PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XI - N° 210
INDICE
OSCURIDAD SILENCIOSA - Ivonne
Concha Alarcón
SIN SONIDOS (Reflexión) -
Beatriz Graciela Moyano
“Pájaros de la playa” (Fragmento) - Severo Sarduy
SIN SOMBRAS - Thania Rincón
ROBERTA - Maria de los Angeles
Roccato
Contraportada de CLAUSTRO
CORDILLERA de Alvar Lázaro - Diego Ramírez
ELIPSIS/SISPILE - F.S.R.Banda
Umbrales y resonancias del
neobarroco en José Lezama Lima. - Luis Álvarez Álvarez
EDITORIAL
“-Yo siempre me planteé como un artista y como poeta de gran
aliento. Si he estado a la altura de eso o no, no lo sé. Si entré en esto fue
para intentar –intentar- hacer lo que no ha sido hecho. Intentar. No estoy
presumiendo de nada. Hacer algo que ya ha sido hecho para mí no tendría mucho
sentido. Si Neruda fuera todo el horizonte, me habría dedicado a leerlo. Lo
mismo con Parra. Cada ser humano, todos, tiene algo que decir, y nadie más que
él puede decirlo, sea escritor, artista, médico. Es como la huella dactilar.
Todos tenemos algo que decir, que si no lo dices tú, no lo va a decir nadie.
Creo que la poesía es la búsqueda, a veces desgarradora, de algo que sólo
puedes decir tú. Puedes encontrarlo o no.”
Raúl Zurita. Premio Nacional de Literatura de 2000.
Pirateado de una entrevista a raíz de su nueva novela “El día más blanco” (Random House, 2015). Vale.
El Editor
VUELVE
Beatriz
Graciela Moyano
Vuelve a remediar el tormento, pájaro herido
Vuelve, proclama la tibieza en guarda inaugural
-nido útero- vuélvete barro o hierba a mi orilla,
he de mecer tu cuna cantando una niñez repetida
y corregir las tachaduras con enmiendas válidas.
Reconozco en cada huella el resbalado surco
lacerado de úlceras y desvíos.
Vuelve, quema el vértice oscuro, sin paso al destello.
Esa escalera se confunde en bifurcaciones
-mediocridad corrosiva-
Vuelve al deleite de las conquistas
OSCURIDAD SILENCIOSA
Ivonne
Concha Alarcón
Oscuridad silenciosa en los jardines del espíritu, se debate el amor
y el desamor, se perdieron los deseos, los anhelos, los sueños, todo se pierde
en el azul oscuro profundo de la noche larga extensa siniestra donde reposa el
sueño y no se aleja la nostalgia. Nocturno cielo intenso oscuro, las estrellas
del firmamento titilan, resplandecen, iluminan esparciéndose en el cielo como
espuma nocturna, nubes cargadas de copiosas lluvias intensas, envolviendo
tristezas, desesperanzas, invernan los sentimientos, descansa el enojo,
desfallece la primavera en las flores descoloridas, se acerca el otoño con sus
funestas hojas caídas y el descolorido cabello en las sienes grisáceas del
recuerdo. La brisa suave se mece, se asoma llevándose lento las tristezas del
dolor del desamor ansioso. Camina entre los versos muertos callados que deja la
noche inútil, ya no afloran más lágrimas, va encontrando la calma. Acorta la
distancia entre el cielo y el infierno que quedó dormido ayer entre las sábanas
desiertas, desoladas, sin huella de piel de amantes. Un canto de voces se
elevan desde la realidad escapándose por la atmósfera, se entonan desde lejos
canciones lastimeras de amor y nostalgias en un canto triste que deja dolor en
canciones de versos sin vida que hablan de la furia del viento sobre la tumba
que guarda el recuerdo silencioso del amor. El amor camina pausado
reflexionando, reinventándose, reencaminándose sobre los antiguos sueños que
inundan las reflexiones de ilusión volviendo a desear renacer en otro corazón
amante... El amor vive por siempre.
SIN SONIDOS (Reflexión)
Beatriz
Graciela Moyano
Sin sonidos, la noche transita calma, vacía de estridencias que en
el día exasperan, allí se encuentra el "yo" con su verdadera esencia,
en lo profundo del ser, la frecuencia vibratoria se hace más pausada de la que
actuaba en conexión con las voces y fluye el pensamiento. Es bueno saber callar
a tiempo, es cierto... y escuchar es una virtud fundamental de todo aquel que
peregrina aprendiendo. La mente viaja, nada, camina, vuela, entonces aparecen
los peces, los caminos y los pájaros y pueden ser canción o poema, caricia,
beso, demanda o súplica, todo sin sonidos que turben la presencia sincera de la
conciencia, a veces estimula y otras tortura hasta que llega la claridad. El
reposo de la voz da lugar al latido y en ese compás no hay discurso ni lema, hay
armonía silenciosa y puede ser ese el punto donde se encuentre la inspiración.
Pero nadie es tan grande como para aseverar donde se halla la inteligencia o
valía de sus semejantes, ningún mortal está capacitado para discursar al
respecto. Cada artista, escritor o poeta es también un humano único e
irrepetible y sus cualidades poseen la diversidad misma que ostenta su género.
En él está el dar, darse con toda su alma y sapiencia, y los receptores de sus
obras, más el tiempo, recogerán la sustancia o permanecerán en el tumulto de
anónimos valiosos o triviales que pululamos los caminos de las letras.
“Pajaros de la playa” (Fragmento)
Severo
Sarduy
Era nada menos que una doncella alta y de rasgos muy finos, los ojos
claros, la nariz aguileña. El pelo negro y suelto le caía hasta los hombros. La
cubría un manto rojo resaltante, tejido con flores de flamboyán, una tiara de
oro, perlas y pesados rubíes la coronaba. Los collares eran tantos y tan
sonoros que la envolvía una frágil música de maracas minúsculas o de arena
corriendo por el tallo vaciado de un bambú: eran cuentas alternadas de blanco
mate y rojo bordó. Pero lo más sorprendente eran los atributos que blandía: un
cáliz de plata, esplendente cincelado, en la mano izquierda y una espada en la
derecha. Una aureola de luz, como de pequeñas llamas temblorosas, irradiaba su
cuerpo. Alrededor de los pies ligeros aparecieron manzanas rojas. El aroma
exquisito de las frutas irradió el cuarto y el hospital entero, a tal punto que
los carentes de energía que se encontraban bajo la cúpula pentagonal
disfrutando de la luz meridiana, creyeron que les preparaban una exquisita
compota acaramelada con azúcar prieta, un relámpago violento quebró el cielo.
SIN SOMBRAS
Thania
Rincón
Mi voz es silencio roto apenas
a orillas del corazón. J.J.Burgos
Cuando se abandona la noche se dejan de perseguir las sombras. Tal
vez uno gire alguna vez a ver si desaparece la propia. Y suenan vacías las
voces de ensueño que en rendijas de la calle como ecos se forjan. Un hastío
helado hurga en vano en los recuerdos en una memoria descolorida, ya sin
gloria. Resguardada queda el alma enmohecida por el llanto decadente del
desencanto. Sus grietas amarillas escurren soñolientas el remolino de aguas
cristalinas teñidas con gotas negras de un ayer de extraños y enmascarados
cantos. Amalgama estéril el desdén y la repulsa que van apagando las estrellas
una a una, rindiendo al insomnio la ausencia y al implacable seco saco del
olvido arrojan la piel rota, que a nadie extraña, que a nadie nombra, inexplicablemente
ufana, victoriosa en la derrota. Las horas tergiversan viejos sueños. El
silencio los deseos evapora. Descifrados los surcos de extinta euforia,
embriones de pasos difuminan el ocaso, desluciendo maquinales norias, dejando
lasos los apretados lazos, mientras en la penumbra se acunan montículos de paz
edificando un curado corazón solitario, dormitando. Con suave traje de aire se
cubre de auroras, la felicidad, que a lo lejos le sacude su mano en noches sin
sombras en blanco, en noches en blanco sin sombras. Vagas ilusiones distraen la
mortaja que espera en el guindero fatigado, resucitando emociones que fallecen
al segundo, bajo la mirada serena que sólo dibuja una sonrisa triste
sarcástica, compasiva, invadida de tormentas en calma. Tras la pasión y la
ternura inusitadas, sus puños de porcelana vagan en la noche, apretando
esencias en desespero cual frazadas en interminables vacíos de invierno,
intentando atrapar volátiles profundas marcas que confundan misteriosas a la
nada. Cuando se abandona la noche, se deja de perseguir las sombras. Tal vez
uno gire alguna vez a ver si desaparece la propia.
ROBERTA
Maria
de los Angeles Roccato
Roberta seducida observa cómo la figura enciende el cirio y su
cuerpo acusa el suspiro delator del pabilo al comenzar la existencia luminosa,
momento único donde comulgan la densa oscuridad y la tibieza que va dilatando
claridades.
Sobre el rojo tapiz un mazo
de cartas se amontona en despareja caída juntándose irreverentes y sin temor el
ahorcado y el loco, el carro y la emperatriz. Cincuenta y dos imágenes,
idéntica cantidad de las semanas del año, cuatro palos como las estaciones y la
correspondencia de 13 ciclos lunares y femeninos del calendario.
La luna en el cielo está
cercana a marte y ambos tejen emocionales placeres, la brisa cuchichea entre
las acorazonadas hojas del álamo blanco, besa los azahares y llega cantarina y
perfumada al recinto infiltrándose por los poros del encaje hasta quedar
enredada en sus arabescos. Hay muchos más personajes que van desempolvando sus
formas a medida que las pupilas se acomodan a la nueva presencia de luz. Entre
las sombras, las encendidas esmeraldas de Roberta cual encendidas ascuas con
interés siguen el ritual que la mujer realiza cada noche, percibe la inquietud
que la anima al barajar y como con provocativa destreza ordena cada carta en
cruz - entonces el aire parece quedar detenido- ella le reconoce cada línea
cuando frunce el ceño y pierden color sus mejillas y más aún cuando el ambiente
se sume en silencio y casi agotada pierde la mirada tras el ventanal buscando
entre las estrellas el símbolo que no alcanza a descifrar y humedeciendo los
labios propondrá nuevos círculos de 12 dentro uno de 7 y uno de 3 y a modo de
broche central el más excitante anclaje energético, una turquesa en bruto. La
verá sonreír cuando la tirada le ha sido favorable.
La vela ha derramado su ciclo vital, la mujer yace dormida abrazada
a los naipes. Roberta se estira sobre la cama y relajada piensa achicando el
resplandor atrapado en sus cuentas verdosas y haciendo alusión a la reciente
experiencia observada – ¿Sabrá esta mujer el simbolismo 12-7-3 ordenados en
círculos concéntricos ?¿Será capaz de leer las sombras que se adormecen en el
vaivén de humo y que jugando con el filo de luz lunar desparrama olor a cedro y
almizcle?¿Podrá percibir la masa de auras que se entremezclan en sutil
algarabía alrededor de la mortecina la lumbre que en lágrimas blancas encharcó
febril la carpeta de lino?¿Podrá mirarme algún día como lo hago yo, fondeando
los ojos hasta encontrar su alma? – Inquieta y altiva se desliza entre las
flores del acolchado y se percibe el temblor de sus bigotes cuando salta
rescatada de los hechizos de la bruma y de la presencia femenina y deja
flotando con voz gatuna…” humanos que desperdician o desconocen sus dones al
detenerse en el pórtico que conduce a los parajes de la magia y del misterio
universal… lástima retroceden cuando los pórticos se abren”.
Da una voltereta desde la cama a la ventana y sin esperar respuesta
y ronroneando se integra a las sombras de la noche… seguirá hilando misterios
hasta que alguien acuse recibo…mientras… esta noche se lanza maullando en
búsqueda de un nuevo amor gatuno.
Contraportada de CLAUSTRO CORDILLERA de Alvar Lázaro
Diego
Ramírez
Un claustro, un encierro, un libro que articula su forma y el
lenguaje como protagonista entre el cruce de novela y prosa poética que van
tejiendo este entramado, esta madeja, como hebras y helechos que dominan y
contemplan un cuerpo, una muralla, un patio cercado, un deseo cercado. Porque
las voces, y personajes de este libro, viven el encierro metafórico y real,
este claustro no solo es físico, sino también es parte de sus cuerpos, los
domina, los controla. Son vigilados y deben administrar ese gesto más allá de
la locura, del rito, de la exigencia de la tribu, de la desolación y de la
micro política como sobrevivencia, porque algo se esconde, algo no se dice,
algo parece ser el instructivo para este mundo ficcionado que entrampa a sus
personajes. Todo ese universo es parte de esta experimentación, un libro que
asume el riesgo de ese registro fragmentario desde la vertiente neobarroca,
hasta la lucidez de una lengua que se dobla, se traba, que va diciendo como si
fuera plegaria, canción o manifiesto.
Alvar Lazaro nos presenta en su primer libro, un claustro cordillera,
como: “la clase de ritos que trae niños al Recinto. Sin amor y en ese lugar no
llegan de otra forma”, entonces aparecen los jardines, y las imágenes que van
articulando las estéticas: la séptima vértebra dorsal, la caperuza, la
basílica, el campanario la lunularia, la neblina, el patio, la fertilidad, las
flores, las piedras, el musgo, la rabia, la memoria, la grieta, la cuerda, el
infante, el arte de la ornamentación y finalmente un laberinto con un millón de
salidas. Porque ahí están la descripción de escena y la descripción de la gente
y del acontecer, que arman el guión, hasta desembocar en los sueños, como
alucinaciones poéticas, porque en la escritura está la forma en que hablan,
piensan, dicen, la forma en que resisten en ese ejercicio diario del claustro,
y de la cordillera, como si un patio y un jardín podrían ser también la patria,
el sueño de país y sus múltiples murallas y encierros geográficos, metafóricos
y literarios.
Editorial Moda y Pueblo, 2015
F.S.R.Banda
En tanto marca que se desliza, se mueve paralela a la realidad,
repite inversa, copia transformada, virtual, sucede en un instantáneo después
vertiginoso, infinitesimal, un ahora casi en contacto con el aquí y por ello verosímil,
ilusión tras en sobre cristal, intocable y mentida, invertida, lo otro mismo orto, dualiza, no se bifurca, contiene,
cristaliza, quizá absorbe duplicando sucesivo. Vidrio y cinabrio, aguas
quietas, lisa obsidiana, bruñidos metales, cobre, plata o bronce, amalgama de
plomo o estaño, aluminio, derramados vertidos esparcidos sobre la lisura de
sílices intranquilas, plateadas superficies que plagian tu rostro, copian tus
gestos, calcan tus alegrías o tus penas, falsifican tus rasgos, calcan tu
mirada en otros ojos trasplantados, iguales pero sin vida, como muertos bajo el
cristal de un féretro vertical incrustado en el muro. Tus ojos en todas las
lunas, tu rostro enmarcado, limitado por decoradas geometrías, tú devuelta como
imagen, inmaterial, impalpable, sin voz ni tibieza, sin el ácido perfume de las
oscuras rosas rojas, sin el vaho vivo de tu respiración, sin la posibilidad de
acceder a tu ternura, la mirada que no encuentra los fulgores latiendo en el
lado equivocado de la mísera realidad, te observas, te repites, te especulas,
rozas el absurdo invertido, reconoces al que no es, al que nunca ha sido ni
será. Repeticiones inútiles de gestos, rictus, sonrisas cínicas, muecas de
payasos de circo pobre o mohines de falsas esfinges, ambigüedades y aspavientos,
arenas, polvo o cenizas que serán cuando todavía parpadeen los últimos
vestigios de la última vez que te asomaste a esa mentirosa ventana donde los
objetos pierden su realidad y sus concretas geografías. Tu silueta iluminada
intangible, sin la soberbia que te inunda en este reverso ni la imperceptible
corrosión de los años en los gélidos cuarzos de tus manos, vidrieras que te
persiguen repitiéndote como las copas o los vidrios cotidianos, tu bosquejo a
contraluz en las mamparas de las puertas cerradas, tus escorzos en las
acuarelas de la pompas de jabón, en la anilinas metálicas de los pomos que
esperan tu tibia cercanía, tu reverbero en los charcos que te siguen sin
dividirte, innumerables en las calles después de las lluvias. Planos
inquietantes, tridimensionales, pulidos hasta el engaño, relucientes facetas
del ojo de un monstruoso insecto desperdigado en los infinitos universos
posibles, deformaciones cóncavas y convexas, esféricas refracciones del todo,
del absoluto contenido en la reluciente curvatura, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como
el acto generativo, insomnes y fatales (i). Azogues donde despareces.
(i) Borges
Umbrales y resonancias del neobarroco en José Lezama
Lima.
(Segunda
parte)
Luis
Álvarez Álvarez
Camagüey,
Cuba
La década del treinta del siglo XX fue un momento de señalada
circunstancia intelectual en todo el mundo hispánico. No interesa aquí exponer
datos incontestables, sino llamar la atención sobre una confluencia que forma
parte del dar y tomar sobre el cual se construye mucho de la inmensa renovación
poética en lengua castellana en esa época. La primera cuestión tiene que ver
con las peculiaridades de la renovación poética española, que difiere en medida
sustancial de la francesa, la italiana, la rusa o la alemana. En efecto,
mientras en el resto de Europa las vanguardias entrañaban una intensa
prospección de los primeros tanteos transformativos de la poesía —parnasianos,
simbolistas— en la segunda mitad del siglo XIX, por su parte en la Península la
metamorfosis lírica no solo se produce con la vista puesta enfáticamente hacia
delante, sino que además constituye un rescate o, antes bien, un verdadero
redescubrimiento de la estética barroca de los Siglos de Oro.
Cuando los círculos
literarios de nuestra América aún giraban confusos en medio del torbellino de
los «ismos» de vanguardia, desencadenado por el inconforme espíritu europeo de
posguerra —ansioso de nuevas formas de vida más justas y de nuevas formas de
expresión artística de nuestra época convulsa—, el espíritu español encontró y
fijó su propio camino. Sin desaprovechar las conquistas renovadoras de las
escuelas de vanguardia —ultraísmo, creacionismo, surrealismo—, ni los aportes
sustanciales de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, la nueva generación
ahondó en sus raíces, para encontrarse a sí misma en la poderosa tradición de
su poesía (Góngora, Lope, Quevedo, Garcilaso, el Romancero). Esos resplandores
de los siglos de oro fueron revividos por la nueva generación y han iluminado
todos los ámbitos donde predominan la lengua y la inagotable herencia cultural
de España. Coro unánime el de la Generación del 27, en el que cada voz posee su
propia característica y los suficientes registros para su particular concierto (vii).
La revaloración y conquista de la poesía gongorina para la poesía
del siglo XX en castellano se realiza —según tendré que insistir en este
ensayo— como dinámico ejercicio, selectivo y original, de tradición, vale
decir, como modo de elegir predecesores. Sin la menor duda, lo que se produce
en las primeras décadas del siglo XX en la lírica peninsular, constituyo un
correlato —de menor duración tal vez, pero de semejante intensidad creadora— de
la lírica del XVII. Carlos Blanco Aguinaga lo subraya al señalar: “Es posible
que ni en el llamado Siglo de Oro se haya concentrado en algo menos de cuarenta
años una producción lírica española tan amplia y de tan alta calidad como la de
los poetas pertenecientes a la llamada generación del 27” (viii). Con tanta o mayor autoridad Pedro Salinas,
testigo de esa irrupción extraordinaria del nuevo verso barroco en el idioma,
ha valorado con fervor de participante:
[…] la poesía española de
1900 a 1935 se ofrece ya a la historia bien discernible en sus aspiraciones
creadoras, clara en sus líneas, concreta en sus personalidades, como una
constelación de valores, que se tiene ganado un puesto, y de los delanteros, en
la tradición poética española de siempre.
Caracteriza entre otras
cosas, a este medio siglo de lirismo, el haber sido campo de una transformación
del lenguaje poético, no conocida en la poesía española desde el gongorismo, y
de mucho más empuje y alcance, ya que afecta a todos los conceptos hereditarios
y admitidos sobre limitaciones estéticas, moldes métricos y convenciones idiomáticas.
Lo que a mí me importa hoy resaltar es que tal ímpetu novador, a más de irse
por extraños mundos a beneficiar minas nunca tocadas, se aplica también a lo
más conocido de nuestra nacional riqueza, al romance (ix).
Una de las facetas más apasionantes de la generación del 27 es que
su deslumbrante reforma de la lírica española estaba respaldada por un auge, no
menos luminosos, del pensamiento sobre la creación poética. No se olvide además
que es la época marcada por el pensamiento de José Ortega y Gasset quien, por
lo demás, se interesó también por el resurgimiento del interés por Góngora
provocado por la generación del 27, y escribió al respecto algo tan ingenioso y
penetrante como le era característico: “En el gongorismo el arte se manifiesta
sinceramente como lo que es: pura broma, fábula convenida. ¿Y es poco ser
broma? (x)”. Ortega y Gasset encabeza
una revitalización de la filosofía en España, con una altura tal que trasciende
a toda Hispanoamérica, hasta el punto de que Lezama, al publicar en 1956 un
obituario del filósofo español, señalaba: “Años antes que Unamuno se encontraba
con Martí, y tenía que descubrir allí, que dos de las mejores tradiciones
españolas, el barroquismo de esencias y el misticismo, se encontraban de nuevo
en su llegada americana. Ortega el americano, Martí y Unamuno, primer triunfo,
de nuevo en el idioma (xi)”. El
prestigio de Ortega fue asimismo reconocido —pero también cuestionado de manera
polémica en ciertos casos— por diversos filósofos de alto calibre en la Europa
occidental. Ese matiz marca mucho de la escritura de algunos miembros de la
generación del 27, en particular la referida a la conceptualización de la nueva
poesía. Miguel Jaroslaw Flys trae a colación la inquietud con que Antonio
Machado identificaba esa base de sustentación de las nuevas teorías de los
jóvenes neo-gongorinos:
Los poemas están
excesivamente lastrados de pensamiento conceptual, lo que quiere decir que las
imágenes no navegan, como antaño, en el fluir de la conciencia psicológica…
Esta lírica desubjetivizada, destemporalizada, deshumanizada, para emplear la
certera expresión de nuestro Ortega y Gasset, es producto de una actividad más
lógica que estética… (xii)
Al mismo tiempo, es preciso
subrayar que el mismo Jaroslaw Flys insiste en que “Las alusiones críticas a
los poetas de la Generación del 27 también abundan en los escritos de Antonio
Machado (xiii)” y en que este tildaba la
nueva poesía de «nuevo barroco literario» (palabra temible para el autor de Soledades).
El énfasis en lo conceptual llevó a los miembros del grupo al pensar
filosófico. En tal sentido, se estaba entrando en una nueva época, en que no
solo las vanguardias desencadenaban la necesidad de una estética distinta a la
que había venido enraizándose desde Kant y luego se había afirmado con Hipólito
Taine, sino también se tenía conciencia de que el siglo XVII —tal como lo
asumiría, décadas después del orto de la generación del 27, Severo Sarduy en su
ensayística dedicada al tema del barroco— había provocado un renacer de
discurso filosófico en diversas zonas específicas. Tenía razón la generación
del 27. Como apunta uno de sus miembros más peraltados, Dámaso Alonso, también
en el siglo de Quevedo se había producido un incontenible ambiente que
espoleaba hacia delante:
Hay en el arte barroco unos
terribles deseos, un prurito que nunca se sacia. La tradición de belleza, que
acabamos de considerar, está como envuelta por una amenazante tromba
huracanada, como la delicadeza y la gracia de Galatea por el gigantesco amor
del Cíclope. Ese impulso no se sabe de dónde viene: se expresa en paisajes
lóbregos, en sitios desérticos entre peñascales, como en la caverna ciclópea;
estalla en terribles ímpetus, como en el amor y el odio de Polifemo; hierve en
la terrible feracidad de Sicilia, en su campo de espigas y viñedos. La Fábula
de Polifemo, en su monstruosidad y en su belleza, es toda como una
condensación, como una muestra ejemplar del barroquismo.
Este acezante impulso, este
empujón como de fuerzas telúricas, prurito expresivo de lo fuerte, lo
abundante, lo lóbrego, lo deforme, es la nueva aportación del siglo de Góngora:
algo semejante bulle por entonces en artes plásticas, en filosofía, en ciencia.
Esto que fermenta es el
nuevo espíritu. Es una fuerza contraria a la tradición renacentista, que por
entonces la doblega y aun la retuerce, pero no la logra romper. Tendrá aún
muchos refrenos en el siglo XVIII. No triunfará sino (ya muy variada) en el
siglo XIX y, sobre todo, en el XX. Sus hijos, sus criaturas, somos nosotros (xiv).
Tal efervescencia española coincide —y contrasta— en una serie de
rasgos con la terrible depresión en que la cultura cubana había caído luego de
la guerra del 95. Pero nada como el vacío de un sueño desfigurado primero, y
disipado luego en el horror de sus contrarios —carencia de libertades
efectivas, incremento ciego de la discriminación, descarada venta del país a
intereses extranjeros, cumplida corrupción y cinismo total—, para preparar el
afán de regeneración que empieza a gestarse en Cuba en los años de la primera juventud
de Lezama. De aquí que, sin caer en la tontería positivista de la obsesión por
las influencias, ni en la soberana estupidez del sociologismo vulgar, vale la
pena, en el mejor de los modos lezamianos, imaginar las posibles resonancias
que la erupción del pensar creativo español en la época podrían proyectarse
hacia la debilitada, pero no vencida cultura cubana. A las consideraciones
antes citadas, añadía Dámaso Alonso una declaración que enlaza —de manera
concluyente— espíritu de época, renovación del intelecto en su sentido pleno y
transfiguración de la creación artística, e igualmente destaca el sentido de
este nuevo barroco que invade amplias zonas de la expresión en castellano: “El
barroquismo es el choque frontal de tradición secular y desenfrenada osadía
nueva, del tema de la lánguida hermosura y de los monstruosos ímpetus: el
barroquismo no se explica ninguno de estos dos elementos, sino por su choque.
El barroquismo es una enorme «coincidentia oppositorum» (xv)”. Es posible, pues, asumir que la actitud de
reflexión estética desatada de modo impetuoso y juvenil por la generación del
27, también halló su resonancia —que no su imitación— en la América hispánica
y, desde luego, en Cuba (xvi), la cual
en las primeras décadas de la centuria había mantenido, si no incrementado, los
vínculos tradicionales con la cultura española.
vii Ángel Augier: “Introducción” a: Rafael
Alberti en Cuba. Ed. Arte y Literatura. La Habana, 1999, p. 5.
viii Carlos Blanco Aguinaga: “Poéticas del
98, poéticas del 27”, en: Maya Smerdou Altolaguirre, coordinadora: Ecos de la
generación del 98 en la del 27. Ed. Caballo Griego para la Poesía. Madrid,
1998, p. 41.
ix Pedro Salinas: “El siglo XX y la
poesía”, en: Pedro Salinas: Ensayos de literatura hispánica. Aguilar, S.A. Madrid,
1958, p. 336.
x José Ortega y Gasset: “Góngora.
1627-1927”, en: Obras completas de José Ortega y Gasset. 3era. edición. Revista
de Occidente. Madrid, 1955, t. III, p. 586.
xi José Lezama Lima: “La muerte de Ortega y
Gasset”, en: José Lezama Lima: Imagen y posibilidad. Ed. Letras Cubanas. La
Habana, 1981, p. 145.
xii Ápud Miguel Jaroslaw Flys: “Regreso al
futuro: el humanismo de Dámaso Alonso”, en: Maya Smerdou Altolaguirre,
coordinadora: Ecos de la generación del 98 en la del 27. Ediciones Caballo Griego
para la Poesía. Madrid, 1998, p. 68.
xiii Ibíd.
xiv Dámaso Alonso: “Monstruosidad y belleza
en el Polifemo de Góngora”, en: Poesía española. Ensayo de métodos y límites
estilísticos. Ed. Gredos. Madrid, 1952, pp. 387-388.
xv Ibíd., p. 389.
xvi Augier ha señalado que […] durante las
primeras tres décadas del siglo XX, la numerosa e influyente población española
establecida en Cuba —en industria y comercio—, determinaba un caudaloso flujo
informativo de la diaria actualidad hispana en los principales órganos de la
prensa habaneros, sin exceptuar noticias de la esfera cultural. No faltaron en
revistas literarias locales y foráneas ocasionales referencias a las polémicas
corrientes de la vanguardia europea en letras y artes, y los nuevos nombres de
autores de mayor relevancia universal, pero evidentemente los de autores
españoles eran más frecuentes y familiares [Ángel Augier: “Nicolás Guillén y la
generación poética española de 1927”, en: Matías Barchino Pérez y María Rubio
Martín, compiladores: Nicolás Guillén: hispanidad, vanguardia y compromiso
social. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca, 2004, p.
50].
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 209
1º de
Julio de 2015
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