PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XI - N° 213
INDICE
Cuidado con el huracán! - Luz Ramírez
EL ESPEJO - Maria de los Angeles Roccato
Las cosas se están derritiendo. - Francisco Townsend
SOLER PUIG, NOVELISTA NEOBARROCO
(Segunda parte) - Luis Álvarez (i)
ELLA EN EL DESTIEMPO - F.S.R.Banda
EDITORIAL
Instrucciones
para jóvenes escritores (1)
Rafael Gumucio
Escribir no es natural. Eso lo debes saber
ante todo y sobre todo. Escribir es contra natura, todo el placer y el dolor
que sacas de ahí proviene de ese hecho. Por eso cuando te sientas y sale todo
de una vez, te resulta como un milagro, por eso te sientes entonces como dios
sacando de la nada la vía láctea y todos sus estrellas y agujeros negros. Por
eso también no hallas la hora de dejar de hacerlo cuando no sale nada, por eso
tú, que odias que te manden a comprar el pan, serías capaz de ir a comprar el
pan a la panadería más lejana del barrio, viajar a Nueva Zelandia a pie, tatuarte
la Mona Lisa en la nuca y tomarte todo el alcohol del botiquín con tal de no
escribir lo que ya no te acuerdas quién te manda a escribir. Por eso cuando lo
haces, cuando logras sentarte, o cuando algo más fuerte que tú te sienta, te
parece que el mundo entero debería detenerse a leerte, por eso te resulta
imposible que no lloren con lágrimas vivas con lo que sacaste de algo que es tu
cuerpo, tu vida, todo tú en pocos párrafos, páginas, capítulos.
Los niños golpean tarros y hacen ruidos que
tarde o temprano se convierten en música. Hasta los gallos, los pavos reales y
las anguilas bailan. En las cavernas prehistóricas hay huellas de manos y toros
y cazadores. Los pueblos que apenas se visten esculpen con facilidad ídolos de
madera, tierra cocida o piedras. No hay letras en esas cavernas. Cuando las
empezó a haber empezó eso que se llama historia, o sea decadencia. Mirar
dibujos que no significan nada, trazar garabatos sin sentido que juntos
significan algo que solo el que aprendió los signos puede descifrar es algo que
como el Twitter, la televisión digital o la bolsa de Shanghái, es imposible de
explicar a un no iniciado. Y, sin embargo, millones de personas todos los días
leen lluvias de letras, y muchos más se agachan sobre teclados y papeles que
ennegrecen de manchas que pueden significar todo, ocupando horas que podrían
usar en pescar, cazar, cosechar o reproducirse.
Escribir no es ni difícil ni fácil, es
imposible. Imposible y necesario como las ciudades o las cartas del tarot. Es
decir, nada se parece más a leer el tarot que escribir, o sea lanzar signos
sobre la mesa e interpretar un sentido. La literatura consiste en gran parte en
convertir en natural, en físico, en inevitable, ese juego que solo juegan los
niños cuando han agotado todos los demás juegos. Ser escritor consiste a
grandes rasgos en convertir eso que no se parece en nada a golpear tambores o
moldear Venus de arcilla, en algo que se parezca a comer y dormir y defecar.
Correr sin correr, caminar sin moverse de ahí, volver sin haberse ido a ninguna
parte, gritar sin subir la voz. Escribir es hacer todos los gestos y todos los
actos posibles, sin acometer casi ninguno, porque no puede haber algo menos
aeróbico que teclear o dibujar letras en el papel.
Continuará en el próximo número. Vale.
El Editor
Dueños
de si mismos.
Ivonne
Concha Alarcón
Tranquilidad en los pasos cansados cubiertos de sueños rasgados en
el alto sosiego del pensamiento, vida sin culpas previamente estipuladas sin
despedidas ni emociones en tardes de ilusiones tardías, cantos de aves
amarillas mientras entre verdades y arrullos de palomas soñadoras contoneándose
vuelan hacia los precipicios del acantilado del pensamiento hostil cansado de
los temores. Se cimbran las palmeras del viejo camino, un perro ládrase
asimismo, come pasto verde para sanarse, lo cipreses acarician el viento
rugiéndose unos a otros, se oyen desde muy lejos, los lugareños se esconden
sorprendidos. Sin ataduras vuelan las ideas, solo materia guardan en las
alforjas pesadas de recuerdo vividos, libres de espíritus se eleva el canto de
los niños camino a la luna, hoy han puesto ruedas a sus sueños los amigos
imaginarios, prisioneros alados van buscando terreno conocido, así se adentran
en el bosque de las tinieblas nocturnas, navegando por el cielo celeste
diamantado en cristales, pastos verdes, gotas húmedas brillantes en la colina
de la desventura inexplicable, una lápida ausente sin letras dibujadas es
testigo de lo imperecedero, ya, es verdad, no somos los mismos, no podemos
destejernos, no podemos hacernos, somos la consecuencia de lo ya vivido,
experimento sorpresivo del último tren saliendo a destino. Allí baila ríe llora
lo simple lo cotidiano, desvestidos de antiguos pesares, cargados de
nostalgias, ya no desean andrajosos recuerdos desgastados inútiles, se oye un
extenso suspiro en la noche y un disparo del último suicida atraviesa la alta y
ancha montaña, sin grandes ceremonias ni protocolos nos vamos atando a los
antiguos caminos, sin extensos discursos, sin nostalgias, ni pesares, dueños
del tiempo, dueños de si mismos...
Cuidado
con el huracán!
Luz
Ramírez
La honda cayó lanzada por algún rencor. Tenía patas de araña y su
mordida fue sentida en los lares del hemisferio. De los rosas salieron lágrimas
que destilaban rojo carmesí. Color amor paradójico en su fin. Tan fuerte su
furor que arrojó de sus latidos el ardor… Se bañaron los campos de su brebaje
entre pastos. Resurgieron de sus suelos pequeñas florecillas en tonos de todos
los rojos posibles y era un paraíso de pronto la maldad. Los lúpulos se
enredaban en los árboles como queriendo ser recordados en cada despedida por la
alameda del destierro. ¡OH! enmarañada maldad de los humanos, despreciada por
el reino animal. Para cada bofetada que te dan, viene la lamida de un perro a
sanar. Eres creación frágil violeta sujeta a las arideces de las almas que no
te saben apreciar. Fiesta de buitres entre flores hermosas, la naturaleza.
¡Cuidado! Sostente fuerte, viene un huracán, acabará con tu mirada de cristal.
Por ello mantela fija en el diamante del mundo que brilla para todos, como
resplandor entre nubes. Pensé que yo podría apostar todo sin límites, pero no
hice bien las cuentas y me toca restar. El saldo con las piedras sobrepasó la
espuma de la corriente pura y ahora me toca pagar.
Derechos reservados
EL
ESPEJO
Maria
de los Angeles Roccato
Enfrenta el espejo por millonésima vez ¿tantas? Tensa. Agobiada.
Espesos cortinados internos se deslizan, dejando al descubierto la urdimbre de
sensaciones, mezclándose presente y pasado en una conjunción de sentimientos
distantes.
Parpadea ante la avalancha de recuerdos. Nunca creyó almacenar
tantos y con tan prolija exactitud.
Asombrada recuerda un hecho,
que en su momento, le pareció extraño, pero intrascendente y que ahora se
muestra relevante. "Disfrutaba del jardín emocionada. Ante sí, la sinfonía
visual que veía enclavada en gigantesco caleidoscopio... incorporado en danza,
hasta los frágiles estambres dorados. Inmersa en el remolino de múltiples
insectos-dañó sin querer-una tierna rama del cautivante jazmín paraguayo. Todo
se transformó. Un flash de aromas la nariz le inundó".
Éste no se detuvo allí. ¡No!…navegó, trepó, reptó y se ancló al fin
en su cerebro, mejor dicho en su alma. ¡Si,
en su alma! Perfume e imagen se configuraron en unidad. Desde el fondo
de los tiempos, el recuerdo-almacenado, protegido-se despertó, lúcido, claro,
exultante. Era igual, al que ahora rondaba inquieto entre los pasionales rojos,
los picaros amarillos o los castos blancos de la floresta.
Intenta reconocerse en el espejo, pero la imagen se desvanece en un
abanico de tramados soles. Tiembla, siente
que el aire le falta. Tiene la
vivencia de desandar el tiempo, el espacio. Una voltereta y de bruces cae. Su
interior crepita al compás de las agujas
del mensajero del tiempo. Solo el sonido cristalino del agua que cae en cascadas diamantinas, en el lavabo intenta
conectarla a la realidad.
De allí en más, se ve rodeada de plantas…y con sus diminutos cuatro
años a cuestas en el jardín de la abuela. Siguiendo el sendero de las hormigas,
seleccionando espigas para pegar en el álbum. Haciendo guiños a los perros
amigos, festejando el mover de su cola. La escena se nutre, sus primos mayores,
más allá, frente al azarero que ya despunta en flores. Violeta, la tía
adolescente llamando a la media tarde, con los cabellos tomados con el floreado
pañuelo. Sonrisas, algarabía. El olor a tostadas que la verde reja deja
escapar, más el rosal en sus capullos atrapa, convirtiendo a la fachada en un
murmurante rosa violáceo cabalgando en
ondulantes ramilletes.
Espacio y tiempo polifónico que da una singular belleza al momento y
en concordancia con el canon visual, se manifiesta el ronroneo áspero de la
pequeña acequia que bordea al jardín. La tarde va dejando paso a la noche. Solo
los grillos y los trémulos cuatro años. El cuerpo pide cama de tanto jugar, el
corazón respiro de tanto saltar. La brisa besa los danzarines del viento, que
amorosos empiezan el dulce tintinear.
Malena perpleja, vuelve a enfocar la mirada en la bruñida superficie
por millonésima vez... ¿tantas?. Esta vez el espejo, le devuelve el boceto de
un rostro distendido.
Código: 1108079818911.
Las
cosas se están derritiendo.
Francisco
Townsend
Las cosas se están derritiendo y nadie se da cuenta porque todo lo
que se derrite mantiene la apariencia, que la apariencia es la cáscara de las
cosas (1).
Se derrite la decencia bajo el calor de los objetivos políticos y
nadie se da cuenta por que en apariencia seguimos siendo decentes. Se derrite
la educación bajo el calor de la necesidad de cambio porque en apariencia
seguimos siendo educados. Se derrite la moral ante el calor de la sobrevivencia
porque nadie se preocupa de la inmoralidad del sistema si nos dejan nuestras
propias líneas morales. Se derrite la verdad al calor de la indolencia de
enseñarla a decirla y solo se enseña a engañar para beneficio
propio y seguimos aparentando que decimos verdades. Se derrite la democracia al
calor de los acuerdos políticos y las necesidades de los partidos reproducidas
en cámaras serviles y en apariencia seguimos siendo democracia. Se derrite la
igualdad ante las promesas de mejor educación pública obligada y el
desaparecimiento de los colegios públicos de excelencia y seguimos aparentando
que vamos hacia una sociedad más igualitaria. Se derrite la justicia ante el
fuego de las casas y camiones en Arauco que justificamos desde lejos por culpas
ancestrales y aparentamos que se hace justicia. Se derrite la iglesia
haciéndonos creer que están al servicio de un dios bueno mientras defienden sus
intereses y los niños siguen muriendo arrancando de una iglesia. Se derriten
las leyes cuando los tribunales absuelven a ladrones y asesinos y nos siguen
convenciendo de que todo es de acuerdo a la ley. Se derrite nuestra conciencia
cuando dejamos de pensar y nos creemos todo sobre lo que nos informamos para
creernos que seguimos conscientes.
(1) Frase reproducida de escrito de Jose Luis Puig, Paradoxas,
Septiembre 2015.
Nota del autor.- La primera frase del fragmento de "El pan
dormido" me inspiró a escribir algunas líneas que adjunto. Es de un género
nuevo que se llama "Neobarroco social".
SOLER PUIG, NOVELISTA NEOBARROCO (Segunda parte)
Luis Álvarez (i)
Soler Puig construyó un barroco que no
pretende esculpir un nuevo lenguaje en cuanto a factura epidérmica —a la vez de
cromática intensidad lírica y de solidez narrativa—, ni considera necesario
hacer legible su propia realidad insular, cuyo conocimiento por el lector él
dio siempre por sentado. El barroco del autor de El pan dormido está
obsesionado con captar el laberinto de una vida insular varias veces desgarrada
en sus escasos siglos de existencia. De aquí la proliferación de nudos en sus
novelas: Bertillón 166 carece de epicentro; es solo un conjunto de enlaces
aleatorios, pero convergentes en un punto final que está fuera del texto mismo,
que se ubica —de modo opresivo— en la óptica misma del lector —quien debe
responder la pregunta infinita ¿Hasta cuándo, Señor?—. Pero esa misma
estructuración domina en El pan dormido
y en Un mundo de cosas, donde el novelista se ha regodeado en construir
—minucioso y concentrado— un caos como correlato físico, imagen plausible de la
realidad histórica cubana que se somete a examen en la novela. Soler se
adelantó a su tiempo. No es casual que en la difícil década del setenta,
apareciera —único libro de su particular estatura artística— El pan dormido,
elaborada como un orden del desorden. Una y otra vez el texto nos advierte de
que no hay una realidad compacta y cabalmente organizada. Se trata de una
novela de formación, en la que la trayectoria de la familia Perdomo resulta una
transubstanciación de la historia insular, pero esa formación se muestra a
retazos cortados con burda e incisiva deliberación, con un aferramiento a
imágenes que está conducido por el azar concurrente. La doble dimensión de la
peripecia nacional y familiar resulta contada, pero no a la manera racional y
francesa de Los Thibault, de Roger Martin du Gard; o al modo crítico y de
británico humorismo de La saga de los Forsyte, de John Galsworthy; y mucho
menos de la densidad atormentada, llena de subterráneos, de Los Buddenbrook, de
Thomas Mann. No hay una perspectiva omnisciente, no hay una gradación temporal
canónica. El sujeto narrador señala en un momento dado de El pan dormido:
A Reinoso por dentro le está pasando la
película de todas las cosas que se dicen de Arturo Perdomo y su familia. Los
Perdomo. Gente basura, dueños de tiendecitas de ropa, de peleterías de
Mecagoendiez, de ventorrillos centaveros, puestos de pedir limosnas y
vendedores ambulantes de carreteles de hilo y agujas de coser y postales de
relajo.
El novelista nos presenta un revoltijo de
evocaciones mezcladas, fragmentarias y que, apenas captadas a pesar de la
flaqueza de la memoria, se dispersan dejando una estela de estremecedor
dramatismo, como la soledad insondable del Perdomo narrador, o una sonrisa de
criollo choteo, como el túnico de promesa de Tita y las carnes mantecosas de
Remedios. Pues Soler Puig, mucho más que Lezama, fue el narrador que supo
integrar de modo orgánico y radicalmente eficaz el humorismo criollo con el
drama entrañable de la nación. Así, pintó como nadie la idiosincrasia cubana,
ese tema del que se suele hablar, pero que jamás se investiga seriamente: las
anagnórisis pueden ser devastadoras. Pero el gran novelista nunca temió
asomarse a esas contradicciones profundas y las convirtió en sangre y cimiento
de sus obras. Véase, si no, el sarcasmo sin recato de la mujer enloquecida en
El derrumbe.
Soler parece concordar —a nivel de
sensibilidad que capta las vibraciones de su contemporaneidad— en sus tres
novelas mayores (El pan dormido, El caserón y Un mundo de cosas) con una
tendencia, entonces muy reciente, que estaba invadiendo el pensamiento
euroccidental, pero que en la Cuba de los años setenta, por supuesto, no había
tenido entrada. En efecto, una década después de su surgimiento, Omar Calabrese
comentaba:
En los últimos diez años, a partir de la
presión concomitante de algunos descubrimientos científicos y de algunas
teorías filosóficas, la serie desorden-azar-caos-irregularidad-indefinido ha
sufrido una radical mutación en la ciencia y en la ciencia de la cultura. En la
ciencia, sobre todo: cada vez más se ha abierto camino la idea de que los
fenómenos no siguen todos y necesariamente un solo orden de la naturaleza;
además, se ha concebido el principio de que, a menudo, fenómenos de apariencia
sistémica simple pueden ser susceptibles de una dinámica talmente compleja que
los transforma completamente, hasta el punto de que la turbulencia de tal
dinámica, lejos de ser inexplicable, es ante todo su principio de
transformación específico y requiere instrumentos ad hoc para ser descrita,
interpretada o explicada. Es la dinámica de ciertos fenómenos tendentes a la
máxima complejidad la que hoy ha tomado el nombre de caos y constituye el
principio de los estudios sobre el “desorden” (las teorías del caos) que antes
de la denominación dada a estos por James Yorke y por Tien Yien Li en 1975 no
tenía ni siquiera un nombre.
La organización del mundo narrativo soleriano
como caos, es decir, como una complejidad no estructurada de una manera nítida
ni sistémica —en consonancia con una realidad contemporánea agónica—, se
percibía ya no solo en Bertillón 166, sino también en El derrumbe. Esa
característica palpable del barroco peculiarísimo de Soler Puig se percibe de
modo particular en El caserón, una novela que demuestra con claridad que la
configuración neobarroca no era casual en el gran novelista, sino que, por el
contrario, obedecía tanto a una voluntad específica de narrar, como a una
percepción particular del mundo. Es por esto que El caserón presenta un espacio
físico —el edificio mismo donde tiene lugar la trama— deliberadamente
complejizado, asumido como entidad de incertidumbre: no hay certeza del tiempo,
ni de quiénes son en verdad los personajes de una trama que alcanza por
momentos una estatura trágica ni, a pesar de que todo transcurre en un mismo
espacio edificado, se puede estar seguro de cómo es en realidad dicho espacio,
que carece de descripción funcional efectiva. Al mismo tiempo —y el cierre de
la novela se encarga de confirmarlo— el texto hace evidente que hay una
semejanza —quizás morbosa— entre los sujetos narradores, que curiosamente son
personajes femeninos, es decir, subalternos en una sociedad contextualizada en
un machismo que, en el momento actual de la cultura cubana (2015), sigue siendo
un condicionante de violencia y desigualdad social.
(i) (Camagüey, 1950). Profesor titular de
la Universidad de las Artes en Camagüey.
F.S.R.Banda
Hay un nombre establecido en la simiente,
un cierto sabor a cenizas y a sal, un eco maternal que se viene por el
atardecer como perdido en el silencio, el rumor puro de la lluvia sobre el
techo de zinc, la primavera soleada de los diciembres sobre las dalias y los
nardos, un olor a tierra quemada. Como si fuera un vicio de mi nostalgia por
ella imperecedera amaneció con la misma leve llovizna de ayer y anteayer, esa
garúa finita que humedecía los rosales para que lagrimearan por ella. Y me dejo
dormir acurrucado allá por lo suyo, adicto vorazmente a su inasistencia.
Siempre busco su imagen en la filigrana del bosque, y a veces la encuentro
escondida en los verdores atávicos de la primavera que no alcanzó a tocarla,
entonces me voy buscando la tersura de su mano sobre la mía y me extravío entre
derrumbes u hojarasca, otoño siempre de por medio. Caerán uno a uno los velados
tormentos de la aciaga memoria, danzarán las mariposas sin nombre en el
mediodía del bosque encantado, y ella resurgirá eterna y transparente por la
magia de la palabra y el terrible hechizo de su ausencia. Solo el jardín que
cultivaron sus manos puede contener todos los sueños, todos los susurros, todas
las voces, todos los sonidos de ese mismo rumor y fragancia que me rompe y me
atrapa y me naufraga y me rescata en lejanías que se disuelven en esas
distancias que otras voces secretas niegan en la búsqueda ciega de justificar
la cercanía imposible, de oír aunque sea el eco de su voz por el patio del
horno de pan, o antes, cuando el maíz de las estirpes. Y me sueño niño en ese
patio de tierra antigua, recorriendo su jardín, descubriendo los pájaros, los
insectos, los colores de las piedras, me veo nocturno en su ámbito sereno
aprendiendo a no tener miedo a la oscuridad, a reconocer el simple sabor del
agua, a disgregarme en el perfume total de la primavera y a leer los fragmentos
de su silencio en las hojas amarillas, rojas, ocres, que me legaron aquellos
otoños apacibles antes de las lluvias torrenciales de aquellos inviernos en la
casa de esa infancia donde era posible vivir los días de las penas ligeras. En
el intento hay un sabor a ciruelas maduradas en el ciruelo, y un olor a
anochecer de primavera florecida en madreselvas, pero ella no está.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 213
3 de
Octubre de 2015
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