lunes, 13 de mayo de 2013

PARADOXAS Nº 167


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VII - N° 167


INDICE

BESTIARIO PILIANO - F.S.R.Banda
EL PEQUEÑO EMBAUCADOR - F.S.R.Banda
SEDIMENTACIONES - F.S.R.Banda
ACOPIOS INCESANTES - F.S.R.Banda

EDITORIAL

“Antes de hablar de estética neo-barroca (…), es conveniente hacer alguna aclaración sobre la elección de este término. Al contrario de posmodernismo, neo-barroco no es un término que pretenda incluir todas las manifestaciones culturales actuales, modernas o posmodernas, sino que se emplea para referirse a diferentes fenómenos culturales que tienen una forma específica interna que recuerda al Barroco, y que no tienen que ser necesaria ni únicamente literarios. Para acercarnos a la idea de neo-barroco que propone Omar Calabrese, habría que considerar al Barroco, más que como un período específico en la historia de la cultura, como una actitud general y una cualidad formal en los objetos en los que se expresa esa cualidad; esto está más cerca de los postulados de Severo Sarduy y hasta cierto punto de los de Eugenio d’Ors que consideraba el barroco como "un estado de ánimo". Aunque las nociones de neo-barroco y posmodernismo choquen en cuanto a la concepción temporal, hay algo que ambas tienen en común: su postura con respecto al clasicismo. Para Calabrese, "Baroque almost becomes a category of the spirit, in contrast to classical". En una línea similar de pensamiento, Lance Olsen, afirma que "modernism can be seen as a renaissance of the archaic and that, by implication, postmodernism can be seen as a failure of that renaissance". Mientras que la concepción de Olsen apunta a una separación, fallo o ruptura, desde el neobarroco se considera que tanto lo clásico como lo barroco, pueden coexistir y aparecer en un mismo segmento temporal; lo que caracterizaría a una época por ser barroca o clásica sería el predominio de las manifestaciones barrocas sobre las clásicas o viceversa, pero no la exclusión.”

Así escribió David Gómez-Torres, de la University of Wisconsin Oshkosh, en su texto “Eduardo Mendoza desde una perspectiva neobarroca: El laberinto de las aceitunas y El misterio de la cripta embrujada.”. Vale.

El Editor



F.S.R.Banda

Recorrer el ilusorio pasado de nostalgias mal contadas de sur a norte y de norte a sur, retornar al lugar de los inicios, de los laxos amaneceres y de las brumas, de arenas ardientes y de aves migratorias, y volver rampante al aquí y el ahora donde encalló al fin la nave entre los delicados escollos sumergidos. La rada de los piratas. Un pilpilén negro esperando el embarque en el muelle atardecido de los pescadores. La continuidad lenta y extensa de muchos desiertos iguales en todos los variados matices de los ocres terrosos, de los rojos apagados, de los marrones y grises cercanos al oscuro tiznado. La ciudad sin abuelos. Espumas, marejadas, oleajes y olas rompiéndose en alburas estruendosas. Allá en medio de la bahía cuatro barcos dormidos esperando a la gira, acá un espiral de negros buitres elevándose en círculos como treinta ángeles ebrios. Siempre pelícanos, cormoranes y alcatraces, cientos de garumas dibujadas contra el bajo horizonte marino, y palomas. Lugares secretos, místicos y alguna vez dolorosos. Sombras, siluetas, fantasmas muertos. La cercanía y la certeza de la Maga. Las luces del puerto, las calles y las playas con las huellas atrapadas. La caleta del atardecer, sus faluchos de colores, las monedas con signos indescifrables y las antiguas botellas pampinas. Todos los lejos acurrucados en las esquinas, en los parques, en los altos almagres allá arriba donde se entraba en el desierto. La primera puerta y la última. Los amigos deambulando por la memoria ya sin rostros ni años precisos, y en la historia; con sus errores, recovecos y los misterios de un azar siempre costeando. El salar de Atacama. Blancas flores de sal florecida, infinitos y pequeños penitentes salinos regurgitados por subterráneas delicuescencias. Espejismos de distancias reverberando bajo un sol primitivo, previo a todas las cosas, a todas las piedras y a todas las sales. Tilomonte, Tilopozo. Volcanes, nieves rasguñando las púrpuras de altas cordilleras. Callejón de Tilocala. Peine, libélulas y travertinos, verdes pimientos y tamarugos. El retorno. El pasado más antiguo de todos, el grito de las gaviotas, los lugares cargados de premoniciones. Un camino hacia un sur sin salida que se quedó sin regreso. Loberías. Los espejos se llenan con los destellos de la noche y se trizan inventando nuevas constelaciones de dragones bicéfalos, monstruosos leviatanes de un solo ojo y bellos alicantos sin sombra, de alas brillantes y vuelos luminosos. Los Cristales, la guedeja, rizo, voluta de una nube gorgoreando en la intensidad del azul cielo. Incahuasi. Tres veces Pichicuy. La melancólica improvisación del Impromptu Nº 2 de Schubert, y todo el ocaso oscureciéndose para siempre en las intransigentes nostalgias de un piano. Vale.



F.S.R.Banda

Para Pili, del tata de los Astylus.

Es una extensa ciénaga bordeada de arenas tibias donde los cocoíyos duermen sus digestiones sangrientas de carnes y pieles y huesos y plumas, borboteando su modorra de saurios inmortales. Mientras semisumergidos los po’poms esperan la fresca nocturnidad para ramonear el pasto verde entre los arbustos y saciar en esas esmeralda aciculares sus hambres lentas y milenarias. Abajo, sumergidos en esas aguas de cristal líquido nadan tumultuosos cardúmenes del pesh del estío con sus escamas plateadas por las miríadas de reflejos de una nanu grande y quieta y redonda como un disco argentífero. En los altos y en los bajos ramajes anidan pequeños y delicados piús de alas incansables y picos amarillos como el oro, sus cantos son un murmullo afilado que va deshojando el follaje frondoso dejando las ramas navegando en la brisa con los racimos de las grandes flores rojas del ceibo. Una pa’am extraviada vuela en ese berenjenal de árboles y lianas y orquídeas epífitas que saturan el aire húmedo y caliente de la jungla con sus perfume dulzones que perturban el vuelo ebrio de los polos anaranjados con la cruz de Lorena en carbón difuso marcada en sus élitros bajo el imperio su genética darwiniana, y el vuelo dicharachero de las alegres poshas de delicadas alas multicolores de belleza exuberante y frágiles antenitas con un botoncito en la punta para encontrar sus nortes y sus sures. Mas allá, en un lejos de cuento de duendes y en medio del día, en la llanura que verdea hasta el ultimo horizonte de montañas púrpuras pastan nafas, enns baaios y caayos en una tranquila paradoja evolucionista, cercados por los ocres túmulos arcillosos de las migas blancas, que como pirámides de almagres se elevan entre las matas bajas y el alto herbaje. En un mar turquesa de espumas y cormoranes más lejano que el último horizonte un solitario fíin juega a guiar los barcos imaginarios que siempre cruzan por sus tiernas fantasías infantiles. En un sitio indeterminado hay patos, vacas, miaus y guaus, hay pollos y bees, pero esas mansas bestias de juguete habitan la casa, el campo, el establo, y en una mínima selva gritona y gesticulante hay muchos monos haciendo muecas. Misteriosas vaias vagan buscando su silueta, su imagen, su identidad de insecto o de pájaro inmersas en los suelos del patio, en la grama de jardín, entre las calas enanas o en los florecidos rosales de la ita.


Diccionario Piliano

Baaio : Caballo Primitivo
Caayo : Caballo moderno
Cocoíyo: Cocodrilo
Enn : Elefante
Fíin : Delfín
Miga : Hormiga
Nafa : Jirafa
Nanu : Luna
Pa'am : Paloma
Pesh : Pez
Piú : Pájaro
Polo : Pololo
Po'pom : Hipopótamo
Posha : Mariposa
Vaia: Organismo viviente no identificado



EL PEQUEÑO EMBAUCADOR
F.S.R.Banda

I'm lonely but no one can tell
The Great Pretender. The Platters, 1955.

Vio la noche saturada de estrellas reflejada en sus ojos de esfinge barroca, la mueca de desdén en sus labios pintados con el mismo rojo violento con que lo besó esa noche sin estrellas cuando él soñó el paraíso y ella intuyó el infierno. Por esos años él traficaba con versitos rutinarios y falsas monedas, acechaba princesas secretas y seducía no inocentes damas maduras que esperaban sus últimas vendimias. Su vida era un circo de exquisitas acróbatas y ávidas tragafuegos con un solo payaso hastiado de la fanfarria y de la elusión de las certezas. Histrión, pantomimo, saltimbanqui y titiritero, solía abundar en amores vanos, en emociones a destajo y en un abigeato pueblerino que le dejaba siempre un sabor a destiempo, a uvas prohibidas y a muerte anticipada. El inicio era de miradas furtivas, desde un lejos silencioso pero cercano. Después el asedio del verbo hecho poema, dulzón, intelectual y bien pensado, nada más ni nada menos. Lo que venía por añadidura era el mismo rito con otras máscaras y en otra fecha de carnaval. Entonces, consumada la consagración de la primavera llegaba entre la laxitud, la mirada perdida en un cielo encerrado y el humo del primer cigarrillo del después, el sabor a destiempo, a uvas prohibidas y a muerte anticipada. Había otros después, semanas, meses o años mediante, pero el rito ya había perdido la magia, el estremecimiento y el necesario desasosiego. Farsante, simulador, impostor, arcángel de un cielo de tercera, siempre fingiendo, actuando a teatro lleno ante una galería ilusionada de una sola espectadora, que hipnotizada buscaba y buscaba en sus sueños mas antiguos el nombre y el rostro del amante que se reencarnaba en ese dios ilusorio que la suerte, el azar, o sus oraciones le regalaban en este perplejo aquí y en este inesperado ahora. En ese tráfago de máscaras y disfraces un día olvidó que era lo verdadero y desde entonces simuló saberlo para no caer en su propio juego y extraviarse en los laberintos que él mismo había creado para mayor gloria de sus oscuros instintos de tímido pecador y ansioso pescador. Fingía el amor, la pasión, el decoro, la distancia y el afecto, no así las extravagancias y sutilezas del rito de consumación al que se entregaba sin límites ni disimulos intentado sin lograr sacarse la máscara del día y volver a ser él mismo para encontrar el camino al nirvana que buscaba sin encontrar jamás la puerta, ni siquiera una grieta por donde observar lo que había perdido. Por eso, cuando vio la noche saturada de estrellas reflejada en sus ojos de esfinge barroca y la mueca de desdén en sus labios pintados de rojo violento supo que otra vez se le negaba el inalcanzable paraíso y la besó tiernamente con la desesperación de los gladiadores que saben que pisan por última vez la ensangrentada arena. Vale.



SEDIMENTACIONES
F.S.R.Banda

Sabía que era distinta porque siempre la encontraba cercana a convertirse en un éxtasis dentro de un sueño. Lo sentía en su piel estremecida, en la caricia del agua, en la espuma perfumada, en la consistencia carnal de ciertas turgencias femeninas en las que reconoció ese restregamiento de un cuerpo contra otro cuando se entra de la mano a un secreto Nirvana. Poseía una delicada sensualidad, como alas de libélula, esparcida como pequeños brillos dorados sobre la secuencia de imágenes y sensaciones que la perseguían entre sus paisajes oníricos y su barroco balcón donde anidaban oscuras golondrinas. Se soñó mirando por infinitos ventanales esperando que apareciera por allá abajo en la colina caminando alegre y despreocupada entre la grama verde y las flores amarillas con un canastillo de moras y damascos. Despertó a medianoche y la buscó en el lecho palpando como un ciego asustado y con la desesperación de un naufrago. Ahí estaba. Se hundió en un silencio de brasas, de aguas hirviendo, de fuegos inconsumados para no romper el hechizo con alguna palabra indebida. Se dejó arrastrar a un torrente de emociones e intensidades como rara vez había sentido y vivido. Fue un continuo navegar en aguas bravas. Besó su cuerpo entero, de norte a sur y de este a oeste, todos sus territorios, sus continentes, islas y archipiélagos, sus océanos y sus mares interiores, sus junglas y sus medanos, sus desiertos de dunas y pedregales y sus playas de aguas turquesa y espumas atrapadas, sus abismos y sus salares, sus plenilunios y sus eclipses, todo su cuerpo imposible o a lo menos inalcanzable. Bebió de esa furia contenida, de esos regaños de madre y de amante, de esos celos embebidos de esa pequeña rabia de mujer refrenada. Se sintió vivo, vigente, atormentado otra vez por las ansias y el amor, y reconoció ese delicioso dolor y suspenso de un amenazado. Sabía que solo las pasiones que duelen dejan huellas imperecederas y así la amó desde el fondo cenagoso de sus delirios de macho egoísta que va dejando sus marcas ardiendo por dentro de la piel deseada a la espera de que el odio vaya brotando entre las piedras volcánicas como un cactus inmutable y traicionero. Se inundó de su imaginario sutil y colorido, de su trama codificada que iba dejando entrever entrelineas un mensaje cifrado, pero lo alcanzó el triste amanecer sin lograr aun encontrar las claves de su insondable secreto.



ACOPIOS INCESANTES
F.S.R.Banda

La cal sosegada de tus huesos convirtiéndose en cenizas con la misma lentitud de un glaciar cristalizado. Los derroteros equivocados de todas las naos donde embarcaste con la certeza de otros continentes. Los mismos océanos sin costas donde encallar ni naufragios por venir. El rumbo perdido en la fragilidad de la rosa equivocada de los vientos cruzados en la brújula incesante o cansada. Los salitrales con sus nitratos crujiendo a tu paso, sus salmueras escondidas, sus arcillas en ventolera, polvo extraviado entre canteadas ignimbritas. Las caravanas sin sombras recorriendo la aridez de las piedras enardecidas por los soles venideros. La redisolución de antiguas evaporitas subterráneas, inmortales en su prisión de sulfatos y yoduros. Las adormideras de sus ojos con sus opios sigilosos conteniendo un paraíso sin flores pero colmado de gloriosas alucinaciones. La singularidad allá al fondo de los tiempos en el instante preciso antes del destello que devino en este valle de lágrimas. Las calizas de los mares más antiguos que las naves de los argonautas, que el Leviatán y el celacanto. El oscuro azul de terciopelo estrellado de aquella noche envidiando la blancura resplandeciente del ciruelo sumergido en su reiterada primavera. El violento fundamentalismo de las nostalgias del barrio cuando la calle se quebraba hacia el poniente en canales y zarzamoras. La irreverencia de los verdes distintos de los sauces y los acacios, del parrón atareado endulzando las uvas y de los pastos amarillos al final del estío. Las crines del unicornio negro, los tentáculos urticantes de las bellísimas malaguas, las conchas de los pelecípodos que se duelen de perlas negras. Los cantos rodados de dioritas, lutitas y esquistos de una pequeña geología contenida en un cuenco de bronce iluminadas por el menguante lunar. Las ruinas de un templo donde se vertía la sangre de los enemigos atrapados en la guerra florida. Las topologías y las tautológicas, las epifanías y las falacias, los profetas, los chamanes, los brujos y los oráculos. El perfume de la perdición, el sabor del primer pecado, el sonido de la lluvia, la discreta caricia del roce de una mano, la visión de una silueta contra el rojo crepúsculo. Las derrotas, las cobardías, los abandonos, la esquina vacía y el ciego farol, la escombrera y los derrumbes. Las esencias de cerezo y alelí, maderas de thanaka y almizcle como un rocío impalpable sobre un pétalo de la rosa imposible. El sopor de esa tarde. Vale.



Revista PARADOXAS N° 167
11 de Noviembre de 2011

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