martes, 8 de marzo de 2011

PARADOXAS Nº 159 Vol. II


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VII - N° 159 – Volumen II


INDICE

Imaginación y Autenticidad - Noemí Carrizo
Cartas al vacío 1. - Makeda
Carta primera - Sandra Fontecilla A.
Dios - Pablo Lopéz
Coleópteros marcianos. - Francisco Antonio Ruiz Caballero


EDITORIAL

<Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles>

"La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles."
Aldo Pellegrini


Aldo Pellegrini fue un poeta, ensayista y crítico de arte argentino nacido en Rosario, en 1903. Después de cursar sus primeros estudios se trasladó a Buenos Aires en 1922 para graduarse como médico. Es uno de los iniciadores del vanguardismo de su país junto a Enrique Pichon-Rivere, Francisco Madariaga y Enrique Molina, entre otros. Fundador de la revista Qué, nunca ahorró esfuerzos para fomentar todas las actividades relacionadas con el arte y la literatura.  Falleció en 1973. Vale.

El Editor



SUEÑO II: LAS MAREAS DE LOS SUEÑOS
Marisa Vegas

Mi cuerpo y mi mente pasean tibias por la arena de una playa, la más blanca y cegadora que mis ojos hayan podido ver y mirar. Es temprano, el sol está muy alto e invita a sumergirse en un largo deambular por esa costa aparentemente benévola. Mis pies y mis huellas en la arena se detienen: delante de mí un tranquilo mar azul cubierto por la soledad sin olas, dormido en un velo de raso añil, terso de arrugas, cegador como un espejo celeste. La claridad es tan deslumbrante que me giro y observo como detrás de mí toda la playa es un extenso y alto acantilado de escarpadas y macizas paredes de rocas amarillentas. Mi ser se haya entre la suavidad del mar y la rigidez de las rocas. No recuerdo el camino de entrada a la playa acantilada como tampoco conozco su salida, pero la sensación tan placentera de las caricias del sol en mi piel hace que me tumbe en la arena, cierre los ojos y considere que más tarde encontraré el camino de regreso hacia ese olvidado lugar desde el que debo haber venido. El silencio embalsama mis ojos cerrados, engañándolos para que no vean pasar al tiempo que, calladamente, va arriando las velas del sol. Y es que la luz es un momento fugaz de la oscuridad.
Mis ojos son despertados por el estruendo de unas olas que con furia descargan en la playa. Al abrirlos observo que la cegadora luz se ha convertido en una luminiscencia grisácea. No sé el tiempo que ha transcurrido pero el cielo se ha transformado en un crespón negro de amenazantes nubes sombrías. El raso añil del mar ha dado lugar a un bravío terciopelo negro. Me incorporo con nerviosismo cuando noto que la lengua de una ola ha lamido mis pies, escupiéndome la rabia de su espuma blanca. Compruebo que la marea ha subido y lo sigue haciendo a una velocidad desconocida por el reloj del tiempo. Miro a mi derecha y a mi izquierda con el propósito de escapar del paradisíaco lugar ahora convertido en la antesala del averno, pero a ambos lados no hay salida posible ya que el semicírculo que hace la playa ha hecho que la marea ya haya llegado a riscos bajos que se asentaban a uno y otro lado, y que ahora están siendo azotados con violencia por las gigantescas olas. Una de ellas me hace retroceder varios pasos, y otra, varios más, hasta que mi espalda choca con la pared del acantilado. El ruido encrespado del mar es una titánica carcajada que atormenta mis oídos mientras las olas gigantescas amenazan con caerme encima en cualquier momento. Mis pupilas se convierten en el espejo del miedo.
Trato de subirme desesperadamente a la pared rocosa intentando evitar las negras garras de las olas pero solo consigo izarme unos centímetros. Alzo la vista y compruebo que en la parte más alta del acantilado hay una abadía que no consigo ver con claridad, pero la aguja de su torre es nítida, es como un dedo apuntando al mismo cielo. La abadía está rodeada por una ciudadela de piedras medievales que llevan talladas el rumor del mar, los siglos del tiempo, el canto de druidas celtas, el silencio de los condenados a prisión. Intento trepar desesperada por las rocas escarpadas sin mejorar mi éxito en el intento. Es cuando giro la cabeza y observo que tengo a escasos centímetros una gigantesca ola de varios metros que va a caer sobre mí y a engullirme con sus fauces. De mi alma sale un agudo grito que apaga la voz del mar, de la noche y del sueño, mientras el sonido de las campanas de la abadía me devuelven a la otra playa inexplorada de la vida.


Imaginación y Autenticidad
Noemí Carrizo

Dejo volar a la imaginación y aparece ante mí una planicie de pastos verdes frescos, apenas tiznados por el sol, en un panorama abierto, sin arbustos, un espacio donde vuela la madre imaginación y dice: ¡Corre, revuélcate en él!, y allí voy con mis pies disfrutando de la ternura de lo florecido y  quiere más hilo para seguir volando cual barrilete cósmico al que no le alcanzará el hemisferio por que “lo nada es imposible”, revertirá el no en si armonizando los sentidos en retentores de olores, voces y tactos para sentirse vibrante. Penetro en un mundo de alerces y eucaliptus nutridos, cálidos, misteriosos y acogedores, encuentro el sitio ideal para bajar la mochila de aquello que nunca me animé a decir, solo está la inmensidad del alma y de auditorio tengo a la confianza por primera vez y comienzo a contar, a desamarrar lo absurdo, la falsa moral, la envidia con aureola mascarada, crítica…Comienzo a ser auténtica, a ser persona, a ser yo y no quien los otros quieren que sea…
Se ha hecho tarde y aún sigo en el bosque donde reina un absolutismo teñido en verde petróleo y la noche se presenta como una campanita a la conciencia y descorro el velo comprobando el otro lado, allí está lo absurdo, lo increíble, lo malvado, lo hereje del desinterés, del desamor, de la falta de compromiso, de la diferencia de no haber amado libremente y me siento un tulipán travestido de orquídea… por primera vez aflora mi varón oculto, el que hubiera dado trompadas a diestra y siniestra en aquellas oportunidades vacías e hirientes de vida y comprendo que el hombre tiene a veces el peor enemigo entre sus piernas y la mujer la llave a la cúspide o a la frustración.  Quiero ser cúspide!.
Llegó el amanecer y todo es claridad me pongo en pie comenzando el andar y nuevamente aparecen los pantanos y me pregunto: ¿los cruzaré?,  ¿de que podré asirme?, ¿lo lograré?, entonces decido si desmayo sin siquiera haber vivido o atravieso sin miedo, por que no existe lo ideal, existe lo real y  se abre  un claro en el paisaje con un sol radiante donde vuelan los pétalos del porvenir sobre lo fértil del camino y pongo pintitas de erotismo al ánimo y comienzo a sonreír, por que se que debo caminar hacia la matriz del amor, de un amor a partir de mi misma que pueda proyectar a otros  con libertad.
He aprendido del paraje que aún cuando haya inconvenientes se puede alcanzar la orilla del placer y la autenticidad si tan solo nos despojamos de la pesada mochila que a veces llevamos.


Cartas al vacío 1.
Makeda

Tengo que terminar todos los días enredada en la misma palabra que no me atrevo a pronunciar, tengo que terminar todos los días intentando escribir todo eso que tengo que callarme, los pensamiento que agolpan mi día, desde que despierto, es abrir los ojos y saber que sigues ahí en algún lugar donde yo no puedo llegar jamás y que sigues ahí enfrente de mis ojos con tantas páginas esperándome, como una agonía que se tarda años en llegar, sé que estoy condenada, me he hecho a la idea, sé que estaré condenada de por vida, sé que sigues ahí, eres como una excusa, y todo el día vas detrás de mí, cuando le sonrío al primero, cuando me despido del último, siempre, siempre ahí, en el vacío de mis pensamientos y tengo que renunciar a ser valiente, para volver a ser cobarde y terminar escribiendo todo lo que tengo que callarme pero eres uno con tantos nombres siempre, siempre el mismo, con otros rostros, en otros tiempos, en otros lugares, cerca, lejos, cerca, pero siempre el mismo, vivo, muerto, agonizante, recuerdo, olvido, pero siempre el mismo, eres el mismo de siempre estés donde estés, este donde este, eres el mismo vacío, el que jamás se llena, por más ansias que tengo de correr y arrojarme a la furia del mar, a ese mar, ese que también fuiste un día seguro, ese salado como siempre, ese infinito, perdido, cansado, arrebatado, cobarde, eres el mismo, el mismo conmigo, en mí, como quiera que te llames, de donde quiera que vengas, en la cama que te quedes, en la cama que me olvides, siempre eres el mismo vacío insostenible que no consigo atrapar, como si pudiera atraparte viento, como si el viento tuviera manos y me atrapara a mí, a mí que a veces soy tan callada que ni el silencio me iguala, cuando me quedo sin palabras y te castigo mirándote, como si mis ojos algún día fueran a perforar tu piel, pero mis ojos siguen siendo inofensivos, donde sea, como sea, con quien sea, mis ojos son los mismos, sin brillo, marchitos, así como tú, como el recuerdo que se revuelca en sus últimos instantes y no termina de morir jamás, hoy escuché a tanta gente hablando de olvido que creí que hablaban de ti, que siempre se olvidaban de mí, será que hablaban del olvido, de ese que es como tú, sí como el vacío, como el que nunca se menciona, como el que me callo todos los días hasta que termino irremediablemente escribiéndolo, ojalá un día ya no seas uno solo y seas muchos para que tenga tantos recuerdos con tantos nombres y no seas uno disfrazado siempre, sí tú vacío que no terminas de llegar y ya es media tarde, un último instante infranqueable, uno donde siempre estas sujetado de mis dedos, de mi pensamiento, de mi voz, de mis oídos, del terror de terminar el día por que es volver a ti, a revolcarme en la cama metida en el mismo silencio, en el vacío infinito que me da dormir, es dormir el único refugio lejano de ti, a ti vacío que siempre estas detrás de mí, a donde vaya, a donde llegué, somos inseparables, será que por eso apenas me atrevo a mencionarte...
Me quedo callada, no quiero que me escuches.


Carta primera
Sandra Fontecilla A.

“Llegará un día en que nos pondrán muchos nombres y nosotras mismas nos vestiremos de ellos para despistarlos. Pero habrá veces, hija, en que lo hagamos para consolarlos. Eso ocurre cuando el vacío, que cada tanto, inevitablemente los perfora y los permea por dentro, los impele desde su centro a vagar, creyendo que salieron a cazar por los bosques sagrados que no tienen camino de regreso y que sólo nosotras conocemos pues en ellos habitamos. Somos tejedoras de sueños hija, no lo olvides, en esta Niebla que ya nos va cubriendo para irnos desapareciendo. Alimentamos lo que se va yendo en estos tiempos y en todos los tiempos postreros, que muchos serán, tenlo por cierto. Pero tú sabes, además que somos hojas que barre el viento. Estamos destinadas a vagar entremundos, entre sonidos naturales y colores coloreados por nosotras mismas. Posaremos nuestras manos para dar calor y sanar las heridas del varón viajero. Podrás, si lo deseas, darte a él en ofrenda cuando llegue a tu choza, pues si ha logrado llegar hasta allí es que lo merece y busca. Pero no te apegues. Guíalo, si él te lo pide, hacia el camino de regreso que tanto habrá buscado sin éxito. No lo retengas para ti, lo tuyo es donación y en la donación el disfrute y el gozo pleno, recuérdalo. Sabe tú eso sí, debes estar preparada, que has de sufrir. Tu corazón es blando y terso y está hecho de miel….él beberá de ti lo que necesite y luego debes ayudarlo a partir. Sabes ya que llevamos tatuados en el pecho el Dos y el Nueve: Sacerdotisas consagradas a iniciar y a develar misterios ocultos para el cerebro izquierdo. Y somos también el Ermitaño Solitario que viaja eternamente hacia su morada en el desierto, sólo con un farol para alumbrar, en la búsqueda de la sabiduría del otro lado de nuestro entendimiento. Estamos destinadas hija, como ves, a la tierra no habitada, a la tonada andaluza de tres por ocho, a la danza que se baila con esa melodía. No esperes por lo tanto un compañero. Baila desde ti misma. Pero si llegase a ocurrir el milagro – ocurre de tanto en tanto – milenios, que un Varón Alado desciende desde su Carro hasta tu lecho, acéptalo y conságrate a él desde todos tus cuerpos. Llevarás siempre el Dos y el Nueve tatuados pero él también lleva sus propias historias marcadas en ese mismo centro. El será tan sabio como tú y con sus labios emplumados lamerá tus pechos recorriéndolos. Sorberá de ti el elixir de tus lunas rosadas, redondeadas y turgentes, especialmente perfumadas para él. Será asimismo, tan ancestral como lo eres, no sólo tú serás su guía, él sabrá guiarte en nuevos conocimientos y no sólo buscará en ti consuelo. Deseará despertar a la Diosa que llevas dentro y buscará que del mismo modo lo inicies desde tus manos y tu silencio. Sabrás que es él por las plumas que irán cayendo y cada vez que parta, ellas serán tu sendero y su sendero. El vendrá desde allí pero tú podrás seguirlo también si las vas recogiendo. Pero no esperes hija que te diga esta noche el resto. Será más adelante, a medida que vas creciendo. Sé que has encontrado a un Varón atrapado por el viento… perdido en estos bosques nuestros. Sé que te busca tanto como lo has buscado, desde el comienzo de estos tiempos. El ansía respuestas a su propia historia y que tú las tejas, recuérdale siempre para que no se confunda que somos labradoras, creadoras y constructoras de Grandes Sueños. Tú ansías la Entrega. Vívelo desde lo que ambos vayan dibujando en la arena, no antes, no después. A veces es muy pronto para los inicios pero a veces es también demasiado tarde para pensares, sentires y haceres. Espérame allí, yo te escribo luego.”


Dios
Pablo Lopéz

Dios ha muerto en pedazos. Dios está troceado en mi nevera.
El no debería haberme alejado de ella, él no debería haberme creado tan lejos de ella. Le recé tantas veces que se acercó a mí y de un certero tajo abrí su sacratísimo cuello.
Me como a Dios cuando tengo hambre, poco a poco lo voy devorando, no lo he dicho a nadie. Porque quien mata a Dios se convierte en Dios. Y yo no quiero sentir las oraciones de nadie. Soy Dios para llegar a ella. Para alzarla al cielo con mis brazos que son un manojo de fibras contraídas por el amor que siento.
Si escucho una oración la ignoro, mi poder es para mí; para tenerla, para llegar a ella. He dejado desangrar a un hijo en los brazos de su madre porque soy Dios sólo para ella.
Lo demás no me importa. Incluso lo destruiría todo para que nada ni nadie nos moleste.
Mi vida ha muerto. Mi vida está troceada en mi nevera, voy devorando a mi amor para que se funda en mí. La sangre que manaba de uno de los tajos, en su frente, se escurría por sus ojos como lágrima roja. No quería morir, no creía que pudiera morir por la mano de Dios.
Mientras la apuñalaba se quejaba lánguidamente, exhausta. El dolor que provoca un Dios es tan intenso que anula la voluntad de expresarlo con un grito profundo. La voluntad se doblega ante la divinidad.
Era necesario unirla a mí. A Dios… Ego me absolvo.
Y mi pene sagrado la santificó en la hora de su agonía; fue su extremaunción con una polla divina. Mi amor sudaba sangre con su último orgasmo.
Un jaco de caballo y en vez de agua, su sangre. Su sangre hermosa y tan espesa que necesito mi fuerza diosa para poder empujar el émbolo, la vena se rasga por el temblor de mi presión. Pero soy Dios y mi caballo sagrado acaba galopando por mi riego sanguíneo.
Directo a mi pene. Directo a mi divino cerebro, mientras saboreo un delicioso trozo de su pecho.
Ahora soy dos veces Dios.
Un Dios de risa afable, ensangrentada.
Revolcándome entre los placeres de la sanguínea heroína y los lamentos de los que sufren, sin que nadie les escuche ya.
Sin que nadie pueda hacer nada por ellos.
Ignorando todo el humano dolor.
Un Dios distraído y satisfecho.


Coleópteros marcianos.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Es espléndida mi colección de coleópteros marcianos. En una pequeña y extraplana caja con marco de carey verde y tapa de cristal finísimo tengo el muestrario más exótico que he podido adquirir de mis visitas a ese planeta. Empezando por la izquierda tengo un coleóptero rojo, con tres mandíbulas superpuestas, es un bellaco comunista, exquisitamente rojo, de un rojo agresivo, dañino a la vista, sus tenazas serían capaz de cortar un dedo, es grande el monstruo, inmensamente grande, como un aplauso, devora pequeños colibríes marcianos como alimento. Cuando el diminuto colibrí se acerca al pistilo de su hibisco extraterrestre, el monstruo lo apresa con sus mandíbulas y le corta la cabeza al pajarillo. En ese momento, en algún lugar del universo, alguien deja de tocar la armónica, suspende su música y exhala un suspiro de terror. Es feo el endemoniado, tan púrpura como un fabuloso goterón de sangre, entre los rojos hibiscos marcianos depreda colibríes de oro, y yo estoy orgulloso de tenerlo en el muestrario muerto, con un alfiler clavado entre los elitros, culpable de múltiples asesinatos y condenado a una inercia eterna. Al lado tengo un escarabajo transparente, ¿no lo ves?, espera, inclinaré un poco la caja, ¿lo ves ahora?, es un prodigio de la naturaleza, es un raro tipo de mimetismo, es tan transparente como el cristal, invisible al ojo humano, como si fuera una medusa hecha de agua, brilla al sol iridiscentemente arcoirisado, con todas las facetas de la luz, entre las piedras rojas, las pizarras granates de Marte, pasa desapercibido, se alimenta de gusanos transparentes y es un furibundo autocanibal, devora sus propias larvas sin sentimiento maternal alguno. Sus larvas son monstruosas, horribles, tienen dobles corolas de ganchos, reptan bajo los troncos de las euforbias marcianas, y vampirizan todo lo que tocan con sus ventosas bucales, como horribles sanguijuelas de Ares. Mira, es tan hermoso como repulsivo, ¿no ves sus dos mandíbulas dobles?, espera, lo iluminaré con esta pequeña lámpara, ¿Lo ves ahora?, qué maravillosa y siniestra hermosura. Olvídalo, detente ahora en la esquina de la caja, mira ese enorme escarabajo verde, es una estridencia de azules y turquesas, una maravilla del diseño, todo artificial, es un coleóptero guerrero, los marcianos los han estado criando desde hace milenios, lo utilizan como nosotros a los gallos de pelea, apuestan grandes sumas de dinero, combaten feroces como soldados criminales, no se dan tregua hasta que uno de ellos cae destrozado por la mitad.. Oh, los marcianos, son seres exquisitos, sibaritas del arte, cuando los emplean en la lucha toman raíces de isgnosia, algo así como nuestro ayahuasca amerindio, y contemplan la batalla semihipnotizados por la droga, dentro de un sueño de ópalos y aguamarinas. Fíjate, en el otro extremo tengo una variedad tan azul que si lo tocaras con el dedo tu dedo se quedaría teñido y sufrirías un escozor terrible por sus alérgenos. Olvídalo de nuevo, ves ese pequeño escarabajo del centro, ¿No te dice nada?, pues de noche brilla como una endemoniada hoguera, resplandece como el más precioso de los diamantes, ahora, muerto, es sencillamente un trozo de corcho negro. Apagaré las luces, espera, no te tropieces, ¿lo ves ahora?, brilla el bellaco eh?. Encenderé de nuevo las luces. En este otro extremo tengo otro leviathan, parece un escarabajo terráqueo ¿verdad?, pues en la gran pirámide con rostro de hombre que los marcianos edificaron para la grandeza de sus dioses este escarabajo desprendía una música celeste, un pequeño trinar tan relampagueante como el de los grillos de la tierra, y lo empleaban para el Ton Honorais, el más terrorífico de los tormentos marcianos, pues despellejaba la piel de sus víctimas lentamente. Dame un beso, mañana te enseñaré mi colección de mariposas.



Revista PARADOXAS N° 159 – Volumen II
5 de Marzo de 2011
revista_paradoxas@yahoo.com

lunes, 7 de marzo de 2011

PARADOXAS Nº 159 Vol. I


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VII - N° 159 - Volumen I


INDICE

NOCHE - F.S.R.Banda
DEMONIOS - F.S.R.Banda
ATAVISMOS ESENCIALES - F.S.R.Banda
ABANDONOS - F.S.R.Banda
VISITANTES - F.S.R.Banda


EDITORIAL

“Para que a definição e o uso do termo fossem pelo menos aceitáveis, seria necessário que características ditas “barrocas” especificassem todas as obras de uma série determinada e apenas a elas; no entanto, as séries classificadas como “barrocas” são bastante diversas e diferentes de lugar para lugar, de autor para autor, e, principalmente, de uma arte para outra e mesmo de obras para obras de um mesmo autor, de modo que características formais propostas como específicas de “barroco”, quando a noção se aplica às representações do século XVII, não passam de generalidades formuladas como deduções e analogias ―informalidade, irracionalismo, pictórico, fusionismo, contraste, desproporção, deformação, acúmulo, excesso, exuberância, dinamismo, incongruência, dualidade, sentido dilemático, gosto pelas oposições, angústia, jogo de palavras, niilismo temático, horror do vácuo― que explicitam mais as disposições teórico-ideológicas dos lugares institucionais que as aplicam que propriamente a estrutura, a função e o valor históricos dos objetos a que são aplicadas, na medida mesma em que, sendo genéricas, como resultados de esquemas universalizados a-criticamente sem fundamentação empírica, também poderiam ser aplicadas a qualquer outra arte de qualquer outro tempo.”(i)

Pequeño fragmento pirateado de “Barroco, Neobarroco e outras ruínas”, de João Adolfo Hansen, publicado en Destiempos.com, Número 14, Marzo-Abril 2008, Año 3. México, Distrito Federal. (http://www.destiempos.com/n14/hansen2.pdf). Vale.

El Editor


(i) Para que la definición de “barroco” y el uso del término fueran por lo menos aceptables, sería necesario que las características que se dicen “barrocas” especificasen todas las obras de una serie determinada y solamente a ellas; sin embargo, las series clasificadas como “barrocas” son bastante diversas y diferentes del lugar a lugar, de autor a autor, y, principalmente, de un arte a otro y lo mismo de obras a obras de un mismo autor, de modo que características formales propuestas como específicas del “barroco”, cuando la noción se aplica a las representaciones del siglo XVII, no pasan de generalidades formuladas como deducciones y analogías ―informalidad, irracionalismo, pintoresquismo, fusionismo, contraste, desproporción, deformación, acumulación, exceso, exuberancia, dinamismo, incongruencia, dualidad, sentido dilemático, gusto por las oposiciones, angustia, juego de palabras, nihilismo temático, horror al vacío― que explicitan más las disposiciones teórico-ideológicas de los lugares institucionales que las aplican que propiamente la estructura, función y el valor histórico de los objetos a los que son aplicadas, en la misma medida en que, siendo genéricas, como resultados de esquemas universalizados a-críticamente sin fundamentación empírica, también podrían ser aplicadas a cualquier otro arte de cualquier otro tiempo.



IL BAROCCO, LE BAROQUE, EL BARROCO
F.S.R.Banda

“Nuestra apreciación del barroco americano estará destinada a precisar: primero, hay una tensión en el barroco; segundo, un plutonismo, fuego originario que rompe los fragmentos y los unifica; tercero, no es un estilo degenerescente, sino plenario,…” (i).

Proliferaciones insensatas, búsquedas inversas, diversas y perversas, incontinencias verborreicas, adjetivaciones extremas, minuciosas, descaradas. Manierismos decimonónicos, repeticiones machacantes, cursilerías de carnavales paganos y de romerías marianas. Excesos. Detalles y fragmentos fuera o dentro de contexto, desordenes y paradoxas. Inestabilidades verbales. Tautologías infantiles, elipsis, enumeraciones inusitadas o alephicas. Humo, hojarasca. Adjetivos que modifican, disgregan o califican los sustantivos heroicos, las cosas innecesarias, los seres intranquilos, las almas concretas de los meros objetos. Asombros. Imaginarios desbocados, desaforados, desquiciados. Palabras secretas, cifradas, palabrotas de puertos, de lenocinios, de mansiones versallescas, verbos desafiantes, bizarrías. Prisma de infinitos colores, catalogo de texturas, abigarradas colecciones geológicas, entomológicas, gemológicas, microscópicas o museológicas. Artículos necesarios, pronombres codificados, abundancia de preposiciones, adverbios triaxiales, nunca interjecciones y demasiadas conjunciones. Reinas de barajas, palitroques condecorados, príncipes bastardos. Exploraciones diccionaricas, ruidos gramaticales, tumultos retóricos. Desestibaciones. Invenciones, desbordes, torrentes en verbigracias, flujos de pensar florido. Medusarios, galaxias y paradisos, artificios, artesanías, arteros arqueros, arcontes apátridas. Herejías y sacrilegios, obviedades lingüísticas. Miméticas. Deformaciones poéticas y arbitrarias de la realidad, metáforas sobrecargadas, imágenes hermosas, maravillosas, asombrosas e inquietantes, elaboraciones y reelaboraciones. Fantasías, alegorías, imaginaciones irracionales, sueños o pesadillas. Insanías. Mansedumbres de crótalos sangrantes. Utopías ancestrales, botánicas primordiales, zoologías parciales de cobras, colibríes y cocuyos. Lo real maravilloso. Reescrituras, plagios, apropiaciones anónimas. El frío de la noche tenía incrustaciones de violetas (ii). Cubanización del idioma de algunas de las españas, el malecón de La Habana por las ramblas de Barcelona, el mambo por el flamenco, y el Che por el Cid. Lezama Lima por Góngora y Quevedo. Revelaciones y rebeliones. Arte de la contraconquista. Polifonías, carnavalizaciones y parodias. Intertextualidades. Finísimos filigranas, absurdos, voraces, estrafalarios. Palabras amaneradas, exageradas y retorcidas. Devoración consentida del significado por el significante. El travestismo y la metamorfosis. Catedrales sobre templos, mármoles sobre piedra. Incienso sobre sangre. El comienzo de América fue barroco. Y el Barroco en América, un comienzo (iii). Lo kitsch, lo queer, lo camp, lo mágico de esta otra realidad, lo onírico vivido hasta el hartazgo, el horror vacui, lo latinoamericano, lo indoamericano, lo hispanoamericano, lo Not American. Gárgolas y tragaluces. Lo barroco, lo neobarroco, lo transbarroco, lo ultrabarroco. Exageraciones barrocas. Variaciones barrocas. Barroco, barrueco, perla de forma irregular, joya falsa. Barlocco o brillocco. Barro-coco. Baroco. Artificioso y pedante, confuso e impuro, engaño, capricho, extravagancia del pensamiento. Búsqueda de la palabra, de las palabras, para construir desconstruyendo el poema o el texto, indagaciones semióticas, escrituras/lecturas, extradescripciones e intradescripciones. Afanes. Barroco nuestro que estas entre nosotros y el cielo…, etcétera.

Bibliografía.-
(i) La Curiosidad Barroca. José Lezama Lima. 1957.
(ii) Pequeño relato de fantasía. Variación. Francisco Antonio Ruiz Caballero. 2006.
(iii) América barroca: De Lezama a Sarduy. Socorro Jiménez. 2006.


NOCHE
F.S.R.Banda

Las luces se apagan... el silencio reina... los amantes se abrazan, las hadas se acercan sigilosas y sonríen... una mujer se acostará para soñar realidades que la visten de oro y terciopelo... él la observa callado... ella se duerme... los gatos miran la luna. (i)

De oros y terciopelo vestida, como reina seducida sobre el lecho de cristal del castillo que soñó de niña en lo alto de un promontorio florecido de violetas entre un bosque de abetos rojos y pinos silvestres, atravesado por un río de sueñera y de barro por donde las proas vinieron a fundarle la patria, con los barquitos dando tumbos entre los camalotes de la corriente zaina (ii). Las luces se duermen dejando abiertas las puertas a las tibias penumbras y al silencio acunador que viene del bosque con su perfume de pinos y su abrazo de hiedras. Refulgen las hadas sigilosas con sus halos fosforescentes y sus alitas transparentes que destellan los arcoiris atrapados en sus secretos vuelos por el día. La rodean, la cercan, le rozan el pelo y juegan alegres entre sus pestañas, espolvoreando sobre ellas las chispitas plateadas del fino balasto de diamantes que robaron del lucero. Afuera la noche está estrellada y titilan, azules, los astros a lo lejos (iii). En el horizonte se adivina un mar azul tranquilo esperando el pálido fulgor de la luna llena para que ilumine los peces perdidos en el estremecimiento nocturno de las espumas y el oleaje. El viento lleva vibraciones de liras eólicas, y el eco de los tímpanos de plata que suenan los silfos (iv). Ella se deja fluir por el breve caudal del arroyo de los sueños, y en ellos vuela y corretea las mariposas amarillas en un campo de amapolas, y salta entre los charcos asustando a las libélulas y silenciando a las cigarras. En el rincón sujeto a las sombras alguien la mira dulcemente con ojos de silente príncipe encantado. Un lobo aúlla su soledad de bosque, de hierbas y de piedras. Despiertan los gatos con el tenue ruido del roce de la luna al pasar coqueta e impúdica por entre las ramas olorosas de los pinos. En el sueño los amantes se abrazan, ella de oros y terciopelo, él con su uniforme de gala, ambos iluminados por la hadas que sonríen esparciendo su polen de pequeñísimos brillantes del lucero. La realidad se sueña amodorrada en el duermevela del amor que invade los amplios salones del castillo, los senderos lunares del bosque de pinos y abetos, el mar del rumor lejano y los peces extraviados, el rincón solitario del príncipe silente y el lecho de cristal donde ella sueña con los gatos que miran la luna. Vale.


Referencias bibliográficas.-
(i) Noche. Hilda Breer.
(ii) Fundación mítica de Buenos Aires. Jorge Luis Borges
(iii) Poema 20. Pablo Neruda
(iv) A una estrella. Rubén Darío


DEMONIOS
F.S.R.Banda

“Esta dualidad esquizoide yace en la razón del paradigma cartesiano.”
El Reencantamiento del Mundo. Morris Berman.

Demonios ocupando las grietas por donde el tiempo escurre como una arena fina, blanca, cuarcífera. Dioses oscuros y confusos ramoneando en las extensas praderas de la noche iluminados por un fulgor eléctrico, de irritantes destellos estroboscópicos. Demonios inofensivos que arrastran los deseos escondidos, inútiles demiurgos malditos con trajes bufonescos revolviendo la sopa amarga de las pequeñas miserias, incubos ociosos brincando sobre las tumbas vacías y las estatuas olvidadas hasta por los pájaros. Demonios infatuados por su angélica rebelión y divino desacato, gimoteando en vuelos de buitre sobre el cenote tibio que oculta la entrada al negado Paraíso. Crujidera de huesos, rechinar de dientes, ojos extraídos por la uña del terror, bocas con la mueca de pánico congelada en los labios sangrantes. Demonios horripilantes con tres ojos, con garras de marfil fósil, con facciones de ácaros o avispas, con la piel babeante y putrefacta de las iguanas comestibles. Demonios urgidos por la pesadilla de un Dios castigador celoso de las victorias pírricas y de los fastos untuosos de la perversión, la traición, la ignominia y la inverosimilitud del pecado original. Demonios trágicos aferrados a esperanzas insensatas, a sueños imposibles, a desengaños barajados en versitos de cotillón. Demonios vencidos por la eterna inmanencia. Demonios corroídos por la envidia del libre albedrío, de la cercanía de una tibieza con rostro y sexo, de la sensación de la sal húmeda en los labios en las horas crepusculares de todos los mares. Demonios angustiados por una inmortalidad sin sentido que se desgasta lenta e infinitamente sin solución de continuidad ni mínimo vislumbre de ocaso. Demonios enjaulados como aves de parques temáticos, míseros ángeles caídos en el cieno negro del error doloroso de la soberbia siempre victoriosa. Demonios chapoteando en el lodazal del desprecio por indiferencia, ignorados, abandonados a los cuentos infantiles, a los filmes de tercera categoría, a ser sustos sin asombros ni pestañeos. Demonios inconclusos, creados en la premura de aberraciones más domesticas o más creativas. Demonios viejos arrumbados en los sucios y fríos rincones de un Averno vacío, arrastrando sus ridículas patas de arpía o de caprino, con sus alas mefistofélicas resquebrajadas por centurias de desencanto y desidia. Demonios con las cuencas de los ojos vacías esperando que el Creador les conceda, al final del último de los últimos tiempos, la gracia inmerecida de volver a entrar en el Empíreo y volver ver en plenitud la mística Rosa Celestial con sus siete círculos y sus siete cielos bajo el reverbero del brillo cegador de la Esencia Divina.


ATAVISMOS ESENCIALES
F.S.R.Banda

Fue numeral como los signos inscritos en las tablillas de arcilla mesopotámica y las piedras pulidas de los ábacos romanos, tenía la apariencia de insecto nocturno con sus élitros congelados en un canto sin más armonía que sonidos y silencios que se diluía entre los susurros de las grandes bestias dormidas y la vocinglería de los grillos escondidos de la luna en los intersticios de los semiderruidos muros de la mastaba. Sus huellas en las suaves arenas de los barjanes semejaban los orificios de los cangrejos violinistas y podían permanecer por semanas marcando sus idas y venidas en sus espirales caóticas, pero eran borradas apenas aparecía la primera brisa premonitoria del siroco. Entonces se refugiaba en los embelecos de los densos cañaverales fósiles de los travertinos que rodeaban la gran laguna seca con su limo amarillo y los huesitos de saltarín del fango trazando un alfabeto de miles de letras distintas sobre el incoherente vitral definido por las grietas de barro. Algunos monjes que lo vieron a la luz escandalosa de algún plenilunio o bajo la fosforescencia arsenical de los cristales fibrosos y romboédricos de willemita, creyeron erróneamente de que era un simple granate por su forma dodecaédrica y por la variedad de colores que presentaba según la hora de la noche en que se le observara, desde púrpura, rojo, naranja, amarillo, verde, castaño, café y negro al incoloro. El azul, el único color que faltaba se encontró finalmente en un espécimen visto al término de un eclipse solar cambiando de color de azul a rosa rojizo. Se cree que con luz diurna, su color puede tener tonalidades grises, castaños claros y oscuros o verdes y raras veces azules y con luz incandescente, el color cambia a rojizo o rosa purpúreo. Pero nadie hasta ahora ha podido ver uno en la claridad del día, ni de noche iluminado por el haz de una linterna, y tampoco se ha atrapado alguno para verlo bajo la estricta luz de una lámpara. Alguien ha aventurado la teoría de que son solo huesos carpianos de babuino o astrágalos o escafoides de homínidos primitivos enanos. Este origen óseo ha sido desvirtuado por el fragmento de cola reseco que se encontró como estructura vestigial de algo que se creyó era uno de sus embriones nonatos. Las certezas son escasas: es numeral, con apariencia de insecto, sus huellas son simples orificios, suele vivir en travertinos, tiene forma dodecaédrica y puede presentar una gran variedad de colores; púrpura, rojo, rosa, naranja, amarillo, verde, castaño, café, azul, negro y también incoloro. Y peor aun, ni siquiera se sabe si es algo vivo o solo una bizarra cristalización de sales primordiales. Quizás todo no sea más que delirios, alucinaciones, distorsiones y fugas. Carencias o engaños. Ahora bien, este mismo texto es una ilusión, y el lector puede obviar su trabada lectura apelando simplemente al sentido común e iniciar su lectura por esta ultima frase. Vale.
                                                          
Nota justificatoria.- “En lo que escribe hay dos textos. El texto I es reactivo, movido por indignaciones, temores, réplicas interiores, pequeñas paranoias, defensas, escenas. El texto II es activo, movido por el placer. Pero al irse escribiendo, corrigiendo, al irse plegando a la ficción del Estilo, el texto I se hace a su vez activo; entonces pierde su piel reactiva, que sólo subsiste por placas (en pequeños paréntesis).”
“Activo/reactivo” en Roland Barthes par Rolamd Barthes. Editions du Seuil, 1975.


ABANDONOS
F.S.R.Banda

“Animula, vagula, blandula…”
Publius Aelius Hadrianus Imperator.

Todo tenía un aire mayestático pero de alguna manera impenetrable, sobre el plinto de antiquísimo mármol romano del Monte Pentélico, con su blancura uniforme y ese ligero matiz que le da un brillo dorado a la luz del sol, la pequeña estatuilla de Antínoo era de un oro muerto, apagado, avaro. La cristalería lanzaba brillos deformados y caóticos como si la luz azulosa que entraba por los altos ventanales atravesara un agua turbulenta, en continuo movimiento. Las paredes eran negras, opacas, cubiertas por un tenue y delicado polvo de silencios y tristezas que absorbía los sucesos que habían acaecido en el salón sin dejar vestigios de las más mínimas memorias. Y ese olvido continuaba en el opaco barniz caoba de los muebles, en el tapiz raído de los sillones que parecía un musgo denso pero suave de color púrpura estremecido y gitano. El mar, allá lejos, tenia una turbiedad anaranjada y rompía en espumas bermejas y destellos escarlata. Las grandes naos que cruzaban en ambos sentidos entre el horizonte índigo y las rompientes espumosas poseían siluetas demasiado perfectas, siempre nítidas, con toda su arboladura y cordajes pero con el velamen recogido como si presintieran una inminente tormenta. Cuando fue el atardecer el cielo sin nubes tomó una coloración verde muy intensa y el disco solar en su amarillo pálido declinó sin arreboles, cansado e inútil. El crepúsculo fue un resplandor verdoso carcomido por el burdo amarillo solar. Un bergantín de tres mástiles cruzó el extraño poniente dejando una estela que no terminó de deshacerse hasta que el sol desapareció vencido de furiosos verdes iluminados. Detrás una luna menguante tornó turquesa el verde crepuscular del cielo ya apaciguado, y el mar fue violeta y las espumas de un claro rosa repentino. Desde el jardín abandonado a las hiedras olvidadas y a la exuberancia salvaje de las hierbas y los matorrales silvestres, un lobo aulló rasgando la soledad de las estatuas y de la pileta vacía. Otros lobos, desde el bosque de pinos de la cercana colina respondieron con aullidos aun más nostálgicos. Luego volvió el silencio. La toxica luminosidad lunar fue trastrocando los colores, deformando las siluetas, y ya a medianoche todo era de un gris suave y enternecedor, íntimo, tanto así que vista desde cierto ángulo del salón, la pequeña estatuilla de Antínoo parecía sonreír, quizás con la misma sonrisa dulce de la que se enamoró el Divino Adriano. Vale.


VISITANTES
F.S.R.Banda

Pequeños espantos, depredaciones, monstruosas larvas subterráneas de escarabajos. El escarabajo enjoyado verde iridiscente, y su exoesqueleto de células hexagonales, como moléculas en un cristal líquido nemático quiral, que solo de se ve verde cuando recibe luz no polarizada. Las conchas globulosas y helicoidales vacías de los caracoles muertos. Con su color pardo con tonalidades grisáceas y cinco marcas estriadas pardas decayendo lentamente al vil blanco del carbonato meteorizado. Borrándose, diluyéndose, volviendo a ser nada. Polvo al polvo. Las filas multitudinarias de hormigas siguiendo el rastro de una química feromonica, sinuosas líneas cuyos lustrosos e infinitos puntos marrones pertenecen a una recóndita geometría instintiva. Los zumbidos de abejas y avispas en sus vuelos misteriosos según sus propios mapas solares o sus magnetismos ancestrales. Los breves homicidios sagrados de las mantis, y las horrorosas momificaciones en vivo de las arañas. Las orugas masticando y masticando defendidas por sus colores, pelos, apéndices o componentes deletéreos. Hasta ser crisálida dormida en su capullo y morir, disolverse y renacer en la perfecta replica de sus ancestros multicolores. Los pequeñísimos pulgones verdes, amarillos o negros, ápteros o alados, y sus estacionales perversiones partenogénicas. Las heterónimas mariquitas; mariquitillas, chinitas, catarinas, sarantontones, vaquitas de San Antonio o vaquitas de San Antón, pretendiendo satánicas toxicidades en sus vivos colores aposemáticos, brillantes rojos, naranjas y amarillos, estampados de lunares negros. El pololo común de coloración anaranjada que lleva en su espalda la negra cruz de Caravaca, lento, torpe, primaveral polinizador vicioso. Burdos moscardones anaranjados y negros que cruzan las tardes con torpeza de gigantes lerdos. Libélulas con sus grandes ojos alienígenos, joyas depredadoras, raudas sílfides de alas transparentes revoloteando sobre estanques, charcos, y ciénagas para incrustar en esas aguas los huevos de los que nacerán sus ninfas feroces y hambrientas. Larvas de la muerte sumergidas que surgirán como voraces ángeles celestes, amarillos, fucsias, rojos y anaranjados, turquesas, grises y negros, azules y verdes, y rosados, de grandes alas de primitivas nervaduras reticuladas. Y en las oscuridades húmedas las asquerosas cucarachas, omnívoros indiantres espolvoreando sus alergógenos del asma. Chanchitos de tierra, grillos y tijeretas escondidos bajo sus templos de piedras u hojas otoñales, gorgojos taladradores destruyendo con parsimonia elemental los altos árboles orgullosos, moscas y abejorros volando en aparentes rutas caóticas. Mientras el pececillo de plata, lepisma de la harina o del azúcar, con el brillo gris metálico de sus escamas plateadas y su estirpe de cuatrocientos millones de años espera la noche en recónditas grietas invisibles. Arriba, en el aire inmóvil, aletean mariposas, perfecciones del arte de la naturaleza, poseedoras de todos los colores posibles, tornasolados e iridiscentes, sedosos y aterciopelados, fantasías oníricas de dioses delirantes,  artesanías de orfebres ebrios, pruebas irrefutables de que la belleza también existe por mera evolución a través de procesos estocásticos o aleatorios. En fin, alhajas inalcanzables y engendros inimaginables, habitantes de un mundo paralelo, ajeno, donde solo somos efímeros visitantes asombrados. Vale.



Revista PARADOXAS N° 159 - Volumen I
5 de Marzo de 2011
revista_paradoxas@yahoo.com

miércoles, 2 de marzo de 2011

PARADOXAS Nº 158


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VII - N° 158


INDICE

DONDE VIVEN LOS MUERTOS - Daniel Isaac Octaviano
MALO, MUY MALO - Pablo López
EL FUNERAL DE S.M. EL REY - F.S.R.Banda


EDITORIAL

Por qué escribo.

Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un moje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cinematógrafo y hacer una película, en blanco y negro, absolutamente realista de Alicia en el País de las Maravillas, hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën, hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo.
Alberto Manguel *

Así fue pirateado del reportaje ‘Por qué escribo’ de Jesús Ruiz Mantilla. Sección El país semanal ( 02-01-2011). ELPAIS.COM. . Vale.

El Editor


* Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) es escritor, traductor y editor argentino-canadiense que escribe generalmente en inglés, aunque a veces lo hace también en español.



Vida, Obra, y Muerte de Arcangelo Strangosky.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

(Proyecto para una novela si tuviera paciencia, virtud que desconozco) (Que la escriba Arturo Perez Reverté).

(Pido a los dioses me sean propicios en el relato que estoy a punto de escribir).

En las vísperas de la Navidad de aquel año, la nieve caía sobre el pueblo como la mano de un esqueleto descarnado, fría y mortal como los cuchillos. Nacía nuestro compositor bajo el maleficio del hielo en un pueblito de los alrededores de Moscu, la aldea Sebastoycalla, que actualmente es un barrio del extrarradio de la ciudad, con parada de metro rabiosamente majestuosa. Era Arcangelo hijo de Luigi Strangosky, un italo ruso fabricante de pianos, quizás de él heredara el atractivo mediterráneo de sus melodías, un pomelo agridulce, muy amarillo y con un toque de amargura negra. Su padre, rubio y de ojos azules, cabía un firmamento sublime en sus ojos, era jugador, borracho, y pendenciero. El día en que Arcangelo fue engendrado su padre perdía dos mil rublos en una partida de cartas, volvía borracho a su casa, daba una paliza a su mujer, y luego, como poseso de una fiebre infernal, la violaba regando con besos los cardenales azules provocados. Su madre en cambio, Maria Teresa Induskeya, era una armonía celeste en medio de un mar tempestuoso, toda hecha de ternura y vino, azucarada como la miel de romero pero a veces airada como el cianuro. De ahí que el temperamento del muchacho a veces se agriara como el vinagre y otras veces fuera dulce como el arrope de uva. De niño Stragonsky se maravillaba con el sonido que su padre hacía resbalar sobre las cuerdas de sus pianos. Y su conocimiento de la música nace de un terrible accidente con el trineo en el que se rompe las dos piernas. Encerrado en su habitación observa por la ventana a los niños divertirse en la nieve y jugar y la melancolía, como un tigre azul, le desgarra el alma, y solamente la música de los pianos de su padre le hace revivir. En esa fecha, 1800 y pico, es su primera novia, Margarita Incrusetia, que con el tiempo fuera la prostituta más famosa de Moscu, y su primer amigo Jaruslaw Neverkin, muerto en combate contra los tártaros, valiente como un millón de españoles y asesino como un tábano con paludismo. Y de esa fecha también es su primera sinfonía: el colibrí de fuego, en la que los clarinetes arpegian centellas de rubíes sobre diapasones de berilo, a la inocencia del niño sumaba ya la perfección de un organista, su colibrí vuela sobre pentagramas escarlatas acompañado de libélulas fucsias y es todo tan dulce como un caramelo y tan hermoso como una tarde de primavera. Posterior a esa fecha lo vemos en el conservatorio María Anduyesca, su padre pasaba hambre por el niño, toda la familia pasaba hambre, su madre pasaba hambre y sus dos hermanas pasaban hambre, y él sin embargo pasaba un calvario de malos tratos por parte de los curas que regentaban aquel siniestro conservatorio, cárcel, reformatorio, morgue, infierno, paraíso. A los diez y siete años compone su segunda sinfonía, La medusa violeta, de un violeta tan lila como un enjambre de abejas celestiales, en ella hay un logaritmo de melodías sincopadas y un glamour de plumas y arabescos de oro, un crisantemo naranja y las siete facetas del arcoiris adheridas a una gardenia. Mezclaba ya la elegancia y lo siniestro con gotas de arsénico frío. Conoce los salones de Moscu, y se mezcla con masones y anarquistas. Todos preparan una conspiración contra el Zar. El Zar acude a una representación de Ifigenia en Táuride y un amigo suyo, Ivan Intonesku, lanza una bomba contra el potentado. Hay cuatro muertos y el zar sale ileso, se organiza una cacería de elementos subversivos y Arcangelo es enviado a Siberia, preso como revolucionario. ¡¡Oh cuantas vicisitudes pasaría el muchacho en su destierro en Siberia¡¡¡. Una mañana el frío había congelado a Irigo Yashenvski, y los presos, mortalmente heridos por el hambre, practican el canibalismo, Arcangelo come el hígado de su compañero de presidio, come su falo enorme y escurridizo, repugnante, y come sus ojos, que nadie quiere, atizado por un demonio de fuego que baila en sus tripas como un leviatán de terror. La sopa de carne contenía tripas humanas, dedos, y ojos, y Strangosky ve en ello una melodía de sangre y zafiros, mortalmente herido por la necesidad. Compone la sinfonía La Mariposa del Demonio, una sinfonía negra, en la que los violines no son menos negros que la antracita, llena de ópalos amarillos vivísimos como almejas nunca saboreadas. Envía su composición al arzobispo Blasov, y éste la entrega al fuego. Desesperado, loco, con unas fiebres terribles, escribe su quincena sinfonía Jesús en el Gólgota, y el arzobispo Blasov, amante de las artes y celoso franciscano, pide su indulto al zar. Regresa a Moscu diez años más viejo, y vuelve a frecuentar los dorados, de esa fecha es su Cabellera de Absalón, viva y rugiente como un león de seis bocas, y elegante como una rosa negra. Mas tarde compone El Cisne degollado, espectral y enfermiza, soberbia y abracadabrante, glamourosa como un pitillo en los labios de una cortesana, densa como un puñado de humo verde, y tortuosa como un camino entre nopales. Los músicos le odian porque exige una habilidad extrema en sus composiciones. Se casa con Ivana Petrovna, de ojos verdes y cabello negro, riquísima y mala, que le engaña con todos, y tiene su primer y único hijo, Gabriel, que a los siete años muere de tisis. Atormentado por la pena compone su Réquiem amarillo, en el que el amarillo es negro y el negro es aún más negro, y en el que un toque púrpura sobre unas flautas pone una estridencia de desesperación terrible a unas corcheas de dolor. Se enamora de Rafaela Golitzia, esposa de Antón Rubiroff, y le obsequia con una composición de trigos amarillos y dorados, de hibiscos rojos, de tornasoles descoyuntados y fervorosamente azules, la sinfonía de Ibiza, y tiene con ella una noche de amor apasionada antes de un duelo a pistola con el marido de ésta Antón Rubiroff, al que mata de un disparo en el ojo. Compone sin cesar, hipnotizado por su propia belleza y viaja a Paris con su amante, donde todos los periódicos le acusan de enfermo y bellaco. Vuelve a Rusia y estalla el escándalo de las letras impagadas y casi al borde del suicidio, en una noche brutal, gana en el casino cien mil rublos. Con cincuenta y tres años, recién estrenado su Pájaro de cieno, una obra carente de sentido pero tan hermosa como una catedral gótica, enferma de peste bubónica. Es horripilante su enfermedad, se cubre de llagas, los médicos aseguran el envenenamiento, otros dicen que es escorbuto, y otros aseguran un pacto con Satanás. Muere desollándose a si mismo, mordiéndose la lengua y sudando sangre, en una agonía que dura tres días, tres días de apabullante rencor tenebroso. Hay quien dice que ese día no cantó ni un solo ruiseñor en el bosque. Su obra póstuma, acabada en su tercer movimiento por Bethoven, El Tormento de Andreovich Liubanin, es una estatua, un mausoleo dedicado a la avaricia, Andreovich Liubanin sufre de envidia y avaricia en la obra. Stragonsky incluye murciélagos negros que vampirizan corderos violetas, y la intervención de Bethoven, a indicaciones precedentes, es tan soberbia y majestuosa, que al final de la audición la gente se retira callada, absorta, y pavorecida por lo que acaba de escuchar.

(Ya está bien por hoy, que ya no doy más de mí).
(Y además si no os gusta, mejoradlo).


DONDE VIVEN LOS MUERTOS
Daniel Isaac Octaviano

Los muertos no se mueren, tienen agua de lluvia en los ojos y sueño de coral en las uñas para rascarse el corazón y la tierra cuando la vena de alguna flor o la antena de alguna hormiga los haga reír hasta callar las estrellas. Los muertos no se han muerto, nos morimos los sobrevivientes de su ausencia y soledad. Los muertos no se han muerto son un dolor inquieto entre el estómago y el pecho; se enredan a las costillas con cefalópoda habilidad y de hora en hora nos muerden el esternón. A veces, por la noche, los muertos salen a jugar con nuestra cordura y piel fría, bullen y queman como una locura de mezcal, se trepan al esófago en menos de lo que gritamos: ¡Baja de ahí, muerto mono travieso! Y a la brevedad de un segundo ya están brotando por los ojos de quien mira al cielo. Y esto está muy bien, pues si acaso caen y se dan de narices contra nuestros dedos, no duelen menos de lo que dolieron al decidir ser muertos. Los muertos no se mueren, los matamos. Los muertos no se han muerto ni viven polvorientos, astrosos u fosforescentes dando erráticos tumbos en los panteones. Ni pretenden, Es que nunca su intención es asustar a las viejas lloronas a los beodos extraviados a los curas quebrados, a los niños desobedientes con sueños de hombría en los bolsillos; o matarnos de amor inconcluso. No, los muertos no son muertos, son la viva promesa del mañana y del sueño que no dejará de comenzar. Los muertos no se han muerto, caen del cielo como Dios las tardes de julio; aparecen, así, nada más de repente colgándosenos al cuello y haciéndonos cosquillas en los pies. Ajenos al febril electrocardiograma del código social todos los muertos de nuestra dicha muestran encías sin labios y escupen sobre el mausoleo de la ecléctica derrota y del tirano triunfo. Los muertos nos saben en el pan de las mañanas, huelen como al cigarro que se enciende en el aislamiento de su recuerdo. Huelen a ti y a mí con gotitas de naranja en la risa del verano. Lo muertos no se han muerto, viven en las llagas que nos abren con su falta y juegan al columpio haciendo lazos de nuestras tripas. Y en el idioma que todos los muertos aprendieron al nacer cantan odas de luna mientras brincan y se desvisten en la parte más mullida de la oreja. Luego, cuando se aburren de nuestra pesadez y fragilidad —porque los muertos, todos, siempre se aburren de lo muy jodidos que nos dejaron aquel día—, van a risa y risa a recogerse bajo el párpado inferior derecho y ahí se toman muy en serio la siesta de media tarde. Los muertos no están muertos, tienen argumentos ilógicos, ritos coleópteros y ganas de emborracharnos hasta el próximo año. Libres del invierno y las matemáticas, les da por nevar sobre los hombros de los peatones lógicos. Los muertos no están muertos, los matamos si cedemos. Los muertos no se han muerto ni dejarán de hacerlo. Tienen forma, tienen color y presencia en las sonrisas que esbozamos mientras dormimos; en el nombre que con dedo y vaho trazamos hasta el entumecimiento en el cristal de una ventana fría. Los muertos no se han ido, ni se irán. Se han quedado a bañarse en nuestros ojos, se calientan las manos con el sonido de nuestra voz cuentan los pasos que hay de la cama a su ombligo, del llanto a la calle y de esta hora mía a la llama y la nada. Ahí donde viven los muertos, Eduardo, quiero soñar un mundo con mi mujer y contigo.


MALO, MUY MALO
Pablo López

Soy malo, nací con un rencor enquistado en el alma que crea tumores en carne, huesos y sangre. Yo sé que es verdad eso que dicen: que un mal estado de ánimo crea cánceres y enfermedades. Soy cáncer e infección porque soy malo. He de puntualizarlo porque los hay que se vuelven mala gente con la enfermedad. Yo nací malo, muy malo. Mi sangre es de un blanco leucémico, tan enferma, que se pudren las agujas que clavan en mis venas. Algunos doctores no quieren curarme porque dicen que no me lo merezco. Las enfermeras tienen miedo de tanta insania. Y ambos temen mi odio. Tengo un brazo podrido que se cae a trozos, que pica la piel y el muñón sangra por la acción liberadora de mis uñas. Ni la proximidad de la muerte puede hacerme mejor, más humano, más agradable. Los años pasan y la podredumbre en la médula de mis huesos crece y se hacen ramas duras, óseas que se clavan como raíces en mis músculos odiadores. Y el dolor es enloquecedor. No me canso de odiar y despreciar este infecto planeta en el que estoy prisionero. Hubo un hijo, tal vez fuera mío. No estoy seguro porque mi semen es pus clara desde hace mucho tiempo. Ya no recuerdo desde cuando. ¿Me di cuenta en mi primera paja? Creí amarlo; pero cuando me di cuenta de mi sangre blanca infectada y enferma, supe que no podía haber ningún tipo de cariño en mí. Toca morir y la puta hora no llega nunca. Y mientras pasa el tiempo, pateo caras de vagabundos en las noches, o disparo en cuerpos que no sé si son de hombre o mujer. No hay motivo alguno, no hay móvil. Por eso sigo libre, si se le puede llamar libertad a vivir en este planeta lleno de cosas desagradables y vulgares. Me duelen los huesos y la piel es pura comezón. Se me ha caído el antebrazo y el muñón ahora es rosado, no está curtido como el de la muñeca y duele solo rozarlo con la mirada. Dicen que es lepra del odio, que es lepra de la desesperación. Debería animarme, pensar en positivo. "Un ánimo positivo y optimista es el cincuenta por ciento de la curación de un paciente", dice el doctor. Sólo el descuartizamiento de un cuerpo me alivia, descarga adrenalina. Una adrenalina que debe estar tan podrida como el semen que producen mis testículos. Mi pene es oscuro, porque la sangre lo llena pero no retorna. Me masturbo como terapia para provocar la circulación sanguínea y así un día no encontrarlo entre las sábanas suelto y muerto como una morcilla de arroz y sangre de cerdo cocida. Me queda una sola mano y dos pies para seguir matando. Y por lo visto; poco tiempo de vida también. Pero poco tiempo es una eternidad aquí. Yo le digo a los médicos que se metan en el culo sus consejos, su superchería y psicología barata. Su cordialidad de mierda también. Yo solo quiero irme de aquí. Tal vez el suicidio... No... A pesar de este dolor, de esta vida agónica, amo el odio que me hace fuerte e indestructible. Aunque emboce el inodoro cuando defeco mis propias vísceras tumorales. Odiar es más fuerte que amar. Y es más fácil. Un hombre con la tez clara, barba y pelo castaños; que viste túnica y sus ojos verdes radian paz me ha dicho antes de acuchillarlo: “Muero por ti, hermano. Mi Santo Padre te acogerá en el cielo, no te guardo rencor.”. No puedes guardarme rencor, iluminado de mierda. Le he cortado el cuello y se ha volatilizado en el aire como si fuera humo. Creo que mi cerebro también se está pudriendo. Ni Cristo me redime de mi maldad. Y aunque me sangren las encías y se me desarrolle un cáncer linfático, despertaré con la mirada torva, mirando con asco el nuevo amanecer, sintiéndome enfermo con el calor de la nueva luz. Odiando la realidad que me arranca de sueños donde soy libre. Soy malo, soy tan malo que el cáncer no tiene fuerza para matarme completamente. El imbécil saber popular, por una vez tiene razón: mala hierba nunca muere. La buena sí muere. Y sangra, y se trocea, se quema, se tirotea...


EL FUNERAL DE S.M. EL REY
F.S.R.Banda

De zafiros destellando sus filosos cuchillos azules, de rubíes concentrados en su rojo fulgurante, lascivo, de esmeraldas de esplendorosos verdes transpuestos y de aguamarinas tornasoladas azul verdoso pálido y lustre entre céreo y vítreo eran las incrustaciones de la corona y del agazapado león rampante que remataba el cetro. Sus chispas brillantes encendían la oscura catedral y sus esquirlas de luz coloreada rompían la tenebrosa penumbra de la alta cúpula y los muros de sillería con sus filigranas y arabescos de yeso cuarteado y los rostros impasibles de los santos moldeados en las mejores yeserías de Huesca. Abajo el féretro de alabastro se iba trizando según una delicada red de fracturas que iban definiendo pequeños fragmentos hexagonales a medida que el humo del gran incensario, copia perfecta del botafumeiro, que pendulaba en un arco inverosímil abarcando desde el desolado altar de mármol rosado hasta el atrancado portón de madera de cedro al natural con el aldabón de bronce con dos llamadores en forma de águila bicéfala, y las guarniciones de hierro labrado, iba llenando la nave central con su humo sagrado y sus cenizas aun ardiendo que cruzaban la sombra fúnebre como rojas estrellitas fugaces. Se iba disgregando el féretro en pedacitos cristalinos translúcidos que tintineaban alegres con sus ecos de cristalerías secretas al caer y saltar sobre el piso de mármol embutido de mosaicos espejeantes. Pronto quedo a la vista el cadáver del rey sobre el plinto de mármol negro vestido de sus mejores galas, sedas y armiño, sus espuela de oro, su justiciera espada acerada y filosa, sus guante y cota de malla tejidas con el mejor acero, y su corona con los zafiros, rubíes, esmeraldas y aguamarinas. Ahí quedó desnudo de féretro, tirado a lo largo sobre el mesón negro envuelto en el humo del incienso y apenas iluminado por los destellos de sus joyas que reflejaban la luz sucia y difusa de las ventanas ojivales que nadie se acomedío a limpiar. Y el incensario fue reduciendo su arco lentamente en el profundo vacío de la catedral, y su humareda fue cada vez menos y menos perfumada, hasta que se detuvo lejos del cadáver real y ya no humeaba y solo era un hermoso objeto colgando impávido e innecesario como una plomada olvidada por un albañil colosal. La noche terminó por oscurecer la amplia catedral y ya no hubieron destellos ni reflejos, y todo fue sombra densa con un rescoldo oloroso a incienso, y allí sobre la mesa de mármol negro de las canteras de Marquina-Jeméin, el rey con sus galas y orgullos esperando inútilmente los honores, los responsos, los llantos, las lagrimas, la voz varonil del príncipe sucesor rememorando sus batallas, la dulce voz de la reina preguntando al destino ignoto porque él se había ido así de pronto dejándole un vacío en su corazón de alteza real y de mujer amada, y las voces de sus súbditos clamando al cielo por la perdida de su amo y Señor, y sus soldados haciendo resonar la tristeza del timbal funerario y el ruido de sables y el taconeo de botas de montar con la sonajera de las espuelas en los honores militares, esperando los fastos de la altanería de sus glorias, esperando inútilmente en la cerrada oscuridad de la inmensa catedral vacía. Solo observado por los impersonales ojos de vidrio en sus cuencas de yeso de la imaginería de vírgenes sufrientes y santos torturados. Sin saber, porque muerto no podía oír los cantos alegres y los gritos de jubilo, ni podía ver a las gentes de su reino, todos bailando ebrios de felicidad alrededor de la gran hoguera que habían encendido a medio camino entre el castillo y la catedral, a la salida del poblado miserable que estaba viviendo su primer jolgorio desde el día aciago en que el tirano había sido coronado. Vale.



Revista PARADOXAS N° 158
23 de Febrero de 2011
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