PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XII - N° 224
INDICE
UN DÍA CUALQUIERA - Beatriz Graciela Moyano
ENTRE EL OCASO Y LA PENUMBRA - María Eugenia
Gulfo Berrocal
Ahora soy... - Analía Mabel Pascaner
Tú y yo en el fondo del mar. - María Itza
CREPÚSCULO - Ivonne Concha Alarcón
FÉRREOS SUDARIOS - André Cruchaga
La Luna y el Mar. - Francisco Antonio Ruiz
caballero
SUB NOCTE - F.S.R.Banda
EDITORIAL
Formalmente, el caos se refiere al problema matemático de la
dependencia sensitiva a las condiciones iniciales. En otras palabras, se llama
caótico a todo sistema en el cual la relación entre los valores iniciales y
valores de su trayectoria ulterior no es proporcional. Cabe señalar que las
condiciones iniciales no tienen por qué ser las existentes en el momento en que
se originó el sistema. Los adversarios de las ciencias del caos y los lectores
presurosos creen que en dinámica no lineal las predicciones y el modelado son
imposibles porque las condiciones iniciales son desconocidas, no pueden
retrodecirse o se remontan al Big Bang. No es así: dichas condiciones son sólo
las que se dan al comienzo de un experimento o un cálculo, o al principio de un
período que interesa al investigador, de modo que lo que para alguien son
condiciones iniciales pueden ser para otro condiciones intermedias, o finales.
Pirateado de “Complejidad y el Caos: Una exploración antropológica”
(Fragmento), Carlos Reynoso. Vale.
El Editor
UN DÍA CUALQUIERA
Beatriz Graciela Moyano
Siempre con ojos en el
horizonte, observa el después del amanecer, en un día cualquiera, ve ese mar y
las personas que van y vienen, nitidez en la manifestación armónica, un
escenario de fragancias, magnolias, fresias y tal vez el indefinido olor a sal
marina. Aún sigue en el horizonte estrechando colores , perfumes e imágenes y
por fin ve ese lugar, siente el aroma del café, los posillos blancos de una
charla, que no es breve ni solemne, se establece amistoso el reloj trenzando
reflejos que ya existan quizá, paseando palabras acumuladas entre los deseos de
los artistas que vieron a través de las ventanas, de una otra forma se
construyen bellos castillos con huellas del tiempo, corroídos en medio del agua
reflejados, abandonados, así como imaginaron que existen en algún lugar para
deslumbre de tantos y que jamás conocieron al permanecer inertes en los sitios
de nacidos, detalladas ciudades, características o circunstancias relevantes a
las miradas de alguien, belleza en la vida que en nada se parecen a sus
rutinarias existencias. Se mostrarán tal como son, persuasivos y contundentes
en sus vivencias, desmenuzando hasta aniquilar esa nada que los agobia, luego,
cabalgando pegasus celestes imaginarios, habrá un revoloteo por los techos de
los cuentos que nunca escribieron, recargados de adornos ornamentales, palabras
entre azules de mar y miradas antiguas, al estilo artístico desarrollado
durante esos siglos de loca literatura irreprimible, hablando de Julio Cortázar
y su acento parisino irresistible, no sabe si le cause una leve incomodidad o
desazón el escucharle, así lo vio hoy en medio de ese horizonte, cual sea la
historia o el artilugio óptico de ese después... es incapaz de presagiar, eso
sí, ve en detalle los cortinados, la mesa y su tallado y percibe el aroma del
café.
ENTRE EL OCASO Y LA PENUMBRA
María Eugenia Gulfo Berrocal
El sol se despide del día con su atavío
naranja y ocre, perfila el cielo con su hermosa acuarela atenuante, se entrega
a los brazos de la misteriosa noche, sus rayos ya cansados, plácidamente se
recogen. Saluda a la luna que de color oro se reviste, es el momento fugaz que
se pierde en el tiempo, se anidan los calores del día, se despiertan emociones,
es el filo en que se mezclan la claridad y la sombra. Los pájaros se refugian
en sus nidos, callan sus trinares, aves de rapiña se levantan y aletean libres
por el aire, el sentir envuelve el corazón, los deseos fluyen, es mágico el
momento, los sueños se entretejen. El crepúsculo, un salto abandonado en el
tiempo, la mirada se pierde, el trance sutilmente ocurre, los amantes se
disponen a vivir fantasías en su lecho, mentiras y verdades se cierran en los
puños del firmamento. Qué pasará entre el sol y la luna cuando en el espacio
convergen? Acaso harán el amor en los recodos del firmamento? El sol aporta el
fuego, la luna su apasionante encanto coyuntura indeterminada, desencadena
sentimientos.
Ahora soy...
Analía Mabel Pascaner
Me desprendí de esa pequeña cosa que
llamamos ‘yo’,
y me convertí en el inmenso mundo.
Musô Soseki
Ahora soy aquel árbol recibiendo las gotas
de lluvia luego de la desoladora sequía. Percibo el olor a verde, a madera, a
vida. Poco a poco comienzo a sentir los latidos de mi corazón. Ahora soy esa
flor estrenando su aterciopelado color lila, permitiéndose las caricias de la
mansa lluvia. Me regocijo al descubrir el tobogán formado por las hojas de
árboles y plantas, por donde se deslizan las gotas haciéndome cosquillas e
invitándome a entreverarnos con sus compañeras en el pasto. Paulatinamente las
montañas me pintan con sus brillantes colores verde, azul, rosado, y con sus
opacos marrón, gris, amarillo. Mi corazón, tambor vibrando al ritmo frenético
de una danza indígena.
Ahora soy esa nube que siempre anhelé ser,
inalcanzable, esa nube indemne recortada en el celeste radiante. Soy las miles
de estrellas que resplandecen cada noche, tanto ésta tímida e imperceptible
como aquélla orgullosa y centelleante. Soy esa pequeña luna que se resiste a
ocultarse tras la línea temblorosa trazada por las montañas, y soy también la
sorprendente luna amarilla anunciando una interminable noche plateada. Percibo
una incandescente luz pujando por brotar desde cada poro de mi piel.
Ya no recuerdo qué quise ser, sólo sé que
cierto día me permití sentir. Cerré mis ojos y me hundí en mi interior. La
sencillez se apoderó de mí, no recuerdo cómo ni por qué, y llené mi alma con la
magia que me invade a cada instante, una magia hasta ese día imperceptible. Fui
gigante indiferente, absorto, agobiado, quien al despertar debió ser cuidadoso
para no romper con su torpe paso, el asombroso milagro de la vida.
Ahora respiro plena al sentirme nube,
estrella, montaña, luna, cielo, lluvia, árbol, flor.
Finalmente… ahora soy todo aquello que
inunda mi ser.
Mayo 2002/Noviembre 2014
Tú y yo en el fondo del mar.
María Itza
Eres el ancla empecinada en sujetar mi
mansa y desaforada idolatría entre los lirios extenuados y las copas hechas de
globos de colores sutiles y enroscados, quieres rescatarme de este eterno y
tedioso laberinto calcinado donde soy un molino gigante y grotesco partido en
dos por una maroma; una maroma veleidosa que un ángel proscrito enarbola con su
gastada mano de secos dedos mutilados de astroso aspecto repugnante. Vacías el
aire con resoplidos incontinentes de morsa diluvial para tu acechante presencia
de esclavo rey con su mórbida corona de cinco agudos e indefinidos pétalos
apretada a sus sienes maduras con clips de sostener las pálidas y ajadas hojas
escritas donde te doy la vida efímera y
fugaz de una libélula degollada sobre carbones violetas, un cáliz de ira roja
despide redondos y secos anillos de humo esponjoso y se va lleno y palpitante
con la sangre turquesa de una dalia encapsulada, madreselvas de bocas impías
devoran alas carbonizadas de los mosquitos disecados. Es imposible escribir
nombres en retorcidas lianas vírgenes ni domar los abruptos vacíos de mi lengua
muerta sobre dos caracoles cansados de apilar sustantivos macizos y vastos como
terrones y pedruscos, lloro en mi viva piel de mariposa por las sílabas que se
escapan desacomodadas y dicen imposibles ademanes de espanto detrás de los ejes
mohosos de decapitados y panzudos diccionarios degollados en vano; mi dedo
reptante escupe adjetivos simulados con hojas de viejos libros y tizas
amarillas atadas en colgantes y sedosos racimos, derretidas por un molinillo de
café, mis palabras huyen en su impaciente derrota de no ser hacia la disoluta y
falsa virginidad de los malvones de la plaza y la boca encriptada con un
oxidado grillete que gime su condena de morir sin mis húmedos y trasnochados
besos cuando los lagartos apostatas convocan a grillos chirriantes en los
sumideros sin borde de mis erráticos desvelos.
CREPÚSCULO
Ivonne Concha Alarcón
Estrella de la noche celeste oscuro,
parpadeante, risueña, tristeza muda mirando fijo desde arriba hacia el patio de
piedras calizas, la muralla de piedra grande, gris y helada, observando las
mantis teniendo amores antes de que la tarde muera, a eso vino, así sucederá
siempre en la vida de insecto macho... Cuestión de género. Mil soledades
impertinentes se asoman en el follaje del árbol grande de tronco grueso,
clavado en la esquina del río largo, cubierto de salmones navegando raudos
contra corriente palpitando sorprendidos por la nieve deshielándose. Mapa
incierto, marcas indelebles, sin cosas que decir, sin cosas que escribir,
tratando de decir, nada, para no volver a sufrir por las subidas y las bajadas
de las corrientes de aguas cordilleranas navegando hacia la ciudad, apagar la
sed de los sedientos y el hambre a los hambrientos. El conejo blanco salta
entre los espinos, se tropieza con los altos sauces al lado de los canales de
agua, mientras una lluvia de primavera cae desde el cielo de los ángeles a la
tierra de los mortales. El reflejo del sol marcándose en la montaña en rojos
marmolados y en las piernas de un gigante, monstruo imaginario del crepúsculo
anochecido. Sombra que cae somnolienta al valle grande. Florecillas pequeñas
hacen guiños al atardecer, se abren y cierran como un juego de dulces mariposas
irisadas. Callejeras luces caminan al encuentro de la tarde, luminarias
brillantes titilando inconscientes. Los humanos caminan como zombis perdiéndose
en sus casas, cansados de la rutina… Siempre lo mismo.
FÉRREOS SUDARIOS
André Cruchaga
En la rosa abrochada del estío, los férreos
sudarios que nos envuelven:
umbrales con dientes, pálidas espinas,
formas esculpidas en los cofres
de las ventanas, en los puntales
enmohecidos de las sienes,
o en la ebriedad de la piel curtida,
o en las malas lenguas de la Patria con sus
nubes ávidas de oscuridad,
o en los envoltorios del aliento que juegan
a proverbios,
o en el ciego florero que mitifica la flama
andante del polen.
En el diván del silencio solo hay dóciles
hazañas y no respuestas al dolor
de encías y al hedor de encajes y moscas,
a los espejos de tartamudez encorvada. Y a
la palidez irascible del aturdimiento.
Uno los lleva impuestos con todo y las
torpezas de las calles.
Ante el mundo mis manos vacías de siempre y
los sueños en los lugares
comunes donde impera el sopor de las
sepulturas.
Fuera de estos sudarios, solo el disimulo y
el mordisco lascivo de las aceras.
Los ojos siempre resultan extraños para
estas tardías decapitaciones.
A veces hay cansancios a borbotones sin
ningún disimulo.
Ignoro si el delirio o la carcajada, tienen
que ver con los pedacitos de puertas
que cuelgan de la noche y luego se pierden
en los ovarios de los cementerios.
Debajo de la tela o la sábana, los cuencos
de una fea escultura.
Aunque muchos lo nieguen uno vive
arrinconado y entre alambradas:
hay una especie de feria con diferentes
retratos de carnicerías.
Bien por los que nunca fueron
sobrevivientes y jamás sintieron el delirio
de la muerte y jamás vivieron con miedo
sintiéndose azores…
Barataria, 2016
La Luna y el Mar.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Bien, cogí las tijeras, estas tijeras que
tantos dedos han cortado, y de un solo tijeretazo o mejor dicho de una simple
puñalada desbaraté la luna. La luna, rasgada, quedó en el cielo, fracturada,
rota, deshecha, chorreando sangre de luna, una estela de plata que caía sobre
el mar. Las estrellas empezaron a llorar al ver mi execrable acto, una detrás
de otra dejaron de ser azules o blancas para convertirse en puntos rojos y
todas ellas se lanzaron hacia mi en persecución como abejas feroces. Cogí el
insecticida. Apreté el botón del spray sobre las indómitas y rebeldes estrellas
persecutorias y cayeron muertas de frío al suelo. Luego las barrí, no quería
que nada manchara mi hermosa alfombra iraní, sus hermosos arabescos me
incitaban a un respeto sacro a su hilo de lana entretejido. Aburrido tras el
espantoso asesinato me di cuenta de que la luna aún agonizaba en el cielo,
llena de horribles cicatrices y luchando por su vida, lanzando agridulces
destellos de dolor a un cielo negrísimo que la contemplaba sin misericordia, la
arranqué del cielo y la estrujé con fuerza, mi odio era descomunal, no tenía
fondo y en mi insondable aborrecimiento hacia el astro, mi corazón tan negro
como la inmisericorde noche sufría ante su insolente rebeldía. No conseguía
asesinarla, apretaba y apretaba el torturado cuerpo del planeta y su jugo,
blanquísimo, que tenía aspecto de leche de seda, me empapaba las asesinas
manos, no pude resistir más y la introduje en el mar para ahogarla. La
introduje dentro de la caliente marina, el mar de obscuro se volvió luminoso,
claro, le había introducido la bombilla de nácar fluorescente y entonces pude
contemplar el fondo que oculto a mis ojos se desvelaba. Los peces que estaban
dormidos despertaron de pronto y empezaron a protestar, apaga la luz, dijeron a
coro, protestando y gritando histéricos, estaban soñando que eran colibríes y
yo les había devuelto a la realidad de su oficio, ser alevines de arenque. Un
poco avergonzado y temeroso, bueno, mejor dicho, más temeroso que avergonzado,
pues esperaba que de pronto apareciera el escualo furibundo lleno de dientes
erizados y terribles, cogí lo que quedaba de la luna, aplastado y arrugado y lo
encerré en una ostra. Los peces aplaudieron y una estrella de mar, muy roja y
muy lozana se apresuró sobre mi brazo rodeándolo con sus dedos y se quedó en mi
muñeca como una marca indeleble. Saqué el brazo del agua y tenía una magnífica
pulsera, fosforescente y carmesí. Me acordé de la estrellas que muertas y
apagadas yacían en el cubo de la basura y miré por si había alguna viva. Efectivamente,
había diez o doce brillando y no mediocremente por cierto, las encerré en un
tarro de mermelada vacío y las metí en el frigorífico porque no quería que se
quemaran de su propio fuego interior. Ahora ya no se qué hacer con ellas.
Septiembre 5, 2006
SUB NOCTE
F.S.R.Banda
“Fue en ese sentido un crepúsculo que
confundimos con un amanecer.” Nombre propio. Rafael Gumucio
La santa noche se desgrana en sus azules
furiosos, diamantes constelados en un negro terciopelo, falsos cristales
maclados que estallan en delicados fulgores y un coro de falsetes irrisorios y
una música veleidosa de violines escarchados, a lo lejos adentro incrustado un
arabesco de ángeles marchitos envueltos en la bruma de un cielo vacío destella
como falsas estrellas desperdigadas en sus metales desesperados. Es en la
vastedad del nocturno donde se vierte una oscuridad de púrpuras solemnes (como
el poco de mañana que se va definiendo en los últimos estertores de crepúsculo)
y túneles furiosos que habitan las ciegas serpientes que reptan la madrugada en
un oscuro de boca de lobo o de ojos de obsidiana de los dioses de mentira. Nunca
se abrían las cortinas opacas: evitaban las ortogonales negras de los árboles
de invierno, idénticos a lo largo de la avenida, la llovizna puntual del mediodía,
y sobre todo ese gris metálico y unido del cielo, que anunciaba en las islas
lejanas tiempo de ciclón (i). Es como un alba de arenas donde desembocan
todos los ríos posibles y desaguan sus turbulencias de irisados astros
parpadeantes, vidrios de impetradas transparencias, chisporroteos inútiles ante
un sol flamígero que asoma en su solsticio vencido y desgarrado. La noche del
infierno es de hielos púrpuras tachonada de cálidas perlas de misteriosos
orientes y luminosas ágatas con sus ponientes de ocres iridiscentes donde
espejean peces espurios y algas de un tenue conchevino, la copa rebalsa en los
silencios, en la macumba de oscuros dioses encarcelados que beben un brebaje de
semillas de mandrágora y capullos de orugas muertas, y comen un hervido con las
vísceras de un unicornio degollado con un cuchillo de madreperla mientras baila
el hembraje exhibiendo los pálidos mármoles de sus muslos virginales entre
sedas negras y tules transparentes, danzan frenéticas y desvergonzadas por que
allí ya no hay esperanzas. Descendía de la estatua, morbo de sus escaras, la
intolerable amenaza de una muda eternidad de cal, de mondos huesos, de lirondos
huesos dispersos en un desierto de ceniza, de agria leche fósil, bajo un cielo
que negreara de puro sol, sin otro ruido en el espacio que el freír de su luz
(ii). Es en el desborde de amarillos girasoles, en los arcángeles y los
celacantos, en los vidrios biselados de sus ojos, en los cuarzos, en los
suspiros, en el silencio de lentas goteras que dejan las lluvias donde la noche
de las babosas y las aguas malas, de las fieras de cristal sobre la mesita de
centro, se desangra en odios de juguete y alegrías de fanfarrias callejeras.
Amanecen lentos fuegos y demonios espejeantes por el frío portalón de día.
(i) La Simulación. Severo Sarduy, 1982.
(ii) El gran Burundún-Burundá ha muerto.
Jorge Zalamea, 1952.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 224
1 de septiembre de 2016