PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XII - N° 216
INDICE
PARA LA PRÓXIMA LUNA AZUL - Beatriz Graciela Moyano
¿Dónde estarán los cántaros de barro? - Juan Miguel Pérez
¿Se puede engordar 'El Aleph'? - César G. Galero
El Aleph (Fragmento) - Jorge Luis Borges,
El Aleph engordado (Fragmento) - Pablo Katchadjian
VERTIDO SERA EL SILENCIO - F.S.R. Banda
SOLER PUIG, NOVELISTA NEOBARROCO
(Ultima parte) - Luis Álvarez
EDITORIAL
Escribir
novelas ahora, ha dicho Elizondo -y aquí no es en absoluto novedoso-, no
significa más que repetir esquemas magníficos, pero agotados, es centuplicar
los Tiempos perdidos, las Madamas Bovaríes, los Ulises, los Orlandos. Repetir
esas novelas ya no basta, hay que crear nuevas estructuras formales. Una de
ellas es la escritura. La escritura sería para la ficción lo que la naturaleza
muerta es a la pintura: la creación de objetos delimitados por su propia
esencia y que no se refieren nunca a otra realidad que no sea la suya propia,
porque son creaciones interiores de la mente, están asentadas en un espacio
relativo a ellas, delimitadas y detenidas por su creación misma y sin
posibilidad alguna de salir de sí. La luz y el calor de una naturaleza muerta
en la que hay copas, caracolas y la plataforma que las sustenta es la luz
propia de esas copas, esas volutas pertenecen a las sombras de las caracolas y
la plataforma surge de un espacio creado en el instante mismo en que se coloca
en la tela. Son objetos puros, fórmulas pictóricas que eligen su propia luz y
su propia dimensión espacial y temporal. Las escrituras siguen esas reglas a su
modo; el escritor describe, pero no la realidad; si describe algo, ese algo
pertenece a aquello sobre lo que su propia realidad se sustenta, porque la
escritura encuentra en la mirada del lector la posibilidad de una forma nueva,
de un compartir cosas incompartibles, de congelar mundos en hipótesis, de
captar la imagen en reflejos, de especular.
Así
está escrito en “Farabeuf: escritura barroca y novela mexicana” de Margo Glantz. Vale.
El Editor
ENCLAUSTRADA
Ivonne Concha Alarcón
Crepúsculo
nocturno alborada, siete cambios tiene la noche entre suspiros y cantos de
amor, las manos meciendo la cuna y yo aquí insomne y ansiosa despierta
somnolienta peleándole a la vida un poco de sueño. La noche y las luciérnagas,
compañeras inseparables, desveladas de juerga se fueron, saltando a través de
la alborada, guiñándole a la lluvia con suaves coqueteos, haciendo malabares,
saltando sobre las cenizas. El silencio invitó a una fiesta despertando a otros
planetas, a los que no les gusta trasnochar ni a otra luna amparar. Suave luna
que te posas en mi piel, eres mi compañera siempre fiel... insomne. Encuentro
nocturno contigo, la aventura de pensarte entre sueño y desvelo, seguir el
instinto de buscarte entre los sentimientos enrejados, ensortijado laberinto
nostálgico, pasión natural de los sentidos, locura nocturna de dudas y
desvelos. Relámpagos fosforecen en el cielo negro, observo curiosa a través de
mis campos internos, la soledad busca apacible el sueño de la cordura, se
desprende la emoción de los recuerdos, se esconden disecadas las verdades de
ayer, se desprenden de los sentimientos
los sueños, la ilusión es un tizón encendido de dudas y recuerdos. El temor y
el tiempo se contaminan, se desvanece en mis brazos el vacío del alma, se
agolpan las lágrimas en el portón enclaustrado entre las tinieblas de una larga
noche, se siente desde el tejado el zureo de las palomas, la lluvia golpea los
vidrios de la ventana, mientras la noche sigue su rumbo por los silencios la
soledad sigue hurgando los sentidos...
PARA
LA PRÓXIMA LUNA AZUL
Beatriz
Graciela Moyano
Llueve intensamente, sin frío,
con algo de viento y piensa...
No sabe cuánto tiempo durará este viaje. Esgrimirá un ademán
elegante para que la música proveniente de las gotas sobre las chapas, suene a
celestial coro de ángeles envolviendo la luz y así llevarla donde quiera que
vaya. La etapa pasada congeló la sed, trabó las cuerdas vocales y la sonrisa quedó
justo en centro del abismo. Una sola bolsa cargará con recuerdos, hay varios
cofres bonitos que ha coleccionado desde hace años, porque sí, nomás, en uno
colocará prolijamente palabras de aliento, en otro los desencuentros y el
rubor, en uno pequeño las caricias al alma, también llevará unas flores azules
de seda, tomadas del cuadro de la paloma herida, congelada, los libros más
queridos, unos discos de pasta algo ondulados con canciones inolvidables, una
voz en mp3 recitándole un hermoso poema, no sabe qué más todavía, aún no
termina de empacar, sin fecha cierta de regreso, tiene mucho por aprender,
experimentar la destreza para destrabar su lengua de milenios, templar la voz
para el susurro y ejercitar el vivir más ligeramente sin involucrar los sentimientos
en todas las acciones, con suerte, para la próxima luna azul será que vuelva,
eso si no se enamora de los pájaros y sus trinos en algún pueblo humilde,
pequeño y acogedor.
¿Dónde estarán los
cántaros de barro?
Juan Miguel Pérez
Me
pregunto: ¿dónde está el ojo de agua?, ¿dónde están las sandalias?, ¿dónde está
la camisa de manta?, ¿dónde está el pantalón curtido de barro?, ¿a dónde se ha
ido el espíritu del maguey?; quizá, las hamacas escuchen mis preguntas y la
zarza espine como objetivo a mis zapatos; no sé, tal vez la ninfa me responda u
obligue a mi cuerpo a lanzarse al vacío de las campánulas, para ver si
encuentro vestigios; a oscuras, en medio de los escombros, encontré al mimbre
sollozando el olvido, roto de los ojos como el cántaro de barro, que fue
reemplazado por el plástico que derrumba pinos, conacastes...; en la quebrada,
sólo el eco platica conmigo, los pájaros cantan con sigilo, le temen a la
hondilla del incienso; sin embargo, las amenazas no son las que vemos a simple
vista, ellas yacen ocultas en los productos, esperando dar la puñalada en
nuestro bolsillo; por eso los cántaros temen desaparecer del cerebro, escuchan
al agua del alambique en el peñasco diciendo: "ven y prueba de mi
nacimiento, con mi fórmula nacerás de nuevo y leerás mi pesar"; allí es
donde las letras abren heridas: en mis labios, mi voz, mis manos, mis dedos...
ahí el poema se torna verosímil y exacto, resucita de entre los muertos;
retorna el recuerdo del pasado y atormenta las hojas del cuaderno; ahora en
medio de las rocas, el barro, que le da forma a sus entrañas, tratando de
sobrevivir a la fosa séptica de la Tierra. Ah, la Luna, comiéndose las olas,
digiriendo petróleo y ballenas muertas; la marea bañando a las rocas con el
veneno de su regadera y las pirañas alimentándose de los obreros que todavía
siguen vivos en los cantones; todo el barro yace debajo de las fábricas que
llaman progreso.
¿Se
puede engordar 'El Aleph'?
César
G. Galero
Especial para EL MUNDO Buenos Aires, 15/08/2015
Un joven escritor argentino se atrevió a reescribir el célebre
cuento de Borges.
Un tribunal ordena que una comisión de expertos determine si hubo
plagio.
Pablo Katchadjian, un desconocido escritor argentino, nunca imaginó
el ruido mediático que generaría 'El Aleph engordado', el libro que publicó en
2009 en una editorial independiente y del que apenas distribuyó dos centenares
de ejemplares entre amigos y familiares.
Concebida como un juego literario, la obra de Katchadjian agregaba
palabras y frases al original de Jorge Luis Borges, es decir, engordaba 'El
Aleph'. Pero si hay alguien a quien no le gusta que jueguen con la obra del
gran referente de las letras argentinas es a su viuda, María Kodama, que en
2011 demandó por plagio al joven y audaz autor. Tras varias idas y vueltas, la
justicia ha determinado ahora que una comisión de expertos establezca si 'El
Aleph' (1949) se puede o no "engordar".
Acusado de plagio por los abogados de Kodama, el autor de 'El Aleph
engordado' fue sobreseído en primera instancia después de que un juez viera en
el libro simplemente un "experimento literario", tal y como
argumentaba la defensa de Katchadjian. Kodama insistió y logró que la Cámara de
Casación revocara esa decisión y determinara que el joven autor se había
apropiado de la propiedad intelectual de Borges.
En este laberinto jurídico que tanto disfrutaría el autor de
'Ficciones', ahora le ha tocado el turno de apelación a Katchadjian, que ha
visto cómo un tribunal ha otorgado el beneficio de la duda en el caso al
ordenar esta semana que se realice un peritaje para determinar si el
"experimento" puede considerarse plagio o no. Para ello, cada parte
nombrará a uno o varios expertos que compararán las dos obras y emitirán
después el correspondiente informe.
Al abogado de Kodama, Fernando Soto, no le ha gustado nada la
decisión de los magistrados de la Cámara de Apelaciones. "Después de
iniciado el juicio, Katchadjian comenzó a hablar de intertextualidad, pero
antes hablaba de engordamiento", declaró al diario 'La Nación'.
El culebrón tiene ahora un final abierto y sin un plazo definido.
Los expertos designados por las partes deberán ponerse de acuerdo sobre el
procedimiento a seguir para cotejar las dos obras. Katchadjian, profesor
universitario, le inyectó más de 5.600 palabras a las 4.000 del texto original
de Borges. "Vamos a buscar personas que conozcan bien la obra de Borges,
para que sean objetivas a la hora de hacer la comparación -explicó Soto-.
Aunque con sólo leer palabra por palabra de cada una de las versiones se
confirma una gran cantidad de adulteraciones".
Pese al revés judicial, el abogado de Kodama se mostró satisfecho de
que, por fin, se haga lo que, a su juicio, se debió haber hecho desde el
principio: "comparar una obra con otra para que se compruebe la
adulteración del texto original y determinar si fue una acción dolosa".
Para Katchadjian (1977), su obra es definitivamente un juego
literario: "Después de escribirla vi que había algo de profanación, en el
sentido de que la profanación es llevar algo de vuelta al mundo de los hombres.
Todas las profanaciones exigen un ritual, y el ritual siempre tiene que ver con
el juego".
Ricardo Strafacce, escritor y abogado de Katchadjian, considera
incomprensible la actitud de Kodama. No ve motivaciones económicas en la
demanda, dado que su cliente no se enriqueció ni mucho menos con los 200
ejemplares distribuidos de su obra, pero sí una suerte de obsesión de la viuda
de Borges por "meterse siempre con los más débiles". Para Strafacce,
Kodama desconoce absolutamente la obra de Borges: "Hay sobrados ejemplos
de cómo trabajó la intertextualidad en su escritura. Uno de ellos es el cuento
'Pierre Menard, autor del Quijote'".
La polémica ha generado revuelo entre los intelectuales argentinos.
Algunos de ellos salieron en defensa de Katchadjian en julio y pidieron que se
suspendiera su procesamiento en un acto celebrado en la Biblioteca Nacional.
Ricardo Piglia y César Aira, entre decenas de autores, firmaron un manifiesto
en defensa del profesor universitario, para quien el juez había pedido el
embargo de bienes por 80.000 pesos (unos 8.000 euros).
"La autoría y los derechos subsidiarios de la obra 'El Aleph
engordado' quedan fuera de discusión: pertenecen a Pablo Katchadjian. Su
procedimiento no difiere en lo sustancial de lo que se ve a lo largo de toda la
historia de la literatura: trabajar en base a textos preexistentes,
reelaborarlos. Tampoco difiere de la larga tradición de obras similares que
fueron creadas por escritores y artistas desde principios del siglo XX, entre
los que estaba Borges", argumentan los intelectuales en su manifiesto.
No es la primera vez que Kodama presenta una demanda por plagio. El
español Agustín Fernández Mallo, autor de la trilogía 'Nocilla', también sufrió
en sus propias carnes hace cuatro años los embates judiciales de la viuda de
Borges. A tal punto que la justicia ordenó retirar de las librerías el libro
'El hacedor (de Borges), Remake', en el que Fernández Mallo revisitaba otra de
las obras cumbre del escritor argentino.
El
Aleph (Fragmento, 1949)
Jorge
Luis Borges,
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña
esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria;
luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los
vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o
tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de
tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo
claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi
el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en
el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos
los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle
Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en
Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi
convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en
Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo
cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda,
donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera
versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de
cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen
cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y
el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color
de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de
Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi
caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la
delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando
tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las
sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres,
émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me
hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido
a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia
atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de
mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi
el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra
vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y
sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y
conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado:
el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.
El
Aleph engordado (Fragmento, 2009)
Pablo
Katchadjian
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña
esfera, y entonces pensé: «Esto es simplemente una esfera tornasolada, aunque
de casi intolerable fulgor, como una bola de espejos fundida en plomo». Luego
me distraje, un poco decepcionado, hasta que un fulgor mayor, violáceo, como un
estallido detenido en el tiempo, me hizo volver a la esfera. Atrapado por la
luz como un insecto, comencé a mirarla con fijeza hasta que ésta empezó a
moverse sin salir de su lugar. Al principio la creí giratoria; luego pensé que
el que giraba era yo; finalmente comprendí que ese movimiento era una ilusión
producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del
Aleph sería de dos o tres centímetros, quizá cuatro o hasta cinco, no más, pero
el infinito espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Así, cada
cosa (la luna del espejo, digamos, por ejemplo) eran infinitas cosas, porque yo
claramente la veía desde todos los puntos del universo, y como los puntos de
vista son infinitos, cada objeto de los infinitos objetos del universo era en
sí mismo infinito. A la vez, cada objeto está conformado por infinitos puntos…
Y cada uno de los puntos es infinito en sí mismo… Eso, insisto, no se puede
describir. Pero como toda descripción recorta sobre lo infinito un capricho, la
lista siguiente es lo que la literatura me permite en este momento, por lo
demás histórico. Así que vi el populoso mar con sus barcos hundidos, vi el alba
y la tarde en Budapest, vi un serrucho, vi las muchedumbres indígenas de
América sometidas a la explotación y el hambre, vi una plateada telaraña en el
centro de una negra pirámide que no pude identificar, vi un laberinto roto a
martillazos (supe que era Londres), vi interminables ojos inmediatos
escrutándose en mí como en un espejo deformante y multiplicador, vi en un pozo
los restos de la corbata favorita de Beatriz rodeados de miles de bolsas de
basura negras, vi en un traspatio de la calle Soler casi esquina Coronel Díaz
las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray
Bentos, vi mosquitos portadores de enfermedades cruzando el océano en el fondo
de un barco, vi racimos de uva todavía verdes, nieve manchada con petróleo,
tabaco, ron, vetas de metal y aluminio, vapor de agua concentrándose en la tapa
de una olla cerrada, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus
granos de arena, vi la siguiente página del tratado De Humana Physiognomia de
Giovanni Battista della Porta, vi el gasómetro al norte de Veracruz que Daneri
describía en sus poemas y comprobé que la descripción era inexacta, vi en
Inverness a una mujer que no olvidaré porque era increíblemente hermosa y
exactamente coincidente con mi imagen interna de la felicidad, vi la violenta
cabellera de una mujer duchándose, el altivo cuerpo de un hombre cazando patos,
vi un cáncer en el pecho de un joven de no más de veinticinco años, vi un
círculo de tierra seca en una vereda donde antes hubo un árbol, vi una quinta
venida debajo de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio,
la de Philemon Holland, comida por los insectos –¡temible anobium!– y el
tiempo, vi a una pareja gritándose horriblemente, vi un manuscrito desconocido
de Petrarca oculto en una caja enterrada debajo de un edificio de
departamentos, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía
maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y
perdieran en el decurso de la noche; luego me asombré de que a veces lo
hicieran), vi extraterrestres, vi normalmente la noche y el día contemporáneo,
vi muchas mujeres y muchos hombres desnudos, vi un poniente, microbios saltando
en un Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala pero que
resultó ser también una sombrilla, vi mi dormitorio afortunadamente sin nadie,
vi el nacimiento de cinco perros salchicha, vi en un gabinete de Alkmaar un
globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi en un bosque a
una jeune fille sauvage y junto a ella cuatro ardillas, vi caballos de crin
arremolinada por la suciedad en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la
delicada osatura de una mano y no me gustó, vi a un hombre comprando un
alfajor, vi a los sobrevivientes de una batalla gimiendo, enviando tarjetas
postales, mendigando, tomando vino, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja
española mojada, vi los infinitos microbios de que estamos compuestos y vi
microbios saltando de un cuerpo a otro, vi un crimen, vi supuestos tatuajes de
prostitutas en una lámina de un libro de Lombroso editado en París en 1986, La
femme criminalle et la prostituée, vi las sombras oblicuas de unos helechos
amarronados en el suelo de un invernáculo, vi en una línea de montaje a un
obrero dejando pasar una cuchara deforme, vi tigres blancos, émbolos, bisontes,
marejadas, lápices y ejércitos de langostas, vi un sapo aplastado por un jeep,
vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi inmediatamente después miles de
ejemplares distintos de escarabajos y recordé a J.B.S. Haldane, vi en un museo
un astrolabio persa robado en una guerra, vi en un cajón del escritorio (y la
letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había
dirigido a Carlos Argentino, vi luego cartas de Beatriz, aun más obscenas,
dirigidas al doctor Zunni, vi bananas, vi un adorado monumento en la Chacarita,
vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo y me
sorprendí al notar que llevaba puesta una pulsera de plata que yo le había
regalado, vi un levantamiento popular en Oriente, vi la circulación de mi
oscura sangre y eso me gustó, vi a Carlos Argentino alegre, hablando por
teléfono, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi «El
Aleph» desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra, vi mi
cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos
habían visto ese objeto secreto conjetural, cuyo nombre usurpan algunos de los
hombres, pero que ningún hombre de todos esos ha mirado con la paz que
desearía: el inconcebible universo. Y yo lo había visto, pero también Daneri… Y
en ese sentido, ¿qué podía tener eso de especial? ¿Ver qué? ¿Qué había visto
realmente? Sentí infinita veneración, también infinita lástima; luego, una
sensación extraña en la cabeza.
F.S.R. Banda
“Con su linealidad dispersiva, preocupada en ir a todas partes, la
poética neo-no-barroca impulsa su unidad en la fragmentación, en las lecciones
de distracción carentes de objetividad, en su constante recurrir a la
impersonalizacion del sujeto autoral.” Neo-no-barroco o barroco: Hacia una
perspectiva menos inexacta del neobarroco. Eduardo Espina, Abril 2015.
Fulguraciones del pasado que se quedó enquistado en un desierto de
pasos lentos que guarda las huellas milenarias en un caliche quebradizo, o
sumergido en un mar lejano de barcos anclados al pairo en la rada de cormoranes
y pelícanos rasantes sobre las albas espumas, profundas perturbaciones de la
realidad que convergen en ilusorias dimensiones atemporales, en la oquedades
que van quedando en las horas de ocio o somnolencia. La temporalidad se bifurca
en el destello continuo del ahora que acontece cuántico y palpable, sin futuro
posible, sin tentaciones ni premoniciones, sin ni siquiera tenues expectativas,
y en la algarabía de un ayer de sensaciones perdidas u olvidadas en el trasiego
de las memorias demasiado transitadas. A contraviento del tiempo con sus
horas marcadas, de los soles que giran establecidos en su propia indiferencia,
y del eco o reflejo que devora con repeticiones y olvidos, en los hábitos del
contraluz parpadean perennes imágenes que perduran en su sencilla latencia como
el musgo en el muro de adobes que espera paciente el invierno para recobrar sus
breves esmeraldas. Un vaho de nostalgia asume entonces el poniente, rabiosos
arreboles acorralan el enjambre de dudas insolubles y circunstancias
equivocadas. En lontananza el negro velero de la noche cursa los oleajes
atardecidos del negro mar de las lunas con su único navegante; un arcángel
enfurecido que vocifera de pie en la proa salpicado de espumas refutando la
divina voluntad. Torvo el oscuro disemina sus semillas en un crepúsculo de
estrellas congeladas antes que retornen las sombras de las sombras caminando
extraviadas por los senderos de las consabidas penumbras, como ágatas
antiquísimas encapsuladas en sus sedosas perlecencias, como los matices
texturales de los crisoberilos en color verde amarillento y sus pervertidos brillos
vítreos. Las calles del barrio se vacían apenas el ocaso se deshace en las
fuliginosas honduras, sobreviene entonces un vasto silencio urbano que no
alcanza a plagiar la húmeda monotonía de las lucecitas tristonas de los faroles
engarzados en los brumosos follajes. Un nocturno milenario va cargando de
monotonías el insomnio, el sujeto, inmerso en esa densidad oblicua, sigue
extraviado en sus caóticos pensamientos, ensimismado, solitario, sin la
urgencia del ahora que se deshace, arena o ceniza, en ese tupido intervalo de
tiempo. Sabe, y eso lo conforma o a lo menos atenúa sus agobios, que hacia el
fondo del bosque se iniciará al alba el misterio de la pequeña y secreta
felicidad de volver a oler el lejano perfume de la madreselva.
SOLER PUIG, NOVELISTA NEOBARROCO (Ultima parte)
Luis Álvarez (i)
La crítica literaria cubana ha venido
durmiendo una siesta inacabable desde los difíciles y castrantes años setenta:
mucho enfoque tematizado, insistente historicismo —fuentes, contactos,
comparaciones—, sociologismo vulgar, pero mientras la ciencia literaria
cambiaba de derroteros y de lenguajes. Ciertos intentos de renovación
condujeron a un formalismo repetidor de fórmulas metalingüísticas, proyectadas
en incoherentes antologías de lecturas de teoría literaria… y muy poco más.
Mientras, la incansable labor de divulgación de Desiderio Navarro ha tenido una
imperdonable falta de recepción, incluso en los medios académicos. De modo que
no se trata de carencia informativa: es desidia y herencia pesante de un
semipositivismo crítico, o lo que prefiero llamar un interpretacionismo sin
asideros. No es casual que todavía en el presente, cuando un joven crítico se
apoya en metalenguajes, criterios científicos y modos distintos de evaluar el proceso
literario, enfrente ceños fruncidos, cuando no exclusiones culpables, como si
el cambio de las artes —imposible de negar, hasta para el más estrecho de los
dogmas— no comportara asimismo una inevitable, necesaria y dialéctica evolución
del discurso crítico-literario y crítico artístico en general. Soler Puig pagó
las consecuencias de ese estancamiento de la reflexión crítica nacional. Su
voluntad de renovación expresiva lo llevó a adentrarse en un lenguaje narrativo
que, tanto como propio suyo, significaba una concordancia con las
transformaciones profundas que se estaban efectuando mundialmente en otros
panoramas literarios, inclusive en la antigua Europa socialista. La obra de
Soler Puig da testimonio de esa transfiguración inmensa que habría de conducirse
en la sensibilidad posmoderna. Él, como nadie en el panorama literario cubano
de la época, se atrevió a afirmar, en una alegoría formidable y certera, el
inminente cambio inevitable: “Las cosas se están derritiendo y nadie se da
cuenta porque todo lo que se derrite mantiene la apariencia, que la apariencia
es la cáscara de las cosas y las cosas son los hombres y los animales y los
muebles […]”.
Es hora de reconstituir de manera cabal la
dimensión de Soler Puig en la literatura nacional. Su insistencia en la
complejidad de la estructura y el punto de vista narrativos son los cimientos
de una renovación (neo)barroca de ancho aliento, que por una parte resultó la
continuación de los caminos transformadores de Lezama Lima, Novás Calvo y
Carpentier en la narrativa, continuación, pues, del espléndido barroco insular,
pero, por otra parte, es un puente cabal también con el neobarroco de la obra,
tan ignorada entre nosotros, de ese extraordinario polígrafo que fue Severo
Sarduy. Muchos más elementos del neobarroco posmoderno pueden ser calibrados en
la narrativa de este escritor que llega a su centenario sin que hayamos logrado
reconocerle la importancia capital que tuvo como renovador. Su gusto por la
imprecisión, tan fuerte en El pan dormido y El caserón, pero también en Un
mundo de cosas —¿cuál es la realidad efectiva en esta última novela? ¿el dolor
finisecular, la explotación del primer medio siglo XX, la invalidez posterior
del ejecutante del sujet sometido a una semiparálisis, a una evocación sin otro
fruto que la admonición?—. Esta última gran novela del autor juega a una
peculiar distopía, que obliga al lector a reacomodar continuamente la
perspectiva, perdido en un inmenso espacio neobarroco que es el de la historia
misma de su cultura. En una época en que el canon —artificial si los hay— pedía
simetría, nitidez, claridad de mensaje, pronósticos confiados de futuro, Soler
se atrevió a regodearse en la oscuridad temática, la imprecisión de perfiles,
el humorismo criollo —que él aprendió de Lezama y que no es risa, sino
reflexión adensada— sobre los valores negativos, la entropía, el laberinto de
una vida que, en efecto, puede en cualquier momento derretirse.
Neobarroco, insomne, tallador incansable de
su propio lenguaje, tanto como su extraña, irregular, poderosa narrativa, él
mismo encarnó una imagen del ser cubano esencial. Al igual que su tremenda
estatura neobarroca, parigual a la de su admirado Lezama Lima, esa cubanía de
su ser y su angustia vital constituye su más viviente legado.
(i) (Camagüey, 1950). Profesor titular de
la Universidad de las Artes en Camagüey.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 216
4 de
Enero de 2016