PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XI - N° 209
INDICE
HOY NO SUCEDEN - Ivonne Concha
Alarcón
PERDICION - Nieves María Merino
Guerra
EL EQUIPAJE Y LAS HUELLAS -
Guillermina Covarrubias
CANCIÓN PARA UN HOMBRE SOLO -
Amelia Arellano
PORQUE DOBLAN LAS CAMPANAS -
Eli Omar Carranza Chaves
El Criador de Libélulas.
Primera versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
ESCRITOS EN LA BORRA DEL CAFE -
F.S.R.Banda
Umbrales y resonancias del
neobarroco en José Lezama Lima. - Luis Álvarez Álvarez
EDITORIAL
Estimados lectores y queridas lectoras, tengo el agrado de incluir
en este número la primera parte de un interesante ensayo sobre el neobarroco en
Lezama Lima, escrito por el profesor cubano Luis Alvaréz Alvaréz, nacido en Camagüey,
una de las siete villas primadas de Cuba (primeras fundadas por los españoles)
y donde vive actualmente. Trabajó durante varios años en La Habana, La Vana,
como él la apoda, esa mítica ciudad, cuna del neobarroco, y recorrió
diariamente las mismas calles y de seguro de vez en cuando el Malecón habanero,
por donde un día pasaron Carpentier, Lezama Lima, Reinaldo Arenas y alguna vez Sarduy,
también camagüeyano. Luis me ha honrado con su amistad y con sus aportes
literarios, que espero ir publicando periódicamente en nuestra revista. Poeta,
crítico e investigador, se graduó de Licenciatura en Lenguas y Literaturas
Clásicas en la Universidad de La Habana (1975), y es Doctor en Ciencias (2001)
y Doctor en Ciencias Filológicas (1989), ambos por la misma universidad.
La extensión de su curriculum profesional, el listado de sus obras,
y los premios y distinciones que ha recibido en su carrera, me impide
publicarlos acá pues completaría un número completo, pero pueden verlo en el
siguiente link:
Así pues, espero seguir contando con esta literaria conexión entre
el país de origen y semilla del
neobarroco y esta modesta revista “neobarroca” chilena. Vale.
El Editor
BLANCO CÍRCULO EN EL ÁRBOL CONDENADO
Beatriz
Graciela Moyano
Rosario,
Argentina
Ahí estás con un follaje en creciente sorprendido de estupendo
verdor, once años han pasado de aquel día de la libertad, saliendo de esa
maceta estreñida en raíces, libre de crecer a tu antojo, bajo mi mirada
cotidiana admirando, bendiciendo... guarda tu tronco mis manos en roce y saludo
mañanero, entre la albura y la corteza hay una capa de células vivas vibrantes
en silencio, silencio que duele en el paisaje condenado a perderte. Subiste,
trepaste hasta mi ventana, ramas follaje tupido, frescura y protección. Sé que
ya lo sabes, esta mañana he visto a unos hombres tomando medidas, iban y venían
ensimismados, no quise preguntar, temí el final, sé que les hacen unas marcas,
blanco círculo de árbol condenado, orden para que el verdugo termine tus días,
surcos de nostalgias y el más ancho se evidencia entre sus ramas, hay muchos
hogares, las ramas llenas de nidos, pájaros, alondras tempraneras y búhos
nocturnos, gorriones desprolijos, horneros con sus fortalezas arquitectónicas
para la pichonada, que será de ellos el día después, donde su resguardo ahora
que comienzan las lluvias, donde guarecerse... El progreso tiene estas cosas,
arrasa con todo lo que no entre en sus medidas, la pérdida en honor a una curva
de ensanche en esa esquina rota para siempre, huella de dolor indeleble,
nuestras almas vienen unidas por vínculos imperceptibles, ellos no comprenden
esto, las obras son de cemento, no poseen savia ni sangre, como tú mi amado
ficus. No estaré para verte caer, el más fuerte el más aferrado a la tierra el
que más sombra ha dado, árbol compañero en el monte de versos, sé que estás
allí, y lo seguirás estando, moviendo tus brazos cuando te agita el viento,
expresando vida para todos los que amamos la naturaleza, no hay valor para este
sentimiento, hay memoria grabadas en tu tronco que se irán convertidas en
leña.
Nota de la autora.- Por
casa pasa ahora en este mes el pavimento definitivo del cordón vial y al ficus
que está más sobre la esquina le han puesto el símbolo de la muerte, un círculo
blanco con aerosol, supuestamente por que está sobre la curva de ensanche de la
esquina.
HOY NO SUCEDEN
Ivonne
Concha Alarcón
Santiago,
Chile
Hoy no suceden cielos rojos, amarillos, anaranjados, ni horizontes
románticos con aroma a dudas y asombros ausentes, no se ven azules celestes
albos resplandecientes, ni ocurren sorpresas imaginadas, ni quedan luceros
riéndose en la cúspide de las montañas nevadas, ya no está la niña que venía
desde sus ojos a mirar los ojos verdes de esperanzas. Hoy duele lo no parido lo
no nacido, la ausencia de los delfines ni las flores anaranjadas, ni rojas, ni
los helechos que le alimentan, las mariposas mudas, las palomas blancas que no
se fueron al sur ni a ninguna parte. Hoy busca en la lista negra de los pecados
negados, en los dolores esculpidos a golpes y la mantis religiosa atea que no
comulga ni va a misas negras ni blancas. Hurga con los pies en la playa de
petróleo negruzco que fusila los versos y elimina las metáforas dejando solo
incertidumbre e incertezas del hombre inconsciente. Observa la lancha del
pescador camino a la mar escribiendo versos de amor a las sirenas solitarias
que aun creen en el verbo del poeta solitario. Hoy suceden los pasos
silenciosos que no llevan a ningún destino recostado sobre los sueños que ya no
van a caminar por las alboradas ni a dormir sobre los cangrejos ni a despertar
en los alisios de la alborada. Pasarán las lunas inconclusas, las estrellas
seguirán titilando, los mares recuperaran la salinidad, los peces seguirán
nadando y la sirena seguirá fingiendo que no ve no oye ni dice...
PERDICION
Nieves
María Merino Guerra
Canarias,
España
No cabían misterios en mi mirada y te esquivaba refugiándome en las
paredes sin sombras donde enterré los sueños bordados con los pétalos
adolescentes donde la inocencia fluctúa entre abismos descontrolados
fantaseando mil noches y mil días a tu lado. El rojo botón de mis labios ahora
es hoja amurcada, incolora. Rictus aprisionado, resquebrajado, mordido. Puede
que andemos de la mano pero nuestros ojos entristecidos por auroras sin ocasos
ven horizontes distintos cuajando lágrimas secas y en las esperas perdidos. No
excuses con la garúa que orvalló aquél desatino de tantos encuentros rotos
abrazados en tu olvido ni me mires como ajena a tus pensamientos idos cuando ya
los he hecho míos desde el instante en que supe que sin ti hay más vacío aunque
las dalias florezcan, aunque las mate el estío. Soy la hiedra de ése muro en el
jardín florecido que separa nuestras almas mientras recorro pasillos
carcelarios, rutinarios... Con hastío. No eran huidas ni engaños ni celos en
desvarío ni era mi furia un tatuaje para tus duros oídos. Desencantos y
traiciones, abandonos y delirios fueron mermando mi risa y los sueños
compartidos. Hace tiempo que no advierto la belleza de una estrella o el
retorno de una de ellas como un cometa perdido ni pido ningún deseo porque no
será cumplido como tantos, tantos otros que dejé en ése castillo dibujados en
sus piedras sin ser nunca concedidos. También la luna se aja con continuos
remolinos avejentando mis pieles cuando tu cuerpo no es mío y ése beso que
describes como impúdico en mi boca es la hiel de tu desdén instintivo y
primitivo sin alcanzar la del alma que llora entre suspiros anhelando sin
anhelos otra noche de desvelos embriagada, enloquecida, apasionada y dispersa
sin más horas que las nuestras preñadas de algún sentido que otoñales se
abalanzan hacia el final del sendero sobre rutinas construido. No hay más
destinos o sinos que estén predeterminados en mi consciencia alquimista cuando
acepto en mi derrota que tal vez como errabundos con desidia alimentada
asesinamos momentos de dicha sacrificada por otras frivolidades que ahora no
valen nada. Siempre será perdición una comunión de vidas triste y
desamparada...
EL EQUIPAJE Y LAS HUELLAS
Guillermina
Covarrubias
Santiago,
Chile
Me voy, sin embargo te dejo mis versos, los besos que viajaron en tu
cuerpo, una cítara loca que entre gritos y silencios le brotó la sangre, en el
rincón de los sueños en una tarde de invierno mi corazón te lleva. Galoparé con
este corazón iracundo, les hablaré de ti, insomne sueño mío, a las nubes
blancas, al crepúsculo, las estrellas
peregrinas y al compás del río, con la risa clara cuando la luna se ausente. Mi
voz será eterna como la risa en el camino, inquieta como el alma en completo
desvarío, huyendo del triste amor que arrulla mi destino. Que vuelve, vuelve
cada vez que silba el viento y que vaga
ignoto, peregrino en el olvido. Te llevaré en mi cartera, en el espejo, cuándo
cierre la tarde en el horizonte, mientras el corazón, palpite en este cuerpo
viejo. Me voy y te llevo en la cuenca de
mis ojos, en agosto, en enero, en el llano y en el monte. Acribillé mis noches
con holocaustos en la almohada, anestesié la antorcha cuajando la sangre en el
invierno de tu savia. Acuné lo absurdo zozobrando la calma, embriagué el viento
con cardos y escarchas, en utopías vagas y largas. De tanto amarte se me canso
el alma y el roce de tus labios, se escapa de mis ojos el recuerdo dulce de las
ansias. En mis noches cálidas con el brillo de la luna el sabor de tus besos
viajara sin retorno con el cantar del alba. Serás el poema, que fecunde la
primavera, el amanecer de las rosas, el color y la fragancia, entonces quizás
un trovador a orillas de una hoguera, las orgías de mis palabras en romancero
tarareé en las cuerdas de alguna guitarra
aventurera. Te dejaré un verso y una flor, un sendero de luciérnagas la
suavidad de una caricia, el perfume de mis fantasías, la dulzura de un beso y
mi última sonrisa. Hoy esta nublado, ¿crees tú... que mañana... salga el sol?
CANCIÓN PARA UN HOMBRE SOLO
Amelia
Arellano
San
Luis, Argentina
Estremecida soledad hacia el poniente.
Llega una voz. Así. Tierna, salvajemente, amor.
Entre la zafra, los líquenes .Los musgos.
Amarilla, en los ojos del tigre. En la garganta del espino azul.
Voz de calandria. Galope de jaguar. Toro bufido blanco. Alondra.
Potro salvaje. Paloma adormecida.
Brisa entre las hebras de la noche. Tifón.
Desvístete, es enero. Las lluvias han llegado.
Tira mis trapos al Río de las Penas.
Pon la escucha en tus dedos descalzos.
En tus umbrales. En tus preñadas ramas.
Voz de leyenda. Signos milenarios.
No sé de dónde viene. Presiento que de lejanas lunas.
Trae certidumbres de soles.
Vuelve en amor que llega a la hendidura.
Te llama con un nombre que no recuerdas, pero amas.
Un nombre que pronuncias en tercera persona.
Hora de recogimiento. De íntimos pedidos.
“Ruega por ella” “Ruega por nosotros” A tus ventanas, se acercan
letanías.
Salen péndulos rotos. Un vaso azul trizado.
Entran indecisos planetas. Patria escondida pero no olvidada.
Remembranzas. Señales. Fragantes sábanas planchadas.
Cáscaras de naranja. Sahumerios de lavanda.
Café con leche y lluvia. Espejos empañados.
Murmullos: Arroyos, viento en los olivares.
Sabor a miel, a mansedumbre, a piel mojada.
Sumisos pies descalzos.
Y aunque no recuerdes los signos ni los rezos
¡Bebe! Moja la tierra dentro de tu boca.
Afloja las escaras de tus manos.
Tiembla, tirita. Vibra. Goza. La canción ha llegado.
Bebe del vaso azul trizado. Hasta el hartazgo.
¡Llega la infinita Patria de tu infancia!
Ven. Si tienes sed. Ven.
PORQUE DOBLAN LAS CAMPANAS
Eli
Omar Carranza Chaves
San
Ramón, Costa Rica.
Desde las altas cumbres del vetusto campanario bajan las voces
metálicas de las antiguas campanas, desgranando en cascadas sus lágrimas de
bronce. Su canto vuela como paloma asustada, jineteando el viento, quien cual
brioso corcel incontrolable, desbocado se aleja. El silencio en santo reposo
esperaba con las manos taponando los oídos, el ronco rugido de los tañidos
aulladores, que intempestivamente se descuelgan por las paredes de la empinada
torre y vuelven a subir como araña asustada. El silencio tenebroso con el
estrepitoso tan tan se minimiza como murciélago oscuro. El grito triste y
sonoro del trío de bronces, residentes vitalicios de las altas torres, es el
canto funerario que recuerda al hombre su vocación mortal. Es el canto
postrero, carente de palabras que enrostra al hombre con su destino final: cuna
y tumba, materia y espíritu. La voz azul de las campanas es signo de misterio
entre la vida y la muerte, la luz y las tinieblas, la esperanza y la duda. Cada
sonoridad extendida deshoja una a una las absurdas vanidades de la humana
condición. Llegado a este punto todos somos iguales. El rictus y la palidez
mortuoria igualan en desnudez toda diferencia: ni joven ni viejo, ni alto ni
bajo, ni bonito ni feo, ni el color de la piel, ni riqueza ni pobreza; la
muerte pregona su victoria por igual. Este trance solo es el paso hacia la
redención final. Cada quien ha decidido su propio destino…
El Criador de Libélulas. Primera versión.
Francisco
Antonio Ruiz Caballero
Sevilla,
España
El criador de libélulas, el criador de caballitos del diablo, es un
aristócrata exquisito, un sibarita de lo sublime. Mientras escucha las tocatas
de Frescobaldi observa el jarrón de cristal rojo con cinco rosas encarnadas. En
una tarima otro vaso de vidrio sostiene limpísimo una exuberante orquídea
blanca. Más allá, en la pared donde frenéticos paramecios amarillos copulan
lujuriosos, un cuadro muestra a Zeus en forma de cisne sobre los pechos de
Leda, y otro cuadro, de un riguroso neoclásico, descubre la golfa decadencia
del Imperio Romano en una afrodisíaca bacanal. El cisne de pico carmesí en los
senos de la diosa compite con el torso de un atleta desnudo, las rosas
encarnadas, exhalando su alma de bálsamo feroz, luchan contra la prostituta
corola de la Orchis, obscena y purísima, combate espléndido, afrutado de
arpegios rosas y nimbado de plata y nácar. No se sabe quién vence, si las
purísimas y atrevidas reinas exhalantes o la puta sin perfume que se quita los
guantes con desvergüenza, no se sabe quién triunfa, si la blanca pantera
exquisita o las cinco doncellas exuberantes y lesbianas, pero los jarrones de
cristal hacen una delicia de carmín agudo en dicha guerra pavorosa. Un acuario
con shubukins, amarillos cobres y naranjas metálicos, transidamente testifica
la soberbia del fastuoso salón. El criador de libélulas cambia la música, apaga
la armonía dificilísima de las tocatas de Frescobaldi, e introduce el
virtuosismo de un concierto de clavecín y guitarra de Bach, es decir, el
combate de Polifemo contra las libélulas se hace presente con una cadencia
voluptuosa, las rosas, la orquídea, los shubukins, y cientos de verdes
caballitos del diablo y Drosophilas melanogaster en la habitación. El criador
de libélulas se deleita en el sillón de terciopelo verde escuchando las
evoluciones del clavecín y la guitarra, combate lleno de campanitas y caramelos
de cola, ácidos y dulcísimos, y se fastúa del denso aroma de las cinco
lesbianas voluptuosas, encarnadas y feroces. En botes de cristal se crían las
Drosophilas, en botes de cristal, también, los levísimos y fragilísimos
odonatos pasan, de su adolescencia acuática, al aire, para ser los tigres de
las minimísimas moscas. La habitación está llena de mosquitas, la habitación
está llena de libélulas. Los frágiles y verdiazules caballitos del diablo
revolotean de pared en pared con una levedad y una banalidad indecorosa. El
criador se extasía en la magna contemplación de la aberrante naturaleza que le
rodea. Los shubukins, en las claras profundidades de su transparente cárcel,
besuquean un concierto de ondas marinas y pompas de jabón añiles. Las levísimas
moscas son cazadas al vuelo por los fragilísimos odonatos. Sobre la orquídea,
sobre el pico del cisne, sobre una rosa encarnada, se posa el insecto. El
clavecín y la guitarra, enfurecidos y deliciosos, perfumean el perfume de las
hetairas, y aroman el acuario de los metálicos shubukins, y, en el sillón de
limpio terciopelo verde, el criador de libélulas se masturba, frenético,
desvergonzado, y procaz.
Febrero 2, 2007
ESCRITOS EN LA BORRA DEL CAFE
F.S.R.Banda
La
Cisterna, Chile
Entonces desaparezco del universo entero, me vuelo, huyo, me escapo
de la torpe realidad, todo mi ser se sumerge en estas palabras, en la búsqueda
de "le mot juste" que la dibujen, la describan, la perpetúen en los
cristales del tiempo, como un cazador de mariposas corro detrás de sus imágenes
y sus metáforas en un campo de lirios, de magnolias o de rosas, siempre rosas,
desarmo una y otra vez las frases, las reconstruyo y las desarmo, las enredo,
las tenso, las fragmento, y las reescribo hasta el cansancio del vencido, por
ella en esos momentos de éxtasis jubiloso estoy desaparecido, inerte a los juegos
del día, a los veneros de los ponientes, a las navegaciones inconclusas de la
noche. Lo que le he sido, esa extraña circunstancia de ser un hombre en su
nombre, es una ilimitada lista de imágenes, visiones, símbolos, sensaciones y
memorias, las vastas memorias que inevitables ya me definen. Visiones donde
aparece y desaparece, emerge o florece, entera desnuda incitando poderosas
inspiraciones o en tenues fragmentos de su piel desperdigados por las
estaciones. A veces la reemplazan breves incrustaciones, con rostros distintos
e igual perfume, o la rompen en los trozos de otras bocas, en ojos que no me
miran como lo hizo ella en la plenitud de su furiosa posesión, pero persiste en
su soberbia innata, en la fragilidad de un instante que borra toda otra presencia,
nombres, perfiles y siluetas, voces que no poseen la compleja tonalidad de la
suya. Falta en la somnolencia de la mañana y el otoño se rompe en fríos
cristales, no hay su palabra encendiendo el amanecer y el sueño instala
congeladas luminiscencias, se ausenta en un silencio de distancias, de vastas
lejanías transoceánicas, de leguas y leguas hasta su piel y su boca, no está en
la luz mañanera que la evoca ni en el cariño que destila la noche yéndose, no
surge como la tierna rutina enamorada ni como la vertiente de los besos
extraviados, falta en el azúcar de café y en el humo de tabaco que lento la
dibuja, todo se desvanece o se hunde en el abandono, hasta el mismo otoño se
detiene triste a esperarla. En fin, si solo esta inconclusa enumeración fuera
todo lo que ella habría de darme, ya bastaría para iniciar tranquilo el retorno
al minucioso polvo del universo, entendiendo que sus perfectas desapariciones,
su desoladora impermanencia, sus inesperadas mutaciones, son la justa
premonición del infierno.
Umbrales y resonancias del neobarroco en José Lezama
Lima.
(Primera
parte)
Luis
Álvarez Álvarez (i)
Camagüey,
Cuba
Si bien el gran escritor cubano José Lezama Lima aportó, sobre todo
en su penetrante ensayo La expresión
americana, algunos de los juicios más penetrantes en cuanto a la
consideración del barroco como cauce fundamental en las artes y la literatura
de América Latina, lo cierto es que el sentido mismo de su filiación
(neo)barroca como escritor de narrativa, poesía y ensayo, está todavía pendiente
de un examen acabado.
No es de extrañar esto, si se piensa que tampoco se ha analizado
convenientemente la relación entre el Barroco y Latinoamérica. Hay que señalar
que hay determinados aspectos que revelan un vínculo muy antiguo. En primer
término, me gustaría comentar aquí que específicamente el Barroco literario
español presenta una peculiaridad singular. En efecto, bifurcado entre la
vertiente culterana y la conceptista, entre las al parecer irreconciliables
propuestas estéticas de Góngora y las de Quevedo, no se produjo una fusión
esencial del Barroco hispánico en la Península, sino precisamente en América,
donde Sor Juana Inés de la Cruz, esa devoradora infatigable, consigue en su
verso lo que ninguno de los barrocos españoles pudo alcanzar en todo el s.
XVII.
Si se me acepta otro brusco salto en el tiempo y el espacio, me
gustaría señalar que no es casual que la percepción europea del Barroco como un
movimiento en sí y por sí, distinto por completo a la idea superficial, tanto
tiempo manejada, de que no era otra cosa que la degeneración del Renacimiento,
se produjo justamente en un instante de cambio europeo: el Impresionismo, de
modo que Heinrich Wölfflin, el primer teórico cabal del estilo barroco, habría
llegado a él buscando, como Cristóbal Colón, un puerto muy diferente: la
fundamentación de que el Impresionismo era una nueva etapa de la pintura
europea. Su hallazgo involuntario resulta muy significativo para un
latinoamericano con los oídos atentos: el Impresionismo es aproximadamente contemporáneo
con el Modernismo hispanoamericano. Como se verá más adelante, los escritores
modernistas mantuvieron sugestivos diálogos con ese Barroco que aún no había
recibido su oportuna denominación teórica. Incluso un fundador del Modernismo
como José Martí, al escribir su formidable crónica “EL centenario de Calderón”
sobre los festejos de 1881 en Madrid, va más allá de todo límite para
apropiarse de manera gozosa del lenguaje barroco y transgredirlo hasta
desarrollar una crónica que es, sin duda, una de las primeras y más espléndidas
manifestaciones a la vez de la prosa modernista —no por casualidad, sino con
entera justeza y, sobre todo, con especial acierto, el ensayista norteamericano
Ivan Schulman ha subrayado que el Modernismo nace en verdad en la prosa antes
que en el verso— y de un preámbulo muy temprano de lo que habría de ser el
camino de reencuentro de la literatura de nuestra América con un barroco
resucitado en pleno s. XX, un neobarroco
de peculiaridad y savia por completo hispanoamericana. Pues los caminos que
enlazan la renovación modernista y el desbordamiento neobarroco de la pasada
centuria tienen vasos comunicantes y pasajes secretos que todavía la crítica
tendrá que iluminar y transitar.
José Lezama Lima reclama, desde lo ominoso numérico, una nueva
lectura de su obra, que estimule meditar, más allá de su propia poesía y
pensamiento estético, sobre derroteros profundos de la literatura cubana. Uno
de los aspectos de mayor urgencia es el examen del autor de Muerte de Narciso como umbral de una
transformación del lenguaje literario, pero también de la concepción de lo
poético en la Isla en un sentido de metamorfosis de la perspectiva creadora en
su sentido más general —abarcador de todos los discursos de fundación por el
arte—, que se encaminaría inconteniblemente hacia un estallido fundador de lo
que tres grandes voces fundamentales —el propio Lezama, Alejo Carpentier y
Severo Sarduy— habrían de denominar substancia
barroca de la expresión americana. En este sentido, resulta imprescindible
para mí escudriñar sus textos ensayísticos, en una captación fragmentaria de su
personal construcción del nuevo discurso que proponía para su patria y su
continente. Él mismo señaló esa ruta cuando le confió a Ciro Bianchi:
Primero hice poesía,
después la poesía me reveló la cantidad hechizada. Mis ensayos intentan tocar
esa extensión, esa resistencia. Cinco letras del alfabeto, invencionadas por un
poeta, tienen significado distinto, todos mis ensayos giran en torno a ese
retador desconocido.
Mis ensayos relatan la
hipóstasis de la poesía en lo que he llamado las eras imaginarias (ii).
La irrupción del concepto de lo barroco como elemento nutricio de la
cultura latinoamericana fue un hecho continental en las primeras décadas del
siglo XX. De hecho, una vez sosegado el mimetismo orientado hacia las
vanguardias europeas, los intelectuales de nuestra América, por vías diversas,
pero con fines implícitos concordantes, dirigen sus ojos al movimiento que, si
bien había tenido un florecer histórico en el siglo XVII europeo, solo había
sido descubierto como tal a fines del XIX y principios de la siguiente
centuria. En el mundo de las artes plásticas en Brasil, por ejemplo, los
jóvenes artistas que renuevan el lenguaje artístico en la década del 20 del
pasado siglo, “[…] sostendrán haber descubierto al Brasil y a su poesía en las
manifestaciones sincréticas de la cultura, ya monumentales como las esculturas
de Aleijadinho y la arquitectura del Barroco […]. Los modernistas viajaban al
Barroco en busca de los colores de una «modernidad» nacional” (iii). Una imantación semejante se produjo en Lezama
a partir de un gradual crecimiento de la sensibilidad creadora—cuyas primeras
manifestaciones podrían, tal vez, remontarse al propio José Martí, de estilo
tantas veces asociado al de Gracián—, que va orientando sectores importantes de
la literatura cubana hacia formas de barroquismo. Lezama, pues, desde muy
temprano inquiere los derroteros posible de su camino creador y eso lo lleva a
confluir —en libre y no mimética elección de predecesores— con el mundo de las
artes del barroco histórico: Góngora, entonces, no fue tanto en él —como espero
se podrá constatar— una fuente,
cuanto una inspiración y un acicate. Cintio Vitier ha aseverado una cuestión
esencial de ese proceso de indagación de Lezama en lo cubano y, también, en lo
americano por la vía anfractuosa de una obsesiva faena hermenéutica en el
terreno de la tradición:
El barroquismo alegre,
gustoso o rabioso, de ese impulso americano popular que él ha estudiado tan
bien, informa cada vez más su idioma, y en estas «Venturas criollas», lejos ya
de su primer gongorismo de caricioso regodeo, más a solas con los abultados
trasgos quevedescos, aplica esas ganancias a la hurañez tierna y el ardiente
despego cubano (iv).
Ello exige, pues, al menos un rápido examen de los prolegómenos
generales que, a nivel de atmósfera cultural, preparan el impulso mayor de
Lezama hacia una reconfiguración peculiar —a la vez por su sello personal y por
su sello americano (v) — del barroco. No me propongo aquí un examen total de
las sucesivas aproximaciones de Lezama en su conceptualización del barroco
americano: esa es una aventura intelectual de vuelo superior al que es dable en
estas páginas. De aquí el por qué dejaré marginadas su poesía y su narrativa
—por lo demás tan prometedoras para una exploración de su peculiar estética de
lo barroco como punto germinativo de creación y, sobre todo, como intenso
forcejeo de percepción degustadora—: quedan en el umbral de este estudio porque
me interesa, en lo esencial, asomarme a ciertas coordenadas fundamentales que,
contenidas en sus ensayos y sus diarios, permiten visualizar su búsqueda de una
mirada nueva sobre la creación latinoamericana. Esto, en sí mismo, es ya un
blanco que exige un largo vuelo flechador: de aquí que me atenga a esos límites
estrictos, en espera de recorrer en otro momento algo más de la extensión
apenas mensurable de la voracidad lezamiana por captar esencias de la expresión
continental y cubana. Por lo mismo, he considerado necesario advertir acerca de
ciertas vibraciones de atmósfera en la cultura cubana de la década del treinta,
sin proceder más allá a una total contextualización de todo el devenir de las
obras lezamianas aquí focalizadas. Las razones de esa restricción tienen que ver
con que me interesa captar, sobre todo, la transfiguración creadora de la
perspectiva barroca en las primeras décadas del siglo XX, así como rememorar
—por así decirlo de un modo discreto— algunas oleadas del pensar estético que
recorren todo el mundo iberoamericano, las cuales son inseparables del
pensamiento de Lezama en la zona que aquí aspiro a transitar. Por lo demás, ya
que de umbrales y resonancias se trata para aproximarse a la alquitarada
indagación de Lezama sobre un nuevo barroco, no puedo menos que recordar que el
propio Dámaso Alonso, inmerso como pocos en las aspiraciones y sueños de la
generación del 27, había subrayado ya en su día la imposibilidad de comprender
el renacer de la tradición gongorina en el grupo de poetas al cual él pertenecía:
“La «vuelta a Góngora», desde fines del siglo XIX hasta el día de hoy, tiene
una historia muy sencilla. Pero, para comprenderla bien, debemos ascender por
el cauce de los años” (vi). Es un
consejo sabio: hay que atenerse a él y recorrer, aun a vuelapluma, la atmósfera
que Lezama encontró en el momento de lanzarse a una transfiguración capital de
la poesía cubana.
i
(Camagüey, 1950) Profesor titular de la Universidad de las Artes de
Cuba.
ii Ciro Bianchi Ross: “Interrogando a
Lezama Lima”, en: Pedro Simón, comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama
Lima. Serie Valoración Múltiple. Ed. Casa de las Américas, La Habana, 1970, p.
16.
iii Carlos Jáuregui: Canibalia.
Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina.
Ed. Casa de las Américas, 2005, pp. 597-598.
iv Cintio Vitier: “La poesía de José Lezama
Lima y el intento de una teleología insular”, en: Pedro Simón, comp.:
Recopilación de textos sobre José Lezama Lima ed. cit., p. 84.
v Sobre el carácter profundo de la
percepción americana que se gesta en la ensayística de Lezama y, en particular,
en La expresión americana, cfr. lo que afirma Abel Prieto sobre este libro: “Es
el volumen de ensayos de mayor unidad, el más estructurado y sistemático de
Lezama, y es —al mismo tiempo— un aporte original y agudo de trascendencia
indiscutible, en la elaboración del complejo de ideas que han defendido la
digna singularidad de la cultura latinoamericana” [Abel Prieto: “Prólogo” a:
Confluencias. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1988, p. XII].
vi Dámaso Alonso: “Recuerdos gongorinos”,
en: Dámaso Alonso: Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos.
Ed. Gredos. Madrid, 1952, p. 309.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 209
1º de
Junio de 2015
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