lunes, 13 de mayo de 2013

PARADOXAS Nº 165 Vol.III


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VII - N° 165 Volumen III


INDICE

DE TUS VETUSTAS E INCIERTAS GEOGRAFIAS - F.S.R.Banda
CAMAFEO DE MUJER DORMIDA - F.S.R.Banda
CADENCIA DE AMANTES MADUROS - F.S.R.Banda


EDITORIAL

“Sabio no es el hombre que inventó la primera bomba atómica. Sabio es el niño que inventó la primera lagartija.”
“Se dice que en la cabeza de los poetas  hay un tornillo a menos. Siendo que lo más justo sería decir que tienen un tornillo cambiado en vez de uno de menos. Ese cambio de tornillos provoca en los poetas una cierta disfunción lírica. Nombraré algunos de sus síntomas:
1.Aceptación de la inercia para dar movimiento a las palabras.
2.Vocación para explorar los misterios irracionales.
3.Percepción de contigüidades anómalas entre verbos y sustantivos.
4.Gustar de hacer casamientos incestuosos entre palabras.
5. Amor por los seres desimportantes tanto como por las cosas desimportantes.
6. Manía de dar formato de canto a las asperezas de una piedra.
7. Manía de comparecer a los propios desencuentros.”
”Solo los poetas pueden salvar el idioma de la esclerosis. Además los poetas tienen la obligación de predicar la práctica de la infancia entre los hombres. Si es para darse un gusto poético, viene bien pervertir el lenguaje. No bastan las licencias poéticas, hay que ir hasta el libertinaje. Debemos pillastrear el idioma para que no se muera de aburrimiento. Subvertir la sintaxis hasta la castidad. Esto quiere decir, hasta conseguir un texto casto. Un texto virgen que el tiempo y el hombre no hayan mancillado. Nuestro paladar de leer está entediado, es necesario proponer nuevos enlaces para las palabras, inyectar insanidad en los verbos para que transmitan a los hombres sus delirios”.

Así lo dijo y lo escribió en alguna parte Manoel de Barros (i), poeta pantanero, poeta Brasil, poeta de las descosas y de los desencuentros, poeta de las palabras inconexas que aclaran locuras, sensateces absurdas (ii). Vale.

El Editor


Notas.-
(i) Manoel Wenceslau Leite de Barros nasceu em Cuiabá (Mato Grosso) no Beco da Marinha, beira do Rio Cuiabá, em 19 de dezembro de 1916, filho de João Venceslau Barros, capataz com influência naquela região. Mudou-se para Corumbá (MS), onde se fixou de tal forma que chegou a ser considerado corumbaense. Atualmente mora em Campo Grande (MS). É advogado, fazendeiro e poeta.
(ii) Manuel Noriega. http://literalocura.blogspot.com/



DE TUS VETUSTAS E INCIERTAS GEOGRAFIAS

Para la Maga, soberana.

Te me pierdes, te me ocultas en los rincones de las horas, en las vehemencias de ígneos batolitos, entre geografías hirsutas e inciertas, mas allá del pasado congelado, mas acá del futuro, casi de cara al día, pero secreta, inaccesible, muda a los albores de las entumidas madrugadas, quieta a las enrojecidas declinaciones solares, al viento arrachado y al sopor de la mediatarde. Te me ausentas, te me escapas, te me fugas por los intersticios que deja la lluvia en los vetustos ladrillos de un muro sin ventanales ni puertas. Abundas en silencios brumosos, en soledades escarchadas, en vigencias sin luna, abundas en tus vísperas sin geranios ni almendros florecidos. Limitas al norte con una oscura certidumbre, habitas, naufragas, desapareces de ti, de mi estropicio de canto que no te llega ni toca ni seduce, muerto entre tus dedos en el afán de alcanzar a verte a la vuelta de una esquina o en los espejos rotos. Fantasma y atisbo de musgo en los rincones donde el invierno pervive escondido, como tú, de la abrumadora primavera. Te me disuelves en una ceremonia de altos jazmines, y así disuelta te me esparces entregada a tus rondas de niña, a la delicadeza de una calle honda hacia lejos, te me disgregas entre las piedras lavadas por la neblina persistente de los tangos aprendidos de memoria mientras te espero. Te esperaba ayer desde anteayer, sumergido, como tú, en la insistencia de tu barrio, de tu casa antigua donde florecían los mismos geranios y los mismos almendros. Te me encierras en castillos de arena, de naipes, de sillar canteado, alzas tu arrogancia de vestal intocable, te me haces inexpugnable y laberíntica, te me escabulles por las junglas y las estepas, adormecida. Cavilas, divagas, poetizas sobre témpanos, sobre arenales calcáreos, sobre catacumbas, tocas las cosas para que se me desaparezcan, como tú, de la mesa, los tejados y los altares. Acometes el suicidio del otoño con tus manos llenas de desahuciado polen amarillo, elaborando un martirologio de hojas secas y ramitas quebradas como si fuera una penitencia de insectos invernando. Te me extravías buscando sur donde yo no esté cavando túneles en tu corazón de turquesa, ni cultivando para ti rosadas clavelinas en el desaparecido jardín de mi madre, ni seduciendo en sueños tu boca con tímidos besos incautados. Bruñes los bronces que encierran los azogues que te me reflejan en ausencia, engarzas perlas negras, rubíes sangre de paloma, y diamantes rojos para tu invisible corona de reina imposible en mi reino de tristes metales. Inalcanzable, te me vas yendo siempre hacia los lejanos horizontes de zarzamoras de mi infancia. Vale. 


NADA

El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
“Los sollozos”, Marceline Desbordes-Valmore.

Alguien busca tus ojos por la calles de una ciudad invisible, por los callejones de bandidos y mendigos, por las callejuelas de meretrices y de santas vírgenes ingenuas. Alguien busca tus palabras escondidas, tu verbo apagado, aprisionado en un silencio de tumba o de pirámide, mientras te vas diluyendo, disolviendo, difuminando entre las lluvias y los ocasos. Ya no cruzas en las esquinas de tus rutinarios viajes por el día, ni estas en los parques donde los aromos, que ya no pueden eludir sus amarillos principescos, han esparcido en su entorno su finísima granalla dorada para atrapar las huellas de tus pasos, los vestigios de tu sombra, para capturar el vaho de tierna soledad que vas dejando con tu murmullo de ninfa ausente e inalcanzable. Ya no habitas los parajes nocturnos de las orillas de los ríos y sus afluentes, los acantilados de la isla donde tus demonios tascaban el freno de tus pasiones, la carne y la sangre que ardían en ti en un fuego siempre inconsumado. Las hormigas aun invernan en sus laberintos subterráneos a la espera del estremecimiento de tu cuerpo ante la cercanía de la revelación. Nada. Solo una dulce soledad que intenta mimetizarse con los estertores de las escarchas. Solo la dulce paz de las pupas de los escarabajos aguardando en la presunción de un remoto estío. Apenas la dulce calma de los panales escuchando el rumor de la cercana primavera. En un alejado escaño del parque tu delicado fantasma, única mujer entre los poetas malditos, escribe y describe su existencia mezquina y sus muchas desdichas con una poesía oscura y depresiva, sin complacencias estéticas. Tus odios semillan los crepúsculos y las madrugadas, los perros aúllan las lunas que palidecen tu piel, su misterio y su secreto. Tus manos van descascarando los altos muros de un castillo encantado, van atrapando las espumas de las mareas en pleno plenilunio, se quedan aferradas a la última tibieza que tocaron, sin caricia, sin roce, sin cariño. Eras la del cabello largo, niña sola entre los niños riendo al lado del agua. Se te ve triste, como congelada ante un abismo, con la mirada mas allá del aquí y el ahora. La melancolía invade tu alma y la arrastra hacia las frías lluvias de este invierno. Las lluvias, las neblinas, las garúas, los atardeceres en sus rojos intensos, el mar nocturno, esas cosas que horadan tu alma y te dejan ese sabor de soledad inevitable. Hay en tu vida intensidades como oleajes que van y vienen arrastrando tus sentimientos, tus soledades, tus deseos y tus instintos, y todo eso llega como los restos de los naufragios a la larga playa de arenas doradas donde tu eres una niña solitaria buscando caracolas, descubriendo las piedras de colores, explorando entre las algas que se mecen por el mismo oleaje que te llevo hasta allí. Nadie sabe a ciencia cierta, con debida certeza, donde se va tu voz cuando te silencias, cuando tus palabras se vuelan como mariposas asustadas, cuando tu cuerpo de niña habita otros rincones donde mis manos no te tocan. Nadie sabe porque lloras. Alguien no soporta tu silencio.


CAMAFEO DE MUJER DORMIDA

Buscas en el río la plenitud de la palabra, el silencio de los cactus, la risa susurrante de las quilas, desatas el verbo y untas de color los paisajes que pisas dejando un reguero de huellas inconstantes, de vestigios de exploraciones impúdicas, de piedras canteadas y pájaros asustados. Anidas en el oscuro, sufriente y virginal, elevas el humo de tus fuegos a lo largo de los senderos tortuosos de los bosques de espinos y litres y arrayanes por las orillas del arenal del río de largas aguas cordilleranas. Refractas la luz impostada de los amaneceres, reflejas las rojizas luminosidades de los ocasos, absorbes el oscuro terciopelo nocturno, estrellado y lunar. Despiertas, caminas, duermes, usas una copa, una cuchara, una puerta, lees un libro, escribes un verso, lloras, tocas las cosas cotidianas buscando un sentido, un fin, una pequeña certidumbre para entrar en el sueño. Cuentas las florcitas de los pastos de los parques, las flores de los aromos amarillos de esperarte, las gotas de rocío en las hojas de los rosales. Rememoras la lluvias de lo que va del invierno, sus charcos, los grises nublados que cruzaron el cielo con aguaceros y ventoleras. Te sumerges bajo las escarchas, te difuminas en las garúas, gélida, húmeda, asiluetada. Irrumpes en escorzos en la plenitud de tus encantos, dejas tus ojos varados en el horizonte de totorales, deslizas tus manos de princesa imaginaria por las sedas y las perlas que te traen tus amantes corsarios. Hurgas en el jardín y en las macetas buscando las semillas dormidas, las pupas subterráneas de las avispas, el opio de las arcillas. Esparces tu serena arrogancia de bella durmiente en los murmullos del desvelo de cierto macho viejo que detenta la solemnidad del eterno destierro de tus soberanos territorios. Inventas insectos imposibles, imaginas palomas enjauladas, creas lobos, vestiglos y endriagos, haces como que existen parajes donde abundan las garzas de cuarzo y las libélulas de amatista, y vas dibujando el bestiario de tu río y sus sagrados pajonales. Destilas el licor de tu carne temblorosa, el néctar de tus ternuras, el vino rojo de todas tus vendimias para calmar la sed de las ausencias. Acudes a antiguas magias sáficas, a delicadas hechicerías, a dulces y secretos encantamientos, para develar los áureos anillos del destino y verte a ti misma en el espejo, siempre ida y pensativa, siempre humedecida y desnuda ante tus deseos y tristezas. Intuyes que cuando llueve las lombrices salen a trazar los mapas de tu desasosiego en las gredas del patio. Vale.


CADENCIA DE AMANTES MADUROS

Cómo hablar del amor y de los que se aman sin parecer cursi?. Luis Castellanos (i)

El roce de una piel entristecida, cadencias. Arpegios desolados de una música antigua, perdida. Trémulas caricias, ritmos y estremecimientos de una sinfonía secreta. La intimidad, la cercanía, el sosiego de una tarde. La sensualidad de una respiración tan cerca que quema el incienso del aliento. Que arde en los poros abiertos, en las cicatrices, en el boato de la noche que se viene. Soñadores negados, sacrílegos. Vértice, convergencia, simbiosis. Vórtice donde las manos asumen las turbulencias del deseo. Sima. Faro, túmulo, campanario, minarete donde el muecín llama a profanas oraciones. Cima. Piel contra piel ensimismadas en una disonancia compartida. Bocas en sus hambres arcaicas, en la sed de besos, de mordiscos, de lenguas trabadas en un juego de salivas, dientes salvajes rebuscándose, encendidos. Un lecho que es finas arenas, mullidas gramas, suaves sedas de celestinas mariposas. Los cuerpos en arcos y tensiones, reptando por un calido desierto de suaves dunas de sedas. El contacto de una piel entumecida, cadencias. Un obituario con rostro de doncella triste, con ojos turbios de mancebo de mirada lasciva. Las exequias, las mascaras funerarias, los cálices y el aroma del sudor que perlaba una frente, perfumes vagabundos sumergidos en el vaho de una ávida profanación. Flores aprisionadas en un libro como una mariposa cristalizada sin memoria ni vuelo. El tacto de una piel estremecida, cadencias. Alta cúpula con amaneceres y crepúsculos donde las gaviotas y los albatros juegan una voluptuosa danza babilónica. Penumbras de tragacanto, densidad, espesura, consistencia de cuerpos embebidos en sus propios licores, brebajes orgiásticos destilados de hondas ternuras. Vendimia clandestina de oros y cristales. Blasfemos, apostatas envilecidos. Laberinto de impúdicas lombrices, doradas simientes retorcidas, coloides cuajados, dulzuras de una tarde con el sol detrás de los cortinajes en un atardecer de azafrán y magnolios. Territorios demarcados en mullida alfombra, copas vacías, almohadones, dulces silencios impuestos por un dedo en los labios. Desconciertos. Vértigos de acantilados, continuos fragmentos de un éxtasis inefable, osarios florecidos por las aguas salobres de la breve castidad sometida. Afanes. Mordidas estridencias, susurros. Incautaciones. La intensa percepción del espanto del dolor de la pérdida. Astrágalos, rotulas e isquios, xifoides, hioides y vómeres, metacarpianos, nudos o mástiles, soterrados trebejos de un axedrez de un solo escaque. Veneraciones. Serena permanencia de una cauta tibieza. Herejes, excomulgados perjuros. Sátiro impaciente y altanera meretriz, amantes furiosos ante el vitriolo de la oscura mancebía y el desolado concubinato. Denso y lento frote de piel sobre piel en la sagrada cadencia nocturna. Habitantes indolentes de aquel ardiente y cotidiano paraíso. Vale.




Revista PARADOXAS N° 165– Volumen III
16 de Septiembre de 2011

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