupó un día inundando tu imagen. Territorios
que ocupo tu imagen. Territorios, fronteras, abismos y ondulaciones de tu
cuerpo bajo el designio, túmulo, tumulto, llanuras desoladas, colinas con el
perlescente sudor oloroso de ti, en su alquimia o hechizo, dulce narcótico
esparcido por la caricia, el roce, el restrego de la piel por la piel.
Territorios. Dunas, desfiladeros abrumados de vértigo, de suspiros, de quejidos
desde el fondo hundido, percolado por sus propias vertientes, cauce, surco,
hendidura, cárcava, sima cárstica, hondura donde surgen las lavas quemando,
ardiendo en su ansiedad litológica, en su imperio de piedra porosa, en la
matriz de oscuros sílices, en la profunda cristalización de los volcanes
ciegos. Cima basáltica, protuberancias, territorios de vastas arenas solares, medanos,
montañas escindidas, quebradas de aguas y rodados, estepas, riscos.
Territorios, pedregales desamparados, glaciares socavando las sales de tus
vapores secretos, de las humedades aconchadas en las oquedades eólicas de tu
cuerpo, territorio, saciado. Rocas, cascajo, arcillas. Territorios vedados a
las simientes, a los estragos del curso de los ríos del tiempo, a las lentas
sombras que giran atadas a solsticios y equinoccios. Escondrijos, grietas,
breves territorios de bestias amansadas y ángeles arrepentidos. Comarcas donde
habitas los fríos ponzoñosos de tu majestuoso silencio. Terrenos congelados,
con pastizales fósiles, selvas carbonizadas, tundra, convocaciones. Dominios
muertos, resecos, sedientos sedimentos en la sequía de un desierto mudo y ajado.
Parajes contenidos entre tus dedos, bajo tus uñas, envueltos en tus parpados de
vidrios volcánicos. Continentes arrasados por las lluvias de tus líquidos
vestigios. Señoríos donde tu imagen campea sobre los cadáveres de los demonios
vencidos. Intimas posesiones.
Revista PARADOXAS N° 161
– Volumen II
2 de Mayo de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario