PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Numero
Especial - Monografía en homenaje a Francisco Antonio Ruiz Caballero
Año
XI - N° 214
INDICE
El Criador de Libélulas - Segunda versión. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
El Criador de Libélulas - Tercera versión. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
El Criador de Libélulas - Cuarta versión. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
El Criador de Libélulas - Sexta Versión. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
El Criador de Libélulas- Séptima versión. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
BREVE SEMBLANZA DEL CRIADOR DE LIBELULAS - F.S.R.Banda
El Criador de Libélulas. Quinta Versión. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
BREVE RELACION DE LAS EXEQUIAS DEL CRIADOR DE LIBELULAS - F.S.R.Banda
EDITORIAL
Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera
gustado que le gustara algún trabajo mío. A Leopoldo Lugones. El hacedor
(1960), Jorge Luis Borges.
Entre el 2 de febrero y el 13 de marzo del 2007, Francisco Antonio
Ruiz Caballero escribió las seis versiones de su saga “El Criador de
Libélulas”, numeradas de la primera a la séptima, sin incluir, misteriosamente,
la quinta versión.
Deslumbrado y obsesivamente influenciado por los asombros y
maravillas de esos textos, en octubre del 2008 me atreví a escribir “Breve
Semblanza del Criador de Libélulas”, que sería mi primer texto de lo que di
después en llamar ‘surrealismo neobarroco’, sin sospechar que “era el primero
de una serie infinita” (i).
Seis años después de escribir esa sucesión incompleta, el 26 de
marzo del 2013, Ruiz Caballero publicó subrepticiamente la quinta versión. Ese
mismo día le escribí al autor la siguiente nota:
Maestro, ha escrito Usted un exquisito y delicado texto, incluidas
las habituales procacidades que suele condensar en sus poemas. No conocía el
Stabat Mater, y acabo de leer esa perdida quinta versión de El Criador de
Libélulas en completo éxtasis bajo el misterio de su música. La lectura de su
prodigio me ha renovado el asombro y la non sancta envidia por su obra, con su
lenguaje extraordinario y su imaginario infinito, como es usual. A la vez me
obliga a escribir, dentro de mis limitaciones y mis burdas artes literarias,
una nueva versión de mi Breve Semblanza del Criador de Libélulas (i), que
aunque sé por demás que no alcanzará la majestuosa altura de su Quinta Versión
espero le sea de indulgente agrado.
Con sincera admiración,
Salud!
Fernán S. R. Banda, mismo
26 de marzo de 2013
Santiago de Chile
Le adjunté a la nota mi “Breve Semblanza del Criador de Libélulas”
como recordatorio, y también el mismo día recibí su respuesta:
De: Francisco Antonio Ruiz Caballero
Fecha: 26 de marzo de 2013, 19:32
Asunto: Re: Referencia: El Criador de Libélulas. Quinta Versión.
Para: "Fernán S.R. Banda"
¿CÓMO PUEDE SER USTED TAN INTELIGENTE, QUÉ
LE DIERON DE COMER DE CHICO?. ES USTED UN MAGNÍFICO ESCRITOR. ES MUCHO MEJOR
QUE YO. YO REPITO TRES VECES LA PALABRA "ANTIGUO" CUANDO LO PODÍA
HABER SUSTITUIDO PERFECTAMENTE POR "VIEJO". SU ESCRITO ES
MARAVILLOSO.
Ahora bien, el tiempo, ese enemigo formidable, fue pasando rápido y
sigiloso y no concreté por esos soles mi intención de ese texto por escribir.
El catorce de enero del 2014, me llegó “He soñado con una Cucaracha
de Colores.”, dos breves descripción de dos extraños sueños, uno con cucarachas
y el otro con garbanzos, que por lo que sé, fue el último texto que escribió
este sevillano genial.
Esperé en vano sus publicaciones, no volvió a aparecer. El dos de
marzo lancé un llamado en Internet preguntado si alguien sabía de él. A los dos
días recibí esta nota:
De: Mario Guinea Díaz
Fecha: 4 de marzo de 2014, 1:57
Asunto: Re: Consulta
Para: "Fernán S.R. Banda"
Perdona, no había leído tu mensaje hasta ahora.
Soy Mario Guinea, compañero de Francisco de la universidad. Al
parecer le dio un ictus hace un par de semanas y tiene la mitad de su cuerpo
casi inmovilizada, en concreto la parte derecha, incluyendo la mano derecha, lo
que le impide por el momento usar el ordenador. Estaba en silla de ruedas. Si
lo encuentro (lo tengo apuntado en algún sitio, pero no sé ahora dónde) te daré
su teléfono. Estaba empezando esta semana a ir a rehabilitación, creo.
Y tres meses después esta triste confirmación:
De: KUENTERO
GREEN
Fecha: 13 de junio de 2014, 9:20
Asunto: NOTICIAS
DE FRANCISCO RUIZ CABALLERO
Para: "Fernan S.R.Banda"
Francisco, en las fechas en que ha dejado de escribir, sufrió un
ictus, que le ha dejado paralizado parte de su cuerpo. Ha estado hospitalizado
largo tiempo. Actualmente está de alta pero con movilidad reducida y todo ello
agravado por su deterioro mental. Lamento transmitir estas noticias. Saludos.
Por estos días he comenzado a editar toda la obra prosística de Ruiz
Caballero, más de cuatrocientos textos, y eso me llevó a recordar la intención
de continuar mi “Breve Semblanza del Criador de Libélulas” en respuesta a su
quinta versión. La que he escrito escuchando, obviamente el Stabat Mater de Giovanni Battista, tal como
escribí hace seis años la ‘Semblanza’ oyendo las tocatas de Girolamo
Frescobaldi, y ahora mientras escribo esta Editorial, el Adagio del Quinteto
para Cello de Franz Schubert. Vale.
(i) El Aleph, (1949). Jorge Luis Borges.
F.S.R. Banda, Editor
Santiago de Chile, 1 Noviembre de 2015
El Criador de Libélulas
- Primera versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
El criador de libélulas, el
criador de caballitos del diablo, es un aristócrata exquisito, un sibarita de
lo sublime. Mientras escucha las tocatas de Frescobaldi observa el jarrón de
cristal rojo con cinco rosas encarnadas. En una tarima otro vaso de vidrio
sostiene limpísimo una exuberante orquídea blanca. Más allá, en la pared donde
frenéticos paramecios amarillos copulan lujuriosos, un cuadro muestra a Zeus en
forma de cisne sobre los pechos de Leda, y otro cuadro, de un riguroso
neoclásico, descubre la golfa decadencia del Imperio Romano en una afrodisíaca
bacanal. El cisne de pico carmesí en los senos de la diosa compite con el torso
de un atleta desnudo, las rosas encarnadas, exhalando su alma de bálsamo feroz,
luchan contra la prostituta corola de la Orchis , obscena y purísima, combate
espléndido, afrutado de arpegios rosas y nimbado de plata y nácar. No se sabe
quién vence, si las purísimas y atrevidas reinas exhalantes o la puta sin
perfume que se quita los guantes con desvergüenza, no se sabe quién triunfa, si
la blanca pantera exquisita o las cinco doncellas exuberantes y lesbianas, pero
los jarrones de cristal hacen una delicia de carmín agudo en dicha guerra
pavorosa. Un acuario con shubukins, amarillos cobres y naranjas metálicos,
transidamente testifica la soberbia del fastuoso salón. El criador de libélulas
cambia la música, apaga la armonía dificilísima de las tocatas de Frescobaldi,
e introduce el virtuosísmo de un concierto de clavecín y guitarra de Bach, es
decir, el combate de Polifemo contra las libélulas se hace presente con una
cadencia voluptuosa, las rosas, la orquídea, los shubukins, y cientos de verdes
caballitos del diablo y Drosophilas melanogaster en la habitación. El criador
de libélulas se deleita en el sillón de terciopelo verde escuchando las
evoluciones del clavecín y la guitarra, combate lleno de campanitas y caramelos
de cola, ácidos y dulcísimos, y se fastúa del denso aroma de las cinco
lesbianas voluptuosas, encarnadas y feroces. En botes de cristal se crían las
Drosophilas, en botes de cristal, también, los levísimos y fragilísimos
odonatos pasan, de su adolescencia acuática, al aire, para ser los tigres de
las minimísimas moscas. La habitación está llena de mosquitas, la habitación
está llena de libélulas. Los frágiles y verdiazules caballitos del diablo
revolotean de pared en pared con una levedad y una banalidad indecorosa. El
criador se extasía en la magna contemplación de la aberrante naturaleza que le
rodea. Los shubukins, en las claras profundidades de su transparente cárcel,
besuquean un concierto de ondas marinas y pompas de jabón añiles. Las levísimas
moscas son cazadas al vuelo por los fragilísimos odonatos. Sobre la orquídea,
sobre el pico del cisne, sobre una rosa encarnada, se posa el insecto. El
clavecín y la guitarra, enfurecidos y deliciosos, perfumean el perfume de las
hetairas, y aroman el acuario de los metálicos shubukins, y, en el sillón de
limpio terciopelo verde, el criador de libélulas se masturba, frenético,
desvergonzado, y procaz.
Sevilla, España, Febrero 2
de 2007.
El Criador de
Libélulas - Segunda versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Dos ángeles, dos espejos, miles de
insectos. El salón, artefactuado con un papel tintado de rosas amarillas y
arabescos, posee una lámpara de cinco brazos de sucedáneo de plata. Dos lujosos
espejos reflejan toda la habitación por partida doble, y un cuadro de Canaletto
descubre una Venecia verde y surrealista como una Atlántida in extremis. Sobre
un sillón de terciopelo rojo, rabioso como el de un burdel cualquiera, uno de
los efebos, rapado al cero, recibe la felación de otro de los efebos, un mulato
de pelo rizado y osamenta perfecta. Desnudos y sedientos se ofrecen a si mismos
como perfectos arcángeles sodomitas en plena lucha corporal por una difícil
Apoteosis. La boca del negro se posa con primor y desvergüenza sobre el falo
circunciso del deleitado, pájaros de colores indescriptibles pasan por los ojos
cerrados del descrito, que se entrega al placer igual que un vino. El esclavo
succiona y succiona lenta y nutritivamente, como si rezase, y su única
preocupación es la verga rotunda. Pequeñas libélulas de cristal verde, pequeños
caballitos del diablo, flotan en el ambiente y se posan sobre los cuerpos y las
cosas. Jarrones de malaquita llenos de rosas y de orquídeas adjudican a la
habitación un barroco indecoroso y salvaje, prostitutas, las flores, son las
testigos insomnes de la proeza sexual que se comete. Las libélulas revolotean
de un lado para otro, son miles, se posan sobre las flores, sobre las rosas
rojas, sobre las orquídeas naranjas, sobre los arabescos del papel tintado,
sobre los vasos de absenta verde, sobre los espejos hieráticos, sobre Venecia.
Las estribaciones del deleite cambian cuando el Skin Head, renunciando a su
papel de amo, se pone a lamer la lanza africana de su mulato esclavo; sobre
ellos se posan los verdiazules caballitos del diablo y tatúan una piel doble de
café con leche, como un concierto de campanitas de cristal sobre dragones. La
orgía está acompañada de mínimos odonatos, tal si fueran estrellas verdes
esmaltando esculturas. Las rosas exhalan un arpegio de voluptuosidad hacia el
techo de escayola, en las rosas y arabescos amarillos del papel las libélulas
parecen extrañas lágrimas de lirios, y en las orquídeas naranjas los minúsculos
zapateros son como un débil cascabeleo sobre ninfomanía vegetal. Los dos
muchachos prosiguen su acto contranatura obsequiándose una doble y monstruosa
fellatio sublime. Sobre la firma de Canaletto, oh sacrilegio execrable, en el
cuadro de Venecia, una libélula se posa, y en los dobles espejos se refleja
toda la habitación con el sillón púrpura mancillado por las dos estatuas.
Finalmente el muchacho rapado alcanza el máximo de la gloria cuando eyacula un
millón de niños sobre la magnífica alfombra iraní. Todas las libélulas
contemplan la apoteosis indescriptible del atleta. El mulato, en cambio, no
alcanza la gloria y cambia la lenta música de la felación por el ritmo macabro
y rápido de la masturbación compulsiva, y pareciera que el violín de un loco
frenético espoleara el pura sangre negro con una violencia inusitada.
Nerviosas, pero silentes, las pequeñas esmeraldas insectas revolotean de un
lado para otro, salvo alguna, que posada sobre el torso blanco, adjudica un
preciosismo de dulzura a aquello destinado para el fuego. En un acuario los
cúpricos shubukins contemplan al dios de ébano sufrir por el éxtasis desde las
profundidades de su fría cárcel de vidrio. El escorzo del cisne negro es una musculada
anaconda o pantera entre levísimas gasas de cristal aladas. Las libélulas sobre
las cabezas y los torsos son breves escarnios de belleza. La música describe un
sabor a yogurt de plátano y mermelada de mandarina.
Sevilla, España, Febrero 7 de 2007.
El Criador de
Libélulas - Tercera versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Puta elegantísima envuelta en
abrigo de zorro plateado. Sólo las bellísimas y suaves manos, y la cabeza con
una cabellera sublime, germinan de la piel del animal, suave, blanca, plateada,
y frondosa, tibia y sugerente, cálida y deliciosa. Abajo, unos tacones de verde
malaquita esconden unos pies perfectos de apoteósica gacela. La crisálida se
transforma en mariposa, ¡¡¡¡abajo el zorro plateado¡¡¡¡, y se descubre la piel
pulida de una tía macizorra de esbeltez soberbísima, con unos senos rotundos y
un pubis de niña depilado y anhelante. Los párpados, con pestañas telescópicas,
descubren unos ojos casi violetas, azules, esmerados en rodocrositas y
entregados a la voluptuosidad y el placer. Como una esfinge demente, perfecta y
atroz, arroja el abrigo de piel al suelo y se queda desnuda, purísima en la
obscenidad. Se sienta entonces en un sillón de terciopelo amarillo, ámbar y
dorado, arquetipo perfecto de un trigal en estío, y se deja acariciar por las
diminutas libélulas que hay en la estancia, pequeños zafiros verdiazules como
notas de limón de un clavicordio. A la altura del apéndice, el tatuaje de un
pequeño cangrejo muestra a su poseedora como una experta en el sexo, birmana, persa,
griega, francesa. Las libélulas, silenciosas, vaporosas, lindísimas, se posan
sobre uno de los pezones rosado, ella, la señora, está en un sueño de barcos y
vergas, el artrópodo semeja un broche sin dolor de cristal y esmeralda en la
punta deliciosa de la teta, en la cúspide deliciosa a chupar. A chupar con
todas las ganas del mundo, con toda el hambre y la sed del planeta. Amamanta
tal botón floral al diminuto insecto, que feliz se desprende finalmente de la
voluptuosidad, para dirigirse, tras un leve vuelo, a una orquídea roja y
sugerente como los labios entreabiertos de la zorra. Ella se reclina sobre el
sillón, abre sus piernas y enseña el molusco sensual que lleva entre sus
muslos, como un volcán de provocación. Una rosa blanca, nevada y feroz, llena
de espinas, expulsa desde su ser de zarza desaprensiva, hacia el aire, un
ungüento de doncellas prisioneras. Las libélulas, como pequeños minerales
verdes, revolotean de aquí para allá, o inmóviles parecen diminutas lágrimas de
la lámpara del techo, colgante y azul. Cojines de seda granate respetan la
escultural muchacha de lenocinio, cual una antigua princesa asiria, promesa
rotunda a los fumadores de hachís, golfa serpiente y, al mismo tiempo, golfa
hurí de ese salón. El paraíso, lleno de libélulas, tiene una diosa, escultura,
curva y curva y curva, yacente y dispuesta a saciar todos los deseos, cual una
clepsidra el tiempo, gota a gota, libélula a libélula, mineral a mineral,
presta, suave, avariciosa, muy caliente, tropical, muy pero que muy caliente.
Casi al borde de la alferecía y el fuego.
Sevilla, España, Febrero 13 de 2007
El Criador de
Libélulas - Cuarta versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Azrael, Belcebú, Diosa, Pecador,
Amanda, gatos de peluche. Zumo de pomelo, y zumo de mandarina, estridencia
agridulce y pellizco en el arpa. Las bolitas de algodón, blanco, cenizoso,
negro, a rayas verdes, esconden débiles cuchillitos, minúsculos alfanjitos de
plata, minimísimas navajitas albaceteñas, ácidas y de azúcar, agrias y de
caramelo de cereza, punzantes en el paladar o efervescentes de bicarbonato y
naranja. En la alfombra del suelo arabescos en verde, curvas y jeroglíficos, en
ramillete, figuras y letras de lo arábigo, voluptuoso, sensual, alabanzas a la
divinidad, sacratísima la oración en esmeralda intenso, tejido de lana persa,
lo iranio como una exhalación de lo oriental, lo sacro, como un diseño de
artistas. Belcebú es un gatito de rayas verdes, como un tigre liliputiense,
feroz y zalamero, suave y guerrero, como un cactus difícil disfrazado de
almohada, minúsculo cebrito de garras de aguilucho, y en sus ojos, las pupilas
brillan, con un fulgor de jade y ámbar, con un toque de trino de piano
amarillo, o de clavicordio azul. Diosa es una gata blanca, majestuosa como una
rosa lasciva, de felpa, azucena que esconde puñalitos de plata, mímima tigresa
de las nieves himalayas, soberbia y angelical y maligna, hipócrita y arisca, y
dulce, y rencorosa al paladar como el ron de caña, y ronroneante, y llena de
electricidad tal un alternador de Tesla, para ella, hay una cadencia de notas
de flauta, erizadas de rubíes, y en sus ojos hay ceniza volcánica y mares de
cinabrio, mercurio rising, avalancha de rosas en lo albino, frialdad de nieve,
glacialidad de témpano, y ocaso en Marte. Azrael es todo de cenizas, lleva un
cascabel en una cinta verde, parece que destila timbres de miel en sus ojos, y
timbres de miel en su garganta, libélulas verdes escapan de la alarma
traicionera que le impide cazar ratoncitos, y es como un guerrero apresado de
pies y manos que lucha en una contienda de jacintos. El salón tiene un sofá de
seda, tapizado de rosas rosas, y arañado por los diablillos. Allá en lo alto
las esculturas y los jarrones, los magníficos cuadros y las lámparas de cristal
de Bohemia. Bajo la sublime y orgiástica candelería y los hieráticos y
ampulosos espejos, las diminutas libélulas, cual pequeñas estrellas
verdiazules, flotan tal si estuvieran pequeñas pompas de jabón en el aire. Y
son, como esas pompas de jabón, tornasoladas al sol, fragmentos de un arcoiris
verde y azul. Cojines de seda amarillos, de oro puro, o granates, como de
sangre derramada, y rosas, gladiolos, iris, y orquídeas, flores de puro
escarnio oloroso, húmedo y de limpio ungüento, que dejan un rastro en el aire a
jardín y selva. Los odonatos, o están quietos en las paredes, o por el
contrario, se agitan desde el suelo al techo, desde las rosas a los lirios,
cual iridiscentes notas de flauta, o silentes brillos. Amanda es una gata
negra, en sus ojazos brilla un poniente de lejanos planetas, sobre la alfombra
parece un cojín más erizado de agujas diamantinas, si una libélula baja desde
una orquídea o desde un lirio, la tigresa, como un pasatiempo o un tormento, se
enfurece y saca su garrita de pantera, y cazadora, pulsa la libélula hacia arriba
o se la come, brutal y tierna. Azrael, cuando caza, hace sonar los grillos de
su cuello, y salta de cojín amarillo en cojín amarillo, agresivo y feliz.
Endemoniado guerrero de peluche con armas de vidriera. Sólo Pecador, tranquilo
y aburrido, se lame ciento veinte veces, transido y pausado, inamovible,
indiferente a la batalla entre gatos y artrópodos, bajo un cuadro de una
Venecia azul y acuática, y una rosa amarilla, furiosa y perfecta como un
escándalo.
Sevilla, España, Febrero 14 de 2007.
El Criador de
Libélulas - Sexta Versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Entrando en la habitación,
torciendo a la izquierda, tras una puerta de cristal dorado y translucido,
espera una colección de miniaturas de máscaras venecianas. Cada miniatura es
una tecla de piano, un golpe de pico de cristal sobre campanita de plata. La
máscara granate brilla como un chorro de vino tinto, la careta rosa, como un
leve atardecer en la playa, la verde y dorada, como un paseo en un puente sobre
el Guadalquivir en Córdoba. Un concierto de piano semeja trinos amarillos y
gorjeos de violetas, lilas iridiscentes escapan de trompetas cristalinas y
cristalinos acordes, llenos de rubíes, pasan de crisoberilos a turquesas.
Torciendo a la derecha la pared es lisa y blanca como la cáscara de un huevo de
gallina, lijada y esmerilada hasta la náusea, pulcra tal si fuera la taza de
porcelana de un inodoro sometida a un fuerte concentrado de lejía. Pureza y
minimalismo en toda la habitación, abierta a una pared de cristal que da a la
soledad inmensa de una piscina brutalmente azul. Se huele el clorato con una
fuerza levemente desagradable. En los acuaterrarios se crían las libélulas,
débiles como pequeñas notas agridulces, tan débiles que parecen hechas de gas,
un gas violeta y verde, o un mineral levísimo de un yacimiento de rodocrositas.
En una mesa dos glóbulos oculares humanos, aun sanguinolentos, descansan
espantosos sobre una bandeja de plata, semejan dos perlas repugnantes como dos
cerezas de cristal negro y blanco, la sangre y un hilo nervioso surge de ellos
sobre la brillante superficie como el chirrido de un gozne sin aceite. Todo el
horror y el pavor están presente, machacando cuerdas de címbalos húngaros de
bronce. En un acuario los shubukins besuquean las aguas, vaporosos como gasas
de cristal rubio, naranja, y de plata, cada beso es una pompa de jabón
amarilla, y un vuelo de mariposas deformes. Los peces danzan en su cárcel
prisioneros de una melodía de nieve y azúcar. En el fondo de dicho acuario
otros dos glóbulos oculares humanos son mordisqueados y besuqueados por los
seres policrómicos, que los sajan y los devoran iracundos y posesos, y todo es
un éxtasis nauseanbundo de color. El cardenal va vestido con su manto
arzobispal, un iracundo rojo, rabioso y frenético, con toda la pasión en el
algodón, viste al general de los sacerdotes. Si miramos su rostro, veremos que
se ha arrancado los ojos y que de sus cuencas vacías brotan dos horribles y
furibundos chorros de granadina casi morada, que cayendo sobre el traje militar
lo empapa de húmedo dolor, ácido y púrpura, tan ácido y tan púrpura como el
espanto. Diapasones de oro chocan contra diapasones de cristal, y las libélulas
revolotean de un lado para otro desde las bellísimas máscaras de porcelana
hasta la perfecta pared de cal de huevo de avestruz. Alguna libélula, macabra y
añil como una gota de zumo de pomelo, se posa sobre uno de los desprendidos
ojos, sobre la carísima bandeja. Una muñeca Rosaura, de medio metro, con los
ojos azules como una alba, señala, con la mano extendida hacia la pared, hacia
la inexistencia de la piscina maravillosa, y en su dedo índice de plástico
templado se posa otra libélula, y la hórrida escena se acompaña con pellizcos
sobre cuerdas de nerviosos clavicordios, el autor es un demente en estado de trance.
El cardenal lleva en sus manos un bote lleno de ojos humanos arrancados,
chorrea sangre de sus heridas cuencas y mancha su traje rojo de un rojo morado
violentísimo.
Sevilla, España, Febrero 26 de 2007.
El Criador de
Libélulas- Séptima versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Escuchadme atentos, en silencio,
porque lo tengo que decir en voz baja, de manera que nadie más que nosotros lo
sepa, y no se entere ese monstruo: el criador de libélulas está loco. Las cría
para martirizarlas, es un demente cruel y sibarita, un artificiero de la
crueldad más refinada, un artista de lo macabro. Lo que hace con ellas. Sí, las
cría. Pasa la mayor parte de su tiempo gastándolo en luces violetas, azules,
rojas, y esmeraldas, los crisoberilos, las aguamarinas, los lapislázuli, los
débiles insectos de cristal surgen de su botica como el arcoiris en los días de
lluvia. Compases de clavicordio y de piano, débiles y naranjas notas de zumo de
pomelo, de zumo de granadina, un pentagrama de chispas azules, de bengalas fucsias,
titilantes como estrellas en la noche, surgen de su laboratorio. Dedica su vida
a eso, se vierte todo él entero en la máquina de la creación, pone su cuerpo y
su alma, todo su ser, febril, en la génesis del caballito del diablo. El
minúsculo cristal azul surge de los botes. Él tiene, él elige, él escoge
cuidadosamente las parejas procreantes cuando nacen, les abre el vientre y
fecunda los huevos, es todo un acto monstruoso, execrable y antinatural,
odioso, terrible. Paranoico se lanza a la cría industrial de la libélula, pero
¿y lo que hace con ellas?. Antesdeayer diseñó el aparato, ayer lo fabricó, hoy
lo ha probado. Cada libélula tiene mil ojos, su aparato mil ganchos, él viste
de negro de la cabeza a los pies, pero no de un negro de luto, sino de un negro
vistoso, porque le gusta vestir de negro, por encima lleva su bata blanca de
científico. Los ganchos, uno a uno le han arrancado los ojos a la libélula, ha
sido un acto de una crueldad abrumadora, inenarrable, todos los ganchos han
entrado en las pupilas, brutales, y han arrancado los ocelos de cuajo, si había
alguna armonía la estridencia llena de aristas indescriptibles la habrá
resquebrajado en mil partes, espinas y agujas, ganchos, furiosas púas de metal
inmisericorde. La Libélula ciega se ha desangrado por los ojos. Ha comprobado
las conexiones sinápticas del artrópodo, sentía un orgasmo al hacerlo, estaba
maravillado, ¡¡¡¡hasta dónde podía llegar, qué Dios sobre la montaña,
resplandeciente, transfigurado, con túnica de oro, con manto escarlata, con un
traje verde fosforescente y chirriante, perfecto, soberbio, inhumano¡¡¡¡¡¡. Ha
comprobado las conexiones neuronales, la química neuronal de su martirizado,
sentía fiebre, tenía sudor en la frente, ha puesto los ojos en cultivo, ha
diseccionado las alas, hallando la entelequia de los campos mórficos. Después
ha estrujado lo que quedaba del bicho, y lo ha quemado en el mechero. Anota los
resultados en la hoja, hace formulas matemáticas para cumplimentar una
hipótesis. Está feliz, vuelve a los botes, se fija en una armonía, la coge
entre los dedos, la revienta, luego pone su mano bajo el chorro de agua.
Sevilla, España, Marzo 13 de
2007
BREVE SEMBLANZA DEL CRIADOR DE LIBELULAS
F.S.R.Banda
Soy Ascario Jacinto Buñuelos, natural de La Puebla del Río, y lo conocí mejor que muchos. Aunque previendo
refutaciones interesadas, debo reconocer que solo trabajé para él ocho años,
cuatro meses y doce días. Me fue presentado el dieciséis de mayo de 1921,
cuando comencé a trabajar como secretario privado de su padre, el Conde de
Torrevieja, que Dios guarde en su Reino. En ese entonces él era un jovencito
elegante y afeminado que solía perderse tardes enteras en el ilimitado jardín
del Conde con un frasco de ancha boca, de cristal veneciano, y una delicada red
de cazador de mariposas. Nunca cruzamos palabras, que yo recuerde, hasta la
muerte de su padre, la tarde después del funeral me llamó al despacho recién
heredado y me ofreció servirle como ayuda de cámara. Acepté mas por comodidad
que por gusto, con la secreta intención de buscar otro trabajo mientras le
servía. A pesar de ser un hombre carismático y seductor, recibía escasas
visitas, y los más eran parientes que venían a solicitar alguna ayuda económica
o una recomendación para algún negocio de ultramar. Solo dos eran las mas
asiduas, el Cardenal Navrija-Sáenz, que como recordarán hizo su fama
persiguiendo a los jesuitas, y la hermana de Su Eminencia, la Baronesa de Essex. Que si bien eran hermanos nunca lo visitaron juntos. La Baronesa era una mujer elegantísima, aun tengo la visión de ella envuelta en
un abrigo de zorro plateado, con unos altos y finos tacones de verde malaquita.
Tenía unas bellísimas y suaves manos, una cabellera sublime y unos ojos azules,
casi violetas, bajo unos párpados de largas pestañas. En cambio el Cardenal era
un hombre opaco, enjuto, de mirada extraviada y de piel translucida, que
hablaba en voz muy baja, como en susurros. Llegaba siempre ataviado con su
manto arzobispal, de frenético rojo rabioso, y al entrar extendía hacia mí su
pequeña mano huesuda como de murciélago albino para que besara su anillo
cardenalicio. La ultima vez que lo vi fue un martes de invierno, cuando lo hice
pasar al salón donde él ya lo estaba esperando, tres días antes de que
encontraran su cadáver desangrado y con las cuencas de los ojos vaciadas, en la
sacristía de la catedral. A los que nunca consideré visitantes eran dos
jovenzuelos malvestidos y soeces que aparecían por la casona una vez al mes, y
se encerraban con él en sus habitaciones toda la tarde. Tenían una actitud
irrespetuosa y familiar que no se correspondía con sus meros servicios de
aseadores del laboratorio. No recuerdo sus rostros, apenas que uno era rapado
al cero y el otro un mulato de pelo rizado. Cuando me ofrecí para realizar esa
labor, él me contestó que era un trabajo pesado y sucio, para gente mas joven.
Sobre él solo puedo decir que era un solitario, un hombre de pocas palabras, de
sonrisa esquiva y de ojos tristes, su vida misma era un misterio, creo que
hasta para él mismo. Como licenciado en Ciencias Biológicas y especialista en
Entomología, que por la fortuna de su herencia familiar no necesitaba trabajar,
se dedicó por completo al estudio de los anisópteros, y se pasaba días enteros
encerrado en el laboratorio aledaño a sus habitaciones. Una vez me dijo que su
objetivo era la cría industrial de la libélula, no me atreví a preguntarle para
que, temiendo quedar como un ignorante. Amante de la pintura y la música, podía
estar por horas en semipenumbras escuchando a Frescobaldi o a Bach, sus autores
preferidos, con la mirada perdida en el paisaje veneciano, verde y surrealista
de su Canaletto. Su afecto, escaso y reprimido, lo volcaba por entero a sus
cinco gatos, Belcebú un raro gato de rayas verdes, Diosa la gata blanca y
Amanda la gata negra, Azrael que tenia un sucio color ceniciento y Pecador, un
gato incoloro tranquilo y aburrido. Su mayor dedicación, aparte de sus estudios
anisoptericos, era para su acuario de shubukins, de hermosos colores amarillos
cobres y naranjas metálicos. Ahora bien, sé que Ruiz Caballero ha escrito
algunas notas sobre él, sé que en ellas hay acusaciones veladas de sodomía,
microzoofilia y sadismo entomológico, sé que incluso ha llegado a vincularlo al
horroroso crimen de Su Eminencia. Esos libelos han hecho de él un equivalente
castizo del Conde Vlad III de Valaquia. Para desvirtuar tales infamias es que
he querido dejar escrito lo que yo conocí de él como persona. Que siendo poco
es mucho considerando su voluntario enclaustramiento vitalicio, social y
familiar. El lector puede ahora preguntarse si un tranquilo caballero de rancia
alcurnia, de pocos amigos, amante de los gatos y los shubukins, de la música y
el arte pictórico, un científico anónimo y silencioso que gastó gran parte de
su fortuna en arduas investigaciones inútiles, podría ser el monstruo que ha
querido crear la desaforada imaginación de ese autor malicioso. Sé que vuestro
juicio, ahora bien informado, ha de limpiar su nombre. Vale.
Únicas referencias biográficas y bibliográficas.-
El criador de libélulas. Primera versión. Francisco Antonio Ruiz
Caballero.
El criador de libélulas. Segunda versión. Francisco Antonio Ruiz
Caballero.
El criador de libélulas. Tercera versión. Francisco Antonio Ruiz
Caballero.
El criador de libélulas. Cuarta versión. Francisco Antonio Ruiz
Caballero.
El criador de libélulas. Sexta versión. Francisco Antonio Ruiz
Caballero.
El criador de libélulas. Séptima versión. Francisco Antonio Ruiz
Caballero.
Nota del plagiador.- La quinta versión de esta saga injuriosa, se
cree está perdida. Intuyo que no fue escrita, para así dejar espacio literario
a nuevos infundíos sobre él, provenientes esta vez de los malicioso lectores de
Caballero Ruiz.
Santiago de Chile, Octubre, 2008.
El
Criador de Libélulas. Quinta Versión.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
En la boca del muerto, que exhala un hedor pronunciado a frutas
podridas antiguas, cae una gota de levísima agua desde una gotera del techo.
Una libélula negra como una estrella de dolor inconmensurable se posa en el
húmedo labio del difunto. Está rígido el cadáver como una barra de acero.
Estatua de cera el muerto parece recordar antiguas momias egipcias
descompuestas, pero los gusanos atestiguan que hace pocas semanas que murió. De
sus ojos brotan dos escarabajos amarillos a rayas, que han horadado también la
pequeña nariz judaica. Las libélulas, negras y azules, revolotean sobre el
cuerpo semidesnudo, el televisor encendido desde hace tres semanas emite una y
otra vez el disco de música puesto en el DVD, el Stabat Mater de Pergolesi,
repetido un millón de veces desde que el muerto se quedara transido. Las
libélulas, preciosísimas, se posan en un dedo podrido del fenecido, y adornan
su maléfica descomposición y podredumbre con un toque de belleza sublime. Una
sola gotera hay en la habitación que deja caer su simplísima gota de agua justo
en la boca sedienta y podrida del leproso, los dos escarabajos amarillos
recorren ahora su cara de antiguo sodomita circunciso, la ropa sobre su cuerpo
está empapada de humedad, deja la cintura y los órganos genitales esmirriados
sin cubrir, el denso hedor a podrido golpea la pituitaria de un observador
inexistente como un guante de boxeo en su puño al contrincante, el muerto,
tumbado sobre la cama parece haber muerto mientras se masturbaba, tiene los calzoncillos
bajados hasta las rodillas. Las libélulas lo impregnan todo, van desde el
esqueleto de una rosa seca hasta una muñequita de plástico con los ojos verdes,
suena el Stabat Mater como una miríada de flautas azules, la música sin embargo
es roja porque el televisor emite continuamente una pantalla roja muy
desagradable, quisiera ser azul la virgen que canta pero es roja, y el barroco
no puede edulcorar lo desagradable de una pintura de fuego, mares de fuego en
la pantalla no dejarían dormir a un millón de insomnes y el muerto se pudre
bajo el color rojo de la pantalla acunado hasta la extenuación por la magnífica
soprano del Stabat. Las libélulas surgen una y otra vez de un acuaterrario y en
el viejo acuario flotan podridos unos peces preciosos que hace poco han muerto.
¿recordará el muerto en su viaje al inframundo lo que hacen los niños con las
libélulas?, ¿recordará como les arrancan la cabeza y las aplastan en un papel
para crear fantasmagóricas y terribles mariposas?, o recordará su último espasmo
de placer en el orgasmo, cuando la masturbación compulsiva había llegado a su
clímax y colibríes de fantásticos colores verdes le recorrían la frente?. La
habitación es muy pobre. Sólo tiene un pequeño cuadro ovalado con un pequeño
icono. Un Jesucristo que ofrece su corazón ensangrentado, con una mancha en el
cuello como si tuviera un cáncer, producto de la humedad. Ahora los escarabajos
han bajado hasta su cuello y lo roen con frenesí. El colgajo genital está
podrido, pequeño y asqueroso, y sobre él se posa una libélula negra como la uña
de un vagabundo. Diapasones negros
centellean cada vez que una libélula quiere salir de la habitación, pero las
puertas y las ventanas están cerradas. En una esquina una telaraña inmensa
cargada de libélulas muertas alimenta una grotesca araña de patas finísimas
como agujas. De la boca del muerto sale un gusano, la libélula que había en su
labio eleva su vuelo, negra y sorprendente. Y el Stabat Mater acaba
reiniciándose nuevamente, azucarado, azul pero carmesí, sin morir jamás. Y el
muerto apesta como un cerdo podrido, como un ángel podrido, como una bestia
podrida, como un Dios.
Sevilla, España, Marzo 26, 2013.
BREVE
RELACION DE LAS EXEQUIAS DEL CRIADOR DE
LIBELULAS
F.S.R.Banda
A Francisco Antonio Ruiz Caballero, sevillano a mucha honra y
maestro de palabras, esté donde esté.
Lo encontramos tendido sobre su lecho, tieso, cristalizado en ese
instante eterno en el que toda vanidad es patética e inútil, boca arriba
mirando el techo con sus ojos glaucos de muerto elegante abiertos congelados en
ese su último asombro de cuando vio la muerte entrar silenciosa como una etérea
babosa transparente por debajo de la puerta y erguirse como una silueta difusa
que se iba lentamente transformando en una dama de riguroso luto, alta,
delgadísima y tan hermosa que le dolía mirarla. Al principio nos asustó un
rumor misterioso que ocupaba la mitad del volumen del salón, (la otra mitad la
ocupaba su tibio y ambiguo perfume dulzón), y que no sabíamos de donde
provenía, pensamos que eran los murmullos de su fantasma desolado que se
resistía a entrar en la muerte, hasta que nuestros ojos se adaptaron a la tenue
luminosidad que entraba por las pequeñas ventanita cubiertas con unos raídos
tules de un color que debió ser violeta, y vimos el enjambre de libélulas
negras brillantes como aladas obsidianas y azules tornasoladas como fulgurantes
engendros del demonio, revoloteando en una lenta espiral sobre el impúdico
cadáver. Digo impúdico pues estaba semidesnudo en una actitud típica de vicioso
onanista que me privo de describir en esta relación por respeto a las damas que
de seguro la leerán buscando conocer algo de los postreros momentos de aquel
que fue amigo entrañable, y quizá algo más, de la distinguida y envidiada
socialité, la hermosa como la muerte Baronesa de Essex, hermana de Su Eminencia
el Cardenal Navrija-Sáenz. Por la brutal pestilencia que nos abundó de
indecentes efluvios colegimos que hacía muchos días que estaba ahí muerto,
borboteando en sus propias miasmas, esperando la requerida, merecida y digna
sepultura mientras lo devoraban con sibaritas urgencias dos escarabajos
amarillos y una afanosa miríada de voraces gusanos. El cuarto tenía ese aspecto
lúgubre y ascético de una celda monacal, contrastando con el resto del castillo
de exuberantes y recargadas decoraciones exageradas hasta lo barroco. En las
blancas paredes carcomidas por el tiempo encerrado en las penumbras colgaba una
mustia y borrosos copia litográfica de la pintura mural del ‘Ecce Homo’ de la
iglesia de Borja, pero no del original de la obra maestra de Elías García
Martínez, sino de la imagen burdamente
retocada por las manos ingenuas e inexpertas de la octogenaria vecina del
municipio, doña Cecilia Giménez, el Cristo de Borja. Nos quedamos ahí de pie
cabizbajos en un respetuoso silencio por un largo rato esperando que los
fúnebres fulgores rojo carmesí del Stabat Mater cesaran, que fue en el mismo
momento en que la gotera que embebía el lívido púrpura de sus labios dejó de
caer, entonces abrimos las ventanas para que huyeran las libélulas, envolvimos
sus mortales y pútridos despojos en una alfombra veneciana y lo arrastramos,
como las vacas muertas ahogadas que a veces sacamos del Guadalquivir, hasta el
jardín de los jazmines donde los dos burdos muchachones que solían visitarlo
habían cavado temprano, antes que llegáramos, su tumba. Allí lo enterramos sin
más, soportando su hedor repugnante y espantando las libélulas que habían
vuelto atraídas por el olor a cerdo podrido, a ángel podrido, a bestia podrida,
ese aroma sublime y a la vez impuro como el de un Dios insolente. Vale.
Santiago de Chile, Octubre 19 de 2015.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 213
1 de
Noviembre de 2015
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