viernes, 8 de mayo de 2015

PARADOXAS Nº 201

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año X - N° 201


INDICE

OCURRE EL TIEMPO - Ivonne Concha Alarcón
No supo... - Marisol C.
INTERMEZZO - Thania Rincón
ESPEJO MÁGICO - Elí O. Carranza
Tinte Arcilla - Alfre Estevez
Rojo. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
DESENCANTACIONES - F.S.R.Banda


EDITORIAL

“Chiampi distingue tres momentos del barroco en Latinoamérica. Un primer momento se iniciaría con el preciocismo verbal y la presencia del mundo exterior en la poesía de Rubén Darío. Para Chiampi este barroco sería una versión coherente con el 'proyecto modernista', que pretendía alinear la literatura americana con el simbolismo y producir una recreación temática identificada con lo español. La segunda reapropiación la harían los poetas de la vanguardia, como Borges y Huidobro con su Ultraísmo, con el que se pretendía un 'transformismo prismático' de las percepciones. Para estos escritores, la metáfora barroca era un modelo contra cierta referencialidad directa del modernismo. La tercera etapa sería la inaugurada por José Lezama Lima (a partir de los cincuenta), quien propuso una 'patente' del barroco en Hispanoamércia. Esta patente es la oscuridad que proviene de la dificultad de asignar un sentido único, resultado de la experiencia de ruptura en el origen y en la realidad de lo Hispanoamericano. Para Chiampi, en la propuesta de Lezama Lima hay una reivindicación de la identidad cultural. En la especificidad de la estética barroca se encuentra la expresión americana, "...Lezama insiste en la idea de lo americano como un devenir (un ser y uno no ser), en permanente mutación...". Podría decirse entonces que es a partir de esta tercera etapa en la que se puede comenzar a hablar de neobarroco como un barroco que además incluye la expresión de lo americano e imprime un sello particular, su patente, a la estética barroca. Chiampi destaca que el texto neobarroco desplaza dos categorías centrales del modernismo: las categorías de sujeto y de temporalidad. Este desplazamiento es resultado de la agrupación de fragmentos, el constante movimiento, la estructura circular, la descomposición en orden y composición en desorden, y la ausencia de avances y retrocesos en el texto.”

“En el barroco, “antítesis” y “metáfora” se combinan para producir un texto que adquiere la forma de una cadena de significantes en continuo movimiento de avance y retroceso del que surgen nuevos significantes a medida que otros son elididos. Para Severo Sarduy, el texto barroco surge de una estética elaborada y minuciosa que se opone a lo puro y equilibrado de la forma clásica precedente. La antítesis es la figura retórica central del barroco, es decir, la contraposición de palabras antónimas (Todorov - Ducrot). La retórica barroca adquiere la forma de una cadena de significantes, muchas veces contrapuestos, que indican movimiento de avance y retroceso circular, del cual surge un nuevo significado. La metáfora es la figura que conduce este movimiento, "...la mudada retórica por excelencia, el paso de un significante, inalterable, desde su cadena 'original' hasta otra, mediata, y de cuya inserción surge el nuevo sentido..." (Sarduy). La metáfora es "...el empleo de una palabra en un sentido parecido, y sin embargo diferente del sentido habitual..." (Todorov - Ducrot). Otras figuras retóricas caracterizan a la sintaxis barroca, tales como la elipsis (supresión de uno de los elementos necesarios para una construcción sintáctica completa), la parábola (una historia corta y simple relacionada con una fábula) y la hipérbole (aumentación cuantitativa de un objeto o el estado de un objeto). Estas figuras hacen que la retórica barroca sea una retórica en movimiento y descentrada. Asociada al concepto de rizoma, Sarduy advierte que en la representación del los espacios "...la ciudad barroca […] se presenta como una trama abierta, no inferible a un significante privilegiado que la imante y le otorgue sentido...". El texto poético, en tanto texto rizomático, no propone la asignación de un sentido único sino una continua cartografía.”

Dos de las notas de: ‘Turbio fondeadero: Política e ideología en la poética neobarrosa de Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher’, Karina Elizabeth Vázquez. Vale.

El Editor


TRIBULACIONES
Beatriz Graciela Moyano

Las tribulaciones se tornaron sal en las llagas, todo un tiempo mudo y siniestro, venciendo las estaciones voladas. Bebieron sorbo a sorbo la sangre fermentada los candentes días de verano y diluyeron con lluvias desatadas a destiempo la sal de unas pocas lágrimas, más toda la hiel de la fase destructiva producida por los detrimentos padecidos, detestable despilfarro de fe que precedió a la desazón, sentencia penetrada, lagunas de verbos y adjetivos con que la vida deshilacha las oraciones equivocadas en una especie de senil demencia, carente de brillo y color. Las letras en negación, partículas de ideas con enmiendas, tachaduras, borrones y una constante auto-crítica al ausente imaginario. Diques contenedores a los vibrantes oleajes creativos, todo eso que está allí trabado en lucha constante tras la cortina de bruma silenciosa, clamando libertad. Los vientos fríos del sur quieren barrer junto a las hojas resecas de este otoño incipiente, esa nube gris del calvario que pocos comprendieron, lejos, donde ya no alcance la oquedad a rozar las rosas de la melancolía, las azucenas blancas de las nostalgias escritas, porque aún quebrando la tristeza y el insomnio, siempre serán aguas claras en el jardín de las letras doradas del alma. El fin de las tribulaciones llegó mansamente, en el momento justo en que se ponía el sol de la hermosa tarde. Sello apasionado fue el beso del otoño perenne de los días.


OCURRE EL TIEMPO
Ivonne Concha Alarcón

Ocurre el tiempo, ocurre la vida, así sucede todos los días, la eternidad latente se pierde un instante, se truncan amores amargos, difusos coloridos, grises que ocurren en labios desterrados del amor. Miseria expectante sobre la humanidad desesperada; hambre, saciedad, caricias cansadas, ternuras en sueños, soledad sola y la acompañada. Vi la desnudez en tus ojos, me quedé contigo, desnudabas tu esencia, la del alma, esa sin vestidos solo recuerdos y nostalgias, esa la guardaste en años tras puerta de madera muerta y aldabas que lloraban tu distancia. El cuerpo está de duelo no entiende la incertidumbre no sabe, desconoce si tendrá caricias o solo dolores. Desnudo se siente el ser cuando de amor carece, no existe contrato que valga si dos amantes no lleguen a ponerse de acuerdo. Ha partido el amor llevándose los deseos en esa emoción ambigua que a ambos les alberga esa que antes fue intensa hoy ya no parece amor... solo silencios. La nostalgia hace gemir la aurora, ya no son los placeres lo que a ambos les convoca sino el dolor del silencio que ha transformado el amor en roca azul. Pesadumbre es el sentir de los duendes que a la morada alcanzan mortuoriamente buscando víctimas que a su reino se acerquen. Un búho taciturno y desconfiado me mira desde muy lejos quizá mas allá de la aurora, despiadada me aterra su mirada que juzga y aterra el celo furioso que destruye... mata. Vorazmente me comió la noche en silencio sin importarle el frío de la estatua de bronce ni el gallo intruso que golpeó bruscamente mi ventana. La incógnita sigue el camino de piedras desordenadas en las que me tropiezo una dos y tres veces, te llevaste mis espumas nada dejaste. Llueve implacablemente sobre el árido sentimiento, la angustia desolada asusta a los tiempos de luz mañanera compañera de la brisa que refrescará la calma haciéndose la ingenua sin ver las dagas que de nuevo nos clavan el alma...


No supo...
Marisol C.

No supo si murieron los tiempos o si desechó las rosas en abril, no sé si se congeló una tarde de verano... no supo si se sucedieron lo martes y los colibríes no volvieron a libar las flores. Se desechó el verano entre las manos y la primavera olvido florecer en su retina, aquella mañana se quedó sin voz, no hubo donde acomodar los brazos, bajo este invierno inhóspito se volvió helado el suelo donde pisaba, quiso volver sobre sus pasos, se quedó muda la noche. No supo si cambiaron el vuelo las gaviotas, si la brisa marina le llegó de golpe, pero estaba allí bajo el alero de su puerta, con un pie al borde del peldaño, con un dedo en el timbre, quiso ser la misma de antaño, se alisó la falda, puso una sonrisa en los labios, le golpeó el corazón enajenado, le temblaron las piernas... No supo cuando apareció bajo el alero, el tiempo de costado, el sol bañándose desnudo, la brisa enredándose en su pelo, la sonrisa al borde de los labios, lo miró encendidas las mejillas, le dijo hola sin preámbulos, le besó la boca, se quedó desnudo de palabras, sonrió al tiempo y sus jugadas, la invitó a pasar, le tomo la mano, le cerro la puerta a las preguntas, el amor se quedó a las sorpresas, se vistió de lunas y deseos, se durmió con él... amaneció, no supo que decirle al tiempo. Sonrió desnuda de temores, volvió la vista a su lado, reconoció su aroma, le miró con el alma entre los dedos, acarició su rostro, se perdió en un beso... Afuera se despertó el sol en la ventana y continuó la vida como si nada, el tiempo volvió a comenzar.


INTERMEZZO
Thania Rincón

“... Yo soy el amor, el amor, el amor"
Y el ángel se acerca, me besa,
¡y es el beso de la muerte!
Mi cuerpo es de moribunda. Conque tómalo.
¡Yo soy ya una cosa muerta!
Umberto Giordano, 1896.

Evoco en silencio tu respiración estallando con renuencia en mi quimera, desvistiendo brumas bajo un cielo en calma, y solo tú como estrella. Desfilan los viejos anhelos en la sal de aquella danza donde imperaba el duelo entre el inminente yerro y la espera. Una cálida brisa al recuerdo de una pasión le canta, envuelta con tu sonrisa de niño travieso, lejana, adherida a tu mirada de adulto fatalista, que a nada real se aferra. Flota de nuevo un sueño para ti extinto, reflejo fiel de la ficción que despertó tu esencia contra la mía en el vacío extraviada. Pasiones desdibujadas en las teclas del piano ayer entreabierto cuando tu voz se asomaba, hoy musitan en el viento y sin cesar un solo aria: yo soy una cosa muerta; mientras miro decepcionada en los espejos la belleza que no has de conocer jamás, porque tu adiós la dejó yerta, paralizada. Lejos quedan los temblores que inconformes se deslizaban con su arpegio densificado en tu luminosa oscuridad. Extraño tu llanto: dolora de gemidos pincelando sin cesar olvidos habitados en los deseos perdidos; espacio filtrado en la ascética que se adueña del pentagrama destilando enajenación bajo un trepidar de fantasmas. Delicia fue mi cuerpo en tus misterios que borrando toda posibilidad me elevaban al cielo para desembocar en olvido y desacuerdo. No obstante, aún retozan en mi pecho la infinitud de mariposas en vuelo y esos segundos de ingenuo juego en cada tarde que se perdía en la más honda, confortable y serena seriedad del desconsuelo. ¡Hay tanta profundidad en la nada! ¡La inverosimilitud de un invento! El ingenio de unos ojos sumergidos en la ausencia, que sólo disparara granos de ingratitud sobre rosas rojas de profunda certeza… ofrendas por ser o estar, por ser sincero o engañar… El tedio repara las líneas acongojadas por el rubor de la mañana, un sopor defiende ecuánime la paz, enterrando la ira tras la estampida escampada, la virtud acorralada ante la inmensidad estéril de una privilegiada e inaccesible soledad develada. Se arrebola la tristeza sobre la amnesia de las furias que despiertan ciclones y tormentas, volcando la plenitud enajenada en frágil controversia. La luz quiere elevarse de nuevo, con euforia, la fantasía emula una entre tantas estrellas… tú, la más grande de las reminiscencias, que sola encandilas y tientas a la eterna huida para nunca jamás… que contigo bastó y bastará, que contigo todo fue y mucho más. Los  brazos desprotegidos por la huída de la esperanza, en este instante con sigilo, para no estropear el duelo duramente erigido, tejen con las viejas notas decadentes una brazada, para armar pirámides de templanza en la desolación de la sobriedad y la nostalgia. Seguirás siendo parábola tierna y cansada que reta en antítesis a la ilusión desbordada; felicidad que ningún otro pulso provocara, que toda injuria exonerara, que al luto inculpara, y que al desvelo invocara para convertirlo en dicha nocturna hasta la alborada. Acaso el latido que se reinventa para remediar lo efímero que en continuo rito mece las olas del mar sombrío que sepulta las ansias… la afluencia de horas solas, divinas, que se siente hondo perderlas, que duele sacarlas de la médula del hueso hueco del tiempo dúctilmente afrontado tras disipar sospechas y asimilar certezas que atoran la voz y al alma dejan desamparada y seca. Hasta cuándo ha de desprenderse mi piel de la cúspide de tu suelo ígneo donde colgaba mi alegría. Con la frente en alto y el corazón devastado, el sentimiento continúa jurando que no reconoce lo que no le roza, ni escucha al coro que autómata se mofa. La negación no apacigua y sí arrecia la turbulencia que en su duelo aniquila la molestia dejando la estela índigo de tu presencia. Un cielo de lágrimas secas cubre el sin inicio ni final eternamente lejos, extrañamente cerca, se talla agrio como mármol negro en la blanda arena de la pena, para no desaparecer jamás. Aunque sólo una sombra haya sido en tu camino, y sigas esculpiendo con denuedo mi destierro en tu destino, la invariable incapacidad de amar no se salva de la temeraria y obsesiva afición de recordar. Entreacto somos en la vida. Nada menos, nada más.


ESPEJO MÁGICO
Elí O. Carranza

Con sus dedos ritualmente peinaba sus recuerdos revueltos, tres veces diariamente frente a la mirada inmutable del espejo de sus ayeres.  Como un tercer ojo colgado en mitad de la pared discontinua de su vida,  vivida sin vivirla.  La cara reluciente del espejo se desgastó, más que por el tiempo, por ejercicio continuado de devolverle a ella durante cinco décadas, todos los días, tres veces diariamente la figura juvenil de su rostro veinteañero. El cabello sedoso, la sonrisa radiante, la voluptuosidad de su cuerpo enfundado en el vestido de novia, exquisito como fruta madura. Esa era la única imagen, el único recuerdo de sí misma  con que ella comulgaba.  Ahora su cabello sedoso era un manchón blanquecino,  su rostro un mar de olas de piel, la luz de sus ojos un sendero oscuro, la exquisitez de su cuerpo virginal sumido en abandono. El espejo fiel nunca quiso alterar las estatuas de sus recuerdos. Recuerdos que ella revivía solamente cuando el espejo le devolvía su figura de novia virginal. De la profundidad inacabada del espejo afloraba el barullo tumultuoso de voces, risas, congratulaciones, el tintineo cristalino de copas de champan, el colorido semblante  de ramilletes de flores, el ritmo acompasado y danzante de la música amenizando el alegre ambiente de una boda. El chasquido suntuoso de un beso nupcial. Son el tropel de imágenes desordenadas que día a día el espejo mágico revive en sus ojos oscuros, donde ni el llanto vive.
El tiempo, sus vivencias, su conciencia se congelaron en el preciso instante que los labios de su amado se posaron en los suyos para sellar sus destinos promisorios. Para ella esa es su única verdad, su único recuerdo. Todo se petrificó cuando el bullicio febril del festejo fue quebrado por el alarido quemante y ensordecedor como un trueno perdido en mitad de la oscuridad de un escupitajo arrojado al rostro de su amado por una escopeta celosa. El día se hizo oscuridad y la vida muerte. Su alma y sus ansias viajaron son su amado. Ella se quedó viviendo sin vivir, alimentando su fuerza con cristales rotos, soñando a través de las rendijas sin saber que soñar, sin saber para que vivir. Pero siempre su espejo fiel le devuelve sus recuerdos intactos: la dulce novia de luminosa sonrisa, cabello sedoso, esplendorosamente radiante  en su vestido blanco. Es siempre lo que ella  ve y siente.  El cansado espejo opacado, ahora de luz ambarina, de reflejo empañado por el dolor y el tiempo no logra más sostener la fantasía que es su pan de vida. El ruido quebradizo del espejo fue el tañido  que atravesó el espectro de su inconciencia. En serena pasividad reconoce su cuerpo desgastado, sin un gesto de amargura abraza  las astillas  filosas  del antiguo espejo. Siente sus manos húmedas y tibias, descubre que su nuevo vestido es de color rojo carmesí. El caudal que fluye de sus manos le arrastra con pasividad a través de un túnel de miel y paz.  No le importó descubrir que había envejecido, ni tampoco saber que la vida que no vivió le impidió ser feliz. Al final una luz le abría el deseo de continuar el beso que su amado interrumpió al partir.


Tinte Arcilla
Alfre Estevez

en su andar por sobre baldosas mojadas ha salpicado la luna, plateada de blanca plata, destellos de blancos rayos sus barcos raudos tronando tan llenos de río llenos y de barcazas cruzando, pregonando esta el poeta sus delirios de entremano, algodones en el cielo, trazos de plata llorando, antes que el alba suceda dará vueltas sobre ellas aguas de tinte arcilla meciéndose en la escollera, luna y empedrado, noche de rivera, metal de brillante marrón y tu arena, reflejo en tus olas pequeñas sinceras mirándote río en la costanera; en las orillas de oriente en la incipiente reserva Lola se viste de luna Mora en su fortaleza de su cincelado río habitado por nereidas odas en remolino rompen libres sus cadenas. ¡mira la luna se duerme se esta yendo sola ella de su visita nocturna bajando están las mareas, los luceros la presentan, los luceros la relevan de su visita nocturna, acompañada de estrellas!


Rojo.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

El gañán, de unos cincuenta o sesenta años, delgado, casi hasta el borde de la inanición pero fuerte y combativo, muy fuerte, dotado por la naturaleza de acero y violento nervio, fumaba un pitillo y de sus manos nudosas y huesudas el humo a veces parecía un serpiente enroscada. Le brillaba un diente de oro en su abrupta boca y una carie descomunal ponía negro otro incisivo dotando al hombre de aspecto fantasmagórico. Bajó las escaleras despacio con su jaula en una mano, una jaula de alambre oxidado, sucia, terrorífica prisión para la hermosa veleta de torre de Iglesia gótica que tenía allí encerrada. El recinto olía a nardo podrido y tabaco, a buen vino de Jerez y boñiga de caballo, se mascaba la fiebre de los apostantes, los recios campesinos, más de uno con una lesión premelanoma, curtidos y amorenados por el sol, quemados, gastados, añejos, afeados por el astro solar, maduros ya a pesar de ser muy jóvenes. El gallo, de tornasol rojo, se lanzó a la batalla, picotazo va y viene sobre su negro compañero, el espolón de acero, cuchilla de diamantes, y la hermosura del ave, pequeño pavo real rojizo. Pelea de corral y apuesta del jornal de la siega. Chumbera lejana llena de tormentos e imprecaciones, dulzor espinoso, azúcar erizada de venenos pero muy azúcar y muy deliciosa, apetecible. Un arpa de plumas de bronce se enfrentaba a otro arpa de plumas negras y el violento concierto, lleno de ira y belleza abría sus nacarados sonidos de espolones afilados a un coliseo de gente quemada. Aguardiente y manzanilla, aceitunas verdes, lirios inexistentes, hoces oxidadas, guadañas negras. Los sombreros negros en los viudos, y en la parte opuesta de la finca donde se burlaba a la gobernación la vieja mula que come del pajar y la paja seca, y el ardiente verano, danzando con alacranes bajo la parra verde. Reflejando el sol en un cubo de agua. Se miraron los dos hombres con miedo y deseo, ¿cómo ocultar el deseo prohibido?, allí la apuesta, el furor de la ganancia, y en el círculo los dos gallos haciéndose daño, clavándose las espuelas y las gotas de sangre roja de gallina en la arena húmeda o seca, a la sombra, bajo el techo de paja y hojalata. Se miraban los dos hombres con deseo y nunca se abrazaron y nunca se bebieron. La borrachera ocupó después cuando el sol caía el recinto, el gallo muerto fue tirado en un cubo de Zinc, el vencedor volvió a su jaula de oxido, su dueño afortunado sonreía, y le decía mi niño al pájaro herido, chorreando sangre, lleno de picotazos y espolonazos sangrantes. Rojo el sol se hundía, la tarde arriba era violeta y púrpura.

Septiembre 5, 2006


F.S.R.Banda

“Un peu de volupté et de sensualité pour accompagner doucement des réjouissances à venir...” Isabelle M

Voy a tener que borrarte con un filoso cuchillo (i) raspándome la piel donde me escribí tu nombre asumiendo una eternidad que ya era imposible, y después destriparme en carne viva para aprender que no existes y desangrarme en los rincones donde aun guardo los rastros de tu perfume. Deberé desgranar las vehemencias en sus incipientes semillas de tristezas, iniciar la molienda de los recuerdos de tu voz clavada en el desierto de los tártaros (ii), triturar más allá de las arenas los sopores del espanto de no verte más en las floraciones de los lirios, en los mustios desarraigos del nocturno evasivo de tu imagen, corroído por la languidez de lo que va sucediendo sin ti. Habré de despintarte de los muros que detentan tu nombre como un sortilegio en el degradé de los atardeceres arrebolados, de los óleos siniestros donde te me apareces reflejada sonriendo en el cristal sobre paisajes de altas cetrerías, en el fondo de las copas o las tacitas de café, en las siluetas que se van alejando por los crepúsculos sin solución de continuidad. Bifurcaciones donde las palabras se resquebrajan resecas en los pergaminos extraviados, hilvanando de misterios los pálidos arcos lunares y los vuelos de los queltehues llamando a las últimas lluvias de este invierno voraz. En un desmadre de inundaciones y ventoleras te hundes en los claros destellos de tu memoria invencible, en los aluviones que cavan las cárcavas donde deberías volver a brotar, vertiente o flor según la mala noche de las ciénagas que bordean tus vigilias. Dejaré descritos con piedras los registros de tus ensoñaciones en perpetua vagancia, permanecerás en los azules de los vidrios, en los rojos desperdigados por los trenes y los anuarios, en los verdes poderosos de toda primavera, pero no en los amarillos previos a los fuegos del poniente, ni en el mármol agrietado de las estatuas de los parques sin otoño. Desaparecerás en la latente luminiscencia de los caracoles, cercada por la melancolía de las rosas, las dalias y las calas, en el iridiscente preludio de las pompas de jabón, furtiva y nimia, serás cúspide o simiente del místico boato de todas las refundaciones, y seguirás siendo en el espejo húmedo, en la madera mojada, la misma libélula de terciopelo, embeleso sublime del ocaso, susurro, anhelo, enigma. Derivas y sotaventos, espumas y algas y medusas, desarmes de la madrugada en su silencio de lejanos cantos del desvarío, amanece.

(i) En el original se lee ‘facón’.
(ii) “Il deserto dei Tartari”, Dino Buzzati, 1940. Prólogo de la traducción al español de Jorge Luis Borges, 1985.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 201
1º de Octubre de 2014


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