viernes, 8 de mayo de 2015

PARADOXAS Nº 208

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año XI - N° 208


INDICE

ABRIL - Beatriz Graciela Moyano
REALIDAD - Guillermina Covarrubias
CONCESIVAS LUCIÉRNAGAS - Thania Rincón
CELEBRO - Maria de los Angeles Roccato
Silencio, Rebeldía, Silencio. - Francisco Antonio Ruiz Caballero.
¿DÓNDE TÚ NO HUBISTE? - F.S.R.Banda
Muy breve fragmento de “El Otoño del Patriarca” - Gabriel García Márquez


EDITORIAL

“¿Qué significa hoy en día una práctica del barroco? ¿Cuál es su sentido profundo? ¿Se trata de un deseo de oscuridad, es una exquisitez? Me arriesgo a sostener lo contrario: ser barroco hoy significa amenazar, juzgar y parodiar la economía burguesa, basada en la administración tacaña de los bienes, en su centro y fundamento mismo: el espacio de los signos, el lenguaje, soporte simbólico de la sociedad, garantía de su funcionamiento, de su comunicación. Malgastar, dilapidar, derrochar lenguaje únicamente en función del placer –y no, como en el uso doméstico, en función de información– es un atentado al buen sentido, moralista y natural en que se basa toda la ideología del consumo y la acumulación.”

En ‘El Cristo de la rue Jacob’ de Severo Sarduy, 1987. Vale.

El Editor


RASTROS DE TI
Ivonne Concha Alarcón

Rastros de ti en los espejos, en las molduras de las puertas, en el ruido del silencio tras las cortinas de la aurora, en noches desiertas, en sueños insolentes, sobreviviendo a tu ausencia, buscándote en los escondrijos de mis recuerdos, oyendo las canciones testigos de los tiempos malos y los buenos, añorando tu compañía en todos mis momentos, transitándome a mano con mis dedos recorriendo todos los recuerdos dibujados en las hojas aun no escritas, pendientes de decir todas esas palabras que no se dijeron y sí se sintieron. Buscándote en todos los arpegios, en todas las notas musicales de las canciones que te traen desde el silencio a mi almohada fría y silenciosa con aroma a nada, deseos escritos en letras de ausencias, en campos de Marte, en estrellas sin luz, en el arco iris después de la lluvia reflejada en el rostro curtido de nostalgia. Siento el aroma del recuerdo cuando observo la aurora bajándome de la luz del día, la marca en el territorio en esta loca geografía donde solo ambos existíamos viviendo de a dos en uno, vida de dos vidas. Esa distancia pérfida, sin medida, sin trechos ni caminos transitables imposibles de traspasar hacia el tiempo y los deseos escritos en el árbol de la vida. Ahora faltas a la lista que no te nombra aun cuando miro, oteo, observo tu recuerdo con ansiedad y nostalgia de ti en el lugar que el tiempo desahucia los relojes de nadie, sigo caminando saltando en los charcos de agua turbia donde tampoco te veo...


ABRIL
Beatriz Graciela Moyano

Sobre el río quieto, mío, se ve el azul de un cielo atrapado por el encanto, fascinado cielo de luna roja reflejada en el agua temblorosa, cae en las pupilas de la inmensidad, Abril se enciende, se exalta, todo sucede en un instante, hasta que las nubes pasan un velo de tul al rubor mágico de luna eclipsada. Abril tiene esos desconciertos que sacuden el alma un rato, como a las ramas del álamo y su robustez, la banda migratoria de congos azulinos, cae la tarde y se escucha un cuchicheo ensordecedor hasta que las aves duermen. Abril también duerme después recostado entre hojas vencidas y cuando despierta al alba, dibuja otro cielo de lluvias y sol trepando un arco-iris en degradé de tenues colores, profundo y ágil se desplaza Abril entre sueños, no hay sonidos ni aromas estimulantes capaces de desvelar el arrullo secreto de este mes y su hechizo, hoy aquí y allá son y están las lluvias, viajando e intercalando mojadas ternuras los treinta días, estremeciendo la piel de Abril. Se entrega a los cambios repentinos la estación dorada de hojas, solo el espíritu es, en su lecho crujiente, donde el rojo y naranja reinan, mi reino. Abril le cuenta a los ojos algunos sorprendentes sucesos, como a la luna roja, los tordos azulinos en los álamos. Medio Abril queda atrás y la segunda parte avanza en el tren de las nubes por esos campos mojados de olvido. Lentamente fue despojando la intrepidez que galopa el tordillo de sus años blancos, de los tantos abriles enredados entre hebras de plata. La aburrida sensatez se acompaña de las mal queridas limitaciones, todo es y no, en el Abril de hoy, donde hubo un río ancho y bravío, ahora la calma aniquila utopías, la seducción reposa tras los muros apuntalados, se mece con apacible indiferencia.


REALIDAD
Guillermina Covarrubias

Me quedo aquí mirando desde mi ventana la higuera, yo y mis silencios y la noche que huele a esperma y sabanas perspicaces con cilicio del insomnio latente,  una voz secreta con ecos del tictac de un reloj confuso tritura las sombras con la luz de la lámpara, profanando el sueño de los pájaros que anidan en la higuera, y yo esperando ver la flor mentirosa del día de san Juan, me hago trampas con la silueta mimetizada de un “te olvidé”, soñando tenerte devorando mi ebriedad sin vino, sin ojos, se cierra la noche en laberintos, que susurran tristezas al caer, ya es otoño las veo, las imagino con oído de antaño, ladridos de perros a lo lejos, me quedo con la sensación de un rostro que se repite como dibujando rosas en un inconcluso cuaderno de asignaturas, desencantada de la boca que besé mil veces y de unos ojos apacibles como la tarde de una crónica anunciada.


CONCESIVAS LUCIÉRNAGAS
Thania Rincón

“Seguía erguido como una estatua, rígido como un ídolo –según me pareció entonces-, mientras una mosca se posaba sobre su nariz y sus labios, sin que el reaccionara con el más leve gesto.
¿Dónde estaba? ¿Qué pensaba? ¿Qué sentía? ¿Estaba en el cielo o en el infierno?”
Demian, Hermann Hesse

Volar, explorar el azul de los cielos, nunca más nadar contra la corriente ni orillarse en el mar esperando una mejor suerte que se presume ya inexistente. Volar, formar parte de la melodía del sol con su calor complaciente, desterrar botellas transparentes con notas suicidas que a los amantes atormenten, devolverlas con una rosa incólume que toda tormenta supere. Volar, desde el blanco de una nube con pies de luz inocente, invocando los gritos de libertad del relámpago y del trueno, y a la lluvia entregarle las lágrimas por los sueños atrapados entre las sienes. Volar, y al caer la noche, en suave descenso, llegar a los cuerpos dormidos y en sus ojos cerrados depositar un soplo de vida que los lleve a creer en una gran pasión, para siempre. Envolverse de nuevo en la brisa, elevarse y desde la ceja de la luna, mirar sus mañanas limpias de dolor, llenas de fortuna, con destellos de melancolía iridiscente. Volar y desde el aire vigilar las ventanas, hasta que alguna vez les sonrían a la noche, sin saber por qué, sin sospechar nada, solo sintiendo que el dolor transmuta en paz y que la emoción, que en la oscuridad yacía olvidada, penetre en sus poros, insistente, irrumpiendo en el silencio de sus almas cansadas que se rejuvenecen al nunca más defenderse de la ternura del claro día que les sorprende renacientes. Volar, y verlos convertirse, como tantos esperaban, en verdaderos sobrevivientes que exentos de funesta extrañeza se sientan parte, finalmente, de un mundo sin hostilidad, grato, nutriente, donde millones de luciérnagas estarán presentes para escucharles susurrar sobre la felicidad que reaparece inexplicablemente y así el sufrido enajenamiento que los abraza se evapore hacia el mismo cielo donde siempre se atrapan los caóticos remolinos que contorsionados y vencidos pronto desaparecen, aclarando el temido alba con armónicos tonos y dulces fragancias que mágicamente florecen. Volar, y desde la voluptuosa alfombra de estrellas silentes, portadoras de connotaciones crecientes, saludarles con orgullo, muy gentilmente, porque  el universo canjeó su soledad por la dicha de recuperarles los sentidos y sus deseos de crear, de luchar, de confiar en sus propias leyes, que de nuevo serán el norte para compartir la disconformidad que convierte la vida en arte, el amor en gloria efervescente y la promesa de cada día en cobijo divino contra el crónico frío que las fuerzas ahuyentan y los contactos enmudecen.


CELEBRO
Maria de los Angeles Roccato

Celebro al primer suspiro del padre solar y el postrer bostezo de la seductora luna, jubilosa me humedezco en las cascadas plateadas por ella y mi piel se acuna con los trinos dorados de él. Resplandece nutrido y feliz cada universo celular de mi anatomía adormecida y me permito instalar la vida y el placer en ellos. Saboreo en el viento el trinar del ruiseñor siguiendo a la brisa que desparrama el verde aroma de las mentas y moviliza en amarilla danza a las espigas maduras. Observo analizante y sacra, osada y profana cada rincón donde el malvón en capullos estalla o sigo la huella que atrevida diseña la enredadera invitando a reptar hasta elevarse por la aspereza del muro. Amo la sensualidad contenida en la cascada de las esferas perfectas de las uvas rojas al tocar los labios anhelantes de un ávido ladronzuelo de placeres prohibidos. Me movilizan las traviesas estrellas que tu mirada destila y las chispas canela que las pupilas de Roberta la gata de mi amiga María, regalan y también reconocer el trinar del ruiseñor, el cortejo amoroso de los pequeños gorriones y el colorido aletear presuroso del colibrí Bendigo haber conocido el tizón aterciopelado, el agua marina o la esmeralda detenida en los humanos ojos y la profundidad de cada expresión. Me fascina la síntesis y la lluvia porque ambas presuponen inteligencia y claridad, ritmo y seducción. Amo el despertar y el atardecer de cada día, la brisa que se escabulle susurrante por la urdimbre de mi cabellera alborotándola con sus amantes mensajes y la gama cálida que se detiene breve recortada en la montaña cuando el atardecer se avecina. Disfruto del amor sin fronteras que corretea gimiendo en la sangre y solo basta pensarlo para percibir su fuego. Amo la incansable labor organizada de la hormiga, la ternura del gamo, la belleza de los felinos, la laboriosidad de las abejas, amo porque creo que para eso hemos venido, para amar y ser amados, propuesta que parece haber quedado entrampada en alguna grieta o arruga de la geografía y que ha convenido a los malabaristas de la discordia para alentar sus intereses mezquinos y divisorios fomentando la rabiosa competencia entre pueblos, la violencia de género y la soberbia porque nos planifican la vida desde la remota ilusión de tener y no de ser llevándonos primero a la destrucción personal y colectiva y luego al convencimiento que no hay cambios posibles. Amar es la clave y la llave maestra para abrir el cofre donde atesoramos la visión y las propuestas fraternales, los proyectos y sueños de estrategias justas. Transitemos hacia el interior de nuestro SER hasta encontrar la diamantina luz que nos permita crear volar y honrar en pensamiento, sentimiento y accionar a la humanidad y al planeta reencontrando la maravilla de vivir y la verdad de ser parte vital y transformadora en este plan de evolución planetaria, hasta sentir en alma y en piel “yo soy tu y tu eres yo”, espejo y sendero de la transcendencia, del cambio real y profundo de la humanidad. Namasté.


Silencio, Rebeldía, Silencio.
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Fantasía surrealista sin sentido alguno.

Silencio. Rebeldía. El diapasón de níquel empieza a sonar. Reverberantes turquesas brillan en la corona del rey, reverberantes rubíes brillan en la corona de la reina, relámpagos de oro. En el mar de mercromina flotan los icebergs verdes, cuando se derriten forman manchas de granate esmeralda en el cinabrio bermellón del océano fantasmagórico. Manchas de absenta en el vaso de granadina, flauta y acordeón. El limbo es una superficie de nácar impoluto, una extensión de salitre sin fín, una caliza del terciario tan amplia como la mirada de una diosa virgen, sin fronteras, tan ilimitada como la memoria. En el limbo sólo hay extrañas orquídeas. En cada orquídea hay un insecto de terror. Que nadie se asome a los ocelos del espanto o será devorado por el artrópodo y caerá en un infierno de fuego. Sigamos en el limbo. Alejémonos de las pupilas monstruosas del bicho, prosigamos con flauta y acordeón e ignoremos ese violín frenético que hace bailar bailarinas de bronce sobre bisectrices de espasmos. El limbo se abre para nosotros, exploremos cada orquídea, la de color rubí y la violeta, la de color ámbar, quizás en esta haya un formidable alucinógeno, probémoslo, embriaguémonos con la fundida esencia de las piritas vegetales, no pensemos en la vasta extensión que abierta al horizonte rodea, como en un centro, nuestra dificultad de aprehenderla. Mar de arena, el desierto es blanco, níveo, y cálido, sobre nosotros la inmensidad es azul, y las nubes, nimbos de una belleza purísima, parecen, en sus formas femeninas y voluptuosas, curvas, jarrones, macizos coágulos de algodón. Miremos de nuevos las orquídeas, bajo el filtro del líquido de la ambarina, veremos que son formas florales vivas, lenguas palpitantes, blandos nudibranquios, carnosos, con una lascivia innata, exuberantes labios, lujuriosos cachos de carne, yeserías de mucílago suave, damasquinados de dermis, no miremos el terrorífico insecto que las habita. Contemplemos el hermosísimo pulpo vegetal, de trecho en trecho, como manchas de dálmata en un cánido blanquísimo. Extasiémonos con el limbo, mientras el acordeón y la flauta, opulencias e irisaciones de ginebra y miel, nos adjudica un espacio de profundidad y nieve, cada orquídea será para nosotros una mariposa, una libélula, una mantis. Pero no miremos a los ojos del insecto. No todavía, no mientras no aspiremos el olor a magnolia de este escorbuto, de este chancro, de esta charca, de este mar indescriptible. Olamos el aroma a magnolio, a limón, ahora, miremos de nuevo las orquídeas, como se mueven exhalantes, lujuriosas, como proclaman con gestos obscenos sus vivas y palpitantes corolas, ¡¡¡¡¡miremos ya a los ojos de los monstruos¡¡¡¡¡. Caigamos en sus avernos tórridos, olvidémonos de la flauta y el acordeón, he aquí el violín, el serrucho, la melodía de los triángulos isósceles, afilados como uñas de pantera, durísimos de cardo y lila. Estamos dentro de la pupila infernal, hemos sido devorados por la visión de la naturaleza absoluta. ¿Qué veremos en el infierno?, ¿qué comprobaremos de la melodía de los trapezoides y los dodecaedros?, ¿qué múltiples formas caleidoscópicas herirán nuestra sensibilidad si es que la tenemos?. Alabastros ardiendo, de nuevo el desierto, pero rojo, de nuevo las orquídeas, pero azules, y en cada orquídea, de nuevo, el insecto. Quizás vuelvan ahora el acordeón y la flauta, olvidados en el curvo espacio del recuerdo, marchitos como la hojarasca seca, sobre vasos de agua fermentada, llena de paramecios, extraños de si mismos, nuevos y vírgenes, pero en un territorio demoníaco. Habitemos este territorio sanguinolento, esta carmesí extensión planetaria, esta mancha de tinta roja en la que hemos caído, frenética de ocasos, púrpura hasta un éxtasis de carmín. Digamos que las orquídeas son azules, que los labios glotones, hinchados como vergajos, son azules, cárdenos o violetas. Pero no volvamos a mirar a los ojos del artrópodo, o descubriremos un paraíso de una naturaleza sublime. No miremos a los ojos de la estatua o quedaremos ciegos para siempre. Rebeldía. Silencio.


¿DÓNDE TÚ NO HUBISTE?
F.S.R.Banda

¿Dónde, bajo qué luna te sepultaste sagrada y sangrante en las arenas de tu propia voz? Fue crepúsculo hundiéndose en tus rubores, tú lejana, perdida en los lodazales del destiempo, apenas sugerida por las tardes que iban anegando las calles con el perfume de las últimas rosas que tocaste, tus ojos como dormidos sin asombros ni penas, todo sucedía sin ti, las mareas, las fases de la luna o las migraciones de las aves, las sombras bajo los puentes, o el avance sigiloso de la herrumbre en los clavos de los portalones de los monasterios, así fue sucediendo ausencia al paso del otoño con tu nombre borrándose en los muros mientras florecían los geranios sin esperarte y los grillos insistían en sus cantos funerarios escondidos del invierno sin tu silueta habitando las lluvias. ¿Dónde, en qué mes sin plenilunio te despojaste de tu vetusta solemnidad y abriste un vacío en las finas arcillas de tu imperio de pájaros silenciosos? Allí eras soberana y soberbia en tu delicada consistencia de reina, como si todo te hubiera pertenecido de antes, cuando aun no había noticias de tu nacimiento ni de tu entronización en los reinos de las mariposas y las libélulas, habrá sido por esos rumbos en que fuiste canonizada por los que te amaron sin alcanzar los arpegios ni las nomenclaturas que solían dibujarte a contraluz sobre los jardines del estío. ¿Dónde, sobre qué marasmo de las horas fue que perdió tu estirpe las semillas de tus ojos dejando subterráneos los encantos suspendidos en las magnolias y una tristeza de solitarios celacantos en los verbos que te siguieron buscando? Tú en los cuarzos instalada, en su cristal deshabitada, madreselva de su aroma atardecida, tú en los cántaros y los peces, piedra espejo en la albas desplegadas de tu sonrisa oceánica, necesaria, tú en los cafés y en los rastrojos del manzanar del otro lado del canal de las aguas pardas, en las vidrieras y en el estropicio del otoño, sin los vidrios que soportan los vitrales que ciegos dejan de sentirte carcomiendo los cimientos de las antiguas catedrales, tú, que no hubiste acontecido sin los embrujos de la cercanía insensata de tus manos sobre el vino o la miel, sin el trasiego de los destierros y la penumbra de los eclipses, sin el nocturno aterido que dejaste cuando quedaste inmóvil y sin tiempo contra los tristes arreboles. ¿Dónde tú? que no percibo aun las ternuras en el fulgor de tu nombre.


Muy breve fragmento de “El Otoño del Patriarca”
Gabriel García Márquez

Fueron muy pocos quienes se conmovieron con el transcurso bíblico de la medusa de lumbre que espantó a los venados del cielo y fumigó a la patria con un rastro de polvo radiante de escombros siderales, pues aun los más incrédulos estábamos pendientes de aquella muerte descomunal que había de destruir los principios de la cristiandad e implantar los orígenes del tercer testamento, esperamos en vano hasta el amanecer, regresamos a casa más cansados de esperar que de no dormir por las calles de fin de fiesta donde las mujeres del alba barrían la basura celeste de los residuos del cometa, y ni siquiera entonces nos resignábamos a creer que fuera cierto que nada había pasado, sino al contrario, que habíamos sido víctimas de un nuevo engaño histórico, pues los órganos oficiales proclamaron el paso del cometa como una victoria del régimen contra las fuerzas del mal, se aprovechó la ocasión para desmentir las suposiciones de enfermedades raras con actos inequívocos de la vitalidad del hombre del poder, se renovaron las consignas, se hizo público un mensaje solemne en que él había expresado mi decisión única y soberana de que estaré en mi puesto al servicio de la patria cuando volviera a pasar el cometa, pero en cambio él oyó las músicas y los cohetes como si no fueran de su régimen, oyó sin conmoverse el clamor de la multitud concentrada en la Plaza de Armas con grandes letreros de gloria eterna al benemérito que ha de vivir para contarlo, no le importaban los estorbos del gobierno, delegaba su autoridad en funcionarios menores atormentado por el recuerdo de la brasa de la mano de Manuela Sánchez en su mano, soñando con vivir de nuevo aquel instante feliz aunque se torciera el rumbo de la naturaleza y se estropeara el universo, deseándolo con tanta intensidad que terminó por suplicar a sus astrónomos que le inventaran un cometa de pirotecnia, un lucero fugaz, un dragón de candela, cualquier ingenio sideral que fuera lo bastante terrorífico para causarle un vértigo de eternidad a una mujer hermosa, pero lo único que pudieron encontrar en sus cálculos fue un eclipse total de sol para el miércoles de la semana próxima a las cuatro de la tarde mi general, y él aceptó, de acuerdo, y fue una noche tan verídica a pleno día que se encendieron las estrellas, se marchitaron las flores, las gallinas se recogieron y se sobrecogieron los animales de mejor instinto premonitorio, mientras él aspiraba el aliento crepuscular de Manuela Sánchez que se le iba volviendo nocturno a medida que la rosa languidecía en su mano por el engaño de las sombras, ahí lo tienes, reina, le dijo, es tu eclipse, pero Manuela Sánchez no contestó, no le tocó la mano, no respiraba, parecía tan irreal que él no pudo soportar el anhelo y extendió la mano en la oscuridad para tocar su mano, pero no la encontró, la buscó con la yema de los dedos en el sitio donde había estado su olor, pero tampoco la encontró, siguió buscándola con las dos manos por la casa enorme, braceando con los ojos abiertos de sonámbulo en las tinieblas, preguntándose dolorido dónde estarás Manuela Sánchez de mi desventura que te busco y no te encuentro en la noche desventurada de tu eclipse, dónde estará tu mano inclemente, dónde tu rosa, nadaba como un buzo extraviado en un estanque de aguas invisibles en cuyos aposentos encontraba flotando las langostas prehistóricas de los galvanómetros, los cangrejos de los relojes de música, los bogavantes de tus máquinas de oficios ilusorios, pero en cambio no encontraba ni el aliento de regaliz de tu respiración, y a medida que se disipaban las sombras de la noche efímera se iba encendiendo en su alma la luz de la verdad y se sintió más viejo que Dios en la penumbra del amanecer de las seis de la tarde de la casa desierta, se sintió más triste, más solo que nunca en la soledad eterna de este mundo sin ti, mi reina, perdida para siempre en el enigma del eclipse, para siempre jamás, porque nunca en el resto de los larguísimos años de su poder volvió a encontrar a Manuela Sánchez de mi perdición en el laberinto de su casa, se esfumó en la noche del eclipse mi general, le decían que la vieron en un baile de plenas de Puerto Rico, allá donde cortaron a Elena mi general, pero no era ella, que la vieron en la parranda del velorio de Papá Montero, zumba, canalla rumbero, pero tampoco era ella, que la vieron en el tiquiquitaque de Barlovento sobre la mina, en la cumbiamba de Aracataca, en el bonito viento del tamborito de Panamá, pero ninguna era ella, mi general, se la llevó el carajo, y si entonces no se abandonó al albedrío de la muerte no había sido porque le hiciera falta rabia para morir sino porque sabía que estaba condenado sin remedio a no morir de amor, lo sabía desde una tarde de los principios de su imperio en que recurrió a una pitonisa para que le leyera en las aguas de un lebrillo las claves del destino que no estaban escritas en la palma de su mano, ni en las barajas, ni en el asiento del café, ni en ningún otro medio de averiguación, sólo en aquel espejo de aguas premonitorias donde se vio a sí mismo muerto de muerte natural durante el sueño en la oficina contigua a la sala de audiencias, y se vio tirado bocabajo en el suelo como había dormido todas las noches de la vida desde su nacimiento, con el uniforme de lienzo sin insignias, las polainas, la espuela de oro, el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada, y a una edad indefinida entre los 107 y los 232 años.


La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 208
3 de Mayo de 2015


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