viernes, 8 de mayo de 2015

PARADOXAS Nº 202

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año X - N° 202


INDICE

Vendrán suavemente... - Marisol C.
EL SABOR DEL PERFUME - Maria de los Angeles Roccato
Tormento y el Pirata - M. Lorena Lucas Moreno
Divertimento Lunar. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
PEDRERIAS DE AMOR SECRETO - F.S.R.Banda



EDITORIAL

“El amigo imaginario
Juan Villoro

El humo lo acompañaba a todas partes. Aunque prefería el tabaco oscuro, en emergencias aceptaba un cigarro rubio. En Cuba se aficionó a los puros, pero los reservaba para las terrazas calurosas.
Sabía escuchar a los demás; su mirada atenta parecía agregarle interés a lo que el interlocutor decía. Sus ojos, extrañamente separados, miraban con una atención acrecentada, similar a la de los gatos, que él consideraba teléfonos secretos (llevaban mensajes que el receptor debía descifrar).
Arrastraba la "erre" y lo atribuía a haber nacido en Bélgica, aunque vivió ahí muy poco tiempo. No le creíamos esta explicación, tan fantasiosa como su primer recuerdo (una alarmante sombra al pie de su cuna). Exageraba la realidad para explicarla desde la imaginación.
Recogía fierros y alambres en las calles para ensamblarlos en azarosas esculturas. Escribía en forma parecida. Le interesaba transformar cualquier resto de la realidad en magia y talismán, entender un tornillo como un objeto sagrado.
Revisaba la página científica de Le Monde en busca de explicaciones racionales para lo sobrenatural. En literatura, era un lector voraz y esnob. Privilegiaba a los autores apenas descubiertos, complejos, prestigiados por su intrépido vanguardismo y sus escasos seguidores.
Sabía mucho de música, acaso demasiado para mantenerse en la esfera de la espontaneidad. Tal vez por eso trataba de llevar el jazz a la prosa; improvisaba en el teclado los solos que nunca dominó en la trompeta y con los que desveló horrorosamente a sus vecinos.
Vivía en un edificio que se parecía a su cuerpo: alto, delgado, cargado de hombros. Pasaba los veranos en una casa del sur de Francia a la que agregó cuartos que parecían camarotes. Desde ahí miraba el horizonte de Provenza como un mar color lila.
Estaba harto de traducir informes de organismos multilaterales en la misma medida en que estaba orgulloso de su francés. A ciertos amigos argentinos les escribía en ese idioma, lo cual nos parecía muy argentino.
Pasó una juventud solitaria. Fue un autodidacta ejemplar y encontró en París su universidad. El éxito lo puso en contacto con más personas de las que había soñado conocer. Para su asombro, esto le permitió romper la coraza defensiva con que se apartaba de los otros.
Viajó mucho, cometiendo el error de empacar botellas que no siempre llegaron intactas a su destino. Para conocer un sitio, iba a la plaza a bolearse los zapatos. Desde ese puesto de observación decidía qué tanto le gustaba la gente. Casi siempre le gustaba. Poco a poco, el cazador de sutilezas estéticas se transformó en un ser receptivo y sociable al que extrañamente no le salían canas. Se dejó la barba para mitigar la alarmante juventud de su tercera edad, pero sólo logró verse más beatnik y algo guerrillero.
Nos preocupó que su condición de ídolo pop minara sus energías de fabulador. El artista que había dicho que necesitábamos un "Che Guevara del lenguaje" se convirtió en el ángel justiciero que apoyaba revoluciones reales. Pero incluso en política fue literario. En una de sus obras más "comprometidas", un pingüino se pierde en las calles de París, demostrando que la libertad siempre es extraña.
Su pasión por Glenda Jackson nos hizo saber que le gustaban las mujeres de temperamento decidido, ajenas a la belleza convencional.
Amaba a los niños y lamentó no haber podido tener uno, pero jugó con muchos y se llevó de maravilla con los hijastros transitorios que le deparó el destino.
Los colegas lo sentían tan cercano que le mandaban manuscritos para que les diera su opinión. Él les decía que era una lástima que no le enviaran también el tiempo para leerlos.
Nunca lo vimos personalmente. No hacía falta. Sus textos nos incluían en su mundo más próximo. Logró que su literatura fuera una forma de la amistad.
Odiaba que se le acabara el mate y que la última cucharada del arroz con leche tuviera poca canela. Era un precipitado con la pizza y se quemaba el paladar al primer mordisco. Amaba el ars combinatoria en poesía, pero era clásico para la pizza y escogía la de jamón canónico. Alguien puso a prueba su tolerancia pidiendo una aberrante pizza hawaiana. No protestó: sabía querer a la gente por sus defectos.
Sabemos esas cosas de los amigos íntimos. El nuestro acaba de cumplir cien años. Se llama Julio Cortázar y aún anda por ahí.


El Editor



Rayuela - Capítulo 68
Julio Cortázar

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


Vendrán suavemente...
Marisol C.

Vendrán suavemente por la tarde los silencios donde las nubes se volverán algodón de azúcar, pero aguardo con la mirada perdida en este océano vestido de arrullo, intuyo esa enorme necesidad de pertenecernos y espero solo un poco, aliso el pliegue del vestido, me muerdo la lengua para que el silencio se quede sumergido en el pensamiento, solo allí tengo un refugio donde se esconde mi alma atolondrada, la brisa me congela revolotea una gaviota extraviada. Busco entre el atardecer y el silencio oportuno, aquella mirada de azul profundo, aunque tus ojos sean de miel, confieso que mis desvaríos parecen pesadillas sin retorno a la lucidez, aquella que eludo solapada al cerrar lo ojos, hay canciones que se cuelgan de mis latidos que niegan a marcharse. Bajo la luna todo se ilumina, hasta lo gorriones extraviados parecen golondrinas, no hay explicaciones coherentes, todas se han marchado bajo el resplandor de tu mirada, llega el abrazo que me quema suave ,te presiento aquí en mi alma ,estas sumergido en mis palabras, me sostienes en el suspiro que emana sutil desde tu boca, no hay un silencio mas dulce que el saberme aquí contigo y sin ti, mis letras revolotean como mariposas en tu alma, aguardas, aguardas una nueva cita en el portal de la palabra que no calla, mientras el mar sigue allí, ronroneando en mi pecho, te espero, claro que espero, vendrás hasta mi silencio, mientras aguardo ¡te escribo !... ... ... ... ... ...


EL SABOR DEL PERFUME
Maria de los Angeles Roccato

Parpadeó ante el destello lunar. Los hilos de plata, acariciaron su faz… se desparramaron mansos en la rugosidad de su geografía. Venciendo la inercia de quedarse, salió. Se convirtió en espejada imagen. A lo lejos… el relincho del matungo, le completó el conocido paisaje. El sauzal de melenas murmurantes, besando el serpenteante arroyo. El remanso, formando laguna, que golosa a las estrellas atrapa. -Debo acudir-, se dijo en susurro. Sin ganas inició el camino, que conocía al dedillo. Solo que esta noche- no lo motivaba el desconocido perfume. Ahora las pupilas eran solo brasas  de  un extinto fuego. Se sentía y sabía distinto en este momento.  La anatomía, desierta de ganas. Yerma. Vacilante, continuó,  hasta que el aire, con  húmedas alas, a la realidad lo trajo. Se estiró abrazando la brisa que sin permiso, lo cubrió y lo penetró. Viajó por los pulmones y el latir de la sangre se convirtió en desbocado galope. Miró al hacia el horizonte, intentando encontrar  respuestas. El temblor ganó cada víscera, cada poro, esparciéndose al igual que torrencial lluvia en rítmico andar. Un nuevo relincho y la respuesta cercana de enamoradas ranas. Zigzagueante atraviesa el cielo, veloz meteorito. Vuelve el silencio, han callado los grillos. Él agudiza el oído, chasquea la lengua. Degusta el sabor del ambiente. Huele… ¡huele! Y al hacerlo, reconoce… ¡El perfume ha vuelto! Impregnan sus ojos, cristales de lluvia. El perfume se desliza entre los matorrales. El corazón, ya es un desbocado potro… Expectante, no respira. El espesura se abre, un halo de luz cae sobre la presencia que se acerca, es Santina… ¡Si!, es la hembra sapo, que creyó perdida, en un vendaval… Se miran, se huelen. Juntos, retoman el camino…hacia la gruta, donde la cascada pone música al amor. La dama del cielo,  sonriente, transita hacia el encuentro del sol.


Tormento y el Pirata
© M. Lorena Lucas Moreno

Tormento no encuentra consuelo a su particular desgracia. Delibes el Pirata apareció en su vida, de repente no, macerado con tiempo y paciencia, y desconoce cómo hacerlo desaparecer.
Tormento desea no perder el norte asomándose a la brújula de su caminar. La Rosa de los Vientos la acompaña, firmeza y rumbo.
El barco de Delibes ha atracado en su puerto y no sabe cómo manejar esa intrusa nave. Ella que creyó conocer todas las artes del amarre, se da cuenta de su indefensión e ignorancia, de su inutilidad en las artes del mar.
Barlovento la avisó un día: Despacio, cautela, un Pirata puede subyugarte. Y no quiso escuchar, no supo.
Como sirenas a Ulises las palabras de Delibes se convierten en velamen, velamen que invita a navegar, a bracear en el azul océano. A perderse por él.
Tormento sabe que Delibes no juzga, y eso la libera a pesar de sus cadenas. Ése, es un verdadero tesoro de Pirata, un valor en alza entre corales y cangrejos. Entre amalgamas de arena y arrecifes.
En Delibes no hay maldad, sólo travesuras y olor a sal. Zambulléndose entre cabos y mesanas, cornamusas y trinquetes, se divierte oteando el horizonte.
Algún día, todavía no lo ha decidido, desamarrará a Tormento de entre sus cabos de Pirata bandido con buen corazón.
Sopla el viento de Levante. Sopla el viento de Mistral. A Babor. A Estribor. Arriando velas.
Y mientras tanto, Tormento se pierde, se sigue perdiendo en su mar, en el mar de unos ojos rotundos, abiertos, ahí, al Oeste del Mediterráneo.


Divertimento Lunar.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

En los desiertos lunares los blancos heliotropos exhalan un perfume increíble, mezcla de aromas balsámicos y mentolados, y cactus de plata ponen una erizada burla de ceniza a la tranquilidad de las blancogrisaceas laderas mortecinas. Alguien se ha fumado un cigarrillo descomunal y el inmenso cenicero del satélite gira en el espacio como una terrible tortuga marina. Hay un clavicordio que pone un cascabeleo de ritmos cristalinos y metálicos a los diminutos arroyos de nieve de los desiertos sepulcrales. Todo es un inmenso tálamo nupcial o un vestido de bodas recién bordado, o acaso guardado con bolas de naftalina en el armario durante años, o cubierto del polvo de una mansión del ochocientos, decimonónica. La Virgen se pone el vestido y brilla a la luz de una farola de plata, y la seda, nívea y brillante, parece estremecerse al ritmo de alfanjes de acero macizo y címbalos azules. La luna es un gigantesco caparazón de carey, su nácar tiene vetas más blancas que la nieve, es una copa de horchata, una preciosa moneda de plata añeja. Las flores de níquel crecen allí exhalando volutas de sándalo a un cielo negro como la antracita. Los desiertos lunares están llenos de ceniza y nieve, sus cráteres se levantan como magníficas fortalezas ciclópeas, y todo brilla de luz de fluorescente de neón. En su cara oculta, la negada a la visión humana, los selenitas, de ojos azules, y delgados como alambres, tienen torres de lapislázuli y ámbar. Se alimentan del sol, son fotosintéticos, y elaboran una miel agridulce con zumo de heliotropo grís, una especie de horchata densa, que tiene grumos de néctar nacarino y huele a madreselvas frescas. En la cara oculta, inmensas selvas de lianas de ceniza, se esconden panteras blancas, cenizosas y lívidas como el peligro, gélidas como el hielo, y feroces como el polvo de los cianuros. Los selenitas las cazan armados de rayos láseres y las llevan ya muertas a sus torres de ámbar y caramelo, donde hacen de alfombras orientales. No lo vemos porque nosotros solo vemos el desierto lunar, la impresionante tortuga que gira en el espacio constelado de estrellas. Los heliotropos de nieve, flores metálicas y de seda fulgente, tapizan a veces las grutas que arañan los cráteres, y hay cactus de plata cuyas espinas, envenenadas, producen una urticaria espléndida y una malaria con sueño de prismas. Y hay caballos blancos en la luna, para cabalgar por sus inmensos desiertos, caballos con un cuerno de cristal en la frente, unicornios, que relinchan notas de zumo de pomelo y aguamarinas azulísimas. Sus ojos son como los topacios de caramelo o grises como de perlas eléctricas, y tienen las cabelleras y las colas canosas y brillantes. Las panteras cazan inmensos bueyes blancos, a los que devoran en grupo como si de una extraña África se tratase, y la sangre es como la leche de horchata, no es roja. Los selenitas además, son unos espléndidos anfitriones y organizan fiestas y fiestas y bailes y bailes, y se disfrazan de marcianos verdes o de venusianos azules, y tienen una religión basada en la belleza y en la música. Un inmenso terrón de azúcar es el astro, como un grano de arroz sin hervir, pero a veces se pone amarillo, de un amarillo pálido o de un dorado sin dorado, y todo cambia de color, y hasta los caballos lunares se vuelven débilmente amarillos, para que el engaño a la visión humana sea perfecto.


F.S.R.Banda

“Quizá la sorprenda entre las sabanas de la noche, ebria de champaña y yo ebrio de ella.” Viajera. F.S.R.Banda, 2014.

Pedrerías, repartija de cascajos sobre el vientre maternal de la tierra impoluta, en su declaración de primavera los mirlos acechan los nidos de los chincoles, las últimas aguas invernales se evaporan en los altos albos algodones que las brisas se van llevando hacia las nevadas cumbres de volcanes y dormidos granitos. Descreo de las convergencias tutelares, de lo que contiene el otoño en sus ocres innumerables o la primavera en sus verdes infinitos, como tu voz cuando se va empequeñeciendo hasta el silencio de dalias o ceibos según sean los derroteros de las naos hacia sus naufragios. Y hay gredas quebradas y musgos en los vidrios de tu imperio coordenado, oblicuo, evanescente, situado siempre a contraluz o en un escorzo imposible como tus labios cuando musitan las letanías del desamparo, como un anillo roto sobre el fieltro púrpura de las profanas liturgias. No más que esos rezagos; ventoleras y vuelos, los pájaros insistiendo en un desasosiego de cernícalo o carancho, las junturas de la tarde tranquila dibujando tu boca en los geranios para que no se arranche entrando el crepúsculo y se adueñe de los rojizos rubores en el cielo lejos que deja estilar la noche para que no estés triste mañana. De sementeras y poliedros esta hecha la brusca realidad que acomete, fiera venganza la del tiempo, de tulipanes y regiones del ocaso, de olvidos arrinconados en los meandros desolados de las lluvias en los parques o la garúas con que las madrugadas amenazan las melancolías, de un aire quieto en esa densidad solemne y pudorosa de las penas. Todos es sangriento bermellón o cinabrio en la largura de tu perfume que se percibe como en un halo contenido de alturas de pino y eucaliptos, de brevedad misteriosa, subterránea, dejando tu silueta repartida por los caudalosos ríos del destiempo, esparcida y discordante en los mustios susurros del cañaveral. Las arenas de los días guardan las huellas de tus pasos, la filigrana que dejó tu imagen en los cuarzos diminutos, en sus mínimos destellos y en su espejismo constante. Anochece en ese ámbito donde estás inmersa y descrita. Voy a viajar por la noche de tu pelo mientras te observo desde todos los espejos para que todo decante en la fluidez asidua de tus ojos y en sus antiguas comparecencias, porque solo en la lluvia, esa poética incesante, puedo tocar tu pelo dulcemente sin cruzar el límite mientras evoco nostálgico aquellos tiempos en que podíamos tanguear impunemente.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 202
1º de Noviembre de 2014


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