martes, 2 de agosto de 2016

PARADOXAS N° 223

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XII - N° 223


INDICE

ALBORADA - Norma Pérez Jiménez
Los espíritus que vagan ya sin carne encima - Musa Peregrina
Mares  donde recojo mis palabras - María Itza
DESVELADA - Ivonne Concha Alarcón
NADA ESPERA - Beatriz Graciela Moyano
MADRESELVA, urdimbre de aroma que al alma despierta. - Maria de los Ángeles Roccato
MI SENTIR DE AYER EN PREGUNTAS - María Eugenia Gulfo Berrocal
Salpica la realidad con virutas - Miguel Urbano Perálvarez.
Un Vino muy ácido. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
TE BUSCABA - F.S.R.Banda


EDITORIAL

Poco lezamianos somos como para aplicar la categoría de neobarroco a la poesía chilena, entendida como lo entendieran Carpentier, Sarduy y el mismo Lezama Lima, esto es, la cualidad oscura e ininteligible de los textos, la sobredecoración, la autocomplacencia en el lenguaje mismo. Para Carpentier y Lezama, el barroco es el arte auténticamente hispanoamericano. Carpentier llega a reclamar que el barroco es una constante universal, es decir un espíritu y no un estilo, que va desde la escultura precolombina hasta el presente de la novela. Para Severo Sarduy, el barroco hispanoamericano es la irrisión de la naturaleza en su alarde de artificialización. Para Lezama lo barroco no se limita a la expresión formal, sino a todas las formas imaginables de la vida: desde el lenguaje y las comidas hasta el vestuario, que surge de una heroica pobreza. No se trataría de un arte de la contrarreforma como en Europa, sino, por el contrario, de un arte de la contraconquista. El barroco lezamiano es en todo caso gongorino. Si algo caracteriza la poesía chilena es su vertiente quevediana. Menos exuberante, el concepto no se ha utilizado prácticamente para referirse a la poesía chilena. Si existe un barroco en nuestras tierras este tiene otros rasgos y componentes.

Copiado de “Neomanierismo, minimalismo y neobarroco en la poesía chilena contemporánea”, Oscar Galindo V. ESTUDIOS FILOLÓGICOS, Nº 40, septiembre 2005. Vale.

El Editor


ALBORADA
Norma Pérez Jiménez

Y vino, entre la noche con los pies cansados de jugar en la copa de los árboles, se desnudo sin prejuicio y su ropa voló por los nidos de pájaros dormidos. Deambuló por la luz abierta de la luna y halló consuelo bajo las pupilas húmedas del olmo. Se volvió mariposa nocturna, rocío... secreto custodiando el silencio del camino, después... cayó su velo despacio por entre la bruma y su canto, oh!, su canto, se quedó en la nostalgia de sueños entrelazados, novia desposada bajo los primeros rayos del sol ardiente...


Los espíritus que vagan ya sin carne encima
Musa Peregrina

Los espíritus que vagan ya sin carne encima, danzan cerca de las tres de la mañana. No importando la presencia de un incipiente verano, y ante el calor que nace del corazón de mi bello puerto desnudan sus penas. En una madrugada como ésta, buscan con afán entre los cajones, sobre la mesita de noche, en el ropero de la abuela y bajo las cortinas del tiempo, algún polvo de luz que les haga soñar, que les está permitido, aunque sea por una sola noche, dormir en sus camas y descansar sus cabezas sobre almohadas sangrientas... ¡Qué horror, mejor me largo a dormir, que cosas de terror estoy escribiendo alumbrada con la luz de una vela!


Mares  donde recojo mis palabras
María Itza

Mares de aguas escasas como nieve vacía, bañan mi cuerpo de mansa rosa de espirituales fauces devorando la magia de un león rampante. Mis ojos anudados se demoran en el fondo de una cascada donde recojo flores de palabras exquisitas que se oxidan al contacto de mi mano. Me castigan las palomas con sus picos demolidos y sus plumas de húmedo terciopelo desvaído y yo me demoro por el peso de incontables y herrumbradas anclas pegadas como lapas a mis piernas de lava degradada. Me obsesionan los cofres de oscuros tesoros que piratas sin ojos me escabullen y por eso me arrastro en busca de madejas de plata para coser con ellas un rosario de letras donde pueda leerte y descifrar tu cáscara oscura de corales borrachos y fragantes estrellas marinas de bocas redondas y cerradas. Navego en barcos de costillas desnudas que transparentan las luces de peces hechos de lentejuelas y vidrios de botellas, me crecen escamas entre mis cabellos y puntas líquidas de puro mar las beben. Esqueletos de huesos de piedra caliza se desintegran si los nombro mientras busco la vara de sedosas magnolias para neutralizar el poder de las mareas de sueños y así poder derramar la gota de filos mellados como dientes de madera. Cuando la halle he de escribir con ella mi abecedario eterno y mágico en las alas insomnes de las mariposas nocturnas. Y así pasaré de ser una larva de ideas sin forma a la clara vivencia mineral de una diminuta y parida poesía.


DESVELADA
Ivonne Concha Alarcón

Se pierde la noche en el horizonte, a veces corre por las nostalgias y encuentra la línea divisoria entre tantas distancias y lamentos exhaustos de rojos y azules que hace que la luna nos robe los tiempos de alambre, pido a la ternura se aleje de los ruiseñores engañadores, estafadores, ladrones de la libertad, los ojos y las manos lloran silencios aterradores en arena y espuma de noche extensa entre azucenas y madreselvas y unas violetas perfumadas se van alejando del otoño para no morir de hastío y aburrimiento, como árbol frondoso sube a los jazmines y vuela alto con los zancudos de alas largas y sus seis ojos de distintos colores de hambre y miedo, sin pestañas, que caen heridos al lago de la esperanza de tanto miedo al frío. Vida verde, negra y gris y el rojo en la espalda del rinoceronte extinguido en estos parajes rojizos y corazones de arena penetrando entre algodones en el amanecer curioso entre piernas y amaneceres heridos de espinas que se clavan en libertad, poseen el generoso alimento del maná de la mañana que cae sobre funestos despojos de alimañas que se aparecen como buitres negros de ojos rojos. La ternura ausente, el odio se mete por las hendiduras de los barcos en el muelle que bombardea con bocinas y trompetas anunciando el medio día mientras la cigarra fuma un cigarro arriba de un filodendro y una mata de ají que pica.


NADA ESPERA
Beatriz Graciela Moyano

      Elaine sólo sigue ahí después del eclipse, tejiendo otra mañana desde su torre mientras la realidad se sigue desgastando en el espejo. Elaine está apresada, encorsetada en el maleficio de confeccionar con puntadas cortas los comienzos.
La dama de Shalott ya no espera nada. Adriana Vega.

Así en una barca a la deriva, suelta su pelo al viento para que decida, sin esperar nada, con las sombras acumuladas en el fondo de sus ojos que nadie ve y sin dolor manifiesto por los males que le clavan como espinas transparentes de rosales congelados. Ella ha ingresado una y mil veces en niveles de bloqueo con resistente obstinación, más hoy... nada espera. Deja indiferente los huecos sin mirada, abandona los estantes polvorientos y a los maniquíes desnudos para que se vistan solos, con el cruel hartazgo que los condena al olvido. Aquí hay flores ausentes o quemada por el aire gélido, saben a invierno eterno, abúlico y desesperante, acosador de horas enredadas. Lanas en ovillos desprolijos que van y vienen sin ser tejidas, nada esperan. Aún así, en este estado de inflexión buscará sonidos y colores para los sentidos al paso del agua. Se lanza a la resonante repercusión de los ecos antiguos, pintando hechizos rotos para las pupilas en el paisaje amigo constante del silencio. El desganado compás del cuerpo confiere toda su fuerza al viento, le concede el timón del viaje imposible o perpetuo de redención.


MADRESELVA, urdimbre de aroma que al alma despierta.
Maria de los Ángeles Roccato

Bordas la pared hasta convertirte en fragante cascada. Sendero aromático dibujan tus ramas. Apasionado romance de verdes y pétalos. Bendecida me siento  al compartir  la humildad de tu entrega. Suspiro. Tomo el cuenco de metal y con amor lo anido en mis manos, lo hago sonar. Tintinea su metálica voz y la brisa con ella  retoza. Rozan  juntos -aroma y sonido- mis ojos. Los labios ahora dulzones de tu manjar de vida, llevan el mensaje hasta los tímpanos, aquietando  la mente. Inspiración, susurrante clamor de mi alma. Despabilada, suelto amarras. El cuenco, silente en su traje de siete metales, me espera. Percuto y ahora el tramado sonoro es más dulce y sereno. Me viste de bruma el incienso que amoroso extiende su chal de mirra. El universo detenido, me recibe. Mágicamente, con el vuelo de los colibríes, llega el soplo de vida. Cabizbaja, y vencida, la sensación de sentirme anclada a la muerte, en el arroyo, hunde sus plantas. El sol se detiene asombrado, la luna se lleva el rocío. La existencia naturalmente marca su ritmo. Soy libre. Vacía -deliciosamente vacía- sigo tu mandato de entrega. –Fluida- a la nueva siembra me entrego.


MI SENTIR DE AYER EN PREGUNTAS
María Eugenia Gulfo Berrocal

La tarde se fue muriendo lejos de la playa cerca del horizonte, entre blancas y azulosas nubes el sol apenas resplandecía, el agua en calma parecía una legión de retazos de espejos brillantes que navegaban hacía mi, como invitándome a danzar sobre ella sin ningún miedo ni recelo. Por qué el agua se reflejaba oscura, si aún estaba pintada de azul? Sería alguna premonición? Sería algún amor que moría en ese momento? Mi mirada a lo lejos se perdía y pensaba, qué habrá más allá del confín de esa línea horizontal? Qué pensaba el agua cuando el sol le regalaba sus rayos para calentarla? Qué pensaba el sol cuando besaba al agua y sus labios eran salados y no dulces, como el amor? Sentirán ellos, alegrías y tristezas? Sentirán celos? A lo mejor. Crecerán en ellos las afecciones, con el roce y el tacto? Harán el amor en la profundidad de la noche? Sabes? Hubo un momento en que sentí envidia porque ellos estaban juntos y nosotros, no. Por qué en un ocaso no coloreado, había fuego? Los postes y el cáñamo que vigilaban la playa, miraban a las personas como figuras decorativas que se sumergían afanosamente huyendo de una realidad. Miles de pisadas deambulaban por la playa, huellas dibujadas de sentires, alegrías y llantos que todos cargamos en el alma. Será que el mar tiene alma? Será que el mar en el corazón de su profundidad ama? No lo sé. Las gaviotas desaparecieron en la inmensidad igual que un velero, dejando una estela de luz que recorre día a día para hacerle ronda al mar. Yo me quedé sola con el arrullo de la brisa que acariciaba mi rostro y la espuma que las pocas olas traían a la playa, entonando cantares románticos, como una serenata de amor.


Salpica la realidad con virutas
Miguel Urbano Perálvarez.

Salpica la realidad con virutas que se incrustan en el pensamiento, virutas que al calor de la tarde quedan convertidas en diminutos cristales, pequeñas dagas que dan de lleno en la diana, la verdad queda dolorida. El sol, majestuoso y engreído, atrapa con sus rayos el exiguo frescor que la mañana atesoraba, vuelve el tórrido verano a apagar la luz que la mente aun conservaba. Chispas luminiscentes recuperan retazos de una lucidez mermada, algo de color adorna el camino y un verde cobrizo envuelve los aledaños de la imaginación, gotas de esperanza refrescan el ingenio que pone a funcionar sus resortes engrasándolo la maquina del tiempo. Aparece el talento queriendo aprender a nadar pero se ahoga en el fango, la sequía de ideas provoca una laguna de olvidos, la memoria se mustia y la reflexión se hace imposible. Polvo, sudor y hierro, mejor lo tenía el Cid que pudo herrar el caballo y errar al defender su señor. El buen dios anda durmiendo la siesta y no acepta labores descabaladas así que es mejor cabalgar a solas y en la sombra para refrescar la cordura, recuperar el hierro y aprender a no errar cuando herremos las ideas. Un hálito de esperanza se cierne sobre el horizonte, unas nubes son arrastradas por nuevos vientos dando brillo y restando luz al pensamiento, el horizonte se oscurece, dejando ver la claridad que hay tras de si, contrariedades de la vida que nos hacen ver lo bueno que se esconde tras un escaparate ennegrecido y opacado por el brillo incesante de un sol acaparador que ciega las pupilas. La mirada se libera y aprende a ver mas allá de la razón, contempla momentos y rescata instantes que le harán llegar a controlar el tiempo. Aun la tarde no está perdida y la luna, intentando convertirse en aliada, extiende su mano creando un paraguas que impide el impacto, de aquellas virutas incendiadas, sobre el pensamiento que vuelve a arropar la verdad, despertando la imaginación que había quedado atrapada en un sueño.


Un Vino muy ácido.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

El Acantilado se abre al mar como una incógnita. Abajo, el mar, en el borde, el precipicio. Abismo y nenúfar. La flor crece en su borde.  Es una flor que tiembla y es un demonio y es un ángel. El torero se asoma a los cuernos del toro. Brilla el sol, dorado y lleno de matices esmeraldas. El infierno tiene cien mil astillas azules, para la yema de un dedo. El nenúfar es un minotauro. El minotauro está en su laberinto, torea al sol que le descubre los cien mil matices del verde. Los pelargonios tienen los pétalos fucsias y los estambres naranjas, son una pasión convertida en hechizo, un hechizo de fuentes de agua trasparentes. Torea el minotauro en el laberinto. Los necios se precipitan por donde los ángeles no se atreven a poner el pie. Son los tiburones tan bellos como un verso de Lorca y tan desaprensivos como las zarzas malas. Y el ángel está arriba, en el acantilado, toreando al sol. La visión dura un milisegundo. Una visión de belleza y peligro, que relampaguea en los ojos con cintas rosas encendidas, mientras un clavicordio pone un temblor de crisantemos naranjas a una habitación de malaquitas y jades. Yo quisiera, estar en ese borde donde el minotauro observa los abismos, y tener una noche de sexo loco con el mar, pero ya soy viejo y mi cuerpo no es hermoso, con veinte años probaría la delicia de un cactus en la boca, ¡¡¡oh qué exagerado soy¡¡¡, pero es el peligro una ondulación y un temblor en el vacío, un poder caerse y ser devorado, por los terribles tiburones de granito, que esperan, en el fondo del laberinto, devorar la flor. Los diapasones brillan y vibran, dorados, plateados, el sol da un reflejo de armonía al peligro, el peligro es un toro de cuernos duros, sublimes, que serían capaces de detener un corazón de golpe, y en ese instante la tierra tiembla y muere un niño, y otro, quizás en su cuarto miserable, sufre la emancipación de la carne y a borbotones se sumerge en el placer. Yo quisiera, subirme a ese borde y eyacular en el mar, pero el acantilado es de una ferocidad demoníaca, es un bellísimo tiburón de oro, una serpiente maravillosa, en su boca de colmillos la muerte proclama su victoria, y mi sexo no se eriza, y mi cuerpo no responde sino con el temblor. Pero estaría espléndido. Belleza, desnudez, peligro, minotauro, ángel, geranio, partitura celeste de clavicordio reverberante, oro en las estribaciones de la rosa, esmeraldas rabiosas, que fulgen como un cáliz de plata, y abajo, el mar, tan terrible como un puñal de asesino, lleno de rocas atroces, para una yema de dedo, para una colección de huesos sin sentido. Mejor es no probar ese vino. Yo ya no lo pruebo, era un vino demasiado fuerte para mi garganta, estaba muy amargo y era muy untuoso para mi paladar, me dejaba el cuerpo dolorosamente cansado. Aunque después podía describir el paraíso que se ve cuando se prueba, un paraíso de sombras lunares lleno de espejos irisados. La mente es curiosa, puedo probar un vino cuya hez es un veneno ponzoñoso terrible, y no me atrevo a mirar a los ojos del ángel, me da aún más terror. Es ya demasiado tarde, la espuma de los días ha devastado mi figura, un sapo en un alambre no causa admiración sino risa. Oliveretto de Fermo fue hermoso y fue artista y en pintarle gladiando desnudo ilustró su pincel Tintoretto, y Cesar Borgia lo ahorcó en Sinigaglia. Yo prefiero no asomarme al acantilado, aunque el verso que pudiera escribir relampagueara, prefiero seguir vivo. No quiero volver a probar de ese vino jamás.


F.S.R.Banda

Yo buscaba tu boca en las tenues torceduras del tiempo la significación de tus ojos por los breves intersticios del desespero, por las grietas de la obsesiva soledad sin tu nombre, por los tenebrosos tumultos de las esquinas más oscuras, buscaba una cerrada penumbra o un perfecto atardecer, el torvo plenilunio taciturno que iba a iluminar tu pelo, pero tú aun no podías extinguir de ti la otra ausencia, aun te negabas a dejarla con la solemnidad de las cenizas, a borrar los últimos vestigios de ese pasado y sus delirios, yo buscaba cabizbajo el rictus de tus labios en los cántaros, el perfume extraviado de tu piel atravesando las madrugadas, las tibias ternuras que acumulabas en tus manos vacías, pero tú seguías soñando por los laberintos del otro otoño, sin saber que todos tus pasos ya caminaban hacia mí porque yo te buscaba en las torcidas flexuras del tiempo con el preciso destino de ir mascando esta gloria bastarda de poseer tu ahora y tu memoria a destiempo con la clara premonición de una eternidad tardía, deshojada, pulida por las arenas que traían otros vientos cruzados de océanos y marejadas y bajamares en las costas de tus lluviosos olvidos. Iba paso a paso ebrio de las lluvias y los ponientes que presagiaban tu cercanía, tu cadencia de libélula esquiva o de mariposa evasiva, iba y venía en un círculo de infiernos, de rastrojos, de abisales celacantos y de nocturnas noctilucas, divagaba buscando tu nombre en los amarillos y ocres y rojos iniciales de los otoños, en los cantos rodados que traían los ríos en los turbios inviernos, en los geranios florecidos en los confines de las primaveras y en las dulces vendimias de los estíos que anochecían de incertidumbre. ¿Que hechizo me has hecho mujer? ¿Por cuales grietas de mi ya cerrado destino pudiste entrar y revolverme los días y desaguar la vasija reseca de mis noches? ¿Como encontraste la llave herrumbrada de mi alma clausurada a los trinos de Amor? ¿Qué ángel vengador o demonio cómplice te la dio sabiendo que vendrías a coronarte reina de heliconias y designarme tu loco vasallo? ¿Quien te creo así sigilosa y deseable a mis oscuros delirios de fauno entumecido? Si yo solo buscaba la fisura por donde tu voz se me escapaba hacía el silencio y se hacía susurro y humo, cárcavas en las piedras y jeroglíficos indescifrables en la cortezas de los árboles de todos los tristes parques por donde yo te buscaba.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 223
2 de agosto de 2016