sábado, 24 de octubre de 2015

PARADOXAS N° 210

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año XI - N° 210


INDICE

OSCURIDAD SILENCIOSA - Ivonne Concha Alarcón
SIN SONIDOS (Reflexión) - Beatriz Graciela Moyano
 “Pájaros de la playa” (Fragmento) - Severo Sarduy
SIN SOMBRAS - Thania Rincón
ROBERTA - Maria de los Angeles Roccato
Contraportada de CLAUSTRO CORDILLERA de Alvar Lázaro - Diego Ramírez
ELIPSIS/SISPILE - F.S.R.Banda
Umbrales y resonancias del neobarroco en José Lezama Lima. - Luis Álvarez Álvarez


EDITORIAL


“-Yo siempre me planteé como un artista y como poeta de gran aliento. Si he estado a la altura de eso o no, no lo sé. Si entré en esto fue para intentar –intentar- hacer lo que no ha sido hecho. Intentar. No estoy presumiendo de nada. Hacer algo que ya ha sido hecho para mí no tendría mucho sentido. Si Neruda fuera todo el horizonte, me habría dedicado a leerlo. Lo mismo con Parra. Cada ser humano, todos, tiene algo que decir, y nadie más que él puede decirlo, sea escritor, artista, médico. Es como la huella dactilar. Todos tenemos algo que decir, que si no lo dices tú, no lo va a decir nadie. Creo que la poesía es la búsqueda, a veces desgarradora, de algo que sólo puedes decir tú. Puedes encontrarlo o no.”
Raúl Zurita. Premio Nacional de Literatura de 2000.

Pirateado de una entrevista a raíz de su nueva novela  “El día más blanco” (Random House, 2015). Vale.

El Editor


VUELVE
Beatriz Graciela Moyano

Vuelve a remediar el tormento, pájaro herido

Vuelve, proclama la tibieza en guarda inaugural

-nido útero- vuélvete barro o hierba a mi orilla,

he de mecer tu cuna cantando una niñez repetida

y corregir las tachaduras con enmiendas válidas.

Reconozco en cada huella el resbalado surco

lacerado de úlceras y desvíos.

Vuelve, quema el vértice oscuro, sin paso al destello.

Esa escalera se confunde en bifurcaciones

-mediocridad corrosiva-

Vuelve al deleite de las conquistas


OSCURIDAD SILENCIOSA
Ivonne Concha Alarcón

Oscuridad silenciosa en los jardines del espíritu, se debate el amor y el desamor, se perdieron los deseos, los anhelos, los sueños, todo se pierde en el azul oscuro profundo de la noche larga extensa siniestra donde reposa el sueño y no se aleja la nostalgia. Nocturno cielo intenso oscuro, las estrellas del firmamento titilan, resplandecen, iluminan esparciéndose en el cielo como espuma nocturna, nubes cargadas de copiosas lluvias intensas, envolviendo tristezas, desesperanzas, invernan los sentimientos, descansa el enojo, desfallece la primavera en las flores descoloridas, se acerca el otoño con sus funestas hojas caídas y el descolorido cabello en las sienes grisáceas del recuerdo. La brisa suave se mece, se asoma llevándose lento las tristezas del dolor del desamor ansioso. Camina entre los versos muertos callados que deja la noche inútil, ya no afloran más lágrimas, va encontrando la calma. Acorta la distancia entre el cielo y el infierno que quedó dormido ayer entre las sábanas desiertas, desoladas, sin huella de piel de amantes. Un canto de voces se elevan desde la realidad escapándose por la atmósfera, se entonan desde lejos canciones lastimeras de amor y nostalgias en un canto triste que deja dolor en canciones de versos sin vida que hablan de la furia del viento sobre la tumba que guarda el recuerdo silencioso del amor. El amor camina pausado reflexionando, reinventándose, reencaminándose sobre los antiguos sueños que inundan las reflexiones de ilusión volviendo a desear renacer en otro corazón amante... El amor vive por siempre.


SIN SONIDOS (Reflexión)
Beatriz Graciela Moyano

Sin sonidos, la noche transita calma, vacía de estridencias que en el día exasperan, allí se encuentra el "yo" con su verdadera esencia, en lo profundo del ser, la frecuencia vibratoria se hace más pausada de la que actuaba en conexión con las voces y fluye el pensamiento. Es bueno saber callar a tiempo, es cierto... y escuchar es una virtud fundamental de todo aquel que peregrina aprendiendo. La mente viaja, nada, camina, vuela, entonces aparecen los peces, los caminos y los pájaros y pueden ser canción o poema, caricia, beso, demanda o súplica, todo sin sonidos que turben la presencia sincera de la conciencia, a veces estimula y otras tortura hasta que llega la claridad. El reposo de la voz da lugar al latido y en ese compás no hay discurso ni lema, hay armonía silenciosa y puede ser ese el punto donde se encuentre la inspiración. Pero nadie es tan grande como para aseverar donde se halla la inteligencia o valía de sus semejantes, ningún mortal está capacitado para discursar al respecto. Cada artista, escritor o poeta es también un humano único e irrepetible y sus cualidades poseen la diversidad misma que ostenta su género. En él está el dar, darse con toda su alma y sapiencia, y los receptores de sus obras, más el tiempo, recogerán la sustancia o permanecerán en el tumulto de anónimos valiosos o triviales que pululamos los caminos de las letras.


“Pajaros de la playa” (Fragmento)
Severo Sarduy

Era nada menos que una doncella alta y de rasgos muy finos, los ojos claros, la nariz aguileña. El pelo negro y suelto le caía hasta los hombros. La cubría un manto rojo resaltante, tejido con flores de flamboyán, una tiara de oro, perlas y pesados rubíes la coronaba. Los collares eran tantos y tan sonoros que la envolvía una frágil música de maracas minúsculas o de arena corriendo por el tallo vaciado de un bambú: eran cuentas alternadas de blanco mate y rojo bordó. Pero lo más sorprendente eran los atributos que blandía: un cáliz de plata, esplendente cincelado, en la mano izquierda y una espada en la derecha. Una aureola de luz, como de pequeñas llamas temblorosas, irradiaba su cuerpo. Alrededor de los pies ligeros aparecieron manzanas rojas. El aroma exquisito de las frutas irradió el cuarto y el hospital entero, a tal punto que los carentes de energía que se encontraban bajo la cúpula pentagonal disfrutando de la luz meridiana, creyeron que les preparaban una exquisita compota acaramelada con azúcar prieta, un relámpago violento quebró el cielo.


SIN SOMBRAS
Thania Rincón

Mi voz es silencio roto apenas
a orillas del corazón. J.J.Burgos

Cuando se abandona la noche se dejan de perseguir las sombras. Tal vez uno gire alguna vez a ver si desaparece la propia. Y suenan vacías las voces de ensueño que en rendijas de la calle como ecos se forjan. Un hastío helado hurga en vano en los recuerdos en una memoria descolorida, ya sin gloria. Resguardada queda el alma enmohecida por el llanto decadente del desencanto. Sus grietas amarillas escurren soñolientas el remolino de aguas cristalinas teñidas con gotas negras de un ayer de extraños y enmascarados cantos. Amalgama estéril el desdén y la repulsa que van apagando las estrellas una a una, rindiendo al insomnio la ausencia y al implacable seco saco del olvido arrojan la piel rota, que a nadie extraña, que a nadie nombra, inexplicablemente ufana, victoriosa en la derrota. Las horas tergiversan viejos sueños. El silencio los deseos evapora. Descifrados los surcos de extinta euforia, embriones de pasos difuminan el ocaso, desluciendo maquinales norias, dejando lasos los apretados lazos, mientras en la penumbra se acunan montículos de paz edificando un curado corazón solitario, dormitando. Con suave traje de aire se cubre de auroras, la felicidad, que a lo lejos le sacude su mano en noches sin sombras en blanco, en noches en blanco sin sombras. Vagas ilusiones distraen la mortaja que espera en el guindero fatigado, resucitando emociones que fallecen al segundo, bajo la mirada serena que sólo dibuja una sonrisa triste sarcástica, compasiva, invadida de tormentas en calma. Tras la pasión y la ternura inusitadas, sus puños de porcelana vagan en la noche, apretando esencias en desespero cual frazadas en interminables vacíos de invierno, intentando atrapar volátiles profundas marcas que confundan misteriosas a la nada. Cuando se abandona la noche, se deja de perseguir las sombras. Tal vez uno gire alguna vez a ver si desaparece la propia.


ROBERTA
Maria de los Angeles Roccato

Roberta seducida observa cómo la figura enciende el cirio y su cuerpo acusa el suspiro delator del pabilo al comenzar la existencia luminosa, momento único donde comulgan la densa oscuridad y la tibieza que va dilatando claridades.
 Sobre el rojo tapiz un mazo de cartas se amontona en despareja caída juntándose irreverentes y sin temor el ahorcado y el loco, el carro y la emperatriz. Cincuenta y dos imágenes, idéntica cantidad de las semanas del año, cuatro palos como las estaciones y la correspondencia de 13 ciclos lunares y femeninos del calendario.
 La luna en el cielo está cercana a marte y ambos tejen emocionales placeres, la brisa cuchichea entre las acorazonadas hojas del álamo blanco, besa los azahares y llega cantarina y perfumada al recinto infiltrándose por los poros del encaje hasta quedar enredada en sus arabescos. Hay muchos más personajes que van desempolvando sus formas a medida que las pupilas se acomodan a la nueva presencia de luz. Entre las sombras, las encendidas esmeraldas de Roberta cual encendidas ascuas con interés siguen el ritual que la mujer realiza cada noche, percibe la inquietud que la anima al barajar y como con provocativa destreza ordena cada carta en cruz - entonces el aire parece quedar detenido- ella le reconoce cada línea cuando frunce el ceño y pierden color sus mejillas y más aún cuando el ambiente se sume en silencio y casi agotada pierde la mirada tras el ventanal buscando entre las estrellas el símbolo que no alcanza a descifrar y humedeciendo los labios propondrá nuevos círculos de 12 dentro uno de 7 y uno de 3 y a modo de broche central el más excitante anclaje energético, una turquesa en bruto. La verá sonreír cuando la tirada le ha sido favorable.
La vela ha derramado su ciclo vital, la mujer yace dormida abrazada a los naipes. Roberta se estira sobre la cama y relajada piensa achicando el resplandor atrapado en sus cuentas verdosas y haciendo alusión a la reciente experiencia observada – ¿Sabrá esta mujer el simbolismo 12-7-3 ordenados en círculos concéntricos ?¿Será capaz de leer las sombras que se adormecen en el vaivén de humo y que jugando con el filo de luz lunar desparrama olor a cedro y almizcle?¿Podrá percibir la masa de auras que se entremezclan en sutil algarabía alrededor de la mortecina la lumbre que en lágrimas blancas encharcó febril la carpeta de lino?¿Podrá mirarme algún día como lo hago yo, fondeando los ojos hasta encontrar su alma? – Inquieta y altiva se desliza entre las flores del acolchado y se percibe el temblor de sus bigotes cuando salta rescatada de los hechizos de la bruma y de la presencia femenina y deja flotando con voz gatuna…” humanos que desperdician o desconocen sus dones al detenerse en el pórtico que conduce a los parajes de la magia y del misterio universal… lástima retroceden cuando los pórticos se abren”.
Da una voltereta desde la cama a la ventana y sin esperar respuesta y ronroneando se integra a las sombras de la noche… seguirá hilando misterios hasta que alguien acuse recibo…mientras… esta noche se lanza maullando en búsqueda de un nuevo amor gatuno.


Contraportada de CLAUSTRO CORDILLERA de Alvar Lázaro
Diego Ramírez

Un claustro, un encierro, un libro que articula su forma y el lenguaje como protagonista entre el cruce de novela y prosa poética que van tejiendo este entramado, esta madeja, como hebras y helechos que dominan y contemplan un cuerpo, una muralla, un patio cercado, un deseo cercado. Porque las voces, y personajes de este libro, viven el encierro metafórico y real, este claustro no solo es físico, sino también es parte de sus cuerpos, los domina, los controla. Son vigilados y deben administrar ese gesto más allá de la locura, del rito, de la exigencia de la tribu, de la desolación y de la micro política como sobrevivencia, porque algo se esconde, algo no se dice, algo parece ser el instructivo para este mundo ficcionado que entrampa a sus personajes. Todo ese universo es parte de esta experimentación, un libro que asume el riesgo de ese registro fragmentario desde la vertiente neobarroca, hasta la lucidez de una lengua que se dobla, se traba, que va diciendo como si fuera plegaria, canción o manifiesto.  Alvar Lazaro nos presenta en su primer libro, un claustro cordillera, como: “la clase de ritos que trae niños al Recinto. Sin amor y en ese lugar no llegan de otra forma”, entonces aparecen los jardines, y las imágenes que van articulando las estéticas: la séptima vértebra dorsal, la caperuza, la basílica, el campanario la lunularia, la neblina, el patio, la fertilidad, las flores, las piedras, el musgo, la rabia, la memoria, la grieta, la cuerda, el infante, el arte de la ornamentación y finalmente un laberinto con un millón de salidas. Porque ahí están la descripción de escena y la descripción de la gente y del acontecer, que arman el guión, hasta desembocar en los sueños, como alucinaciones poéticas, porque en la escritura está la forma en que hablan, piensan, dicen, la forma en que resisten en ese ejercicio diario del claustro, y de la cordillera, como si un patio y un jardín podrían ser también la patria, el sueño de país y sus múltiples murallas y encierros geográficos, metafóricos y literarios.

Editorial Moda y Pueblo, 2015


F.S.R.Banda

En tanto marca que se desliza, se mueve paralela a la realidad, repite inversa, copia transformada, virtual, sucede en un instantáneo después vertiginoso, infinitesimal, un ahora casi en contacto con el aquí y por ello verosímil, ilusión tras en sobre cristal, intocable y mentida, invertida, lo otro mismo orto, dualiza, no se bifurca, contiene, cristaliza, quizá absorbe duplicando sucesivo. Vidrio y cinabrio, aguas quietas, lisa obsidiana, bruñidos metales, cobre, plata o bronce, amalgama de plomo o estaño, aluminio, derramados vertidos esparcidos sobre la lisura de sílices intranquilas, plateadas superficies que plagian tu rostro, copian tus gestos, calcan tus alegrías o tus penas, falsifican tus rasgos, calcan tu mirada en otros ojos trasplantados, iguales pero sin vida, como muertos bajo el cristal de un féretro vertical incrustado en el muro. Tus ojos en todas las lunas, tu rostro enmarcado, limitado por decoradas geometrías, tú devuelta como imagen, inmaterial, impalpable, sin voz ni tibieza, sin el ácido perfume de las oscuras rosas rojas, sin el vaho vivo de tu respiración, sin la posibilidad de acceder a tu ternura, la mirada que no encuentra los fulgores latiendo en el lado equivocado de la mísera realidad, te observas, te repites, te especulas, rozas el absurdo invertido, reconoces al que no es, al que nunca ha sido ni será. Repeticiones inútiles de gestos, rictus, sonrisas cínicas, muecas de payasos de circo pobre o mohines de falsas esfinges, ambigüedades y aspavientos, arenas, polvo o cenizas que serán cuando todavía parpadeen los últimos vestigios de la última vez que te asomaste a esa mentirosa ventana donde los objetos pierden su realidad y sus concretas geografías. Tu silueta iluminada intangible, sin la soberbia que te inunda en este reverso ni la imperceptible corrosión de los años en los gélidos cuarzos de tus manos, vidrieras que te persiguen repitiéndote como las copas o los vidrios cotidianos, tu bosquejo a contraluz en las mamparas de las puertas cerradas, tus escorzos en las acuarelas de la pompas de jabón, en la anilinas metálicas de los pomos que esperan tu tibia cercanía, tu reverbero en los charcos que te siguen sin dividirte, innumerables en las calles después de las lluvias. Planos inquietantes, tridimensionales, pulidos hasta el engaño, relucientes facetas del ojo de un monstruoso insecto desperdigado en los infinitos universos posibles, deformaciones cóncavas y convexas, esféricas refracciones del todo, del absoluto contenido en la reluciente curvatura, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales (i). Azogues donde despareces.

(i) Borges


Umbrales y resonancias del neobarroco en José Lezama Lima.
(Segunda parte)
Luis Álvarez Álvarez
Camagüey, Cuba

La década del treinta del siglo XX fue un momento de señalada circunstancia intelectual en todo el mundo hispánico. No interesa aquí exponer datos incontestables, sino llamar la atención sobre una confluencia que forma parte del dar y tomar sobre el cual se construye mucho de la inmensa renovación poética en lengua castellana en esa época. La primera cuestión tiene que ver con las peculiaridades de la renovación poética española, que difiere en medida sustancial de la francesa, la italiana, la rusa o la alemana. En efecto, mientras en el resto de Europa las vanguardias entrañaban una intensa prospección de los primeros tanteos transformativos de la poesía —parnasianos, simbolistas— en la segunda mitad del siglo XIX, por su parte en la Península la metamorfosis lírica no solo se produce con la vista puesta enfáticamente hacia delante, sino que además constituye un rescate o, antes bien, un verdadero redescubrimiento de la estética barroca de los Siglos de Oro.
Cuando los círculos literarios de nuestra América aún giraban confusos en medio del torbellino de los «ismos» de vanguardia, desencadenado por el inconforme espíritu europeo de posguerra —ansioso de nuevas formas de vida más justas y de nuevas formas de expresión artística de nuestra época convulsa—, el espíritu español encontró y fijó su propio camino. Sin desaprovechar las conquistas renovadoras de las escuelas de vanguardia —ultraísmo, creacionismo, surrealismo—, ni los aportes sustanciales de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, la nueva generación ahondó en sus raíces, para encontrarse a sí misma en la poderosa tradición de su poesía (Góngora, Lope, Quevedo, Garcilaso, el Romancero). Esos resplandores de los siglos de oro fueron revividos por la nueva generación y han iluminado todos los ámbitos donde predominan la lengua y la inagotable herencia cultural de España. Coro unánime el de la Generación del 27, en el que cada voz posee su propia característica y los suficientes registros para su particular concierto (vii).
La revaloración y conquista de la poesía gongorina para la poesía del siglo XX en castellano se realiza —según tendré que insistir en este ensayo— como dinámico ejercicio, selectivo y original, de tradición, vale decir, como modo de elegir predecesores. Sin la menor duda, lo que se produce en las primeras décadas del siglo XX en la lírica peninsular, constituyo un correlato —de menor duración tal vez, pero de semejante intensidad creadora— de la lírica del XVII. Carlos Blanco Aguinaga lo subraya al señalar: “Es posible que ni en el llamado Siglo de Oro se haya concentrado en algo menos de cuarenta años una producción lírica española tan amplia y de tan alta calidad como la de los poetas pertenecientes a la llamada generación del 27” (viii).  Con tanta o mayor autoridad Pedro Salinas, testigo de esa irrupción extraordinaria del nuevo verso barroco en el idioma, ha valorado con fervor de participante:
[…] la poesía española de 1900 a 1935 se ofrece ya a la historia bien discernible en sus aspiraciones creadoras, clara en sus líneas, concreta en sus personalidades, como una constelación de valores, que se tiene ganado un puesto, y de los delanteros, en la tradición poética española de siempre.
Caracteriza entre otras cosas, a este medio siglo de lirismo, el haber sido campo de una transformación del lenguaje poético, no conocida en la poesía española desde el gongorismo, y de mucho más empuje y alcance, ya que afecta a todos los conceptos hereditarios y admitidos sobre limitaciones estéticas, moldes métricos y convenciones idiomáticas. Lo que a mí me importa hoy resaltar es que tal ímpetu novador, a más de irse por extraños mundos a beneficiar minas nunca tocadas, se aplica también a lo más conocido de nuestra nacional riqueza, al romance (ix).
Una de las facetas más apasionantes de la generación del 27 es que su deslumbrante reforma de la lírica española estaba respaldada por un auge, no menos luminosos, del pensamiento sobre la creación poética. No se olvide además que es la época marcada por el pensamiento de José Ortega y Gasset quien, por lo demás, se interesó también por el resurgimiento del interés por Góngora provocado por la generación del 27, y escribió al respecto algo tan ingenioso y penetrante como le era característico: “En el gongorismo el arte se manifiesta sinceramente como lo que es: pura broma, fábula convenida. ¿Y es poco ser broma? (x)”.  Ortega y Gasset encabeza una revitalización de la filosofía en España, con una altura tal que trasciende a toda Hispanoamérica, hasta el punto de que Lezama, al publicar en 1956 un obituario del filósofo español, señalaba: “Años antes que Unamuno se encontraba con Martí, y tenía que descubrir allí, que dos de las mejores tradiciones españolas, el barroquismo de esencias y el misticismo, se encontraban de nuevo en su llegada americana. Ortega el americano, Martí y Unamuno, primer triunfo, de nuevo en el idioma (xi)”.  El prestigio de Ortega fue asimismo reconocido —pero también cuestionado de manera polémica en ciertos casos— por diversos filósofos de alto calibre en la Europa occidental. Ese matiz marca mucho de la escritura de algunos miembros de la generación del 27, en particular la referida a la conceptualización de la nueva poesía. Miguel Jaroslaw Flys trae a colación la inquietud con que Antonio Machado identificaba esa base de sustentación de las nuevas teorías de los jóvenes neo-gongorinos:
Los poemas están excesivamente lastrados de pensamiento conceptual, lo que quiere decir que las imágenes no navegan, como antaño, en el fluir de la conciencia psicológica… Esta lírica desubjetivizada, destemporalizada, deshumanizada, para emplear la certera expresión de nuestro Ortega y Gasset, es producto de una actividad más lógica que estética… (xii)
 Al mismo tiempo, es preciso subrayar que el mismo Jaroslaw Flys insiste en que “Las alusiones críticas a los poetas de la Generación del 27 también abundan en los escritos de Antonio Machado (xiii)”  y en que este tildaba la nueva poesía de «nuevo barroco literario» (palabra temible para el autor de Soledades). El énfasis en lo conceptual llevó a los miembros del grupo al pensar filosófico. En tal sentido, se estaba entrando en una nueva época, en que no solo las vanguardias desencadenaban la necesidad de una estética distinta a la que había venido enraizándose desde Kant y luego se había afirmado con Hipólito Taine, sino también se tenía conciencia de que el siglo XVII —tal como lo asumiría, décadas después del orto de la generación del 27, Severo Sarduy en su ensayística dedicada al tema del barroco— había provocado un renacer de discurso filosófico en diversas zonas específicas. Tenía razón la generación del 27. Como apunta uno de sus miembros más peraltados, Dámaso Alonso, también en el siglo de Quevedo se había producido un incontenible ambiente que espoleaba hacia delante:
Hay en el arte barroco unos terribles deseos, un prurito que nunca se sacia. La tradición de belleza, que acabamos de considerar, está como envuelta por una amenazante tromba huracanada, como la delicadeza y la gracia de Galatea por el gigantesco amor del Cíclope. Ese impulso no se sabe de dónde viene: se expresa en paisajes lóbregos, en sitios desérticos entre peñascales, como en la caverna ciclópea; estalla en terribles ímpetus, como en el amor y el odio de Polifemo; hierve en la terrible feracidad de Sicilia, en su campo de espigas y viñedos. La Fábula de Polifemo, en su monstruosidad y en su belleza, es toda como una condensación, como una muestra ejemplar del barroquismo.
Este acezante impulso, este empujón como de fuerzas telúricas, prurito expresivo de lo fuerte, lo abundante, lo lóbrego, lo deforme, es la nueva aportación del siglo de Góngora: algo semejante bulle por entonces en artes plásticas, en filosofía, en ciencia.
Esto que fermenta es el nuevo espíritu. Es una fuerza contraria a la tradición renacentista, que por entonces la doblega y aun la retuerce, pero no la logra romper. Tendrá aún muchos refrenos en el siglo XVIII. No triunfará sino (ya muy variada) en el siglo XIX y, sobre todo, en el XX. Sus hijos, sus criaturas, somos nosotros (xiv).
Tal efervescencia española coincide —y contrasta— en una serie de rasgos con la terrible depresión en que la cultura cubana había caído luego de la guerra del 95. Pero nada como el vacío de un sueño desfigurado primero, y disipado luego en el horror de sus contrarios —carencia de libertades efectivas, incremento ciego de la discriminación, descarada venta del país a intereses extranjeros, cumplida corrupción y cinismo total—, para preparar el afán de regeneración que empieza a gestarse en Cuba en los años de la primera juventud de Lezama. De aquí que, sin caer en la tontería positivista de la obsesión por las influencias, ni en la soberana estupidez del sociologismo vulgar, vale la pena, en el mejor de los modos lezamianos, imaginar las posibles resonancias que la erupción del pensar creativo español en la época podrían proyectarse hacia la debilitada, pero no vencida cultura cubana. A las consideraciones antes citadas, añadía Dámaso Alonso una declaración que enlaza —de manera concluyente— espíritu de época, renovación del intelecto en su sentido pleno y transfiguración de la creación artística, e igualmente destaca el sentido de este nuevo barroco que invade amplias zonas de la expresión en castellano: “El barroquismo es el choque frontal de tradición secular y desenfrenada osadía nueva, del tema de la lánguida hermosura y de los monstruosos ímpetus: el barroquismo no se explica ninguno de estos dos elementos, sino por su choque. El barroquismo es una enorme «coincidentia oppositorum» (xv)”.  Es posible, pues, asumir que la actitud de reflexión estética desatada de modo impetuoso y juvenil por la generación del 27, también halló su resonancia —que no su imitación— en la América hispánica y, desde luego, en Cuba (xvi),  la cual en las primeras décadas de la centuria había mantenido, si no incrementado, los vínculos tradicionales con la cultura española.

vii Ángel Augier: “Introducción” a: Rafael Alberti en Cuba. Ed. Arte y Literatura. La Habana, 1999, p. 5.
viii Carlos Blanco Aguinaga: “Poéticas del 98, poéticas del 27”, en: Maya Smerdou Altolaguirre, coordinadora: Ecos de la generación del 98 en la del 27. Ed. Caballo Griego para la Poesía. Madrid, 1998, p. 41.
ix Pedro Salinas: “El siglo XX y la poesía”, en: Pedro Salinas: Ensayos de literatura hispánica. Aguilar, S.A. Madrid, 1958, p. 336.
x José Ortega y Gasset: “Góngora. 1627-1927”, en: Obras completas de José Ortega y Gasset. 3era. edición. Revista de Occidente. Madrid, 1955, t. III, p. 586.
xi José Lezama Lima: “La muerte de Ortega y Gasset”, en: José Lezama Lima: Imagen y posibilidad. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1981, p. 145.
xii Ápud Miguel Jaroslaw Flys: “Regreso al futuro: el humanismo de Dámaso Alonso”, en: Maya Smerdou Altolaguirre, coordinadora: Ecos de la generación del 98 en la del 27. Ediciones Caballo Griego para la Poesía. Madrid, 1998, p. 68.
xiii Ibíd.
xiv Dámaso Alonso: “Monstruosidad y belleza en el Polifemo de Góngora”, en: Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos. Ed. Gredos. Madrid, 1952, pp. 387-388.
xv Ibíd., p. 389.
xvi Augier ha señalado que […] durante las primeras tres décadas del siglo XX, la numerosa e influyente población española establecida en Cuba —en industria y comercio—, determinaba un caudaloso flujo informativo de la diaria actualidad hispana en los principales órganos de la prensa habaneros, sin exceptuar noticias de la esfera cultural. No faltaron en revistas literarias locales y foráneas ocasionales referencias a las polémicas corrientes de la vanguardia europea en letras y artes, y los nuevos nombres de autores de mayor relevancia universal, pero evidentemente los de autores españoles eran más frecuentes y familiares [Ángel Augier: “Nicolás Guillén y la generación poética española de 1927”, en: Matías Barchino Pérez y María Rubio Martín, compiladores: Nicolás Guillén: hispanidad, vanguardia y compromiso social. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca, 2004, p. 50].



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 209
1º de Julio de 2015


No hay comentarios:

Publicar un comentario