PARADOXAS
REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO
NEOBARROCO
Año X - N° 202
INDICE
Vendrán suavemente... - Marisol C.
EL SABOR DEL PERFUME - Maria de los Angeles
Roccato
Tormento y el Pirata - M. Lorena Lucas Moreno
Divertimento Lunar. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
PEDRERIAS DE AMOR SECRETO - F.S.R.Banda
EDITORIAL
“El amigo imaginario
Juan Villoro
El humo lo acompañaba a todas
partes. Aunque prefería el tabaco oscuro, en emergencias aceptaba un cigarro
rubio. En Cuba se aficionó a los puros, pero los reservaba para las terrazas
calurosas.
Sabía escuchar a los demás; su
mirada atenta parecía agregarle interés a lo que el interlocutor decía. Sus
ojos, extrañamente separados, miraban con una atención acrecentada, similar a
la de los gatos, que él consideraba teléfonos secretos (llevaban mensajes que
el receptor debía descifrar).
Arrastraba la "erre" y
lo atribuía a haber nacido en Bélgica, aunque vivió ahí muy poco tiempo. No le
creíamos esta explicación, tan fantasiosa como su primer recuerdo (una
alarmante sombra al pie de su cuna). Exageraba la realidad para explicarla
desde la imaginación.
Recogía fierros y alambres en las
calles para ensamblarlos en azarosas esculturas. Escribía en forma parecida. Le
interesaba transformar cualquier resto de la realidad en magia y talismán,
entender un tornillo como un objeto sagrado.
Revisaba la página científica de
Le Monde en busca de explicaciones racionales para lo sobrenatural. En
literatura, era un lector voraz y esnob. Privilegiaba a los autores apenas
descubiertos, complejos, prestigiados por su intrépido vanguardismo y sus
escasos seguidores.
Sabía mucho de música, acaso
demasiado para mantenerse en la esfera de la espontaneidad. Tal vez por eso
trataba de llevar el jazz a la prosa; improvisaba en el teclado los solos que
nunca dominó en la trompeta y con los que desveló horrorosamente a sus vecinos.
Vivía en un edificio que se
parecía a su cuerpo: alto, delgado, cargado de hombros. Pasaba los veranos en
una casa del sur de Francia a la que agregó cuartos que parecían camarotes.
Desde ahí miraba el horizonte de Provenza como un mar color lila.
Estaba harto de traducir informes
de organismos multilaterales en la misma medida en que estaba orgulloso de su
francés. A ciertos amigos argentinos les escribía en ese idioma, lo cual nos
parecía muy argentino.
Pasó una juventud solitaria. Fue
un autodidacta ejemplar y encontró en París su universidad. El éxito lo puso en
contacto con más personas de las que había soñado conocer. Para su asombro,
esto le permitió romper la coraza defensiva con que se apartaba de los otros.
Viajó mucho, cometiendo el error
de empacar botellas que no siempre llegaron intactas a su destino. Para conocer
un sitio, iba a la plaza a bolearse los zapatos. Desde ese puesto de
observación decidía qué tanto le gustaba la gente. Casi siempre le gustaba.
Poco a poco, el cazador de sutilezas estéticas se transformó en un ser
receptivo y sociable al que extrañamente no le salían canas. Se dejó la barba
para mitigar la alarmante juventud de su tercera edad, pero sólo logró verse
más beatnik y algo guerrillero.
Nos preocupó que su condición de
ídolo pop minara sus energías de fabulador. El artista que había dicho que
necesitábamos un "Che Guevara del lenguaje" se convirtió en el ángel
justiciero que apoyaba revoluciones reales. Pero incluso en política fue
literario. En una de sus obras más "comprometidas", un pingüino se
pierde en las calles de París, demostrando que la libertad siempre es extraña.
Su pasión por Glenda Jackson nos
hizo saber que le gustaban las mujeres de temperamento decidido, ajenas a la
belleza convencional.
Amaba a los niños y lamentó no
haber podido tener uno, pero jugó con muchos y se llevó de maravilla con los
hijastros transitorios que le deparó el destino.
Los colegas lo sentían tan
cercano que le mandaban manuscritos para que les diera su opinión. Él les decía
que era una lástima que no le enviaran también el tiempo para leerlos.
Nunca lo vimos personalmente. No
hacía falta. Sus textos nos incluían en su mundo más próximo. Logró que su
literatura fuera una forma de la amistad.
Odiaba que se le acabara el mate
y que la última cucharada del arroz con leche tuviera poca canela. Era un
precipitado con la pizza y se quemaba el paladar al primer mordisco. Amaba el
ars combinatoria en poesía, pero era clásico para la pizza y escogía la de
jamón canónico. Alguien puso a prueba su tolerancia pidiendo una aberrante
pizza hawaiana. No protestó: sabía querer a la gente por sus defectos.
Sabemos esas cosas de los amigos
íntimos. El nuestro acaba de cumplir cien años. Se llama Julio Cortázar y aún
anda por ahí.
Pirateado de http://www.etcetera.com.mx/articulo/el_amigo_imaginario/29418/,
29 de agosto, 2014. Vale.
El Editor
Rayuela - Capítulo 68
Julio Cortázar
Apenas él le amalaba el noema, a
ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en
sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se
enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo,
sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se
le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el
principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios,
consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se
entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y
paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas,
la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una
sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se
sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las
marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de
argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el
límite de las gunfias.
Vendrán suavemente...
Marisol C.
Vendrán suavemente por la tarde
los silencios donde las nubes se volverán algodón de azúcar, pero aguardo con
la mirada perdida en este océano vestido de arrullo, intuyo esa enorme
necesidad de pertenecernos y espero solo un poco, aliso el pliegue del vestido,
me muerdo la lengua para que el silencio se quede sumergido en el pensamiento,
solo allí tengo un refugio donde se esconde mi alma atolondrada, la brisa me
congela revolotea una gaviota extraviada. Busco entre el atardecer y el
silencio oportuno, aquella mirada de azul profundo, aunque tus ojos sean de
miel, confieso que mis desvaríos parecen pesadillas sin retorno a la lucidez,
aquella que eludo solapada al cerrar lo ojos, hay canciones que se cuelgan de
mis latidos que niegan a marcharse. Bajo la luna todo se ilumina, hasta lo
gorriones extraviados parecen golondrinas, no hay explicaciones coherentes,
todas se han marchado bajo el resplandor de tu mirada, llega el abrazo que me
quema suave ,te presiento aquí en mi alma ,estas sumergido en mis palabras, me
sostienes en el suspiro que emana sutil desde tu boca, no hay un silencio mas
dulce que el saberme aquí contigo y sin ti, mis letras revolotean como
mariposas en tu alma, aguardas, aguardas una nueva cita en el portal de la
palabra que no calla, mientras el mar sigue allí, ronroneando en mi pecho, te
espero, claro que espero, vendrás hasta mi silencio, mientras aguardo ¡te
escribo !... ... ... ... ... ...
EL SABOR DEL PERFUME
Maria de los Angeles
Roccato
Parpadeó ante el destello lunar.
Los hilos de plata, acariciaron su faz… se desparramaron mansos en la rugosidad
de su geografía. Venciendo la inercia de quedarse, salió. Se convirtió en
espejada imagen. A lo lejos… el relincho del matungo, le completó el conocido
paisaje. El sauzal de melenas murmurantes, besando el serpenteante arroyo. El
remanso, formando laguna, que golosa a las estrellas atrapa. -Debo acudir-, se
dijo en susurro. Sin ganas inició el camino, que conocía al dedillo. Solo que
esta noche- no lo motivaba el desconocido perfume. Ahora las pupilas eran solo
brasas de un extinto fuego. Se sentía y sabía distinto
en este momento. La anatomía, desierta
de ganas. Yerma. Vacilante, continuó,
hasta que el aire, con húmedas
alas, a la realidad lo trajo. Se estiró abrazando la brisa que sin permiso, lo
cubrió y lo penetró. Viajó por los pulmones y el latir de la sangre se
convirtió en desbocado galope. Miró al hacia el horizonte, intentando
encontrar respuestas. El temblor ganó
cada víscera, cada poro, esparciéndose al igual que torrencial lluvia en
rítmico andar. Un nuevo relincho y la respuesta cercana de enamoradas ranas.
Zigzagueante atraviesa el cielo, veloz meteorito. Vuelve el silencio, han
callado los grillos. Él agudiza el oído, chasquea la lengua. Degusta el sabor
del ambiente. Huele… ¡huele! Y al hacerlo, reconoce… ¡El perfume ha vuelto!
Impregnan sus ojos, cristales de lluvia. El perfume se desliza entre los
matorrales. El corazón, ya es un desbocado potro… Expectante, no respira. El
espesura se abre, un halo de luz cae sobre la presencia que se acerca, es
Santina… ¡Si!, es la hembra sapo, que creyó perdida, en un vendaval… Se miran,
se huelen. Juntos, retoman el camino…hacia la gruta, donde la cascada pone
música al amor. La dama del cielo, sonriente,
transita hacia el encuentro del sol.
Tormento y el Pirata
© M. Lorena Lucas
Moreno
Tormento no encuentra consuelo a
su particular desgracia. Delibes el Pirata apareció en su vida, de repente no,
macerado con tiempo y paciencia, y desconoce cómo hacerlo desaparecer.
Tormento desea no perder el norte
asomándose a la brújula de su caminar. La Rosa de los Vientos la acompaña,
firmeza y rumbo.
El barco de Delibes ha atracado
en su puerto y no sabe cómo manejar esa intrusa nave. Ella que creyó conocer
todas las artes del amarre, se da cuenta de su indefensión e ignorancia, de su
inutilidad en las artes del mar.
Barlovento la avisó un día:
Despacio, cautela, un Pirata puede subyugarte. Y no quiso escuchar, no supo.
Como sirenas a Ulises las
palabras de Delibes se convierten en velamen, velamen que invita a navegar, a
bracear en el azul océano. A perderse por él.
Tormento sabe que Delibes no
juzga, y eso la libera a pesar de sus cadenas. Ése, es un verdadero tesoro de
Pirata, un valor en alza entre corales y cangrejos. Entre amalgamas de arena y
arrecifes.
En Delibes no hay maldad, sólo
travesuras y olor a sal. Zambulléndose entre cabos y mesanas, cornamusas y
trinquetes, se divierte oteando el horizonte.
Algún día, todavía no lo ha
decidido, desamarrará a Tormento de entre sus cabos de Pirata bandido con buen
corazón.
Sopla el viento de Levante. Sopla
el viento de Mistral. A Babor. A Estribor. Arriando velas.
Y mientras tanto, Tormento se
pierde, se sigue perdiendo en su mar, en el mar de unos ojos rotundos,
abiertos, ahí, al Oeste del Mediterráneo.
Divertimento Lunar.
Francisco Antonio
Ruiz Caballero
En los desiertos lunares los
blancos heliotropos exhalan un perfume increíble, mezcla de aromas balsámicos y
mentolados, y cactus de plata ponen una erizada burla de ceniza a la
tranquilidad de las blancogrisaceas laderas mortecinas. Alguien se ha fumado un
cigarrillo descomunal y el inmenso cenicero del satélite gira en el espacio
como una terrible tortuga marina. Hay un clavicordio que pone un cascabeleo de
ritmos cristalinos y metálicos a los diminutos arroyos de nieve de los
desiertos sepulcrales. Todo es un inmenso tálamo nupcial o un vestido de bodas
recién bordado, o acaso guardado con bolas de naftalina en el armario durante
años, o cubierto del polvo de una mansión del ochocientos, decimonónica. La
Virgen se pone el vestido y brilla a la luz de una farola de plata, y la seda,
nívea y brillante, parece estremecerse al ritmo de alfanjes de acero macizo y
címbalos azules. La luna es un gigantesco caparazón de carey, su nácar tiene
vetas más blancas que la nieve, es una copa de horchata, una preciosa moneda de
plata añeja. Las flores de níquel crecen allí exhalando volutas de sándalo a un
cielo negro como la antracita. Los desiertos lunares están llenos de ceniza y
nieve, sus cráteres se levantan como magníficas fortalezas ciclópeas, y todo
brilla de luz de fluorescente de neón. En su cara oculta, la negada a la visión
humana, los selenitas, de ojos azules, y delgados como alambres, tienen torres
de lapislázuli y ámbar. Se alimentan del sol, son fotosintéticos, y elaboran
una miel agridulce con zumo de heliotropo grís, una especie de horchata densa,
que tiene grumos de néctar nacarino y huele a madreselvas frescas. En la cara
oculta, inmensas selvas de lianas de ceniza, se esconden panteras blancas,
cenizosas y lívidas como el peligro, gélidas como el hielo, y feroces como el
polvo de los cianuros. Los selenitas las cazan armados de rayos láseres y las
llevan ya muertas a sus torres de ámbar y caramelo, donde hacen de alfombras
orientales. No lo vemos porque nosotros solo vemos el desierto lunar, la
impresionante tortuga que gira en el espacio constelado de estrellas. Los
heliotropos de nieve, flores metálicas y de seda fulgente, tapizan a veces las
grutas que arañan los cráteres, y hay cactus de plata cuyas espinas,
envenenadas, producen una urticaria espléndida y una malaria con sueño de
prismas. Y hay caballos blancos en la luna, para cabalgar por sus inmensos
desiertos, caballos con un cuerno de cristal en la frente, unicornios, que
relinchan notas de zumo de pomelo y aguamarinas azulísimas. Sus ojos son como
los topacios de caramelo o grises como de perlas eléctricas, y tienen las
cabelleras y las colas canosas y brillantes. Las panteras cazan inmensos bueyes
blancos, a los que devoran en grupo como si de una extraña África se tratase, y
la sangre es como la leche de horchata, no es roja. Los selenitas además, son
unos espléndidos anfitriones y organizan fiestas y fiestas y bailes y bailes, y
se disfrazan de marcianos verdes o de venusianos azules, y tienen una religión
basada en la belleza y en la música. Un inmenso terrón de azúcar es el astro,
como un grano de arroz sin hervir, pero a veces se pone amarillo, de un
amarillo pálido o de un dorado sin dorado, y todo cambia de color, y hasta los
caballos lunares se vuelven débilmente amarillos, para que el engaño a la
visión humana sea perfecto.
F.S.R.Banda
“Quizá la sorprenda entre las sabanas de la noche, ebria de champaña y
yo ebrio de ella.” Viajera. F.S.R.Banda, 2014.
Pedrerías, repartija de cascajos
sobre el vientre maternal de la tierra impoluta, en su declaración de primavera
los mirlos acechan los nidos de los chincoles, las últimas aguas invernales se
evaporan en los altos albos algodones que las brisas se van llevando hacia las
nevadas cumbres de volcanes y dormidos granitos. Descreo de las convergencias
tutelares, de lo que contiene el otoño en sus ocres innumerables o la primavera
en sus verdes infinitos, como tu voz cuando se va empequeñeciendo hasta el
silencio de dalias o ceibos según sean los derroteros de las naos hacia sus
naufragios. Y hay gredas quebradas y musgos en los vidrios de tu imperio
coordenado, oblicuo, evanescente, situado siempre a contraluz o en un escorzo
imposible como tus labios cuando musitan las letanías del desamparo, como un
anillo roto sobre el fieltro púrpura de las profanas liturgias. No más que esos
rezagos; ventoleras y vuelos, los pájaros insistiendo en un desasosiego de
cernícalo o carancho, las junturas de la tarde tranquila dibujando tu boca en
los geranios para que no se arranche entrando el crepúsculo y se adueñe de los
rojizos rubores en el cielo lejos que deja estilar la noche para que no estés
triste mañana. De sementeras y poliedros esta hecha la brusca realidad que
acomete, fiera venganza la del tiempo, de tulipanes y regiones del ocaso, de
olvidos arrinconados en los meandros desolados de las lluvias en los parques o
la garúas con que las madrugadas amenazan las melancolías, de un aire quieto en
esa densidad solemne y pudorosa de las penas. Todos es sangriento bermellón o
cinabrio en la largura de tu perfume que se percibe como en un halo contenido
de alturas de pino y eucaliptos, de brevedad misteriosa, subterránea, dejando
tu silueta repartida por los caudalosos ríos del destiempo, esparcida y
discordante en los mustios susurros del cañaveral. Las arenas de los días
guardan las huellas de tus pasos, la filigrana que dejó tu imagen en los
cuarzos diminutos, en sus mínimos destellos y en su espejismo constante.
Anochece en ese ámbito donde estás inmersa y descrita. Voy a viajar por la
noche de tu pelo mientras te observo desde todos los espejos para que todo
decante en la fluidez asidua de tus ojos y en sus antiguas comparecencias, porque
solo en la lluvia, esa poética incesante, puedo tocar tu pelo dulcemente sin
cruzar el límite mientras evoco nostálgico aquellos tiempos en que podíamos
tanguear impunemente.
La forma
de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”,
1977.
Revista PARADOXAS N° 202
1º de Noviembre de
2014
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