PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XII - N° 217
INDICE
HECHIZO LUNAR - Maria de los Angeles Roccato
PESCA VIOLENTA EN LA SELVA - Nicolás Hidrogo
Navarro
Sé que al final de lo nuestro… - Nicolás
Hidrogo Navarro
PARÉNTESIS - André Cruchaga
LA VELA - Beatriz Graciela Moyano
Y SEGUIRAN CAYENDO - Ivonne Concha Alarcón
Jardines con Espejos. - Francisco Antonio
Ruiz Caballero.
INQUAM… (Intuiciones sobre la rosa encarnada)
- F.S.R.Banda
EDITORIAL
Pero
así es el Barroco, una construcción excesiva y superficial que es irreal y
perversa, ideada para "embolinar la perdiz". ¿Y qué significa
embolinar? Es "confundir completamente a alguien con un discurso
enrevesado (travieso, enredador, insubordinado, indomable) y lleno de
palabrería"; o sea que es una estafa, un embaucamiento y una manera
desvergonzada de eludir la verdad mediante el truco del encandilamiento –que
causa ceguera– a cambio de promesas ficticias que fulguran voluptuosas,
ampulosas, pero que son fatuas, solo espejismos, porque jamás se cumplirán.
Siento que el Barroco es una de las peores trampas, y una siniestra pandemia
que habría que extirpar de la memoria; el problema es que es un vicio, por lo
tanto, adictivo y seductor; por lo mismo, promueve el reclutamiento de fanáticos,
como esas sectas en las que todos pierden la cabeza obnubilados por ideales que
aparentando ser místicos y nobles conducen al crimen, al suicidio, al vejamen y
a la ruina. Sí, el Barroco es una secta, una hermandad enmarañada que procura
emborrachar con ilusos propósitos a quien se le cruce por delante, y lo hace
sin ética, sin pudor, pero con lúcida y consciente alevosía, aprovechándose del
hambre que todos tenemos por alcanzar la gloria y tomarle el pulso a las
sensibles vibraciones que estremecen los cimientos sobre los que se posan
nuestros pies.
Pirateado
de “A buen mirón, no sé qué tantas palabras (o A propósito de la sierpe de Don
Luis de Góngora)”, Enrique Matthey. Universidad de Chile. Tomado de Revista
chilena de literatura, N° 89 Santiago abr. 2015. Vale.
El Editor
HECHIZO LUNAR
Maria de los Ángeles Roccato
Uno, dos, tres, la dama de plata, guiña a
una pareja de ranas. Cuatro, cinco, seis, los grillos, en la ladera descansan.
Siete, ocho y nueve, la brisa en aromas crece. Diez, once, doce, trémulas
las sombras se adormecen de amor.
Mágico momento donde la sabiduría se
materializa transita descalza por los
senderos de quien atento la espera, concede deseos y sortilegios engendra.
Enciendo
inciensos .tomo los cuencos, percuto y emocionada por el momento digo:
quiero ser la mujer que madura con un
beso de miel.
Sueño con ser puente que acorta distancias.
Inutilizo la costumbre de ser muro denso,
que bloquea el flujo vital, para
trasmutarme en cascada de relucientes cuarzos.
Canoa que colabora llevando almas con
ilusiones perdidas.
Hilo que congrega ternura atando y desatando anhelos.
Tapiz que cubre y descubre paredes, dejando
mensajes de color y formas.
Albergar tus azules lagunas, acariciando mi
piel.
Abandonar
en el suelo y para siempre, el vestuario inútil de mis fantasmales miedos.
Encontrar el núcleo cristalino y manso de
la imaginación infinita donde duendes y caballeros hacen posible los cuentos de
antaño.
Quiero que en mi alma persista la voz de la
creación. La que amo y me ama.
La que sueño y me sueña. La que me permite
espantar de mis emociones, la garra que hiere e irracional actúa y no me
permite ser feliz. La que me preña de
obras y me convierte en hoguera de perennes leños, que quema, el temor al rechazo.
Fortalecer
la dicha infinita, de fluir, hasta convertirme en caña de bambú que
admita el transitar de silfos, de brisas y vendavales, para jugar y crear paisajes humanos.
Sin miedos, sin preguntas, sin historias,
disfrutando la mutación del cuerpo y la manifestación del Ser.
La dama sabia calza las aladas sandalias y
parte sonriente con el humo de sándalo jugando en su pelo de nubes.
Código: 1012218109580
PESCA
VIOLENTA EN LA SELVA
Nicolás
Hidrogo Navarro *
(Dedicado en esta jungla terrenal a mi hermana Anaquel Ydrogo Navarro;
y, en la otra selva celestial, a mi madre Anamaría Navarro Castro).
Distancia y tiempo colisionaron en un fugaz eructo conflagratorio;
el silencio, solo endulzado por una miríada concertada de pajarillos
policolores en los árboles- fue electrocutado por una estruendosa adarga de
ruidos violentos y se oyó previo un ¡¡¡Dinamitapuck!!! –lexema cuasi
interjectivo, no sé inventada por el charapo o porque de la otra banda lo había
aprendido de los awuajumes- en medio del río Mayo. Un telúrico geiser de cinco
metros de altura levantó en peso al río y a todos nosotros y nos hizo sucumbir
en una milésima de segundo enceguecedor. Un centenar de peces de panzas blancas
y doradas se dejaron (mutilados, como listos para ceviche muchos de ellos), ver
en el aire en cámara rápida tachonando por un instante la verde vegetación a la
distancia feraz. La canoa se zangoloteó nerviosa e histérica en medio del
torrente rabioso. Se intuyó una zozobra sangrienta y mortal. Fueron tres
“cohetes”, amarrados con chante de plátanos, enteros, con mecha retardada, que
esta vez se trocó -sin imaginar- en efecto apurado. La frágil canoa,
amarronada, semiarcaica, de unos tres metros, hecha íntegramente de una sola
panza de un árbol milenario balsa, casi se desintegró y quedó fulminada a
merced del hambriento torrente. El ruido se quedó atorado en mis oídos
dejándome casi sonámbulo y en shock. El tiempo se detuvo en ángulo neutro,
siendo apenas segundos, pareció un viaje de eternidad sideral. Todavía no nos
recuperábamos de la inconsciencia y atarantamiento, cuando sentimos que por
encima de nuestras cabezas magulladas, nos llovían peces del cielo
latigueándonos las espaldas como caporal andino. No hubo necesidad de recoger
más peces, dispersos, pululantes a diez metros a la redonda, que el agua
arrastraba y flotaban como inermes duendecillos: la canoa quedó semihundida,
casi inundada por encima de la línea de flotación, hasta el desborde, de más de
una tonelada de comida marina fresca. A duras penas, entre los tres, piloteamos
y tratamos de domeñar y encauzar esa pequeña barca a la otra orilla, con
demasiados, demasiados, demasiados peces, hasta llegar a la ansiada orilla. La
choza, a unos cincuenta metros, está iluminada por lengüetas de incendio
controlado y humareda espantazancudos. Los perros, moscas, con su radar mucoso
nos delatan y anuncian con mil ladrillos que se difuminan en la distancia. Ya
está por amanecer y todavía siguen bajando -de la canoa casi desbaratada- y
despanzurrando las tripas de los boquichicos, doradas y los pempes. La media
docena de famélicos perros están de inusual fiesta y no cesan de mover la cola
frenéticamente y llenar el buche de todas las vísceras dispersas. El fuego del
patio, desde anoche, sigue achicharrando y chamuscando, sobre un perol gigante
lleno de manteca de puerco, comida fritanga a granel. Todo el aire de la selva
huele a pescado frito con yucas, zarza de cebolla y café revolcado. Sobre la
nocturnidad de una hamaca y como cortina el solfeo de un billón de grillos
ocultos en todos los reductos más inverosímiles, el Curioso y la chuncha
Martha, se han propuesto hacerlo hoy, hoy, hoy, pero con fines reproductivos.
Ella dice canturreando “el pescado de río de la selva peruana, excita el alma y
todo lo demás”.
ESCRITO EXPERIMENTAL Nº 88. Técnicas: Descripción pragmatográfica,
animismo, prosopografía.
* Narrador peruano. Hacedor literario.
Sé
que al final de lo nuestro…
Nicolás
Hidrogo Navarro
Sé que al final de lo nuestro solo seremos una rapsodia
perpendicular en medio de la nada, un desierto inveterado de mareas boreales
crispadas. Sé que la tarde septentrional se agolpará en la misma cumbre de las
incertidumbres comploteras. Acaso tú y yo seamos, un día, nada, cuando venga
nuestra noche finisecular, cuando las alimañas huyan despavoridas por nuestro
lastimerio sin cesar. Sé que hay una madrugada impropia que nos regurgita y
aguarda feraz, donde la noche y el alba conjugan sus designios mayéuticos de ya
nunca más. Sé que de tumbo en tumbo hacia otros amores hemos de llegar: suena
ahora, bésame en este instante como una forajida hasta el amanecer, mañana no
sé si seré.
PARÉNTESIS
André
Cruchaga
Habla la hoja de otoño en la transfiguración irreparable de los
andenes.
La perennidad es demasiado adusta para quien siempre está en marcha.
Tras el campanario del mar, suelen haber funerarias que rompen con
el tiempo.
Todas las calles me provocan nostalgias: en algún rincón las
hormigas
agrupan sus reflejos y meditan mientras se escucha el sonidos nasal
de alguna
bicicleta, la lengua es sorda a la ciudad,
las palabras cabecean entre tantas sombras desatadas, la boca sobre
la raspadura de una pared que carece de la noción de trenes, del
aserradero
de las distancias, y hasta de las yerbas curativas irrefutables.
La ciudad nos ahoga junto al tiempo, al agua profunda de los
tributos,
a la desnudez que ahora florece en los sonambulismos.
De pronto los pasadizos y ventanas sirven para encontrar el
horizonte
que se aleja: bosteza el sombrero de copa de los árboles cuando los
funde
el frío del invierno, o los caballos rotos del trozo de bruma que
picotea la frente.
(Una pared sin suicidios me aliviaría de la muerte); sube
hasta el cuello,
el pespunte de saliva de estos días, el alfiler redondo de la luz de
los semáforos,
o el simple crisantemo del aliento sobre el asfalto.
Un epígrafe de peces sería un excelente preámbulo para un poema de
braceos.
Hay vientos aquí que desvanecen todo el relieve, necesitamos un
eclipse
para añadir unas palabras más al poema.
Necesitamos ojos para no perdernos en los viejos párpados de los
manubrios.
Barataria, 03.XII.2015
LA VELA
Beatriz Graciela Moyano
Tenuemente ilumina, la vela
temblorosa, apenas deja ver apuntes de frases y estrofas indecisas,
abandonadas. Su vestidura está escurrida en lágrimas de cera decorando su
escasa luz amarillenta. Un ventanal la dibuja en la noche, entre luciérnagas
tímidas y constelaciones confusas. Cálida llama encendida, vela los sueños
hundidos donde se refugian y duermen los del olvido, sin memoria reciente, con
sus risas atadas a las conjeturas erróneas de los soberbios, como última
humorada que recuerde. Algo se consume en la noche estrellada, esa vela se
diluye perpleja titubeante por compartir los sueños densos y enredados, entre
caracoles y magnolias blancas, entre risas y nubes de llanto, entre repaso de
inútiles quimeras y la bruma de parques con manos apretadas a cada historia, se
estremeció su llama con la lágrima roja de un adiós. Ya concluye la noche, se
apagan las estrellas con el primer rayo de sol que asoma dorado por el Este, en
el horizonte del ancho río que bordeó los sueños esparcidos de las almas que
nunca duermen. No habrá más nada que alumbrar.
Y SEGUIRAN CAYENDO
Ivonne Concha Alarcón
Y seguirán cayendo de a una las palomas ennegrecidas por las turbias
blanquecinas cenizas de los volcanes que llegan a ti desde la distancia de los
verbos recitados como letanías de rezos imaginarios una y otra vez una y otra
vez interminable... Eliminaré los obstáculos, sé que siempre los hay, y aun así
siempre logro desafiarlos ganándoles la partida imaginaria entre círculos
imaginarios, saldrá el verbo a las antiguas calles a buscar su moneda ganada en
tardes de sexo robado, con un carterita en la mano y un cigarrillo en la boca,
buscará las letras en busca de los versos, irá en busca del cuento pagado a
cambio del trato convenido, tú me das yo te doy, eterno pago de los amantes que
florecen a oscuras en un desierto rojo bravío en reflejos del sol que queman la
distancia larga de la tarde larga antes de la noche extensa triste y sonriente
a la vez. Dureza en las miradas sobre los jarrones de plata, recorrerás las
callecitas largas de un pueblito agreste donde el aroma a pasto seco y el vino
en odres de color morado mezcla de vides amargas ocupadas en otras simientes.
Pasan las horas de la tarde en un triste lamento largo de pavor y desencanto
tras un confesionario de roble antiguo de un sacerdote de pueblo inexistente. Y
sí, se asomarán después las largas declamaciones, extensas explicaciones que no
justifican nada, bajarán las estrellas a caminar por la acera lisa resbalosa y
la luna se hará “la que yo no fui” con cara de beata santa salida de un
escapulario raro... celos.
Jardines con Espejos.
Francisco
Antonio Ruiz Caballero.
Jardines con espejos. Fragilidad y belleza. Precipicios y fuentes. Marcos
de oro labrado y barroco. Rococós marcos de carey verde. Inmensos espejos
circulares. Fuentes espejos y espejos fuentes. Rosas y sorpresa. Jardines con
espejos. Paseos bajo la umbría rematados con espejos, fuentes con
caleidoscopías. Salamandras de azulejos, precipicios que terminan en cascadas,
laberintos de agua, surtidores de fuego, pirámides de cristal irisado,
balaustradas llenas de crisantemos, naranjas, amarillos, rosas, ánemonas rojas,
bancales llenos de amapolas, rocallas exquisitas poseídas por las petunias,
jardines con cactus, y espejos. Locura y crisoberilo. Agua y reflejo del agua,
agua y reflejo del reflejo, transposición y espejismo, sombra y claroscuros,
madreselvas frías, y madreselvas calientes, arroyuelos llenos de luz, mármoles
y ámbares. Estanques llenos de shubukins. Acuarios bajos los magnolios.
Tintineo de cascabeles y grillos, bajo acordes argénteos. La luna se asoma a la
luna, el sol se abrasa de sol, centellas y agua perfumada, brillos aúreos,
estatuas de oro macizo, lirios para plazoletas con fuego. Jardines con espejos.
Fuentes venecianas. Buganvillas naranjas y rosas, crisantemos y campánulas,
marcos de carey labrado, la sorpresa al final del laberinto, cintas
fosforescentes, uvas que caen desde el techo, orquídeas negras y rosas.
Dragones que echan agua por la boca, inmensos dragones de fuego y oro, con el
escorzo retorcido, scherzo musical fantasmagórico, Nínives de perfume,
Babilonias de rosas, Jerusalenes de lirios. Absoluta fragilidad y absoluta
belleza, bailarines al borde del precipicio, equilibristas de circo, fuentes
rojas y azules, fuentes verdes, fuentes de cristal y topacio. Lagos de
malaquita fundida. Plenilunios bajo el mediodía. Rojos fluorescentes, naranjas
aterradores, violetas maravillosos. Reflejos y deslumbramiento. Jardines con
espejos. Botellas atrapando el sol. Fuentes en eterna cacería de la luna.
Selene muerta, Helios herido, que huye bajo la sombra de las moreras, y pide
agua donde mojarse los ojos, celestiales turquesas, índigos furiosos. Templetes
donde las arpas se enfrentan, en un duelo de centellas lilas, y lilas al final
de los estanques. Equilibrio imposible. Un Jardín que durara un minuto. Antes
del ataque de los bárbaros. Orgasmos de luz. Clímax de sombras. Helechos y
mirlos. Un Jardín que durara un minuto, y fuera recordado por un siglo.
INQUAM… (Intuiciones sobre la rosa encarnada)
F.S.R.Banda
“…toda interpretación ejerce sobre el
texto una violencia y una arbitrariedad,…” Si una noche de invierno un
viajero. Italo Calvino
Estarás, digo, en los cóncavos cuarzos de ese amanecer donde duermes
alejada, dormida en la tibieza y el susurro, cercada por los ojos cerrados del
nocturno y por el viento que va tallando los surcos de tu nombre en las
ardientes arenas de un sueño desierto. Habrás de intuir, digo, que por estos
pagos también se va cumpliendo esa continuidad amorosa del antes, ahora y
después, tal como por tus crepúsculos, que los páramos y las piedras nevadas,
que las islas y los pájaros, solo esperan nuestras siluetas tomadas de la mano
para convocar los cantos enamorados. Permanecerás, digo, porque has sido mar y
gaviotas a lo lejos, y de cerca desierto de sales y arenas, caliche, arcillas
que detentaban tu nombre en sus grietas de aguas evaporadas, porque me basta imaginar
tu corazón palpitante para pensarte aunque esté parcial nublado sin vos y te
invoque en tu atardecer caluroso y parcial nublado porque nos sabemos bajo el
mismo cielo, y eso nos consuela de la lejanía del insomnio y los parques con
sus garúas y sus estatuas. Estarás también, digo, en los arreboles que tiñen
las nostalgias de los atardeceres de las rosas profundas, y donde tu mano en la
lluvia con sus metales circulares recrea el pequeño y antiguo invierno, ya
sucedido, donde los labios se rozaron risueños explorando el húmedo territorio
de los besos por los laberintos del tiempo y de las calles de una ciudad aun
sin nombre. Sabrás, digo, que persevero en tu búsqueda por los escondrijos de
los lagartos y los escarabajos, en los rastrojos del manzanar del otoño, por los
bordes ariscos de las lunaciones, en los intraducibles signos escritos en los
caracoles y las mariposas, y es que miro las rosas y apareces, miro los
arreboles del atardecer y apareces, miro el sol rojo en sus últimos destellos y
ahí estás vos dibujada en las siluetas de los árboles, y te digo calladito
"no me incites así ácida rosa encarnada que un día voy a encontrarte en
ese café que se nos viene y te voy a morder los labios ahí mismo en publico
desparpajo y voy a besarte antes de que llegué el primer café y dejaremos que
los cigarrillos humeen hasta la ceniza mientras nos incrustamos en el abrazo
largo y desesperado que nos debemos", pero después pienso que si te lo
digo así tan brusco te asustarás y me lo callo. Sentirás, digo, que voy leyendo
tu cuerpo en las pocas fotografías que te retratan de perfil o en penumbras,
como un libro al que le faltan páginas, sin tu voz, solo tú imagen silueta
sombra repartida en sus dispersos fragmentos, tú riendo, tú de pie leyendo, tú
sentada en la orilla, tu reposando lánguida en el solar de piedra, tú dibujada
en el mágico destiempo que nos pertenece y en la distancia insobornable que nos
obliga a soñarnos. Eso.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 217
9 de
Febrero de 2016