sábado, 24 de octubre de 2015

PARADOXAS N° 209

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año XI - N° 209


INDICE

HOY NO SUCEDEN - Ivonne Concha Alarcón
PERDICION - Nieves María Merino Guerra
EL EQUIPAJE Y LAS HUELLAS - Guillermina Covarrubias
CANCIÓN PARA UN HOMBRE SOLO - Amelia Arellano
PORQUE DOBLAN LAS CAMPANAS - Eli Omar Carranza Chaves
El Criador de Libélulas. Primera versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
ESCRITOS EN LA BORRA DEL CAFE - F.S.R.Banda
Umbrales y resonancias del neobarroco en José Lezama Lima. - Luis Álvarez Álvarez


EDITORIAL

Estimados lectores y queridas lectoras, tengo el agrado de incluir en este número la primera parte de un interesante ensayo sobre el neobarroco en Lezama Lima, escrito por el profesor cubano Luis Alvaréz Alvaréz, nacido en Camagüey, una de las siete villas primadas de Cuba (primeras fundadas por los españoles) y donde vive actualmente. Trabajó durante varios años en La Habana, La Vana, como él la apoda, esa mítica ciudad, cuna del neobarroco, y recorrió diariamente las mismas calles y de seguro de vez en cuando el Malecón habanero, por donde un día pasaron Carpentier, Lezama Lima, Reinaldo Arenas y alguna vez Sarduy, también camagüeyano. Luis me ha honrado con su amistad y con sus aportes literarios, que espero ir publicando periódicamente en nuestra revista. Poeta, crítico e investigador, se graduó de Licenciatura en Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de La Habana (1975), y es Doctor en Ciencias (2001) y Doctor en Ciencias Filológicas (1989), ambos por la misma universidad.
La extensión de su curriculum profesional, el listado de sus obras, y los premios y distinciones que ha recibido en su carrera, me impide publicarlos acá pues completaría un número completo, pero pueden verlo en el siguiente link:
Así pues, espero seguir contando con esta literaria conexión entre el país de origen y  semilla del neobarroco y esta modesta revista “neobarroca” chilena. Vale.

El Editor


BLANCO CÍRCULO EN EL ÁRBOL CONDENADO
Beatriz Graciela Moyano
Rosario, Argentina

Ahí estás con un follaje en creciente sorprendido de estupendo verdor, once años han pasado de aquel día de la libertad, saliendo de esa maceta estreñida en raíces, libre de crecer a tu antojo, bajo mi mirada cotidiana admirando, bendiciendo... guarda tu tronco mis manos en roce y saludo mañanero, entre la albura y la corteza hay una capa de células vivas vibrantes en silencio, silencio que duele en el paisaje condenado a perderte. Subiste, trepaste hasta mi ventana, ramas follaje tupido, frescura y protección. Sé que ya lo sabes, esta mañana he visto a unos hombres tomando medidas, iban y venían ensimismados, no quise preguntar, temí el final, sé que les hacen unas marcas, blanco círculo de árbol condenado, orden para que el verdugo termine tus días, surcos de nostalgias y el más ancho se evidencia entre sus ramas, hay muchos hogares, las ramas llenas de nidos, pájaros, alondras tempraneras y búhos nocturnos, gorriones desprolijos, horneros con sus fortalezas arquitectónicas para la pichonada, que será de ellos el día después, donde su resguardo ahora que comienzan las lluvias, donde guarecerse... El progreso tiene estas cosas, arrasa con todo lo que no entre en sus medidas, la pérdida en honor a una curva de ensanche en esa esquina rota para siempre, huella de dolor indeleble, nuestras almas vienen unidas por vínculos imperceptibles, ellos no comprenden esto, las obras son de cemento, no poseen savia ni sangre, como tú mi amado ficus. No estaré para verte caer, el más fuerte el más aferrado a la tierra el que más sombra ha dado, árbol compañero en el monte de versos, sé que estás allí, y lo seguirás estando, moviendo tus brazos cuando te agita el viento, expresando vida para todos los que amamos la naturaleza, no hay valor para este sentimiento, hay memoria grabadas en tu tronco que se irán convertidas en leña. 

Nota de la autora.- Por casa pasa ahora en este mes el pavimento definitivo del cordón vial y al ficus que está más sobre la esquina le han puesto el símbolo de la muerte, un círculo blanco con aerosol, supuestamente por que está sobre la curva de ensanche de la esquina.


HOY NO SUCEDEN
Ivonne Concha Alarcón
Santiago, Chile

Hoy no suceden cielos rojos, amarillos, anaranjados, ni horizontes románticos con aroma a dudas y asombros ausentes, no se ven azules celestes albos resplandecientes, ni ocurren sorpresas imaginadas, ni quedan luceros riéndose en la cúspide de las montañas nevadas, ya no está la niña que venía desde sus ojos a mirar los ojos verdes de esperanzas. Hoy duele lo no parido lo no nacido, la ausencia de los delfines ni las flores anaranjadas, ni rojas, ni los helechos que le alimentan, las mariposas mudas, las palomas blancas que no se fueron al sur ni a ninguna parte. Hoy busca en la lista negra de los pecados negados, en los dolores esculpidos a golpes y la mantis religiosa atea que no comulga ni va a misas negras ni blancas. Hurga con los pies en la playa de petróleo negruzco que fusila los versos y elimina las metáforas dejando solo incertidumbre e incertezas del hombre inconsciente. Observa la lancha del pescador camino a la mar escribiendo versos de amor a las sirenas solitarias que aun creen en el verbo del poeta solitario. Hoy suceden los pasos silenciosos que no llevan a ningún destino recostado sobre los sueños que ya no van a caminar por las alboradas ni a dormir sobre los cangrejos ni a despertar en los alisios de la alborada. Pasarán las lunas inconclusas, las estrellas seguirán titilando, los mares recuperaran la salinidad, los peces seguirán nadando y la sirena seguirá fingiendo que no ve no oye ni dice...


PERDICION
Nieves María Merino Guerra
Canarias, España

No cabían misterios en mi mirada y te esquivaba refugiándome en las paredes sin sombras donde enterré los sueños bordados con los pétalos adolescentes donde la inocencia fluctúa entre abismos descontrolados fantaseando mil noches y mil días a tu lado. El rojo botón de mis labios ahora es hoja amurcada, incolora. Rictus aprisionado, resquebrajado, mordido. Puede que andemos de la mano pero nuestros ojos entristecidos por auroras sin ocasos ven horizontes distintos cuajando lágrimas secas y en las esperas perdidos. No excuses con la garúa que orvalló aquél desatino de tantos encuentros rotos abrazados en tu olvido ni me mires como ajena a tus pensamientos idos cuando ya los he hecho míos desde el instante en que supe que sin ti hay más vacío aunque las dalias florezcan, aunque las mate el estío. Soy la hiedra de ése muro en el jardín florecido que separa nuestras almas mientras recorro pasillos carcelarios, rutinarios... Con hastío. No eran huidas ni engaños ni celos en desvarío ni era mi furia un tatuaje para tus duros oídos. Desencantos y traiciones, abandonos y delirios fueron mermando mi risa y los sueños compartidos. Hace tiempo que no advierto la belleza de una estrella o el retorno de una de ellas como un cometa perdido ni pido ningún deseo porque no será cumplido como tantos, tantos otros que dejé en ése castillo dibujados en sus piedras sin ser nunca concedidos. También la luna se aja con continuos remolinos avejentando mis pieles cuando tu cuerpo no es mío y ése beso que describes como impúdico en mi boca es la hiel de tu desdén instintivo y primitivo sin alcanzar la del alma que llora entre suspiros anhelando sin anhelos otra noche de desvelos embriagada, enloquecida, apasionada y dispersa sin más horas que las nuestras preñadas de algún sentido que otoñales se abalanzan hacia el final del sendero sobre rutinas construido. No hay más destinos o sinos que estén predeterminados en mi consciencia alquimista cuando acepto en mi derrota que tal vez como errabundos con desidia alimentada asesinamos momentos de dicha sacrificada por otras frivolidades que ahora no valen nada. Siempre será perdición una comunión de vidas triste y desamparada...


EL EQUIPAJE Y LAS HUELLAS
Guillermina Covarrubias
Santiago, Chile

Me voy, sin embargo te dejo mis versos, los besos que viajaron en tu cuerpo, una cítara loca que entre gritos y silencios le brotó la sangre, en el rincón de los sueños en una tarde de invierno mi corazón te lleva. Galoparé con este corazón iracundo, les hablaré de ti, insomne sueño mío, a las nubes blancas,  al crepúsculo, las estrellas peregrinas y al compás del río, con la risa clara cuando la luna se ausente. Mi voz será eterna como la risa en el camino, inquieta como el alma en completo desvarío, huyendo del triste amor que arrulla mi destino. Que vuelve, vuelve cada vez  que silba el viento y que vaga ignoto, peregrino en el olvido. Te llevaré en mi cartera, en el espejo, cuándo cierre la tarde en el horizonte, mientras el corazón, palpite en este cuerpo viejo. Me voy y  te llevo en la cuenca de mis ojos, en agosto, en enero, en el llano y en el monte. Acribillé mis noches con holocaustos en la almohada, anestesié la antorcha cuajando la sangre en el invierno de tu savia. Acuné lo absurdo zozobrando la calma, embriagué el viento con cardos y escarchas, en utopías vagas y largas. De tanto amarte se me canso el alma y el roce de tus labios, se escapa de mis ojos el recuerdo dulce de las ansias. En mis noches cálidas con el brillo de la luna el sabor de tus besos viajara sin retorno con el cantar del alba. Serás el poema, que fecunde la primavera, el amanecer de las rosas, el color y la fragancia, entonces quizás un trovador a orillas de una hoguera, las orgías de mis palabras en romancero tarareé en las cuerdas de alguna guitarra  aventurera. Te dejaré un verso y una flor, un sendero de luciérnagas la suavidad de una caricia, el perfume de mis fantasías, la dulzura de un beso y mi última sonrisa. Hoy esta nublado, ¿crees tú... que mañana... salga el sol?


CANCIÓN PARA UN HOMBRE SOLO
Amelia Arellano
San Luis, Argentina

Estremecida soledad hacia el poniente.
Llega una voz. Así. Tierna, salvajemente, amor.
Entre la zafra, los líquenes .Los musgos.
Amarilla, en los ojos del tigre. En la garganta del espino azul.
Voz de calandria. Galope de jaguar. Toro bufido blanco. Alondra.
Potro salvaje. Paloma adormecida.
Brisa entre las hebras de la noche. Tifón.
Desvístete, es enero. Las lluvias han llegado.
Tira mis trapos al Río de las Penas.
Pon la escucha en tus dedos descalzos.
En tus umbrales. En tus preñadas ramas.
Voz de leyenda. Signos milenarios.
No sé de dónde viene. Presiento que de lejanas lunas.
Trae certidumbres de soles.
Vuelve en amor que llega a la hendidura.
Te llama con un nombre que no recuerdas, pero amas.
Un nombre que pronuncias en tercera persona.
Hora de recogimiento. De íntimos pedidos.
“Ruega por ella” “Ruega por nosotros” A tus ventanas, se acercan letanías.
Salen péndulos rotos. Un vaso azul trizado.
Entran indecisos planetas. Patria escondida pero no olvidada.
Remembranzas. Señales. Fragantes sábanas planchadas.
Cáscaras de naranja. Sahumerios de lavanda.
Café con leche y lluvia. Espejos empañados.
Murmullos: Arroyos, viento en los olivares.
Sabor a miel, a mansedumbre, a piel mojada.
Sumisos pies descalzos.
Y aunque no recuerdes los signos ni los rezos
¡Bebe! Moja la tierra dentro de tu boca.
Afloja las escaras de tus manos.
Tiembla, tirita. Vibra. Goza. La canción ha llegado.
Bebe del vaso azul trizado. Hasta el hartazgo.
¡Llega la infinita Patria de tu infancia!
Ven. Si tienes sed. Ven.


PORQUE DOBLAN LAS CAMPANAS
Eli Omar Carranza Chaves
San Ramón, Costa Rica.

Desde las altas cumbres del vetusto campanario bajan las voces metálicas de las antiguas campanas, desgranando en cascadas sus lágrimas de bronce. Su canto vuela como paloma asustada, jineteando el viento, quien cual brioso corcel incontrolable, desbocado se aleja. El silencio en santo reposo esperaba con las manos taponando los oídos, el ronco rugido de los tañidos aulladores, que intempestivamente se descuelgan por las paredes de la empinada torre y vuelven a subir como araña asustada. El silencio tenebroso con el estrepitoso tan tan se minimiza como murciélago oscuro. El grito triste y sonoro del trío de bronces, residentes vitalicios de las altas torres, es el canto funerario que recuerda al hombre su vocación mortal. Es el canto postrero, carente de palabras que enrostra al hombre con su destino final: cuna y tumba, materia y espíritu. La voz azul de las campanas es signo de misterio entre la vida y la muerte, la luz y las tinieblas, la esperanza y la duda. Cada sonoridad extendida deshoja una a una las absurdas vanidades de la humana condición. Llegado a este punto todos somos iguales. El rictus y la palidez mortuoria igualan en desnudez toda diferencia: ni joven ni viejo, ni alto ni bajo, ni bonito ni feo, ni el color de la piel, ni riqueza ni pobreza; la muerte pregona su victoria por igual. Este trance solo es el paso hacia la redención final. Cada quien ha decidido su propio destino…


El Criador de Libélulas. Primera versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Sevilla, España

El criador de libélulas, el criador de caballitos del diablo, es un aristócrata exquisito, un sibarita de lo sublime. Mientras escucha las tocatas de Frescobaldi observa el jarrón de cristal rojo con cinco rosas encarnadas. En una tarima otro vaso de vidrio sostiene limpísimo una exuberante orquídea blanca. Más allá, en la pared donde frenéticos paramecios amarillos copulan lujuriosos, un cuadro muestra a Zeus en forma de cisne sobre los pechos de Leda, y otro cuadro, de un riguroso neoclásico, descubre la golfa decadencia del Imperio Romano en una afrodisíaca bacanal. El cisne de pico carmesí en los senos de la diosa compite con el torso de un atleta desnudo, las rosas encarnadas, exhalando su alma de bálsamo feroz, luchan contra la prostituta corola de la Orchis, obscena y purísima, combate espléndido, afrutado de arpegios rosas y nimbado de plata y nácar. No se sabe quién vence, si las purísimas y atrevidas reinas exhalantes o la puta sin perfume que se quita los guantes con desvergüenza, no se sabe quién triunfa, si la blanca pantera exquisita o las cinco doncellas exuberantes y lesbianas, pero los jarrones de cristal hacen una delicia de carmín agudo en dicha guerra pavorosa. Un acuario con shubukins, amarillos cobres y naranjas metálicos, transidamente testifica la soberbia del fastuoso salón. El criador de libélulas cambia la música, apaga la armonía dificilísima de las tocatas de Frescobaldi, e introduce el virtuosismo de un concierto de clavecín y guitarra de Bach, es decir, el combate de Polifemo contra las libélulas se hace presente con una cadencia voluptuosa, las rosas, la orquídea, los shubukins, y cientos de verdes caballitos del diablo y Drosophilas melanogaster en la habitación. El criador de libélulas se deleita en el sillón de terciopelo verde escuchando las evoluciones del clavecín y la guitarra, combate lleno de campanitas y caramelos de cola, ácidos y dulcísimos, y se fastúa del denso aroma de las cinco lesbianas voluptuosas, encarnadas y feroces. En botes de cristal se crían las Drosophilas, en botes de cristal, también, los levísimos y fragilísimos odonatos pasan, de su adolescencia acuática, al aire, para ser los tigres de las minimísimas moscas. La habitación está llena de mosquitas, la habitación está llena de libélulas. Los frágiles y verdiazules caballitos del diablo revolotean de pared en pared con una levedad y una banalidad indecorosa. El criador se extasía en la magna contemplación de la aberrante naturaleza que le rodea. Los shubukins, en las claras profundidades de su transparente cárcel, besuquean un concierto de ondas marinas y pompas de jabón añiles. Las levísimas moscas son cazadas al vuelo por los fragilísimos odonatos. Sobre la orquídea, sobre el pico del cisne, sobre una rosa encarnada, se posa el insecto. El clavecín y la guitarra, enfurecidos y deliciosos, perfumean el perfume de las hetairas, y aroman el acuario de los metálicos shubukins, y, en el sillón de limpio terciopelo verde, el criador de libélulas se masturba, frenético, desvergonzado, y procaz.

Febrero 2, 2007


ESCRITOS EN LA BORRA DEL CAFE
F.S.R.Banda
La Cisterna, Chile

Entonces desaparezco del universo entero, me vuelo, huyo, me escapo de la torpe realidad, todo mi ser se sumerge en estas palabras, en la búsqueda de "le mot juste" que la dibujen, la describan, la perpetúen en los cristales del tiempo, como un cazador de mariposas corro detrás de sus imágenes y sus metáforas en un campo de lirios, de magnolias o de rosas, siempre rosas, desarmo una y otra vez las frases, las reconstruyo y las desarmo, las enredo, las tenso, las fragmento, y las reescribo hasta el cansancio del vencido, por ella en esos momentos de éxtasis jubiloso estoy desaparecido, inerte a los juegos del día, a los veneros de los ponientes, a las navegaciones inconclusas de la noche. Lo que le he sido, esa extraña circunstancia de ser un hombre en su nombre, es una ilimitada lista de imágenes, visiones, símbolos, sensaciones y memorias, las vastas memorias que inevitables ya me definen. Visiones donde aparece y desaparece, emerge o florece, entera desnuda incitando poderosas inspiraciones o en tenues fragmentos de su piel desperdigados por las estaciones. A veces la reemplazan breves incrustaciones, con rostros distintos e igual perfume, o la rompen en los trozos de otras bocas, en ojos que no me miran como lo hizo ella en la plenitud de su furiosa posesión, pero persiste en su soberbia innata, en la fragilidad de un instante que borra toda otra presencia, nombres, perfiles y siluetas, voces que no poseen la compleja tonalidad de la suya. Falta en la somnolencia de la mañana y el otoño se rompe en fríos cristales, no hay su palabra encendiendo el amanecer y el sueño instala congeladas luminiscencias, se ausenta en un silencio de distancias, de vastas lejanías transoceánicas, de leguas y leguas hasta su piel y su boca, no está en la luz mañanera que la evoca ni en el cariño que destila la noche yéndose, no surge como la tierna rutina enamorada ni como la vertiente de los besos extraviados, falta en el azúcar de café y en el humo de tabaco que lento la dibuja, todo se desvanece o se hunde en el abandono, hasta el mismo otoño se detiene triste a esperarla. En fin, si solo esta inconclusa enumeración fuera todo lo que ella habría de darme, ya bastaría para iniciar tranquilo el retorno al minucioso polvo del universo, entendiendo que sus perfectas desapariciones, su desoladora impermanencia, sus inesperadas mutaciones, son la justa premonición del infierno.


Umbrales y resonancias del neobarroco en José Lezama Lima.
(Primera parte)
Luis Álvarez Álvarez (i)
Camagüey, Cuba

Si bien el gran escritor cubano José Lezama Lima aportó, sobre todo en su penetrante ensayo La expresión americana, algunos de los juicios más penetrantes en cuanto a la consideración del barroco como cauce fundamental en las artes y la literatura de América Latina, lo cierto es que el sentido mismo de su filiación (neo)barroca como escritor de narrativa, poesía y ensayo, está todavía pendiente de un examen acabado.
No es de extrañar esto, si se piensa que tampoco se ha analizado convenientemente la relación entre el Barroco y Latinoamérica. Hay que señalar que hay determinados aspectos que revelan un vínculo muy antiguo. En primer término, me gustaría comentar aquí que específicamente el Barroco literario español presenta una peculiaridad singular. En efecto, bifurcado entre la vertiente culterana y la conceptista, entre las al parecer irreconciliables propuestas estéticas de Góngora y las de Quevedo, no se produjo una fusión esencial del Barroco hispánico en la Península, sino precisamente en América, donde Sor Juana Inés de la Cruz, esa devoradora infatigable, consigue en su verso lo que ninguno de los barrocos españoles pudo alcanzar en todo el s. XVII.
Si se me acepta otro brusco salto en el tiempo y el espacio, me gustaría señalar que no es casual que la percepción europea del Barroco como un movimiento en sí y por sí, distinto por completo a la idea superficial, tanto tiempo manejada, de que no era otra cosa que la degeneración del Renacimiento, se produjo justamente en un instante de cambio europeo: el Impresionismo, de modo que Heinrich Wölfflin, el primer teórico cabal del estilo barroco, habría llegado a él buscando, como Cristóbal Colón, un puerto muy diferente: la fundamentación de que el Impresionismo era una nueva etapa de la pintura europea. Su hallazgo involuntario resulta muy significativo para un latinoamericano con los oídos atentos: el Impresionismo es aproximadamente contemporáneo con el Modernismo hispanoamericano. Como se verá más adelante, los escritores modernistas mantuvieron sugestivos diálogos con ese Barroco que aún no había recibido su oportuna denominación teórica. Incluso un fundador del Modernismo como José Martí, al escribir su formidable crónica “EL centenario de Calderón” sobre los festejos de 1881 en Madrid, va más allá de todo límite para apropiarse de manera gozosa del lenguaje barroco y transgredirlo hasta desarrollar una crónica que es, sin duda, una de las primeras y más espléndidas manifestaciones a la vez de la prosa modernista —no por casualidad, sino con entera justeza y, sobre todo, con especial acierto, el ensayista norteamericano Ivan Schulman ha subrayado que el Modernismo nace en verdad en la prosa antes que en el verso— y de un preámbulo muy temprano de lo que habría de ser el camino de reencuentro de la literatura de nuestra América con un barroco resucitado en pleno s. XX, un neobarroco de peculiaridad y savia por completo hispanoamericana. Pues los caminos que enlazan la renovación modernista y el desbordamiento neobarroco de la pasada centuria tienen vasos comunicantes y pasajes secretos que todavía la crítica tendrá que iluminar y transitar.
José Lezama Lima reclama, desde lo ominoso numérico, una nueva lectura de su obra, que estimule meditar, más allá de su propia poesía y pensamiento estético, sobre derroteros profundos de la literatura cubana. Uno de los aspectos de mayor urgencia es el examen del autor de Muerte de Narciso como umbral de una transformación del lenguaje literario, pero también de la concepción de lo poético en la Isla en un sentido de metamorfosis de la perspectiva creadora en su sentido más general —abarcador de todos los discursos de fundación por el arte—, que se encaminaría inconteniblemente hacia un estallido fundador de lo que tres grandes voces fundamentales —el propio Lezama, Alejo Carpentier y Severo Sarduy— habrían de denominar substancia barroca de la expresión americana. En este sentido, resulta imprescindible para mí escudriñar sus textos ensayísticos, en una captación fragmentaria de su personal construcción del nuevo discurso que proponía para su patria y su continente. Él mismo señaló esa ruta cuando le confió a Ciro Bianchi:
Primero hice poesía, después la poesía me reveló la cantidad hechizada. Mis ensayos intentan tocar esa extensión, esa resistencia. Cinco letras del alfabeto, invencionadas por un poeta, tienen significado distinto, todos mis ensayos giran en torno a ese retador desconocido.
Mis ensayos relatan la hipóstasis de la poesía en lo que he llamado las eras imaginarias (ii).
La irrupción del concepto de lo barroco como elemento nutricio de la cultura latinoamericana fue un hecho continental en las primeras décadas del siglo XX. De hecho, una vez sosegado el mimetismo orientado hacia las vanguardias europeas, los intelectuales de nuestra América, por vías diversas, pero con fines implícitos concordantes, dirigen sus ojos al movimiento que, si bien había tenido un florecer histórico en el siglo XVII europeo, solo había sido descubierto como tal a fines del XIX y principios de la siguiente centuria. En el mundo de las artes plásticas en Brasil, por ejemplo, los jóvenes artistas que renuevan el lenguaje artístico en la década del 20 del pasado siglo, “[…] sostendrán haber descubierto al Brasil y a su poesía en las manifestaciones sincréticas de la cultura, ya monumentales como las esculturas de Aleijadinho y la arquitectura del Barroco […]. Los modernistas viajaban al Barroco en busca de los colores de una «modernidad» nacional” (iii).  Una imantación semejante se produjo en Lezama a partir de un gradual crecimiento de la sensibilidad creadora—cuyas primeras manifestaciones podrían, tal vez, remontarse al propio José Martí, de estilo tantas veces asociado al de Gracián—, que va orientando sectores importantes de la literatura cubana hacia formas de barroquismo. Lezama, pues, desde muy temprano inquiere los derroteros posible de su camino creador y eso lo lleva a confluir —en libre y no mimética elección de predecesores— con el mundo de las artes del barroco histórico: Góngora, entonces, no fue tanto en él —como espero se podrá constatar— una fuente, cuanto una inspiración y un acicate. Cintio Vitier ha aseverado una cuestión esencial de ese proceso de indagación de Lezama en lo cubano y, también, en lo americano por la vía anfractuosa de una obsesiva faena hermenéutica en el terreno de la tradición:
El barroquismo alegre, gustoso o rabioso, de ese impulso americano popular que él ha estudiado tan bien, informa cada vez más su idioma, y en estas «Venturas criollas», lejos ya de su primer gongorismo de caricioso regodeo, más a solas con los abultados trasgos quevedescos, aplica esas ganancias a la hurañez tierna y el ardiente despego cubano (iv).
Ello exige, pues, al menos un rápido examen de los prolegómenos generales que, a nivel de atmósfera cultural, preparan el impulso mayor de Lezama hacia una reconfiguración peculiar —a la vez por su sello personal y por su sello americano (v) — del barroco. No me propongo aquí un examen total de las sucesivas aproximaciones de Lezama en su conceptualización del barroco americano: esa es una aventura intelectual de vuelo superior al que es dable en estas páginas. De aquí el por qué dejaré marginadas su poesía y su narrativa —por lo demás tan prometedoras para una exploración de su peculiar estética de lo barroco como punto germinativo de creación y, sobre todo, como intenso forcejeo de percepción degustadora—: quedan en el umbral de este estudio porque me interesa, en lo esencial, asomarme a ciertas coordenadas fundamentales que, contenidas en sus ensayos y sus diarios, permiten visualizar su búsqueda de una mirada nueva sobre la creación latinoamericana. Esto, en sí mismo, es ya un blanco que exige un largo vuelo flechador: de aquí que me atenga a esos límites estrictos, en espera de recorrer en otro momento algo más de la extensión apenas mensurable de la voracidad lezamiana por captar esencias de la expresión continental y cubana. Por lo mismo, he considerado necesario advertir acerca de ciertas vibraciones de atmósfera en la cultura cubana de la década del treinta, sin proceder más allá a una total contextualización de todo el devenir de las obras lezamianas aquí focalizadas. Las razones de esa restricción tienen que ver con que me interesa captar, sobre todo, la transfiguración creadora de la perspectiva barroca en las primeras décadas del siglo XX, así como rememorar —por así decirlo de un modo discreto— algunas oleadas del pensar estético que recorren todo el mundo iberoamericano, las cuales son inseparables del pensamiento de Lezama en la zona que aquí aspiro a transitar. Por lo demás, ya que de umbrales y resonancias se trata para aproximarse a la alquitarada indagación de Lezama sobre un nuevo barroco, no puedo menos que recordar que el propio Dámaso Alonso, inmerso como pocos en las aspiraciones y sueños de la generación del 27, había subrayado ya en su día la imposibilidad de comprender el renacer de la tradición gongorina en el grupo de poetas al cual él pertenecía: “La «vuelta a Góngora», desde fines del siglo XIX hasta el día de hoy, tiene una historia muy sencilla. Pero, para comprenderla bien, debemos ascender por el cauce de los años” (vi).  Es un consejo sabio: hay que atenerse a él y recorrer, aun a vuelapluma, la atmósfera que Lezama encontró en el momento de lanzarse a una transfiguración capital de la poesía cubana.

i  (Camagüey, 1950) Profesor titular de la Universidad de las Artes de Cuba.
ii Ciro Bianchi Ross: “Interrogando a Lezama Lima”, en: Pedro Simón, comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama Lima. Serie Valoración Múltiple. Ed. Casa de las Américas, La Habana, 1970, p. 16.
iii Carlos Jáuregui: Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina. Ed. Casa de las Américas, 2005, pp. 597-598.
iv Cintio Vitier: “La poesía de José Lezama Lima y el intento de una teleología insular”, en: Pedro Simón, comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama Lima ed. cit., p. 84.
v Sobre el carácter profundo de la percepción americana que se gesta en la ensayística de Lezama y, en particular, en La expresión americana, cfr. lo que afirma Abel Prieto sobre este libro: “Es el volumen de ensayos de mayor unidad, el más estructurado y sistemático de Lezama, y es —al mismo tiempo— un aporte original y agudo de trascendencia indiscutible, en la elaboración del complejo de ideas que han defendido la digna singularidad de la cultura latinoamericana” [Abel Prieto: “Prólogo” a: Confluencias. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1988, p. XII].
vi Dámaso Alonso: “Recuerdos gongorinos”, en: Dámaso Alonso: Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos. Ed. Gredos. Madrid, 1952, p. 309.


La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 209
1º de Junio de 2015


No hay comentarios:

Publicar un comentario