martes, 14 de mayo de 2013

PARADOXAS Nº 170


PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año VIII - N° 170


INDICE

El Equilibrista de las Mariposas. - Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Alien contra los Jorobados. - Francisco Antonio Ruiz Caballero.
 CAMALOTE - Beatriz Graciela Moyano
Itinerario de navegación de los mares y tierras occidentales. - Juan Escalante de Mendoza
ATISBOS - F.S.R.Banda
OSCUROS BARROCOS DEL SUR DEL SUR - F.S.R.Banda


EDITORIAL

barroco, ca.
(Del fr. baroque, y este resultante de fundir en un vocablo Baroco, figura de silogismo, y el port. barroco, perla irregular).
1. adj. Se dice de un estilo de ornamentación caracterizado por la profusión de volutas, roleos y otros adornos en que predomina la línea curva, y que se desarrolló, principalmente, en los siglos XVII y XVIII.
2. adj. Excesivamente recargado de adornos.
3. m. Período de la cultura europea, y de su influencia y desarrollo en América, en que prevaleció aquel estilo artístico, y que va desde finales del siglo XVI a los primeros decenios del XVIII.
ORTOGR. Escr. con may. inicial.

Neobarroco. La palabra NEOBARROCO no está en el Diccionario.

Tomado del Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. Real Academia Española. Vale.

El Editor


Visión del infierno. (Según lo escribió en su diario)
Santa Faustina Kowalska

"Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias. Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.
Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados".


El Equilibrista de las Mariposas.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Criaba mariposas de colores. Las criaba desde que eran gusanos hasta que las alas surgían de la crisálida y echaban a volar. Las tenía violetas, azules, verdes, amarillas, rojas. Era un arcoíris andante aquel sujeto. Sobre la cuerda floja, a cinco metros del suelo, era la mayor atracción del circo. Aquel sujeto incluso entraba en la carpa de los leones, siempre rodeado de mariposas, y jugaba con aquellas fieras envuelto en lepidópteros, como el más mágico domador de leones que hubiese existido nunca. Las mariposas le seguían como a un Dios. Subido en la cuerda floja, a cinco metros sobre el público, las mariposas revoloteaban sobre su traje blanco, y parecían un torbellino de hermosura, la dificultad era extrema, logaritmo neperiano o integral demoníaca del circo, causaba asombro. La gente aplaudía absorta con sus malabarismos sobre la cuerda floja, siempre acompañado de sus mariposas, igual que cuando entraba en la carpa de los leones. Atravesaba el círculo de fuego y las mariposas, inseparables, le seguían y lo atravesaban con él. Mariposa y fuego. Incluso como un fakir, aquel individuo, a veces, escupía fuego por la boca, y las mariposas, sin asustarse, sin huir, le seguían, tornasoladas en azules y violetas, tornasoladas en verdes y rojas, diminutas o francamente grandes, inmensas, como hojas de loto voladoras, entre las llamas que salían de sus labios. Las tenía amaestradas. La gente aplaudía a rabiar. Había quien iba al circo sólo por verle a él y a sus mariposas. Era un prestidigitador. Si alguien visitaba su camerino se quedaba estupefacto ante la gran cantidad de mariposas que tenía y criaba. Como en un cuento de hadas el país mágico de su camerino era un palacio de mariposas de colores, la tierra del país de OZ, un territorio inexplorado donde la maravilla se confundía con los viejos bártulos desvencijados. Sobre la cuerda floja él mismo era una gran mariposa que se moviera sobre el abismo rodeado de microlepidópteros, en una fantástica pose circense, qué soberbia en el equilibrio, y qué maravilla la hermosura de aquellos insectos, siempre sobre su espalda, como si aquel sujeto fuera una inmensa flor llena de néctar para ellas, como si él fuese un imán para unas inimaginables limaduras de hierro rosas, violetas, o verdes. Qué atracción. El circo se anunciaba con él, El Circo de las mariposas, Gran Circo de Inglaterra, con los payasos Bufón y Malaespina y los elefantes Panzón y Gorenlandio. La gente pagaba hasta veinte libras por entrar. Los niños se quedaban extasiados y los hombres, satisfechos, repetían y repetían. ¿Cuál sería el secreto de aquel hombre?. ¿Cómo podía dominar a aquellas mariposas como si las hubiese hipnotizado?, su secreto no eran las feromonas, no era un asunto aquel de la ciencia, ni una revelación de la cosmogonía científica. Su secreto era mucho más macabro. Y él ponía aquel trabajo de semanas y semanas al servicio del circo con una crueldad verdaderamente tremebunda. Su secreto era de una violencia inusitada, pacientemente criaba cada mariposa desde que eran larvas hasta que la crisálida emergía, luego, cuando sucedía la metamorfosis, en una aberración de violencia maligna, con unas tijeras, les cortaba la espiritrompa a cada mariposa. Y se las arreglaba para que la mariposa se alimentara solamente de un artilugio cargado de miel que él había construido. Era algo sórdido y macabro. Tenía una pequeña cajita con cientos de espiritrompas cortadas y secas, una auténtica aberración. Los niños no lo sabían.


Alien contra los Jorobados.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Efialtes, Ricardo III, y Quasimodo, deslumbrados por la luna, ciegos, se refugian detrás de una gárgola infernal. Han dado las doce y los dos campanarios de Notre Dame han hecho sobresalir las campanas fuera de su órbita de silencio, su música ha salido a pasear por los cielos de Paris con miles de estrellas de diamante y oro, y ha resbalado por el cristal verde de una botella de champán puesta a refrescar en el balcón de un restaurante. Efialtes, Ricardo, y Quasimodo han vuelto sus ojos de nuevo a la luna, que redonda los ha saludado con un rayo de plata pura, y se han bañado a su luz celebrando la espectral belleza de una noche perfecta. Luego los tres corcovados han hecho piruetas sobre los tejados de la catedral, asomándose al vacío, atletas deformes, bajo un cielo de cristal negro miriado de estrellas frías y celosas, y han padecido el vértigo de la altura dificilísima mientras sorprendían a las gárgolas demoníacas una conversación de iracundia y odio. La Catedral, a esas horas en silencio, no respira, y tampoco respira su magnífico órgano celestial, y la música no nacida, abortada diríase, se espesa en los tubos de metal del órgano, colapsada y negra, como una brea de grumos de topacios negros, dañina en su silencio, cristalina sin romperse en cristalitos, subyugada a la roca de la nada. El Alien ha brotado del pecho de un mendigo reventando su caja torácica  entre espasmos de dolor intratable, y rápidamente ha devorado todo el cuerpo de su víctima bajo la luz de la luna, que ha presenciado con pavor la escena bañándola de nácar, el violeta negro de la sangre, como una tinta china magnífica, teñía las ropas del vagabundo y las escaleras de piedra y los cartones bajo los que dormía el miserable como una mancha de preciosos resplandores. La grotesca y pavorosa escena ha sido presenciada por los tres jorobados de la catedral, y por las gárgolas de piedra, que se
han quedado estupefactas en su rabia inanimada ante la rabia alferecíaca de la criminal bestia, animal de dentellada logarítmica. Los tres jorobados han sentido el mismo miedo que sienten ante la belleza de Esmeralda pero sin la poesía del arcángel perfecto, y han bajado aterrorizados hasta las puertas de la catedral haciendo piruetas sobre las paredes, pero el Alien se ha escurrido de sus manos ansiosas con la vileza de un escapista diabólico. Un nuevo y despreciable ser acoge la Catedral y el navío se desplaza hacia la derecha y casi vuelca por el peso de la bestia polizonte, cuando sea de día, y el organista esté tocando el soberbio compás de un Cesar Frank el Alien hará callar la espléndida música reventando la cabeza del pobre músico de una sola dentellada. Y comenzará la batalla entre los jorobados y el Alien. Contienda llena de dientes y ácido neutrónico, deforme de espinal dorsal desplazada, y violenta de cuadraturas circulares espasmódicas. Pero de momento los monstruos contemplan el cielo de Paris, mientras las gárgolas escupen su fea violencia de piedra inanimada.


CAMALOTE
Beatriz Graciela Moyano

A la deriva por el cauce de canales del río, en viaje de color desteñido por el sol abrasador de sueños perdidos, va el camalote viajero de agua dulce, costeando solitario en la intrépida y demencial partida, a la aventura exploradora de profundidades que verá desde arriba, flotando, entregado a la apasionada y turbulenta carrera del río y sus afluentes, florece de celestes liláceos como el cielo, bebiendo y pariendo hojas en extendido y carnoso verdor con purpurina desafiante a un cielo estrellado en una noche de verano encendido, en la esencia más pura y salvaje, de amar navegando libre, perezoso y placentero, camalote flotador, sol y nido, guirnaldas y collares, cuando el paisaje agreste subyace en él, tapiando brazos bautizados de las islas, va más lento, mientras crece y crece. Paraná, río bravo, amigo, amante, sueño  pescador con frutos codiciados en sus redes, surubí, patí, sábalo y dorado saltador, jugueteando voraz en complicidad natural con la carnada tornasol que se expresa con total esplendor, atrevido pez brillante y burlón de fuerza y pelea por seguir las aguas turbias arcilladas. Y el camalote encaramado, solícito y solidario, presto a transportar en sus tupidas ancas a serpientes coloridas, que como templos paganos en movimientos se lucen ondulantes, cual cadera de hembra en celo, alertas vigilantes nocturnas y el camalote aquí en la aventura de vivir el Paraná, misterio de corrientes dulces, oscuras, claras a veces como los pensamientos que pululan en las mentes vagabundas, destino final el mar, donde lo lleva el ancho y brioso caudal de su río por los canales profundos y los dudosos remansos guitarreros, litoral acariciado hasta agotar el calificante poético. Es largo el viaje pero férreo en su destino de camalote azotado variable en su figura cuando el salobre espumoso lo sacuda y desmembre, sin remedio, juntará sus verdores uno a uno para rearmarse y seguir costeando playas hasta reconocer la silueta amada en su silente letargo de nostalgias.


Itinerario de navegación de los mares y tierras occidentales. 1575. (Fragmentos)
Juan Escalante de Mendoza

"la quilla, que es el principio y primer palo para cualquier nao, sobre que ella se arma y funda, debe ser de roble, muy derecha, y si pudiese ser de una sola pieza, será mejor. Y toda la demás madera que se cortare de cualquier árbol, no solamente para nao, mas también para cualquier otro edificio que se haga de madera, conviene que sea cortada cuando se acaba de caer la hoja y fruta del mismo árbol que se quiere cortar, en el principio de los días del segundo cuarto de la menguante de la luna, porque entonces están los árboles con menos humidad y mejor sazón y disposición. Las cuales maderas han de ser cortadas con la sazón que he dicho, y curadas al sol, y pasar por ellas a lo menos un año antes de que se pongan en el edificio y fábrica de la nao que se pretende hacer.
Y para las obras altas de las naos, a que los marineros llamamos muertas, es muy buena madera el pino de la villa de Utrera, lugar de la ciudad de Sevilla, u otro que sea de su especie. Y la mejor estopa con que las naos se puedan calafatear es el cerro del cáñamo. Y la brea de Vizcaya es muy buena echándole en abundancia de sayn de ballena. Los clavos deben ser de hierro que no sea de lo muy agro, aunque si no fuese a mas costa, serían mejores de bronce, porque es muy durable y no lo gasta ni consume el orín tan presto como el hierro. Y no se deben clavar con cabillas de palo las naves que han de navegar a los puertos meridionales, como les suelen clavar fuera de España, en Flandes, Francia e Inglaterra y otras partes. Los mástiles y entenas serán muy buenos de pinos del que se trae de Flandes, que está experimentado, que no hay madera más competente para ello, especialmente del pino a que los flamencos llaman Prusa. Las gavias deben ser las más livianas que se pudieren, por que no den a la nao peso ni demasiado pendor, que es lo que siempre se debe mirar y pretender, y así se deben hacer de madera más liviana. La mejor jarcia es la que se hace de cáñamo que se dice de Calatayud, y más sendo alquitranada en hilo antes que sea colchada y torcida. Las velas serán mejores cuanto mas delgadas, recias y topidas, y el mejor lienzo que para ellas se halla es el de las olonas de Pondavid, y después las de Villa de Conde do Portugal, como se tiene visto por exacta evidencia en estas nuestras navegaciones". … "armar el navío en el astillero de manera de que cada día le dé tanto sol por el un costado como por el otro, porque de secarse mas la una madera que la otra viene a pesar mas el un costado que el otro, y a pender mas de aquella parte y andar siempre el navío siempre descompasado, y viene a tener mañas de mal marinero, y recio de timón mas de una parte que de la otra, digo, mas yendo de un bordo que del otro, aunque el timón pesque el agua que conviene".


ATISBOS
F.S.R.Banda

¿Que sucedería si nos hablaran en un idioma y entendiéramos en otro…?. “Las sacras arcas del español”, Severo Sarduy, 1984.

Ya veré que tiempo, que rumba, que hago, si los cóndores tienen uñas y corona las iguanas, ya veré si se me viene el río con sus arcillas y sus cantos, la bajante y el solsticio, la perra en leva que recorre los callejones juntando machos sedientos, garrapatas lentas y pulgas saltarinas, ya veré si me canso y me congelo arrinconado, casi muerto, en un zaguán con olor a madreselvas y orines. Veré, si puedo, las sinuosidades de una lampalagua en una densa sopa muy verde, casi esmeralda, de espirulinas creciendo monstruosas entre sus nitratos y sus sulfatos, expandiéndose sin limites más allá de todas las aguas posibles, pequeñitas, helicoidales, una a una como un rosario verdiazul tañendo las campanas de los vidrios. Ya veré, verán, veremos los palios sobre los cadáveres de los enemigos en los bordes de los caminos, las animitas de los amigos en los resaltos de los acantilados de las gaviotas con sus velas fúnebres encendidas como un faro desperdigado en un azar de diaclasas entre la flora de vértigo de las esparragueras marinas, los cenoyos de mar, las verdolagas o los alboholes florecidos de florcitas de cinco pétalos de tenue rosado. Ya veré si los cautiverios de las hormigas duran más que el invierno y perduran sus encierros hasta el verano en los vahos invisibles de sus laberintos subterráneos, sin los soles de los días ni los humos de las antorchas de los agazapados cazadores. Veré si el vitriolo encelado de unos ojos furiosos me rompe la modorra del atardecer adormecido y me estrella y me duele y me socava y me deja los huesos mondos de mi esqueleto desarmado como un ideograma de muerte y cristalizados salitres antiguos. Veremos las tierras con las cenizas aun tibias, verán las hojas verdes brillantes y alargadas de las añañucas chamuscadas resquebrajándose bajo las patas engrifadas de los demonios indignados, veré el último ajolote destripado en la orilla de un lago seco en el que las grietas de desecación forman perfectos heptágonos. Ya veré que tongo, que murga, que sueño, si los ojos del buitre reflejan la carne podrida en la distancia y la altura, si las vísperas son tristes porque aun no suceden o solo por la ansiedad de lo que se viene, o si las esfinges nunca miran los amaneceres reflejados en el río sagrado. Veré desde lejos la puerta del paraíso, cerrada o entreabierta, verán una verja de hierro forjado con sus lanzas afiladas, feroces, veremos la imagen muy nítida de una voz en los espejos. Vale.


OSCUROS BARROCOS DEL SUR DEL SUR
F.S.R.Banda

Hacia el invierno sur surcando un sonoro verde estrellado por la lluvia de las comarcas del mapuche, cruzando los climas, los vientos fríos, los humos, la calle ancha con sus rosas rosadas, y luego hacia el bajo hasta el rió lento de mansas aguas verde botella. El estero sumergido en la anchura de la niebla, en su desembocadura está la luna con un halo difuso en imperfecto creciente asomada por una quebradura del cielo negro noche, y hacia la naciente de las aguas camaroneras las estrellas marcando el sur del sur  con sus brillos acerados de diamantes nocturnos. Una nube como ola se devuelve por el rió ancho y aun dormido sin estrépito de rompiente y lenta como si viniera de un mar adentro sin apuro. Y se derraman las brumas cerro abajo por el borde del cauce con su humedad fría y mortecina. El sol mañanero es un leve rubor en el borde bordado la alta nubosidad asustando los queltehues y despertando las pocas casitas repartidas en un azar estepario por las riberas del espejo del río que duplica la trama de los bosques de ulmos, avellanos y raulíes mientras el sol ya estalla allá en el oriente entre cantitos de pájaros entumidos. Después, otra vez el rió manso, detenido, de una tonalidad azul verdosa de aguas muertas entre hondas espesuras de umbrosos bosques nativos. Un olor a lluvia inminente, certeza que no se cumple porque un sol acongojado se escapa de los algodonales de las nubes grises para ir a deslumbrarse en el cristal detenido del río verde de reflejos de los bosques inmemoriales. Porque el amanecer es solo eso; un deslumbrón tardío de un sol acobardado ente la majestuosidad de un paisaje prehistórico pintado por las centurias con la paleta de los mil y un matices del verde. Un chucao estrepitoso e invisible define sus coordenadas instaurando la mañana. Tiuques y queltehues lo secundan desde el azul cielo y el verde potrero. Una jungla de quilas, canelos y árboles de leña, barro por el sendero de los bueyes, aguas en las huellas, nalcas y helechos verdeando los taludes de esquistos y cuarzos. Selva entinglada de renovales, claros con pastos duros y florcitas amarillas como dibujadas con sus abejas seducidas lejos de sus coloridas colmenas. Entonces la lluvia intermitente y lejana, inalcanzable, como si no lloviera, los tordos fúnebres antes del viento con su tráfico de nubes, abajo el río ancho herido de una estela alba antes del silencio. Se cruzan las estaciones y los climas bordeando el rió bordeado de las mismas florcitas amarillas y pedregosas arenas gruesas y arboledas, donde el otoño está en las moras negras y rojas de las zarzamoras, en los ocres incipientes de las hojas de los árboles cabizbajos. Un yeco negro o su sombra o su silueta vuela bajo el nublado al borde lluvia. Los leñadores clandestinos hacen brotar sus rojizas varas de leña a la orilla del camino que bordea el río para los fuegos hogareños del invierno o suben río arriba en sus lanchones leñeros por el sosiego del atardecer silencioso. Un croar de ranas asoma la noche con su barullo de circo para que la soledad se quede parpadeando detenida y no se la lleve el río hasta el mar del bajo y se confunda con las arenas de la barra y al picoteen las gaviotas hambrientas. Tristes bueyes bajo la brusca nubada de lluvia, lentos, cansinos, como a tranco dormido en la yunta. Llueve, hay viento, leves arreboles se van yendo, allá por el frente sobre el monte en sus verdes oscuros la luna impávida que fulge su esplendor de plata cristalizada mira desde un claro del cielo, nubes oscuras que los bosques destilan, el río como siempre, lento. El atardecer aun no se desmorona y ya las ranas croan equivocadas/engañadas/confundidas por la luna. El sol es un escándalo de vagos amarillos esplendiendo por el oscuro vértice femenino de los montes entramados de boscajes. Es el amanecer último; llueve.



Revista PARADOXAS N° 170
15 de Marzo de 2012

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