domingo, 24 de enero de 2016

PARADOXAS N° 214

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Numero Especial - Monografía en homenaje a Francisco Antonio Ruiz Caballero

Año XI - N° 214


INDICE

El Criador de Libélulas - Segunda versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Criador de Libélulas - Tercera versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Criador de Libélulas - Cuarta versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Criador de Libélulas - Sexta Versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Criador de Libélulas- Séptima versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
BREVE SEMBLANZA DEL CRIADOR DE LIBELULAS - F.S.R.Banda
El Criador de Libélulas. Quinta Versión. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
BREVE RELACION  DE LAS EXEQUIAS DEL CRIADOR DE LIBELULAS - F.S.R.Banda


EDITORIAL

Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. A Leopoldo Lugones. El hacedor (1960), Jorge Luis Borges.

Entre el 2 de febrero y el 13 de marzo del 2007, Francisco Antonio Ruiz Caballero escribió las seis versiones de su saga “El Criador de Libélulas”, numeradas de la primera a la séptima, sin incluir, misteriosamente, la quinta versión.
Deslumbrado y obsesivamente influenciado por los asombros y maravillas de esos textos, en octubre del 2008 me atreví a escribir “Breve Semblanza del Criador de Libélulas”, que sería mi primer texto de lo que di después en llamar ‘surrealismo neobarroco’, sin sospechar que “era el primero de una serie infinita” (i).
Seis años después de escribir esa sucesión incompleta, el 26 de marzo del 2013, Ruiz Caballero publicó subrepticiamente la quinta versión. Ese mismo día le escribí al autor la siguiente nota:
Maestro, ha escrito Usted un exquisito y delicado texto, incluidas las habituales procacidades que suele condensar en sus poemas. No conocía el Stabat Mater, y acabo de leer esa perdida quinta versión de El Criador de Libélulas en completo éxtasis bajo el misterio de su música. La lectura de su prodigio me ha renovado el asombro y la non sancta envidia por su obra, con su lenguaje extraordinario y su imaginario infinito, como es usual. A la vez me obliga a escribir, dentro de mis limitaciones y mis burdas artes literarias, una nueva versión de mi Breve Semblanza del Criador de Libélulas (i), que aunque sé por demás que no alcanzará la majestuosa altura de su Quinta Versión espero le sea de indulgente agrado.
Con sincera admiración,
Salud!
Fernán S. R. Banda, mismo
26 de marzo de 2013
Santiago de Chile
Le adjunté a la nota mi “Breve Semblanza del Criador de Libélulas” como recordatorio, y también el mismo día recibí su respuesta:
De: Francisco Antonio Ruiz Caballero
Fecha: 26 de marzo de 2013, 19:32
Asunto: Re: Referencia: El Criador de Libélulas. Quinta Versión.
Para: "Fernán S.R. Banda"
¿CÓMO PUEDE SER USTED TAN INTELIGENTE, QUÉ LE DIERON DE COMER DE CHICO?. ES USTED UN MAGNÍFICO ESCRITOR. ES MUCHO MEJOR QUE YO. YO REPITO TRES VECES LA PALABRA "ANTIGUO" CUANDO LO PODÍA HABER SUSTITUIDO PERFECTAMENTE POR "VIEJO". SU ESCRITO ES MARAVILLOSO.
Ahora bien, el tiempo, ese enemigo formidable, fue pasando rápido y sigiloso y no concreté por esos soles mi intención de ese texto por escribir.
El catorce de enero del 2014, me llegó “He soñado con una Cucaracha de Colores.”, dos breves descripción de dos extraños sueños, uno con cucarachas y el otro con garbanzos, que por lo que sé, fue el último texto que escribió este sevillano genial.
Esperé en vano sus publicaciones, no volvió a aparecer. El dos de marzo lancé un llamado en Internet preguntado si alguien sabía de él. A los dos días recibí esta nota:
De: Mario Guinea Díaz
Fecha: 4 de marzo de 2014, 1:57
Asunto: Re: Consulta
Para: "Fernán S.R. Banda"
Perdona, no había leído tu mensaje hasta ahora.
Soy Mario Guinea, compañero de Francisco de la universidad. Al parecer le dio un ictus hace un par de semanas y tiene la mitad de su cuerpo casi inmovilizada, en concreto la parte derecha, incluyendo la mano derecha, lo que le impide por el momento usar el ordenador. Estaba en silla de ruedas. Si lo encuentro (lo tengo apuntado en algún sitio, pero no sé ahora dónde) te daré su teléfono. Estaba empezando esta semana a ir a rehabilitación, creo.
Y tres meses después esta triste confirmación:
De: KUENTERO GREEN
Fecha: 13 de junio de 2014, 9:20
Asunto: NOTICIAS DE FRANCISCO RUIZ CABALLERO
Para: "Fernan S.R.Banda"
Francisco, en las fechas en que ha dejado de escribir, sufrió un ictus, que le ha dejado paralizado parte de su cuerpo. Ha estado hospitalizado largo tiempo. Actualmente está de alta pero con movilidad reducida y todo ello agravado por su deterioro mental. Lamento transmitir estas noticias. Saludos.
Por estos días he comenzado a editar toda la obra prosística de Ruiz Caballero, más de cuatrocientos textos, y eso me llevó a recordar la intención de continuar mi “Breve Semblanza del Criador de Libélulas” en respuesta a su quinta versión. La que he escrito escuchando, obviamente el Stabat Mater de Giovanni Battista, tal como escribí hace seis años la ‘Semblanza’ oyendo las tocatas de Girolamo Frescobaldi, y ahora mientras escribo esta Editorial, el Adagio del Quinteto para Cello de Franz Schubert. Vale.

(i) El Aleph, (1949). Jorge Luis Borges.

F.S.R. Banda, Editor
Santiago de Chile, 1 Noviembre de 2015



El Criador de Libélulas - Primera versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

El criador de libélulas, el criador de caballitos del diablo, es un aristócrata exquisito, un sibarita de lo sublime. Mientras escucha las tocatas de Frescobaldi observa el jarrón de cristal rojo con cinco rosas encarnadas. En una tarima otro vaso de vidrio sostiene limpísimo una exuberante orquídea blanca. Más allá, en la pared donde frenéticos paramecios amarillos copulan lujuriosos, un cuadro muestra a Zeus en forma de cisne sobre los pechos de Leda, y otro cuadro, de un riguroso neoclásico, descubre la golfa decadencia del Imperio Romano en una afrodisíaca bacanal. El cisne de pico carmesí en los senos de la diosa compite con el torso de un atleta desnudo, las rosas encarnadas, exhalando su alma de bálsamo feroz, luchan contra la prostituta corola de la Orchis , obscena y purísima, combate espléndido, afrutado de arpegios rosas y nimbado de plata y nácar. No se sabe quién vence, si las purísimas y atrevidas reinas exhalantes o la puta sin perfume que se quita los guantes con desvergüenza, no se sabe quién triunfa, si la blanca pantera exquisita o las cinco doncellas exuberantes y lesbianas, pero los jarrones de cristal hacen una delicia de carmín agudo en dicha guerra pavorosa. Un acuario con shubukins, amarillos cobres y naranjas metálicos, transidamente testifica la soberbia del fastuoso salón. El criador de libélulas cambia la música, apaga la armonía dificilísima de las tocatas de Frescobaldi, e introduce el virtuosísmo de un concierto de clavecín y guitarra de Bach, es decir, el combate de Polifemo contra las libélulas se hace presente con una cadencia voluptuosa, las rosas, la orquídea, los shubukins, y cientos de verdes caballitos del diablo y Drosophilas melanogaster en la habitación. El criador de libélulas se deleita en el sillón de terciopelo verde escuchando las evoluciones del clavecín y la guitarra, combate lleno de campanitas y caramelos de cola, ácidos y dulcísimos, y se fastúa del denso aroma de las cinco lesbianas voluptuosas, encarnadas y feroces. En botes de cristal se crían las Drosophilas, en botes de cristal, también, los levísimos y fragilísimos odonatos pasan, de su adolescencia acuática, al aire, para ser los tigres de las minimísimas moscas. La habitación está llena de mosquitas, la habitación está llena de libélulas. Los frágiles y verdiazules caballitos del diablo revolotean de pared en pared con una levedad y una banalidad indecorosa. El criador se extasía en la magna contemplación de la aberrante naturaleza que le rodea. Los shubukins, en las claras profundidades de su transparente cárcel, besuquean un concierto de ondas marinas y pompas de jabón añiles. Las levísimas moscas son cazadas al vuelo por los fragilísimos odonatos. Sobre la orquídea, sobre el pico del cisne, sobre una rosa encarnada, se posa el insecto. El clavecín y la guitarra, enfurecidos y deliciosos, perfumean el perfume de las hetairas, y aroman el acuario de los metálicos shubukins, y, en el sillón de limpio terciopelo verde, el criador de libélulas se masturba, frenético, desvergonzado, y procaz.

Sevilla, España, Febrero 2 de 2007.



El Criador de Libélulas - Segunda versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Dos ángeles, dos espejos, miles de insectos. El salón, artefactuado con un papel tintado de rosas amarillas y arabescos, posee una lámpara de cinco brazos de sucedáneo de plata. Dos lujosos espejos reflejan toda la habitación por partida doble, y un cuadro de Canaletto descubre una Venecia verde y surrealista como una Atlántida in extremis. Sobre un sillón de terciopelo rojo, rabioso como el de un burdel cualquiera, uno de los efebos, rapado al cero, recibe la felación de otro de los efebos, un mulato de pelo rizado y osamenta perfecta. Desnudos y sedientos se ofrecen a si mismos como perfectos arcángeles sodomitas en plena lucha corporal por una difícil Apoteosis. La boca del negro se posa con primor y desvergüenza sobre el falo circunciso del deleitado, pájaros de colores indescriptibles pasan por los ojos cerrados del descrito, que se entrega al placer igual que un vino. El esclavo succiona y succiona lenta y nutritivamente, como si rezase, y su única preocupación es la verga rotunda. Pequeñas libélulas de cristal verde, pequeños caballitos del diablo, flotan en el ambiente y se posan sobre los cuerpos y las cosas. Jarrones de malaquita llenos de rosas y de orquídeas adjudican a la habitación un barroco indecoroso y salvaje, prostitutas, las flores, son las testigos insomnes de la proeza sexual que se comete. Las libélulas revolotean de un lado para otro, son miles, se posan sobre las flores, sobre las rosas rojas, sobre las orquídeas naranjas, sobre los arabescos del papel tintado, sobre los vasos de absenta verde, sobre los espejos hieráticos, sobre Venecia. Las estribaciones del deleite cambian cuando el Skin Head, renunciando a su papel de amo, se pone a lamer la lanza africana de su mulato esclavo; sobre ellos se posan los verdiazules caballitos del diablo y tatúan una piel doble de café con leche, como un concierto de campanitas de cristal sobre dragones. La orgía está acompañada de mínimos odonatos, tal si fueran estrellas verdes esmaltando esculturas. Las rosas exhalan un arpegio de voluptuosidad hacia el techo de escayola, en las rosas y arabescos amarillos del papel las libélulas parecen extrañas lágrimas de lirios, y en las orquídeas naranjas los minúsculos zapateros son como un débil cascabeleo sobre ninfomanía vegetal. Los dos muchachos prosiguen su acto contranatura obsequiándose una doble y monstruosa fellatio sublime. Sobre la firma de Canaletto, oh sacrilegio execrable, en el cuadro de Venecia, una libélula se posa, y en los dobles espejos se refleja toda la habitación con el sillón púrpura mancillado por las dos estatuas. Finalmente el muchacho rapado alcanza el máximo de la gloria cuando eyacula un millón de niños sobre la magnífica alfombra iraní. Todas las libélulas contemplan la apoteosis indescriptible del atleta. El mulato, en cambio, no alcanza la gloria y cambia la lenta música de la felación por el ritmo macabro y rápido de la masturbación compulsiva, y pareciera que el violín de un loco frenético espoleara el pura sangre negro con una violencia inusitada. Nerviosas, pero silentes, las pequeñas esmeraldas insectas revolotean de un lado para otro, salvo alguna, que posada sobre el torso blanco, adjudica un preciosismo de dulzura a aquello destinado para el fuego. En un acuario los cúpricos shubukins contemplan al dios de ébano sufrir por el éxtasis desde las profundidades de su fría cárcel de vidrio. El escorzo del cisne negro es una musculada anaconda o pantera entre levísimas gasas de cristal aladas. Las libélulas sobre las cabezas y los torsos son breves escarnios de belleza. La música describe un sabor a yogurt de plátano y mermelada de mandarina.

Sevilla, España, Febrero 7 de 2007.



El Criador de Libélulas - Tercera versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Puta elegantísima envuelta en abrigo de zorro plateado. Sólo las bellísimas y suaves manos, y la cabeza con una cabellera sublime, germinan de la piel del animal, suave, blanca, plateada, y frondosa, tibia y sugerente, cálida y deliciosa. Abajo, unos tacones de verde malaquita esconden unos pies perfectos de apoteósica gacela. La crisálida se transforma en mariposa, ¡¡¡¡abajo el zorro plateado¡¡¡¡, y se descubre la piel pulida de una tía macizorra de esbeltez soberbísima, con unos senos rotundos y un pubis de niña depilado y anhelante. Los párpados, con pestañas telescópicas, descubren unos ojos casi violetas, azules, esmerados en rodocrositas y entregados a la voluptuosidad y el placer. Como una esfinge demente, perfecta y atroz, arroja el abrigo de piel al suelo y se queda desnuda, purísima en la obscenidad. Se sienta entonces en un sillón de terciopelo amarillo, ámbar y dorado, arquetipo perfecto de un trigal en estío, y se deja acariciar por las diminutas libélulas que hay en la estancia, pequeños zafiros verdiazules como notas de limón de un clavicordio. A la altura del apéndice, el tatuaje de un pequeño cangrejo muestra a su poseedora como una experta en el sexo, birmana, persa, griega, francesa. Las libélulas, silenciosas, vaporosas, lindísimas, se posan sobre uno de los pezones rosado, ella, la señora, está en un sueño de barcos y vergas, el artrópodo semeja un broche sin dolor de cristal y esmeralda en la punta deliciosa de la teta, en la cúspide deliciosa a chupar. A chupar con todas las ganas del mundo, con toda el hambre y la sed del planeta. Amamanta tal botón floral al diminuto insecto, que feliz se desprende finalmente de la voluptuosidad, para dirigirse, tras un leve vuelo, a una orquídea roja y sugerente como los labios entreabiertos de la zorra. Ella se reclina sobre el sillón, abre sus piernas y enseña el molusco sensual que lleva entre sus muslos, como un volcán de provocación. Una rosa blanca, nevada y feroz, llena de espinas, expulsa desde su ser de zarza desaprensiva, hacia el aire, un ungüento de doncellas prisioneras. Las libélulas, como pequeños minerales verdes, revolotean de aquí para allá, o inmóviles parecen diminutas lágrimas de la lámpara del techo, colgante y azul. Cojines de seda granate respetan la escultural muchacha de lenocinio, cual una antigua princesa asiria, promesa rotunda a los fumadores de hachís, golfa serpiente y, al mismo tiempo, golfa hurí de ese salón. El paraíso, lleno de libélulas, tiene una diosa, escultura, curva y curva y curva, yacente y dispuesta a saciar todos los deseos, cual una clepsidra el tiempo, gota a gota, libélula a libélula, mineral a mineral, presta, suave, avariciosa, muy caliente, tropical, muy pero que muy caliente. Casi al borde de la alferecía y el fuego.

Sevilla, España, Febrero 13 de 2007



El Criador de Libélulas - Cuarta versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Azrael, Belcebú, Diosa, Pecador, Amanda, gatos de peluche. Zumo de pomelo, y zumo de mandarina, estridencia agridulce y pellizco en el arpa. Las bolitas de algodón, blanco, cenizoso, negro, a rayas verdes, esconden débiles cuchillitos, minúsculos alfanjitos de plata, minimísimas navajitas albaceteñas, ácidas y de azúcar, agrias y de caramelo de cereza, punzantes en el paladar o efervescentes de bicarbonato y naranja. En la alfombra del suelo arabescos en verde, curvas y jeroglíficos, en ramillete, figuras y letras de lo arábigo, voluptuoso, sensual, alabanzas a la divinidad, sacratísima la oración en esmeralda intenso, tejido de lana persa, lo iranio como una exhalación de lo oriental, lo sacro, como un diseño de artistas. Belcebú es un gatito de rayas verdes, como un tigre liliputiense, feroz y zalamero, suave y guerrero, como un cactus difícil disfrazado de almohada, minúsculo cebrito de garras de aguilucho, y en sus ojos, las pupilas brillan, con un fulgor de jade y ámbar, con un toque de trino de piano amarillo, o de clavicordio azul. Diosa es una gata blanca, majestuosa como una rosa lasciva, de felpa, azucena que esconde puñalitos de plata, mímima tigresa de las nieves himalayas, soberbia y angelical y maligna, hipócrita y arisca, y dulce, y rencorosa al paladar como el ron de caña, y ronroneante, y llena de electricidad tal un alternador de Tesla, para ella, hay una cadencia de notas de flauta, erizadas de rubíes, y en sus ojos hay ceniza volcánica y mares de cinabrio, mercurio rising, avalancha de rosas en lo albino, frialdad de nieve, glacialidad de témpano, y ocaso en Marte. Azrael es todo de cenizas, lleva un cascabel en una cinta verde, parece que destila timbres de miel en sus ojos, y timbres de miel en su garganta, libélulas verdes escapan de la alarma traicionera que le impide cazar ratoncitos, y es como un guerrero apresado de pies y manos que lucha en una contienda de jacintos. El salón tiene un sofá de seda, tapizado de rosas rosas, y arañado por los diablillos. Allá en lo alto las esculturas y los jarrones, los magníficos cuadros y las lámparas de cristal de Bohemia. Bajo la sublime y orgiástica candelería y los hieráticos y ampulosos espejos, las diminutas libélulas, cual pequeñas estrellas verdiazules, flotan tal si estuvieran pequeñas pompas de jabón en el aire. Y son, como esas pompas de jabón, tornasoladas al sol, fragmentos de un arcoiris verde y azul. Cojines de seda amarillos, de oro puro, o granates, como de sangre derramada, y rosas, gladiolos, iris, y orquídeas, flores de puro escarnio oloroso, húmedo y de limpio ungüento, que dejan un rastro en el aire a jardín y selva. Los odonatos, o están quietos en las paredes, o por el contrario, se agitan desde el suelo al techo, desde las rosas a los lirios, cual iridiscentes notas de flauta, o silentes brillos. Amanda es una gata negra, en sus ojazos brilla un poniente de lejanos planetas, sobre la alfombra parece un cojín más erizado de agujas diamantinas, si una libélula baja desde una orquídea o desde un lirio, la tigresa, como un pasatiempo o un tormento, se enfurece y saca su garrita de pantera, y cazadora, pulsa la libélula hacia arriba o se la come, brutal y tierna. Azrael, cuando caza, hace sonar los grillos de su cuello, y salta de cojín amarillo en cojín amarillo, agresivo y feliz. Endemoniado guerrero de peluche con armas de vidriera. Sólo Pecador, tranquilo y aburrido, se lame ciento veinte veces, transido y pausado, inamovible, indiferente a la batalla entre gatos y artrópodos, bajo un cuadro de una Venecia azul y acuática, y una rosa amarilla, furiosa y perfecta como un escándalo.

Sevilla, España, Febrero 14 de 2007.



El Criador de Libélulas - Sexta Versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Entrando en la habitación, torciendo a la izquierda, tras una puerta de cristal dorado y translucido, espera una colección de miniaturas de máscaras venecianas. Cada miniatura es una tecla de piano, un golpe de pico de cristal sobre campanita de plata. La máscara granate brilla como un chorro de vino tinto, la careta rosa, como un leve atardecer en la playa, la verde y dorada, como un paseo en un puente sobre el Guadalquivir en Córdoba. Un concierto de piano semeja trinos amarillos y gorjeos de violetas, lilas iridiscentes escapan de trompetas cristalinas y cristalinos acordes, llenos de rubíes, pasan de crisoberilos a turquesas. Torciendo a la derecha la pared es lisa y blanca como la cáscara de un huevo de gallina, lijada y esmerilada hasta la náusea, pulcra tal si fuera la taza de porcelana de un inodoro sometida a un fuerte concentrado de lejía. Pureza y minimalismo en toda la habitación, abierta a una pared de cristal que da a la soledad inmensa de una piscina brutalmente azul. Se huele el clorato con una fuerza levemente desagradable. En los acuaterrarios se crían las libélulas, débiles como pequeñas notas agridulces, tan débiles que parecen hechas de gas, un gas violeta y verde, o un mineral levísimo de un yacimiento de rodocrositas. En una mesa dos glóbulos oculares humanos, aun sanguinolentos, descansan espantosos sobre una bandeja de plata, semejan dos perlas repugnantes como dos cerezas de cristal negro y blanco, la sangre y un hilo nervioso surge de ellos sobre la brillante superficie como el chirrido de un gozne sin aceite. Todo el horror y el pavor están presente, machacando cuerdas de címbalos húngaros de bronce. En un acuario los shubukins besuquean las aguas, vaporosos como gasas de cristal rubio, naranja, y de plata, cada beso es una pompa de jabón amarilla, y un vuelo de mariposas deformes. Los peces danzan en su cárcel prisioneros de una melodía de nieve y azúcar. En el fondo de dicho acuario otros dos glóbulos oculares humanos son mordisqueados y besuqueados por los seres policrómicos, que los sajan y los devoran iracundos y posesos, y todo es un éxtasis nauseanbundo de color. El cardenal va vestido con su manto arzobispal, un iracundo rojo, rabioso y frenético, con toda la pasión en el algodón, viste al general de los sacerdotes. Si miramos su rostro, veremos que se ha arrancado los ojos y que de sus cuencas vacías brotan dos horribles y furibundos chorros de granadina casi morada, que cayendo sobre el traje militar lo empapa de húmedo dolor, ácido y púrpura, tan ácido y tan púrpura como el espanto. Diapasones de oro chocan contra diapasones de cristal, y las libélulas revolotean de un lado para otro desde las bellísimas máscaras de porcelana hasta la perfecta pared de cal de huevo de avestruz. Alguna libélula, macabra y añil como una gota de zumo de pomelo, se posa sobre uno de los desprendidos ojos, sobre la carísima bandeja. Una muñeca Rosaura, de medio metro, con los ojos azules como una alba, señala, con la mano extendida hacia la pared, hacia la inexistencia de la piscina maravillosa, y en su dedo índice de plástico templado se posa otra libélula, y la hórrida escena se acompaña con pellizcos sobre cuerdas de nerviosos clavicordios, el autor es un demente en estado de trance. El cardenal lleva en sus manos un bote lleno de ojos humanos arrancados, chorrea sangre de sus heridas cuencas y mancha su traje rojo de un rojo morado violentísimo.

Sevilla, España, Febrero 26 de 2007.



El Criador de Libélulas- Séptima versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Escuchadme atentos, en silencio, porque lo tengo que decir en voz baja, de manera que nadie más que nosotros lo sepa, y no se entere ese monstruo: el criador de libélulas está loco. Las cría para martirizarlas, es un demente cruel y sibarita, un artificiero de la crueldad más refinada, un artista de lo macabro. Lo que hace con ellas. Sí, las cría. Pasa la mayor parte de su tiempo gastándolo en luces violetas, azules, rojas, y esmeraldas, los crisoberilos, las aguamarinas, los lapislázuli, los débiles insectos de cristal surgen de su botica como el arcoiris en los días de lluvia. Compases de clavicordio y de piano, débiles y naranjas notas de zumo de pomelo, de zumo de granadina, un pentagrama de chispas azules, de bengalas fucsias, titilantes como estrellas en la noche, surgen de su laboratorio. Dedica su vida a eso, se vierte todo él entero en la máquina de la creación, pone su cuerpo y su alma, todo su ser, febril, en la génesis del caballito del diablo. El minúsculo cristal azul surge de los botes. Él tiene, él elige, él escoge cuidadosamente las parejas procreantes cuando nacen, les abre el vientre y fecunda los huevos, es todo un acto monstruoso, execrable y antinatural, odioso, terrible. Paranoico se lanza a la cría industrial de la libélula, pero ¿y lo que hace con ellas?. Antesdeayer diseñó el aparato, ayer lo fabricó, hoy lo ha probado. Cada libélula tiene mil ojos, su aparato mil ganchos, él viste de negro de la cabeza a los pies, pero no de un negro de luto, sino de un negro vistoso, porque le gusta vestir de negro, por encima lleva su bata blanca de científico. Los ganchos, uno a uno le han arrancado los ojos a la libélula, ha sido un acto de una crueldad abrumadora, inenarrable, todos los ganchos han entrado en las pupilas, brutales, y han arrancado los ocelos de cuajo, si había alguna armonía la estridencia llena de aristas indescriptibles la habrá resquebrajado en mil partes, espinas y agujas, ganchos, furiosas púas de metal inmisericorde. La Libélula ciega se ha desangrado por los ojos. Ha comprobado las conexiones sinápticas del artrópodo, sentía un orgasmo al hacerlo, estaba maravillado, ¡¡¡¡hasta dónde podía llegar, qué Dios sobre la montaña, resplandeciente, transfigurado, con túnica de oro, con manto escarlata, con un traje verde fosforescente y chirriante, perfecto, soberbio, inhumano¡¡¡¡¡¡. Ha comprobado las conexiones neuronales, la química neuronal de su martirizado, sentía fiebre, tenía sudor en la frente, ha puesto los ojos en cultivo, ha diseccionado las alas, hallando la entelequia de los campos mórficos. Después ha estrujado lo que quedaba del bicho, y lo ha quemado en el mechero. Anota los resultados en la hoja, hace formulas matemáticas para cumplimentar una hipótesis. Está feliz, vuelve a los botes, se fija en una armonía, la coge entre los dedos, la revienta, luego pone su mano bajo el chorro de agua.

Sevilla, España, Marzo 13 de 2007



BREVE SEMBLANZA DEL CRIADOR DE LIBELULAS
F.S.R.Banda

Soy Ascario Jacinto Buñuelos, natural de La Puebla del Río, y lo conocí mejor que muchos. Aunque previendo refutaciones interesadas, debo reconocer que solo trabajé para él ocho años, cuatro meses y doce días. Me fue presentado el dieciséis de mayo de 1921, cuando comencé a trabajar como secretario privado de su padre, el Conde de Torrevieja, que Dios guarde en su Reino. En ese entonces él era un jovencito elegante y afeminado que solía perderse tardes enteras en el ilimitado jardín del Conde con un frasco de ancha boca, de cristal veneciano, y una delicada red de cazador de mariposas. Nunca cruzamos palabras, que yo recuerde, hasta la muerte de su padre, la tarde después del funeral me llamó al despacho recién heredado y me ofreció servirle como ayuda de cámara. Acepté mas por comodidad que por gusto, con la secreta intención de buscar otro trabajo mientras le servía. A pesar de ser un hombre carismático y seductor, recibía escasas visitas, y los más eran parientes que venían a solicitar alguna ayuda económica o una recomendación para algún negocio de ultramar. Solo dos eran las mas asiduas, el Cardenal Navrija-Sáenz, que como recordarán hizo su fama persiguiendo a los jesuitas, y la hermana de Su Eminencia, la Baronesa de Essex. Que si bien eran hermanos nunca lo visitaron juntos. La Baronesa era una mujer elegantísima, aun tengo la visión de ella envuelta en un abrigo de zorro plateado, con unos altos y finos tacones de verde malaquita. Tenía unas bellísimas y suaves manos, una cabellera sublime y unos ojos azules, casi violetas, bajo unos párpados de largas pestañas. En cambio el Cardenal era un hombre opaco, enjuto, de mirada extraviada y de piel translucida, que hablaba en voz muy baja, como en susurros. Llegaba siempre ataviado con su manto arzobispal, de frenético rojo rabioso, y al entrar extendía hacia mí su pequeña mano huesuda como de murciélago albino para que besara su anillo cardenalicio. La ultima vez que lo vi fue un martes de invierno, cuando lo hice pasar al salón donde él ya lo estaba esperando, tres días antes de que encontraran su cadáver desangrado y con las cuencas de los ojos vaciadas, en la sacristía de la catedral. A los que nunca consideré visitantes eran dos jovenzuelos malvestidos y soeces que aparecían por la casona una vez al mes, y se encerraban con él en sus habitaciones toda la tarde. Tenían una actitud irrespetuosa y familiar que no se correspondía con sus meros servicios de aseadores del laboratorio. No recuerdo sus rostros, apenas que uno era rapado al cero y el otro un mulato de pelo rizado. Cuando me ofrecí para realizar esa labor, él me contestó que era un trabajo pesado y sucio, para gente mas joven. Sobre él solo puedo decir que era un solitario, un hombre de pocas palabras, de sonrisa esquiva y de ojos tristes, su vida misma era un misterio, creo que hasta para él mismo. Como licenciado en Ciencias Biológicas y especialista en Entomología, que por la fortuna de su herencia familiar no necesitaba trabajar, se dedicó por completo al estudio de los anisópteros, y se pasaba días enteros encerrado en el laboratorio aledaño a sus habitaciones. Una vez me dijo que su objetivo era la cría industrial de la libélula, no me atreví a preguntarle para que, temiendo quedar como un ignorante. Amante de la pintura y la música, podía estar por horas en semipenumbras escuchando a Frescobaldi o a Bach, sus autores preferidos, con la mirada perdida en el paisaje veneciano, verde y surrealista de su Canaletto. Su afecto, escaso y reprimido, lo volcaba por entero a sus cinco gatos, Belcebú un raro gato de rayas verdes, Diosa la gata blanca y Amanda la gata negra, Azrael que tenia un sucio color ceniciento y Pecador, un gato incoloro tranquilo y aburrido. Su mayor dedicación, aparte de sus estudios anisoptericos, era para su acuario de shubukins, de hermosos colores amarillos cobres y naranjas metálicos. Ahora bien, sé que Ruiz Caballero ha escrito algunas notas sobre él, sé que en ellas hay acusaciones veladas de sodomía, microzoofilia y sadismo entomológico, sé que incluso ha llegado a vincularlo al horroroso crimen de Su Eminencia. Esos libelos han hecho de él un equivalente castizo del Conde Vlad III de Valaquia. Para desvirtuar tales infamias es que he querido dejar escrito lo que yo conocí de él como persona. Que siendo poco es mucho considerando su voluntario enclaustramiento vitalicio, social y familiar. El lector puede ahora preguntarse si un tranquilo caballero de rancia alcurnia, de pocos amigos, amante de los gatos y los shubukins, de la música y el arte pictórico, un científico anónimo y silencioso que gastó gran parte de su fortuna en arduas investigaciones inútiles, podría ser el monstruo que ha querido crear la desaforada imaginación de ese autor malicioso. Sé que vuestro juicio, ahora bien informado, ha de limpiar su nombre. Vale.

Únicas referencias biográficas y bibliográficas.-
El criador de libélulas. Primera versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Segunda versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Tercera versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Cuarta versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Sexta versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Séptima versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Nota del plagiador.- La quinta versión de esta saga injuriosa, se cree está perdida. Intuyo que no fue escrita, para así dejar espacio literario a nuevos infundíos sobre él, provenientes esta vez de los malicioso lectores de Caballero Ruiz.

Santiago de Chile, Octubre, 2008.



El Criador de Libélulas. Quinta Versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

En la boca del muerto, que exhala un hedor pronunciado a frutas podridas antiguas, cae una gota de levísima agua desde una gotera del techo. Una libélula negra como una estrella de dolor inconmensurable se posa en el húmedo labio del difunto. Está rígido el cadáver como una barra de acero. Estatua de cera el muerto parece recordar antiguas momias egipcias descompuestas, pero los gusanos atestiguan que hace pocas semanas que murió. De sus ojos brotan dos escarabajos amarillos a rayas, que han horadado también la pequeña nariz judaica. Las libélulas, negras y azules, revolotean sobre el cuerpo semidesnudo, el televisor encendido desde hace tres semanas emite una y otra vez el disco de música puesto en el DVD, el Stabat Mater de Pergolesi, repetido un millón de veces desde que el muerto se quedara transido. Las libélulas, preciosísimas, se posan en un dedo podrido del fenecido, y adornan su maléfica descomposición y podredumbre con un toque de belleza sublime. Una sola gotera hay en la habitación que deja caer su simplísima gota de agua justo en la boca sedienta y podrida del leproso, los dos escarabajos amarillos recorren ahora su cara de antiguo sodomita circunciso, la ropa sobre su cuerpo está empapada de humedad, deja la cintura y los órganos genitales esmirriados sin cubrir, el denso hedor a podrido golpea la pituitaria de un observador inexistente como un guante de boxeo en su puño al contrincante, el muerto, tumbado sobre la cama parece haber muerto mientras se masturbaba, tiene los calzoncillos bajados hasta las rodillas. Las libélulas lo impregnan todo, van desde el esqueleto de una rosa seca hasta una muñequita de plástico con los ojos verdes, suena el Stabat Mater como una miríada de flautas azules, la música sin embargo es roja porque el televisor emite continuamente una pantalla roja muy desagradable, quisiera ser azul la virgen que canta pero es roja, y el barroco no puede edulcorar lo desagradable de una pintura de fuego, mares de fuego en la pantalla no dejarían dormir a un millón de insomnes y el muerto se pudre bajo el color rojo de la pantalla acunado hasta la extenuación por la magnífica soprano del Stabat. Las libélulas surgen una y otra vez de un acuaterrario y en el viejo acuario flotan podridos unos peces preciosos que hace poco han muerto. ¿recordará el muerto en su viaje al inframundo lo que hacen los niños con las libélulas?, ¿recordará como les arrancan la cabeza y las aplastan en un papel para crear fantasmagóricas y terribles mariposas?, o recordará su último espasmo de placer en el orgasmo, cuando la masturbación compulsiva había llegado a su clímax y colibríes de fantásticos colores verdes le recorrían la frente?. La habitación es muy pobre. Sólo tiene un pequeño cuadro ovalado con un pequeño icono. Un Jesucristo que ofrece su corazón ensangrentado, con una mancha en el cuello como si tuviera un cáncer, producto de la humedad. Ahora los escarabajos han bajado hasta su cuello y lo roen con frenesí. El colgajo genital está podrido, pequeño y asqueroso, y sobre él se posa una libélula negra como la uña de un vagabundo.  Diapasones negros centellean cada vez que una libélula quiere salir de la habitación, pero las puertas y las ventanas están cerradas. En una esquina una telaraña inmensa cargada de libélulas muertas alimenta una grotesca araña de patas finísimas como agujas. De la boca del muerto sale un gusano, la libélula que había en su labio eleva su vuelo, negra y sorprendente. Y el Stabat Mater acaba reiniciándose nuevamente, azucarado, azul pero carmesí, sin morir jamás. Y el muerto apesta como un cerdo podrido, como un ángel podrido, como una bestia podrida, como un Dios.

Sevilla, España, Marzo 26, 2013.



BREVE RELACION  DE LAS EXEQUIAS DEL CRIADOR DE LIBELULAS
F.S.R.Banda

A Francisco Antonio Ruiz Caballero, sevillano a mucha honra y maestro de palabras, esté donde esté.

Lo encontramos tendido sobre su lecho, tieso, cristalizado en ese instante eterno en el que toda vanidad es patética e inútil, boca arriba mirando el techo con sus ojos glaucos de muerto elegante abiertos congelados en ese su último asombro de cuando vio la muerte entrar silenciosa como una etérea babosa transparente por debajo de la puerta y erguirse como una silueta difusa que se iba lentamente transformando en una dama de riguroso luto, alta, delgadísima y tan hermosa que le dolía mirarla. Al principio nos asustó un rumor misterioso que ocupaba la mitad del volumen del salón, (la otra mitad la ocupaba su tibio y ambiguo perfume dulzón), y que no sabíamos de donde provenía, pensamos que eran los murmullos de su fantasma desolado que se resistía a entrar en la muerte, hasta que nuestros ojos se adaptaron a la tenue luminosidad que entraba por las pequeñas ventanita cubiertas con unos raídos tules de un color que debió ser violeta, y vimos el enjambre de libélulas negras brillantes como aladas obsidianas y azules tornasoladas como fulgurantes engendros del demonio, revoloteando en una lenta espiral sobre el impúdico cadáver. Digo impúdico pues estaba semidesnudo en una actitud típica de vicioso onanista que me privo de describir en esta relación por respeto a las damas que de seguro la leerán buscando conocer algo de los postreros momentos de aquel que fue amigo entrañable, y quizá algo más, de la distinguida y envidiada socialité, la hermosa como la muerte Baronesa de Essex, hermana de Su Eminencia el Cardenal Navrija-Sáenz. Por la brutal pestilencia que nos abundó de indecentes efluvios colegimos que hacía muchos días que estaba ahí muerto, borboteando en sus propias miasmas, esperando la requerida, merecida y digna sepultura mientras lo devoraban con sibaritas urgencias dos escarabajos amarillos y una afanosa miríada de voraces gusanos. El cuarto tenía ese aspecto lúgubre y ascético de una celda monacal, contrastando con el resto del castillo de exuberantes y recargadas decoraciones exageradas hasta lo barroco. En las blancas paredes carcomidas por el tiempo encerrado en las penumbras colgaba una mustia y borrosos copia litográfica de la pintura mural del ‘Ecce Homo’ de la iglesia de Borja, pero no del original de la obra maestra de Elías García Martínez,  sino de la imagen burdamente retocada por las manos ingenuas e inexpertas de la octogenaria vecina del municipio, doña Cecilia Giménez, el Cristo de Borja. Nos quedamos ahí de pie cabizbajos en un respetuoso silencio por un largo rato esperando que los fúnebres fulgores rojo carmesí del Stabat Mater cesaran, que fue en el mismo momento en que la gotera que embebía el lívido púrpura de sus labios dejó de caer, entonces abrimos las ventanas para que huyeran las libélulas, envolvimos sus mortales y pútridos despojos en una alfombra veneciana y lo arrastramos, como las vacas muertas ahogadas que a veces sacamos del Guadalquivir, hasta el jardín de los jazmines donde los dos burdos muchachones que solían visitarlo habían cavado temprano, antes que llegáramos, su tumba. Allí lo enterramos sin más, soportando su hedor repugnante y espantando las libélulas que habían vuelto atraídas por el olor a cerdo podrido, a ángel podrido, a bestia podrida, ese aroma sublime y a la vez impuro como el de un Dios insolente. Vale.

Santiago de Chile, Octubre 19 de 2015.




La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 213
1 de Noviembre de 2015

http://paradoxas-literatura.blogspot.com/

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