PARADOXAS
REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO
NEOBARROCO
Año
IX - N° 188
INDICE
RUHE - Hilda Beer
PIEDRA CALIZA -
Beatriz Graciela Moyano
NARANJA MADURA -
Araminta Solizabet Gálvez García
A JORGE Q.E.P.D. - Ivonne
Concha Alarcón
SEÑALES MÍAS - Marosa
di Giorgio
EDITORIAL
“Fue Sarduy uno de los primeros,
sino el iniciador, en intentar una teoría del neobarroco. Más, en nombre de
impedir la dispersión del concepto, no nos entregó una reflexión teórica sino
lo que denominó un esquema operatorio preciso. Dicho esquema propone un
conjunto de técnicas para caracterizar al (neo)barroco. El cuadro es sucinto y
cabal. Sustitución, proliferación y condensación entre las marcas del
artificio; inter e intratextualidad entre las de la parodia. En contra de Eugenio
D’Ors y de Alejo Carpentier, Sarduy recusa la tesis que identifica barroco con
naturaleza, estado de inocencia adánica, ingenuidad, pulsiones primordiales.
Por el contrario, Sarduy insiste en que el barroco es “la apoteosis del
artificio, la ironía e irrisión de la naturaleza, la mejor expresión de ese
proceso que J. Rousset ha reconocido en la literatura de toda una “edad”: su
artificialización. En La simulación (1982), Sarduy va mas allá en su ácida e
implacable tesis del barroco natural y panteísta. Revela que la propia
naturaleza tiende al artificio. Así, descubre, con argumentos científicos, que
el mimetismo animal no es una necesidad biológica sino un “deseo irrefrenable
de gasto, de lujo peligroso, de fastuosidad cromática”. Las técnicas del artificio
se concretan en las figuras de la retórica – metáfora y metonimia entre las
clásicas, palíndromo, anagrama, bustrófedon..., entre los juegos de palabras- y
funcionan al modo de los mecanismos del inconsciente definido por Lacán como
lenguaje. Mecanismos del (neo)barroco, no son si embargo exclusivos del mismo y
pertenecen a diversas corrientes literarias que han hecho y hacen de la
experimentación en el lenguaje un principio cardinal. El lenguaje neobarroco
empero las privilegia y las convierte en el estrato de ineligibilidad y del
flujo verbal: se trata de reiterar los múltiples métodos de creación de
metáforas, a la manera de Góngora y Lezama: obliteración, ausencia, abolición,
elipsis, expulsión del significante propio y primero del referente. La parodia,
y sus dispositivos de inter -cita y collage- e intratextualidad –cifraje y
tatuaje- parecen mucho más próximos a la singularidad (neo)barroca. Las citas
vienen a veces enunciadas expresamente y en otras integradas sin marcas al
flujo verbal. García Márquez es maestro en dichas artes, lo dicen Sarduy y
Calabrese. Sarduy recuerda en Cien años de Soledad, una frase tomada
directamente de Juan Rulfo, un personaje de Carpentier –El Victor Hugues- de El
siglo de las luces, el Rocamadour de Rayuela de Cortázar, Artemio Cruz de la
novela homónima de Carlos Fuentes, otro de Vargas Llosa e innumerables citas
–personajes, frases contextos- de las propias obras de García Márquez.”
Fragmento algo editado de “El
discurso del (neo)barroco latinoamericano: ensayo de interpretación”, de
Alejandro Moreano. Vale.
El Editor
RUHE
Hilda Beer
Doblando ropa. Tarea sin
problemas filosóficos. Silenciosa. Tranquila. Pero cada prenda, cada mantel, cada servilleta o
cada sábana traen intensos recuerdos. Sábanas rojas, azules, con pequeñas
flores al estilo de jardines ingleses. También aparecen como mariposas
revoloteando entre las rosas del jardín inalcanzable… tu jardín, tu bosque,
amado mío... La virginidad siempre se pierde
sobre sabanas blancas para confirmar la inocencia de la prometida,
evitando así el que sea apedreada. La absurda bata blanca para meterse en la
bañera estando en el colegio de monjas. Las
hostias hechas en la sacristía eran blancas muy blancas. Se
colocaban en un cáliz cubierto con servilletas blancas con encajes como
filigrana bordados a mano por monjas en el claustro que tenían grandes cuellos almidonados
muy blancos. Y el vestido de la primera comunión es blanco, muy blanco.
Recuerdo el mío lleno de encajes, largo, casi hubiera bailado de felicidad. No
por la comunión, yo no era conciente todavía, sino por lo amplio de la falda,
tan ligera, tan liviana, tan superficial, tan inocente yo. Los fantasmas en el
cementerio siempre son blancos. Mi hermano mucho antes de que yo naciera se iba
a media noche junto con otros amigos al
campo santo y encaramándose en los anchos muros, agitaban sábanas ululando a todo pulmón, alegres como
murciélagos desteñidos para asustar a los vecinos que vivían en las cercanías
del cementerio, blanco todo blanco. Los pañales son blancos, blanco es el
interior de los sarcófagos, blanca la sabana
para cubrir a un muerto. De blanco nacemos, de blanco morimos Pero
descubrí que también hay sábanas rojas, azules, con pequeñas flores al estilo
de jardines ingleses. Y se repiten como mariposas revoloteando entre las rosas
del jardín inalcanzable, tu jardín, tu bosque, amado mío... donde mi alma se va
acercando a ti cubierta con una sabana de sueños, para que tú y yo retocemos en
la tierra donde me hiciste florecer.
PIEDRA CALIZA
Beatriz Graciela
Moyano
Esculpida en impotencia de
avatares y piedra caliza, trotando sin rumbo ni corceles va empapada de lluvia
y dura poesía, filtra por la porosidad de su textura arrebatos de renglones
caóticos, que sin perdón la señalan en rebeldía. Vara espinosa, cruel, sin
memoria la que mide la grieta del sangrado, la misma que bebió del cántaro a su
sed, y en un instante, punto inaudible del tiempo, profundizó las fisuras de
los años rasgando el fondo con los dientes afilados de recuerdos. Densa materia
sobre sus hombros, postales enredadas color olvido en la espesura, plomizo
epígrafe de tormenta y diluvio. Un soplo inesperado cada día esfuma la imagen
del temor sin credo, los dioses van calmando la frenética alucinación de manos
inexistentes. Piedras del camino, escollos de su suerte malgastada, las misma
del lecho de los arroyos, las mismas de los acantilados y los ríos
transparentes que bajan de las sierras trayendo en su murmullo, un desliz de
cantos rodados y el beso perdido de otros tiempos. Un viaje de anhelos, aliento
tibio y acordes melodiosos, se vuelven hoy, la disuelven como azúcar de piedra
triturada, suspiro mágico de luna llena, tierno pensamiento, solo ilusiones en
sortilegio, justo en el vórtice donde confluyen sus bosques y playas amadas,
para cumplir el sueño de flor silvestre resistente al fuego arrogante de enero,
o soberbia serpiente deslizando colorido tornasol de amarillos rojizos,
desplegados a las arenas de amor suspendido entre las ramas de sus ansias.
NARANJA MADURA
Araminta Solizabet
Gálvez García
Su redondez amarilla, con
abundancia de jugos ocultos en su interior,
pende de la rama que mece el viento.
El sol se le desparrama por su
corteza madura en brillos juguetones que incitan mis ganas de morderla, de
sacarle los jugos y sabores con dientes y lengua
de la misma forma que hace unas
horas apenas,
con el
sol extendido sobre tu cuerpo desnudo
y vestido solo
con mis ojos,
abrazándote entero con rayos de
lujuria en color miel; te deseé y mi boca extrajo jugos de la tuya, mientras
las gotas de sudor perlaban tu piel plácida y receptora a mi gula.
El sol
competía conmigo en acariciarte.
Él, amante seguro y cálido a
inicios de la mañana. Yo serena y elocuente con mis manos artificiosas colmadas
de sabiduría, le ganaba territorio conforme pasaban los segundos y me embarraba
con su calor mañanero para recorrerte entero y cubrirte de sombras y
estremecimientos con mi cuerpo. Entonces nos inyectó una vitalidad nueva y
erecta que introdujiste por las grutas gestoras de la vida y el deleite.
Cerré los ojos, y su luz y su
calor seguían abrazando mi piel inmersa en el placer, explayada sobre tu cuerpo
de dunas firmes y propositivas que apuraban a mi lengua a recorrerlas para salarse con tu sudor.
La naranja se
entrega de lleno al medio día del astro coronado en el centro del cielo. Su
madurez es tan plena como el bronceado de tu piel que descansa bajo la
sombrilla.
Alzo la mano y decido saciar mis
ansias y exprimirme el jugo en la boca. Con las uñas desprendo su cáscara y
desgajo su redondez cubierta de blancuras. El estrépito de amarillos se me
entrega a los ojos, a las manos, a la boca. Uno a uno me introduzco los gajos
dejando que los jugos me chorreen de sabrosura.
Mientras duermes a resguardo en
la sombra, el poderoso astro y yo te lanzamos sobre el cuerpo discretos y
resignados reflejos de luz.
A JORGE Q.E.P.D.
Ivonne Concha Alarcón
Calla silencio, calla, permite
que los ecos de su voz en viaje eterno me penetren el alma, sé que ya él no es,
fue, ahora ya solo es una imagen que empieza a ocultarse solapadamente, cada
día se escapa más de mi mente y se aferra más a mi memoria, como si quisiera
estar y no estar. No se deja tocar, no lo puedo asir, el tiempo de Dios es
lineal, él está allá en esa distancia que aunque distante no es cierta. Yo y la
realidad acá donde hace un año partió sin visa de regreso. Ahora pertenece
donde el reloj no tiene razón de existir, donde los números no giran, no
ruedan, no circulan, no avanzan, no son, no es. Vive donde el agua no es
necesaria, donde es sin razón de ser, su sed no se apaga, ella no existe. El
oxígeno, que importa ya el oxígeno, cuando era necesario no estuvo, ahora que
maldito importa, da lo mismo que exista, sea o no sea, él ya no necesita
aire-tierra-fuego, ni siquiera le sirve el recuerdo de los que ayer existíamos
en su vida. Ahora es feliz, perdió el miedo al silencio, a la partida inminente,
a no estar, a no ser, ya pertenece a otra esencia, ni sé cómo se llamará el
lugar. Da lo mismo si ahora es feliz, no importa si lo puedo tocar, él es
todo y nada a la vez... es el amor... la vida... la no vida... naday todo.
Calla silencio, calla... mira que triste está otra vez mi día... aún existo
aunque no esté y sigo viviendo, buscando la vida... sigo existiendo en mi
nonada y en mi todo.
SEÑALES MÍAS (*)
Marosa di Giorgio
Vine a la luz en este florido y
espejeante Salto del Uruguay, hace un siglo, o ayer mismo, o mismo ahora,
porque a cada instante estoy naciendo. Era por junio y por domingo y a mitad
del día. Imagino el rostro pálido de mi madre, y más allá a los campos con la
escarcha crecida –como mármol levísimo, lúcido, adecuado sólo para construir
estatuas de ángeles– y con las telarañas cargadas de perlas, y las naranjas
como bombas de oro, olvidado ya el azaharero origen. Y del campo hablo, porque
a él partí, apenas vividos ocho días. La casa de mis abuelos era larga, oscura
y baja, y su edad, de cien años, y apropiada sólo para que la morasen
fantasmas, o algunas gentes extrañas y hermosísimas, o un animal blanco y
poderosamente milagroso. En su torno todas las flores se ceñían y todas las
bestias y las sombras todas y los destellos. Yo partí de ella sólo para ir a la
escuela; pero, la escuela quedaba apenas más allá y también bajo las flores;
borroneó mi caligrafía primera el polvo amarillo de la garganta de las
amapolas.
Los seres que vivieron conmigo
aquellos años –digo abuelos, padres, tía, prima, hermana, algunos ya muertos,
pero, no muertos– se me mostraron siempre silenciosos e irisados. Me amaban
entrañablemente y les amé –o les amo– con locura. Y recuerdo también a los
animales que colaboraron con nuestras vidas, que abrían cerca de nosotros, sus
caras santas, sus ojos bonísimos, y aunque de ellos no resten ni los huesos,
segura soy de reencontrarlos alguna vez.
Por aquel entonces, Dios ya me
quería, me amó siempre con voracidad. Como yo era una niña, el venía a mí
alegremente; jamás se me mostró austero. A veces, hasta se disfrazaba de
amapola, se ponía una bonita máscara rosada, o de venado y usaba dominó velludo
y color oro. Por entonces, Él me dijo que mi único destino era escribir poemas.
Y yo le escuché sencillamente, sintiendo que iba a obedecerle.
En las noches de aquellos días,
el rocío paseaba de este a oeste, de sur a norte, sus manadas titilantes, y
levantábase el manzano coronado de rosas, y un caballo claro como la nieve,
volaba amenazándonos y sólo deslumbrándonos, desde un extremo a otro, de la
heredad.
En las noches de aquellos días yo
ya concebí la loca idea de que tenía que salir a la aventura, realizar alguna
expedición nocturna, a espaldas de mis padres, ir hacia el pueblo, sigilosa, y
porque sí; me parecía que debía vestir ropas extrañas y golpear a la puerta de
los vecinos, macabramente. Ya había hallado la zona erizada y deliciosa en la
que desde entonces habito.
Apenas rozado el umbral de la
adolescencia, Dios me quitó el bosque. Y me trajo a la ciudad, que, con todos
sus espejos y sus flores, no es el bosque. Mucha gente empezó a deslizarse en
mi torno, a indagar en mi rostro; pero inútilmente.
Cumplí los estudios de
bachillerato como casi todas las niñas del mundo. Sólo que, muchas veces, una
luciérnaga, venida de antes, me calcinó los deberes.
Y después, el teatro; pero, el
teatro es otra forma de la Poesía. En 1953, Dios me dijo que echase a volar
Poemas; lo que en ellos cuento, y que, a tantos pareció tan raro, es verídico.
En 1954, la gracia angélica de Conie-Jean reprodujo aquellos Poemas en esta
selecta Lírica; en 1955, logré el más fiel retrato de mi médula, de mi sangre,
de mi alma: Humo; cinco de cuyos poemas fueran generosamente reeditados al año
siguiente por el poeta Ortiz Saralegui en sus Cuadernos Julio Herrera y
Reissing. En 1959, Druida. Druida, porque una de mis raíces es celta.
A todos aquellos seres –de mis
huesos y de mi alma– que vivieron conmigo la edad del bosque, recuerdo en este
instante, intensamente. No he de nombrarlos a todos; pero, digo a Rosa –mi
abuela muerta–, a mis padres Pedro y Clemen y a mi hermana Nidia: Gracias, el
umbral de este libro y de todos los libros… Gracias… por todas las cosas.
(*) Prólogo de “Los poemas salvajes”, de Marosa di Giorgio (1932-2004).
“Señales mías”, es un texto autobiográfico que Marosa escribió en 1959 para la
primera edición de Druida.
Revista PARADOXAS N° 188
1º de Septiembre de
2013