lunes, 13 de mayo de 2013

PARADOXAS Nº 169


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VIII - N° 169


INDICE

SINSENTIDO - F.S.R.Banda
SOLO SIGNIFICANTES - F.S.R.Banda
ANTIGÜEDADES - F.S.R.Banda
ORBITALES - F.S.R.Banda
MATRICIAL - F.S.R.Banda


EDITORIAL 

«¿Qué se entiende como Neobarroco?, pues en términos prácticos, ésta es una corriente de reivindicación del barroco, época de gran interés para muchos intelectuales, debido a su repercusión cultural y social en América y a la necesidad de crear una ruptura con el barroco europeo. Citando a Irlemar Chiampi, las interpretaciones que hoy reivindican el Barroco en el ámbito europeo se expresan así:
“…pueden, sucintamente, remitirnos a dos posturas ante la modernidad y a la postmodernidad. La primera consiste en reciclar el Barroco —vale decir: sus rasgos formales— para retomar el potencial de renovación y experimentación de las formas artísticas, una vez decretado el ocaso de las vanguardias. Ya para los que ven el espectáculo lúdicro de las formas barrocas como signo de una alteridad (re)emergente ante el colapso de los pensamientos del progreso y los finalismos de la Historia, esos reciclajes son nada más y nada menos que el síntoma de cierto pesimismo que caracteriza la era del “fin de las utopías» en este fin de siglo y de milenio.”
El autor reconoce que el término de “neobarroco” ha sido usado frecuentemente para referirse a los ejercicios verbales de notables autores latinoamericanos como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Severo Sarduy, entre otros. El neobarroco sería, así, una prolongación del arte y las literaturas modernas, una etapa crítica de la modernidad estética, porque según el autor, tal vez nos encontramos frente a un nuevo avatar en la tradición de la ruptura. Porque como bien ya lo escribía, entre los años 1920 y 1950 un grupo de escritores latinoamericanos tuvo como principal preocupación descubrir y consolidar el lugar de América en la historia, su posición como modelo cultural y su identidad.»

Este es un fragmento de “Visión del arte barroco bajo la lupa del neobarroco latinoamericano en la literatura cubana: Ideas, problemas y resistencia.” Escrito por Eder Ignacio Arreola Ponce de la Universidad Nacional Autónoma de México. Vale.

El Editor



SINSENTIDO
F.S.R.Banda

Ya nada tiene sentido, el sol desbaratado contra el muro se reparte entre naranjas y rosales, la luna violentada se deshace en porciones glaciales sobre las piedras y sus musgos. Una romería de monjes transita por una calle sin gente ni árboles ni sombras, un buitre negro ondea la divisa de los vencidos. Diversas astronomías suceden en las noches cambiantes, los astros pierden sus nombres, las constelaciones se dibujan en otros contornos más siniestros, como serpientes bicéfalas u ornitorrincos apuñalados. Una silueta dorada amanece en cualquier octubre y se duerme a mitad de noviembre, sin sentido, arbitraria, altiva, como una madreperla incitante. En esa diversidad abstracta solo las arcillas y las cenizas poseen un sentido que las justifica en los finales de la erosión o del fuego. El verbo socava los vértices de los poliedros de la duda, corroe las cloacas, abunda en silogismos y entuertos, desgrana las silabas en un sagrado hermetismo transparente como cuentas de un rosario de cristal de roca. Las pesadillas discrepan con la realidad percudida por la humedad de una bruma marina que se extiende por las llanuras tierra adentro hasta los albores de los abismos. Nada tiene sentido, las gaviotas planean sobre los bosques, los alacranes atacan los panales, los náufragos caminan sobre las aguas, sorprendidos e ilusorios. Los albatros petrificados contra el cielo gris pierden el significado del vuelo y se estrellan contra los oleajes, las espumas, los roqueríos. Un extenso río de peces azules inunda los manglares, desborda su cauce con sus aguas azules de peces, arrastrando los inquietos cangrejos de yeso y los lentos caimanes dormidos. Sin sentido, los rostros de las estatuas se disuelven con las lluvias amarillas mientras las palomas les comen los ojos para que los gorriones aniden en sus cuencas vacías. No hay referencias ni bibliografías, los palimpsestos y los códices se vuelven indescifrables, los símbolos se convierten en glifos borrosos. Una caverna secreta guarda escrita con hematita la única fábula que persistirá en la memoria del imperio; aquella de la rana y el escorpión. Ya nada tiene sentido, ni el canto alrededor de las hogueras, ni el candor de las santerías, ni la búsqueda del paraíso. Hacia el atardecer de las pasionarias y los geranios los bronces de los candelabros se van quemando a continuación de los cirios con una llama verdiazul y un perfume de inciensos orientales. En las tibias madrugadas de dos noches paralelas un arácnido pervertido busca de saciarse en si mismo. El Universo sin sentido titubea un instante y se deflagra en un barroquísimo destello final.


SOLO SIGNIFICANTES
F.S.R.Banda

Los vestigios de la tarde zozobran entumecidos de los vientos tremolantes de eucaliptos y palmeras extraviadas. Una fila de hormigas soporta atareada el vaivén del único universo posible de entre todos los multiversos probables. Los astylus se extinguen hasta la próxima primavera arrastrando hacia un cíclico Gólgota la misma cruz de Anjou que detentó el escudo de la dinastía del extinto rey de Polonia. Los guijarros del río de las Piedras se tornan cuarzos y turmalinas para escaquear las orillas donde las ranas y los cangrejos jueguen su axedrez nocturno escondidos de la blancura mortal de las garzas. Un arcoíris de metales iridiscentes abre un portal en mitad del cielo dividiéndolo en dos gajos especulares cada uno con sus nubes y sus pájaros. Siniestras topologías con sus juegos incomprensibles de rotaciones, traslaciones o reflexiones destuercen los girasoles, los zarcillos de los clarines y los negros élitros de un arcángel contumaz. Larvas de mariposas de la col abusando de tautologías que hacen verdadera cualquier interpretación escriben en sánscrito las cuatro nobles verdades en la corteza de un ginkgo. Las lombrices resecas, los pontones mecidos por las olas muertas de todos los puertos, la sombra imposible del alicanto deslizándose sobre un campo de amapolas ocupadas en sus opios y sus rojos. Suceden albas y torrentes, rizomas, cuencos de bronce, alfiles y oropeles, sin monótonos zumbidos de abejas ni rugidos de leones extraviados un extenso marasmo de tierras baldías finalmente amanece. Abundan cobres y bronces con el musgo mineral del verdín marcando los soles antiguos que rozaron sus brillos perdidos. Después de medianoche las calles empedradas de humedecen con las lluvias de los inviernos de sus canteras rebalsando las alcantarillas y jugando a ser alegres riachuelos hasta que se abre la primera puerta madrugadora. La secta de los escanciadores se reúne cada quinientos años en la caverna donde las ágatas duermen narcotizadas por polvo de obsidiana. Las geodas guardan el aire de los magmas de sus cuarzos, las reminiscencias de batolitos frustrados, las lagrimas que buscan los travertinos en los bordes azufrados de las fuentes termales. Un arco de fuegos de San Telmo relumbra en lontananza iluminando los escollos, negras rosas a flor de agua, y los mástiles inclinados en muerte de las naos hundidas. Una grieta imperceptible en la arista del muro de la catedral avisa a los creyentes que por lo menos ahí en esa esquina el Omnipotente aun no es llegado.


ANTIGÜEDADES
F.S.R.Banda

Es en los mármoles y las porcelanas, en sus brillos dormidos y sus letargos inmóviles sobre los plintos o en el aire estanco de las vitrinas donde se condensan con crueldad las virutas de los tiempos pasados. Van tomando esa dejadez que asume lo decadente cuando en su última fase el azufre del olvido ya comienza a difuminar las formas, los relieves, y la patina del abolengo se cuartea en una cuadricula de minúsculas miserias y pequeños desconches. El hierro en eso es más humilde, sus vanidades están limitadas a la primera flor rojo azumagado que brota en alguna oquedad creada por el artista o en un poro abierto en la fundición, de ahí en más sus herrumbres los descuajan en un avance continuo, devastador, tornando en ocres y rojizos limoníticos la sedosa superficie gris grafito de un cuenco medieval o de un brioso caballo encabritado. Pero hay ciertas pátinas estables de color verdoso en los cobres antiguos que le dan una distinción inequívoca, similar a la mustia elegancia del verde pálido de los bronces viejos, como si pertenecieran a un linaje de objetos inmortales. Las maderas que sobreviven a los xilófagos poseen en sus contrachapados y taraceados, en sus teñidos y barnices, en sus veteados con las lejanas tonalidades del tronco original, la continuidad de los años de uso cotidiano marcada en los bordes romos, en el lustre apagado de los herrajes y en esa intima pulcritud de mueble atemporal. La cristalería, delicadas sílices imperecederas, guarda en sus transparencias y en sus brillantes colores metálicos el secreto de una frágil perpetuidad, sujeta siempre a la brusca torpeza, a la violenta rabieta o al súbito azar sísmico. Todas las cosas envejecen con sus propios ritmos y quebrantos, algunas se difuminan de la burda realidad sin llamar la atención ni molestar en sus estropicios, otras persisten en un por aquí y por allá, deambulando por cariño dubitativo hasta encontrar su tumba definitiva en el oscuro silencio de un cuarto de tratos inservibles, como macetero de hierba menta, o participando apáticas como un gato anciano en un alegre juego de niños. Y las hay que permanecen estoicas detrás de un cristal por generaciones, abusando de una antigüedad real o supuesta, esperando por meses que alguien las observe aunque sea por un instante con amor de anticuario y justifique su insoportable perdurabilidad. En los parques y las plazas se diría que sus altos pedestales salvan a las estatuas de las corrosiones del descampado, nadie alcanza a percibir las trizaduras o la corrosión, solo se perciben las albas nevazones de las palomas que las van carcomiendo allá en las alturas con la lenta voracidad de un musgo enmascarado. Es que el tiempo es veleidoso con los objetos que no participan de sus rutinas transitorias y que no respetan su draconiano ciclo mortal.


ORBITALES
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A ras de tierra, a flor de agua, por el filo hacia abajo en la escombrera, entre el mosquerío y la podredumbre del pantano, frutos tumefactos de mandrágora, semillas con sus embriones muertos de salazón, lagartos inflamados, derrumbes y destrucciones que llevan al molo semihundido donde las espumas de infinitos oleajes repasan una y otra vez las algas de verdes encendidos. Más allá los tetrápodos del rompeolas soportando la mar brava, los gaviones incrustados en borde del río acanalando el torrente de las turbias aguas de los primeros deshielos. El sabor de la azúcar quemada vaga por el cañaveral como un ron primitivo, aborigen, y se queda como un relente en la densidad de las raíces embriagadas. Recovecos donde anidan los albatros, albos relámpagos planeando sobre los azules remansos oceánicos. El humo azul del tabaco dispersándose en el aire fresco de la tarde de ocios desvergonzados. Un jardín florecido de desencantos de rojos muy intensos, de siemprevivas doradas y plateadas madreselvas escondidas, caléndulas y muérdagos, enebros y albahacas, hierbabuenas y pasionarias con su corona, sus clavos y sus martillos infames. La escollera enfrentada a los ecos espumosos de los oleajes de lejanas tormentas, al plancton extravagante extraviado de sus confines por invisibles corrientes submarinas. El corral de minotauros y unicornios, la jaula de los fénix y los alicantos, el acuario de lentos y ampulosos celacantos anaranjados. Un cielo de nubes de altos algodones coronando los límpidos azules andinos, las verdes selvas taínas, los salares, los desiertos y los antiguos dioses sangrientos. Las burbujas iridiscentes, perfectos esféricos tenues batiscafos de mar verde mar, sus misteriosas interferencias y reflexiones confluyendo vertiginosas a la brevísima hecatombe de un silencioso estallido ante los ojitos sonrientes de la Pili. El embeleso de las hélices, el embrujo del giro helicoidal, el encandilamiento de los heliotropos mirando el sol con el mismo afán de los girasoles. Balandros de cabotaje en el sesgo de bahías y caletas en concavidades planares de negros roqueríos y arenas amarillas. Los enigmas de las improntas de las sórdidas cloacas con sus aguas negras, sus fangos borboteando enjugados entre la incertidumbre malsana de los coliformes y el sortilegio de los espejos de obsdiana. La música de un organillo en la molienda del organillero en la esquina equivocada en la víspera del viaje. Todo tiende a un centro final, vórtice y vértice, los últimos ojos en que veremos reflejados nuestros ojos antes del último zarpe.


MATRICIAL
F.S.R.Banda

Alguien pontifica desde el borde/orilla/limite, se fantasmiza y surge vertiente, repite eco la voz profana inicial de Lezama Lima, el verbo sagrado real-maravilloso de Carpentier, paradisos y reynos, cumbres orogénicas, mistagogos, cubanos arcangélicos allí en el malecón en la nocturnidad de las siluetas entre la bruma marina esperando la madrugada de cardúmenes y aves migrando hacia ellos. Y es también la voz diciendo sándalo en la penumbra de cristal, un buddha de ámbar a la sombra del jacarandá, el hexámetro, la runa, ese anhelar de volver a ser arena, o las voces de las alturas telúricas que desembocan en el mar de la ágatas, y del castaño del patio y los almendros de la lluvia y el tren bananero de los muertos. Ecos, plagios, reescrituras buscando, explorando, experimentando, desollando las piedras de las patrias contraconquistadas. Alguien fragmentado y disperso vaga por las calles de un París oscuro bajo la lluvia, por las orillas del Buenos Aires de casas bajas allá por el Maldonado, por el Malecón de La Habana con las olas rompiendo a lo largo del espigón contra las piedras inmóviles, por ciertas ruinas calcinadas en la Ciudad del Cabo del Haití de un rey muerto. Busca la voz escrita en los cauces de los retorcidos meandros, en los incendios y los gritos de las revoluciones destrozadas por la misma raza que las inició, en las bahías de aguas tibias plagadas de medusas azules, en la altas nieves de una cordillera inalcanzable y lejana donde están las tumbas vacías de los próceres sin entorchados ni medallas de humillante bisutería, busca en las tupidas selvas ahítas del vuelo chillón de los guacamayos multicolores, en los espejos de las charcas donde las florecen los ojos de las grandes anacondas, en la voz perdida y recuperada, en la estética del exceso, del mal gusto buscado y rebuscado, del artificio y la inútil complicación del verbo, de la sobreadjetivación hasta el rebalse y el derrame. Busca la visión del esplendor perdido de su antiguo Nuevo Mundo, los fermentos de Góngora, las semillas ilusorias, la honda raíz embebida en las sangres arrasadas. Alguien escribe en las arenas acumuladas por los océanos de las carabelas y las canoas, en los muros traslapados de templos/catedrales, en los códices quemados por miserables monjes equivocados, en un oro refundido que fue dios sangriento y luego custodia del cuerpo y sangre del cordero, en los palimpsestos escondidos de las bestias de los dictadores que vinieron, escribe y escribe, escribe con tintas de todos los colores para ser retumbo de todas esas voces fusionadas.






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