lunes, 13 de mayo de 2013

PARADOXAS Nº 163


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VII - N° 163

INDICE

INVERNAL SUCINTO – F.S.R.Banda
DESCONSTRUCCION DE LA MEMORIA – F.S.R.Banda
CIENOS DE AMAPOLAS – F.S.R.Banda


EDITORIAL

Recomendación; leer a Coral Bracho. Poeta mexicana. Nació en la ciudad de México en 1951. Su poesía vincula el plano de la metáfora con la transfiguración erótica y para ello se sirve del tránsito y la mezcla de los reinos mineral, vegetal, animal y humano. El poeta Néstor Perlongher, en su antología Caribe transplatino, cita a Coral Bracho como uno de los ejemplos de poesía neobarroca latinoamericana.
Se ha dicho de ella:
“Durante muchos años, al leer casi por descuido un poema de Coral Bracho, me surgía la duda con respecto a la posibilidad de que nuestra autora no tuviese nada (o tuviera muy poco) que decir. El gusto por la palabra brillante, por un barroquismo casi de "dictado automático", me dejaba frío, al punto de que en este momento no recuerdo ninguno de aquellos viejos poemas. Eran los tiempos del neobarroso, de los poemas de "Historia" de David Huerta (bello libro), de la antología "Medusario", etc. Ahora leyendo, este poema, como que empiezo a extrañar los rizomas, las matrices, los vectores, las entrepiernas de patchouli, los destellos y las gárgolas de hace veinte años; el mismo vacío, pero menos insustancial, o un poco más divertido.”
“Y en efecto, su poesía es una búsqueda del color original de la palabra que el pensamiento racional, que mira en blanco y negro, le ha quitado. Amena, con sonoridad fluida e imagen clara, la poesía de Coral Bracho nos regresa a la densidad de la palabra.”
“La mexicana Coral Bracho escribe acerca de lo que sucede en los intersticios y el subsuelo, y no acerca de temas políticos actuales.”
“Es rizomática en vez de arbórea. Su poesía se mueve microscópicamente y bajo la tierra, devela en múltiples direcciones, sin embargo permanece sin raíces. El agua aparece, eructa, en orden de borrar, re-escribir, y entonces volverse a borrar: un palimpsesto. Un palimpsesto basado en la variedad lingüística, libertad rizomática, la aventura subterránea, la búsqueda de la poesía microscópica y verdaderamente acuática, un festival de cuestiones y materiales resbalosos. Ella prescinde de la puntuación muchas veces para incrementar la humedad de la realidad resbalosa, sexualidad que no está congelada o cristalizada, pero es un receptáculo de formas que siempre cambian. Ovidiana en naturaleza. El líquido es seminal y alegre, fluye en los contornos de la página, y el cuerpo femenino. Fusiona y desaparece. El poema, por supuesto, es todo lo que queda: una densidad de fluidos, una linearidad del rizoma.”

Y he aquí uno de sus poemas:

De sus ojos ornados de arenas vítreas
Coral Bracho

Desde la exhalación de estos peces de mármol;
desde la suavidad sedosa
de sus cantos,
de sus ojos ornados
de arenas vítreas,
la quietud de los templos y los jardines
(en sus sombras de acanto, en las piedras
que tocan y reblandecen)
han abierto sus lechos,
han fundado sus cauces
bajo las hojas tibias de los almendros.
Dicen del tacto
de sus destellos,
de los juegos tranquilos que deslizan al borde,
a la orilla lenta de los ocasos.
De sus labios de hielo.
Ojos de piedras finas.
De la espuma que arrojan, del aroma que vierten
(En los atrios: las velas, los amarantos.)
sobre el ara lebísima de las siembras.
(Desde el templo:
el perfume de las espigas,
las escamas,
los ciervos. Dicen de sus reflejos.)
En las noches,
el mármol frágil de su silencio,
el preciado tatuaje, los trazos limpios
(han ahogado la luz
a la orilla; en la arena)
sobre la imagen tersa,
sobre la ofrenda inmóvil
de las praderas.

Nada más que decir. Vale.

El Editor



ABSURDAS CONSPIRACIONES
 F.S.R.Banda

Fueron los caracoles embrujados los que tañeron la cítara del patriarca copto de Alejandría. Aquella citará de madera de olivo de Jerusalém y veintiocho cuerdas de plata en la que Antón Karas compuso e interpretó el tema de El tercer hombre, una de las composiciones escritas originalmente para cítara más famosas de todos los tiempos. Entorchados carnavalescos, hégiras, diásporas, éxodos. Un rosario de madreperla desgastado por las manos trémulas de un cardenal desahuciado. El funeral de Nepento, lúgubre marcha de siniestros tránsfugas por las callejuelas inmundas y malolientes de Mumbai. Siguen la cureña una hilera de fantasmas traposos entre los que se distinguen el tricornio verdeamárelo del Marquês de Sardas, las alas desplumadas del Arcángel Nonato, los cuernos despuntados del Fauno del Entramado, el sombrero jipijapa del Conde del Medioevo, y el yelmo abollado del Caballero Templario, sombras, meros reflejos de sus glorias, asaltos y seducciones. Un jurungadero de prostitutas al benjuí y chulos colorinches va en tumulto y jolgorio detrás de las oscuras y dolientes siluetas. Remata la fila un patético payaso enano vestido de Emperador de Cathay. En lontananza se yergue una estatua tan alta que el rostro siempre esta oculto por el polvo rojo del siroco, y nadie sabe si es una loba, una virgen, una joven inocente, una mujer con su orquídea expuesta, la ninfa del secreto jaguar, una madre paciente y ansiosa o la hembra de las mil facetas, todas en celo y dispuestas para el Gran Embaucador. La balalaika del Zhivago que Maurice Jarre dibujo sobre una nieve eterna en el recuerdo de un cabello azabache como ala de cuervo y una boca que no fue y unos ojos que quizás no existieron más que en la soledad declarada de un hombre que no se atrevió. Caracoles azules de babas magenta, lirios amarillos, turquesas desvaídas de un cyan casi transparente. Limaduras de especularita en los parpados sagrados de la diosa incesante. Paramos. La eternidad atrapada en una antigua botella de vidrio amatista como un herbario de mandrágoras, de albahacas, de euphorbias y de cilantros. Alguien huye para siempre sin saber de qué por las oscuras cloacas de Berlín. Alguien sueña con dolor infinito una Lara perdida en las calles de Moscú. Alguien se queda hasta el fin de los tiempos detenido en Santiago (ensangrentada) de Nueva Extremadura, en un internado de estudiantes regido por silenciosas monjas con una sala muy alta donde ella vivía esa precisa primavera. Las hermosas cápsulas marrón barnizado del Castaño de Indias. Vale.

Referencias musicales:
Banda sonora de “El tercer hombre”, Anton Karas, 1949.
Tema de Lara. Maurice Jarre, 1965.
Yo pisaré las calles nuevamente. Pablo Milanés, 1974.


INVERNAL SUCINTO
 F.S.R.Banda

Estropicios del invierno en su entrada triunfal, ese arrasamiento de árboles vetustos, de astromelias, de indefinidas florcitas blancas aterrorizadas por los vientos súbitos y los goterones penetrantes que se descuelgan convexos e ilusorios de los tejados y las ramas desnudas, vacías y otoñales, de los ciruelos y las higueras. Las pequeñas furias trepidantes de la lluvia jugando con los colores de las luces de las calles, reflejando, refractando, haciendo destellar hasta la belleza las banderas tricolores de los semáforos, los breves soles y lunas de media altura del alumbrado callejero, los ojos rápidos, vidriosos e iluminados de los automóviles cuando vienen y sus heridas sangrientas, destellantes, cuando van. El asfalto mojado deviene espejo total, ruidoso y vidreante, como un óleo derramado. El frío saja, quiebra, disgrega, acomete como un delfín de hielo la piel al borde de cristalizar y llevar al cuerpo tiritando a someterse y encorvarse como un feto a punto de ser parido. La mañana ostenta la quietud congelada de un cementerio florecido, la cadencia incierta de los glaciares, el ritmo muerto de las piedras cubiertas de nieve de las cordilleras en las ventiscas. La tarde es un espacio de silencios, de torpezas a medio camino, de charcos que reflejan un cielo gris, con sus nudos de aguas diminutas y el sopor quebrado de las tempestades marinas. La noche abusa de nostalgias, de fantasmas destruidos, de húmedas hondonadas donde duermen ateridos los demonios vencidos. El invierno es sonajera de aguas, barrosas tramas en la tierra embebida, goteras y pozas, abunda en grises brillantes, en verdes nacientes, en una opacidad contorsionada, circular, en un aire claro como una lupa, abunda en exuberantes ausencias, en sonidos repetidos desde la infancia, en horas tan tranquilas que no poseen memoria. Hay liturgias, ceremonias, orgías y bacanales enredadas en las grietas que van dejando los aguaceros, hay pájaros entumidos e insectos invisibles en el paisaje violentado por las gélidas invocaciones. Nadie sabe donde termina el invierno, en que lugar se esconden las lluvias, los vientos, el frío, las nieves que rebosan las alturas telúricas, la soledad silenciosa de las aves, o esa suerte de evocación no consumada que atrapa el alma en sus aparejos escarchados. Una mirada, con su melancolía abierta, cruza el cristal de la ventana, roza en el jardín las ultimas rosas, atraviesa la verja de hierro negro, la vereda, la calle, el techo de zinc de enfrente, la silueta oscura de un ramaje deshojado, y se pierde en un cielo nublado con promesa de lluvia. Las palomas entristecen el día en su caótico afán de recuperar el estío. Vale.


DESCONSTRUCCION DE LA MEMORIA
                                                                  F.S.R.Banda

(A partir del poema “De sus ojos ornados de arenas vítreas” de Coral Bracho)

Desde el jardín del opio y las espigas de amianto, la tersura del único pétalo y la terquedad del molino sediento. La tierra con sus sulfuros profundos, las raíces de la adormidera rasgando las milenarias escamas de los celacantos dormidos. Las aguas subterráneas que inundan los acuíferos confabulados con las marismas, los humedales, los sagrados cañaverales donde incuban las aves peregrinas. Los pájaros enterrados en las arenas calcáreas regurgitando los alevines de los monstruosos esturiones hundidos. Los pequeños soles del invierno, esas esferas anaranjadas de ácida cáscara con sus poros estrellados entre el verde crepúsculo de las perfumadas hojas de naranjo instalado en el mestizaje incestuoso del aguacate fallecido y la zarzamora que medio sobrevive en su escondido rincón penitenciario. El osario bajo el olivo guardando el óleo de siete otoños extraviados, y la laja de caliza donde están escritos los siete verbos secretos que explican o definen la inutilidad conceptual del todo Universo. La mazorca perdida con los granos de maíz antes que fuera el maíz, choclo, millo o elote, del orgulloso inca y del sangriento azteca. Las larvas ciegas y las mórbidas lombrices horadando el suelo en sus drenajes orgánicos, en sus filtraciones sobre el estiércol y las emanaciones de los miasmas pestíferos. El vórtice donde el tiempo se traga las horas, los días, los años, segundo a segundo en una conflagración de minutos que se fragmentan o astillan contra la torva circunstancia o el breve detalle. Y es una guirnalda de iridiscentes colores que gira sobre si misma absorbiendo los relojes, las clepsidras, los astrolabios y los sextantes. Toda una astronomía de bronces perplejos, minuteros y números, líquidos y granos que fluyen, caen, se derriten en la vacuidad inasible del transcurso sin tregua del aquí-ahora. Las parcas destilan el opio del espanto en la sagrada alquitara del derruido templo del silencio. Y el amapolario con las cenizas de las flores de las innumerables variedades de amapola. Allí están descritos los tintes del blanco al rosado y del rojo al púrpura, y también el solitario amarillo de cuatro pétalos, que poseen o detentan el misterio del color de los sueños olvidados en los sumideros, en las ánforas, en las cárcavas que dejan los inviernos y en las grietas de la cal de los solsticios. La espiga, la mazorca, el tiempo, la amapola y la caliza, las naranjas, los pájaros y los sulfuros, la alquitara y el estiércol y las grietas en la cal de los solsticios. En la cal de los solsticios. En la cal viva de los ardientes solsticios. Vale.


CIENOS DE AMAPOLAS
 F.S.R.Banda

El anillo sumergido en la ciénaga de los caimanes, hundido en las arcillas más primitivas de la cuenca que desaguaba los Andes nevados y vertía sus aguas congeladas en la mar habitada de pingüinos y lobos marinos. La esmeralda engastada entre sus estambres de platino relumbraba más abajo del nado sigiloso de los pargos plateado rosáceos y los nerviosos zigzags de las pirañas de vientre anaranjado. Ababa, ababaol, ababol, ababol común, ababolera, ababoles, abibola, abibollí, adormidera silvestre, albohol, amapol, amapola, amapola común, amapola de cuatro hojas, amapola mestiza, amapola morada, amapola real, amapolas, amapola silvestre. La paulatina concertación de dioses instaurados, sátrapas y eunucos, rostros áureos tallados en rocas imperturbables, con los ojos vaciados y en las bocas la sonrisa búdica, complaciente, de los que han alcanzado el nirvana, libres tanto del sufrimiento como del ciclo de miserables renacimientos. Su brillo verde de infinitos vidrios astillados se apagaba brusco cuando el fango primordial era revuelto por la avidez de un bagre de boca ancha y cuerpo serpentario. Las raíces de los mangles en su laberinto ensortijado formaban un castillo gótico de demasiadas columnas deformadas sobre la joya y su esplendor metálico y cristalino. Casi transparentes cardúmenes de alevines hacían de huidizas nubes en ese cielo acuoso. Amapoles, amapol fino, amapolo, anapol, anapola, anapola real, anapoles, apajico, arabol, arapoles, arebol, babaol, beril, cacarequec, cararequec, cascall salvatje, cascojo, coquerecoc, flor de lobo, fraile, frailes, fraile y gallo, gallo, gallos, gamapola, ganapola. Solo uno de los rostros de piedra totémica yace boca al cielo, como sediento de todas las lluvias o embobado por la caricia dulce y maternal de un sol parpadeante, tibio y delicado. Cirros fantasmales de iban y volvían en miríadas perlescentes que cambiaban de rumbo con la instantaneidad del pánico y el azar caótico de la huida del inevitable, veloz y filoso predador invisible. Arriba cruzaban los cortejos fúnebres de troncos y hojas muertas, de camalotes y restos de animales carcomidos por las pirañas. Hamapola, hanapola, loraguillo, mapol, mapola, mapolas, mapoles, mapoula, maripola, mayandero, monaguillo, monja, pamplosa, papoila, papola, papoula, peperepep, perigallo, pipirigallo, pipiripip, pirigallo, polla, pollo, quequerequec, quicaraquic, rosella, rosello, rosillas, yerba-viento. Un camino irregular, fluctuante, de pequeñitas hormigas rosadas lo cruza como una cicatriz reciente. Refulgen las pardo negruzcas micas del granito batolitito y las oquedades de los ojos desiertos miran sin mirar un cielo de un índigo majestuoso. Por sobre la esmeralda hundida y bajo los dioses dormidos, las amapolas labran el estío hundiendo sus raíces en su propio cieno. Vale.



Revista PARADOXAS N° 163
20 de Julio de 2011

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