miércoles, 4 de septiembre de 2013

PARADOXAS Nº 188

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año IX - N° 188

INDICE

RUHE - Hilda Beer
PIEDRA CALIZA - Beatriz Graciela Moyano
NARANJA MADURA - Araminta Solizabet Gálvez García
A JORGE Q.E.P.D. - Ivonne Concha Alarcón
SEÑALES MÍAS - Marosa di Giorgio  


EDITORIAL

“Fue Sarduy uno de los primeros, sino el iniciador, en intentar una teoría del neobarroco. Más, en nombre de impedir la dispersión del concepto, no nos entregó una reflexión teórica sino lo que denominó un esquema operatorio preciso. Dicho esquema propone un conjunto de técnicas para caracterizar al (neo)barroco. El cuadro es sucinto y cabal. Sustitución, proliferación y condensación entre las marcas del artificio; inter e intratextualidad entre las de la parodia. En contra de Eugenio D’Ors y de Alejo Carpentier, Sarduy recusa la tesis que identifica barroco con naturaleza, estado de inocencia adánica, ingenuidad, pulsiones primordiales. Por el contrario, Sarduy insiste en que el barroco es “la apoteosis del artificio, la ironía e irrisión de la naturaleza, la mejor expresión de ese proceso que J. Rousset ha reconocido en la literatura de toda una “edad”: su artificialización. En La simulación (1982), Sarduy va mas allá en su ácida e implacable tesis del barroco natural y panteísta. Revela que la propia naturaleza tiende al artificio. Así, descubre, con argumentos científicos, que el mimetismo animal no es una necesidad biológica sino un “deseo irrefrenable de gasto, de lujo peligroso, de fastuosidad cromática”. Las técnicas del artificio se concretan en las figuras de la retórica – metáfora y metonimia entre las clásicas, palíndromo, anagrama, bustrófedon..., entre los juegos de palabras- y funcionan al modo de los mecanismos del inconsciente definido por Lacán como lenguaje. Mecanismos del (neo)barroco, no son si embargo exclusivos del mismo y pertenecen a diversas corrientes literarias que han hecho y hacen de la experimentación en el lenguaje un principio cardinal. El lenguaje neobarroco empero las privilegia y las convierte en el estrato de ineligibilidad y del flujo verbal: se trata de reiterar los múltiples métodos de creación de metáforas, a la manera de Góngora y Lezama: obliteración, ausencia, abolición, elipsis, expulsión del significante propio y primero del referente. La parodia, y sus dispositivos de inter -cita y collage- e intratextualidad –cifraje y tatuaje- parecen mucho más próximos a la singularidad (neo)barroca. Las citas vienen a veces enunciadas expresamente y en otras integradas sin marcas al flujo verbal. García Márquez es maestro en dichas artes, lo dicen Sarduy y Calabrese. Sarduy recuerda en Cien años de Soledad, una frase tomada directamente de Juan Rulfo, un personaje de Carpentier –El Victor Hugues- de El siglo de las luces, el Rocamadour de Rayuela de Cortázar, Artemio Cruz de la novela homónima de Carlos Fuentes, otro de Vargas Llosa e innumerables citas –personajes, frases contextos- de las propias obras de García Márquez.”

Fragmento algo editado de “El discurso del (neo)barroco latinoamericano: ensayo de interpretación”, de Alejandro Moreano. Vale.
El Editor



RUHE
Hilda Beer

Doblando ropa. Tarea sin problemas filosóficos. Silenciosa. Tranquila. Pero  cada prenda, cada mantel, cada servilleta o cada sábana traen intensos recuerdos. Sábanas rojas, azules, con pequeñas flores al estilo de jardines ingleses. También aparecen como mariposas revoloteando entre las rosas del jardín inalcanzable… tu jardín, tu bosque, amado mío... La virginidad siempre se pierde  sobre sabanas blancas para confirmar la inocencia de la prometida, evitando así el que sea apedreada. La absurda bata blanca para meterse en la bañera  estando en el colegio de monjas. Las hostias  hechas  en la sacristía eran blancas muy blancas. Se colocaban en un cáliz cubierto con servilletas blancas con encajes como filigrana bordados a mano por monjas en el claustro que tenían grandes cuellos almidonados muy blancos. Y el vestido de la primera comunión es blanco, muy blanco. Recuerdo el mío lleno de encajes, largo, casi hubiera bailado de felicidad. No por la comunión, yo no era conciente todavía, sino por lo amplio de la falda, tan ligera, tan liviana, tan superficial, tan inocente yo. Los fantasmas en el cementerio siempre son blancos. Mi hermano mucho antes de que yo naciera se iba a media noche junto con otros amigos  al campo santo y encaramándose en los anchos muros, agitaban  sábanas ululando a todo pulmón, alegres como murciélagos desteñidos para asustar a los vecinos que vivían en las cercanías del cementerio, blanco todo blanco. Los pañales son blancos, blanco es el interior de los sarcófagos, blanca la sabana  para cubrir a un muerto. De blanco nacemos, de blanco morimos Pero descubrí que también hay sábanas rojas, azules, con pequeñas flores al estilo de jardines ingleses. Y se repiten como mariposas revoloteando entre las rosas del jardín inalcanzable, tu jardín, tu bosque, amado mío... donde mi alma se va acercando a ti cubierta con una sabana de sueños, para que tú y yo retocemos en la tierra donde me hiciste florecer.


PIEDRA CALIZA
Beatriz Graciela Moyano

Esculpida en impotencia de avatares y piedra caliza, trotando sin rumbo ni corceles va empapada de lluvia y dura poesía, filtra por la porosidad de su textura arrebatos de renglones caóticos, que sin perdón la señalan en rebeldía. Vara espinosa, cruel, sin memoria la que mide la grieta del sangrado, la misma que bebió del cántaro a su sed, y en un instante, punto inaudible del tiempo, profundizó las fisuras de los años rasgando el fondo con los dientes afilados de recuerdos. Densa materia sobre sus hombros, postales enredadas color olvido en la espesura, plomizo epígrafe de tormenta y diluvio. Un soplo inesperado cada día esfuma la imagen del temor sin credo, los dioses van calmando la frenética alucinación de manos inexistentes. Piedras del camino, escollos de su suerte malgastada, las misma del lecho de los arroyos, las mismas de los acantilados y los ríos transparentes que bajan de las sierras trayendo en su murmullo, un desliz de cantos rodados y el beso perdido de otros tiempos. Un viaje de anhelos, aliento tibio y acordes melodiosos, se vuelven hoy, la disuelven como azúcar de piedra triturada, suspiro mágico de luna llena, tierno pensamiento, solo ilusiones en sortilegio, justo en el vórtice donde confluyen sus bosques y playas amadas, para cumplir el sueño de flor silvestre resistente al fuego arrogante de enero, o soberbia serpiente deslizando colorido tornasol de amarillos rojizos, desplegados a las arenas de amor suspendido entre las ramas de sus ansias.


NARANJA MADURA
Araminta Solizabet Gálvez García

Su redondez amarilla, con abundancia de jugos ocultos en su interior,
pende de la rama que mece el viento.

El sol se le desparrama por su corteza madura en brillos juguetones que incitan mis ganas de morderla, de sacarle los jugos y sabores con dientes y lengua

             de la misma forma que hace unas horas apenas,

                                        con el sol extendido sobre tu cuerpo desnudo

                              y vestido solo con mis ojos,

abrazándote entero con rayos de lujuria en color miel; te deseé y mi boca extrajo jugos de la tuya, mientras las gotas de sudor perlaban tu piel plácida y receptora a mi gula.

                                  El sol competía conmigo en acariciarte.

Él, amante seguro y cálido a inicios de la mañana. Yo serena y elocuente con mis manos artificiosas colmadas de sabiduría, le ganaba territorio conforme pasaban los segundos y me embarraba con su calor mañanero para recorrerte entero y cubrirte de sombras y estremecimientos con mi cuerpo. Entonces nos inyectó una vitalidad nueva y erecta que introdujiste por las grutas gestoras de la vida y el deleite.

Cerré los ojos, y su luz y su calor seguían abrazando mi piel inmersa en el placer, explayada sobre tu cuerpo de dunas firmes y propositivas que apuraban a mi lengua  a recorrerlas para salarse con tu sudor.

                           La naranja se entrega de lleno al medio día del astro coronado en el centro del cielo. Su madurez es tan plena como el bronceado de tu piel que descansa bajo la sombrilla.

Alzo la mano y decido saciar mis ansias y exprimirme el jugo en la boca. Con las uñas desprendo su cáscara y desgajo su redondez cubierta de blancuras. El estrépito de amarillos se me entrega a los ojos, a las manos, a la boca. Uno a uno me introduzco los gajos dejando que los jugos me chorreen de sabrosura.

Mientras duermes a resguardo en la sombra, el poderoso astro y yo te lanzamos sobre el cuerpo discretos y resignados reflejos de luz. 


A JORGE Q.E.P.D.
Ivonne Concha Alarcón

Calla silencio, calla, permite que los ecos de su voz en viaje eterno me penetren el alma, sé que ya él no es, fue, ahora ya solo es una imagen que empieza a ocultarse solapadamente, cada día se escapa más de mi mente y se aferra más a mi memoria, como si quisiera estar y no estar. No se deja tocar, no lo puedo asir, el tiempo de Dios es lineal, él está allá en esa distancia que aunque distante no es cierta. Yo y la realidad acá donde hace un año partió sin visa de regreso. Ahora pertenece donde el reloj no tiene razón de existir, donde los números no giran, no ruedan, no circulan, no avanzan, no son, no es. Vive donde el agua no es necesaria, donde es sin razón de ser, su sed no se apaga, ella no existe. El oxígeno, que importa ya el oxígeno, cuando era necesario no estuvo, ahora que maldito importa, da lo mismo que exista, sea o no sea, él ya no necesita aire-tierra-fuego, ni siquiera le sirve el recuerdo de los que ayer existíamos en su vida. Ahora es feliz, perdió el miedo al silencio, a la partida inminente, a no estar, a no ser, ya pertenece a otra esencia, ni sé cómo se llamará el lugar. Da  lo mismo si ahora  es feliz, no importa si lo puedo tocar, él es todo y nada a la vez... es el amor... la vida... la no vida... naday todo. Calla silencio, calla... mira que triste está otra vez mi día... aún existo aunque no esté y sigo viviendo, buscando la vida... sigo existiendo en mi nonada y en mi todo.


SEÑALES MÍAS (*)
Marosa di Giorgio

Vine a la luz en este florido y espejeante Salto del Uruguay, hace un siglo, o ayer mismo, o mismo ahora, porque a cada instante estoy naciendo. Era por junio y por domingo y a mitad del día. Imagino el rostro pálido de mi madre, y más allá a los campos con la escarcha crecida –como mármol levísimo, lúcido, adecuado sólo para construir estatuas de ángeles– y con las telarañas cargadas de perlas, y las naranjas como bombas de oro, olvidado ya el azaharero origen. Y del campo hablo, porque a él partí, apenas vividos ocho días. La casa de mis abuelos era larga, oscura y baja, y su edad, de cien años, y apropiada sólo para que la morasen fantasmas, o algunas gentes extrañas y hermosísimas, o un animal blanco y poderosamente milagroso. En su torno todas las flores se ceñían y todas las bestias y las sombras todas y los destellos. Yo partí de ella sólo para ir a la escuela; pero, la escuela quedaba apenas más allá y también bajo las flores; borroneó mi caligrafía primera el polvo amarillo de la garganta de las amapolas.
Los seres que vivieron conmigo aquellos años –digo abuelos, padres, tía, prima, hermana, algunos ya muertos, pero, no muertos– se me mostraron siempre silenciosos e irisados. Me amaban entrañablemente y les amé –o les amo– con locura. Y recuerdo también a los animales que colaboraron con nuestras vidas, que abrían cerca de nosotros, sus caras santas, sus ojos bonísimos, y aunque de ellos no resten ni los huesos, segura soy de reencontrarlos alguna vez.
Por aquel entonces, Dios ya me quería, me amó siempre con voracidad. Como yo era una niña, el venía a mí alegremente; jamás se me mostró austero. A veces, hasta se disfrazaba de amapola, se ponía una bonita máscara rosada, o de venado y usaba dominó velludo y color oro. Por entonces, Él me dijo que mi único destino era escribir poemas. Y yo le escuché sencillamente, sintiendo que iba a obedecerle.
En las noches de aquellos días, el rocío paseaba de este a oeste, de sur a norte, sus manadas titilantes, y levantábase el manzano coronado de rosas, y un caballo claro como la nieve, volaba amenazándonos y sólo deslumbrándonos, desde un extremo a otro, de la heredad.
En las noches de aquellos días yo ya concebí la loca idea de que tenía que salir a la aventura, realizar alguna expedición nocturna, a espaldas de mis padres, ir hacia el pueblo, sigilosa, y porque sí; me parecía que debía vestir ropas extrañas y golpear a la puerta de los vecinos, macabramente. Ya había hallado la zona erizada y deliciosa en la que desde entonces habito.
Apenas rozado el umbral de la adolescencia, Dios me quitó el bosque. Y me trajo a la ciudad, que, con todos sus espejos y sus flores, no es el bosque. Mucha gente empezó a deslizarse en mi torno, a indagar en mi rostro; pero inútilmente.
Cumplí los estudios de bachillerato como casi todas las niñas del mundo. Sólo que, muchas veces, una luciérnaga, venida de antes, me calcinó los deberes.
Y después, el teatro; pero, el teatro es otra forma de la Poesía. En 1953, Dios me dijo que echase a volar Poemas; lo que en ellos cuento, y que, a tantos pareció tan raro, es verídico. En 1954, la gracia angélica de Conie-Jean reprodujo aquellos Poemas en esta selecta Lírica; en 1955, logré el más fiel retrato de mi médula, de mi sangre, de mi alma: Humo; cinco de cuyos poemas fueran generosamente reeditados al año siguiente por el poeta Ortiz Saralegui en sus Cuadernos Julio Herrera y Reissing. En 1959, Druida. Druida, porque una de mis raíces es celta.
A todos aquellos seres –de mis huesos y de mi alma– que vivieron conmigo la edad del bosque, recuerdo en este instante, intensamente. No he de nombrarlos a todos; pero, digo a Rosa –mi abuela muerta–, a mis padres Pedro y Clemen y a mi hermana Nidia: Gracias, el umbral de este libro y de todos los libros… Gracias… por todas las cosas.

(*) Prólogo de “Los poemas salvajes”, de Marosa di Giorgio (1932-2004). “Señales mías”, es un texto autobiográfico que Marosa escribió en 1959 para la primera edición de Druida.



Revista PARADOXAS N° 188
1º de Septiembre de 2013