domingo, 24 de enero de 2016

PARADOXAS N° 216

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XII - N° 216


INDICE

PARA LA PRÓXIMA LUNA AZUL - Beatriz Graciela Moyano
¿Dónde estarán los cántaros de barro? - Juan Miguel Pérez
¿Se puede engordar 'El Aleph'? - César G. Galero
El Aleph (Fragmento) - Jorge Luis Borges,
El Aleph engordado (Fragmento) - Pablo Katchadjian
VERTIDO SERA EL SILENCIO - F.S.R. Banda
SOLER PUIG, NOVELISTA  NEOBARROCO (Ultima parte) - Luis Álvarez


EDITORIAL

Escribir novelas ahora, ha dicho Elizondo -y aquí no es en absoluto novedoso-, no significa más que repetir esquemas magníficos, pero agotados, es centuplicar los Tiempos perdidos, las Madamas Bovaríes, los Ulises, los Orlandos. Repetir esas novelas ya no basta, hay que crear nuevas estructuras formales. Una de ellas es la escritura. La escritura sería para la ficción lo que la naturaleza muerta es a la pintura: la creación de objetos delimitados por su propia esencia y que no se refieren nunca a otra realidad que no sea la suya propia, porque son creaciones interiores de la mente, están asentadas en un espacio relativo a ellas, delimitadas y detenidas por su creación misma y sin posibilidad alguna de salir de sí. La luz y el calor de una naturaleza muerta en la que hay copas, caracolas y la plataforma que las sustenta es la luz propia de esas copas, esas volutas pertenecen a las sombras de las caracolas y la plataforma surge de un espacio creado en el instante mismo en que se coloca en la tela. Son objetos puros, fórmulas pictóricas que eligen su propia luz y su propia dimensión espacial y temporal. Las escrituras siguen esas reglas a su modo; el escritor describe, pero no la realidad; si describe algo, ese algo pertenece a aquello sobre lo que su propia realidad se sustenta, porque la escritura encuentra en la mirada del lector la posibilidad de una forma nueva, de un compartir cosas incompartibles, de congelar mundos en hipótesis, de captar la imagen en reflejos, de especular.

Así está escrito en “Farabeuf: escritura barroca y novela mexicana” de Margo Glantz. Vale.

El Editor

ENCLAUSTRADA
Ivonne Concha Alarcón

Crepúsculo nocturno alborada, siete cambios tiene la noche entre suspiros y cantos de amor, las manos meciendo la cuna y yo aquí insomne y ansiosa despierta somnolienta peleándole a la vida un poco de sueño. La noche y las luciérnagas, compañeras inseparables, desveladas de juerga se fueron, saltando a través de la alborada, guiñándole a la lluvia con suaves coqueteos, haciendo malabares, saltando sobre las cenizas. El silencio invitó a una fiesta despertando a otros planetas, a los que no les gusta trasnochar ni a otra luna amparar. Suave luna que te posas en mi piel, eres mi compañera siempre fiel... insomne. Encuentro nocturno contigo, la aventura de pensarte entre sueño y desvelo, seguir el instinto de buscarte entre los sentimientos enrejados, ensortijado laberinto nostálgico, pasión natural de los sentidos, locura nocturna de dudas y desvelos. Relámpagos fosforecen en el cielo negro, observo curiosa a través de mis campos internos, la soledad busca apacible el sueño de la cordura, se desprende la emoción de los recuerdos, se esconden disecadas las verdades de ayer, se  desprenden de los sentimientos los sueños, la ilusión es un tizón encendido de dudas y recuerdos. El temor y el tiempo se contaminan, se desvanece en mis brazos el vacío del alma, se agolpan las lágrimas en el portón enclaustrado entre las tinieblas de una larga noche, se siente desde el tejado el zureo de las palomas, la lluvia golpea los vidrios de la ventana, mientras la noche sigue su rumbo por los silencios la soledad sigue hurgando los sentidos...


PARA LA PRÓXIMA LUNA AZUL
Beatriz Graciela Moyano

Llueve intensamente, sin frío,
con algo de viento y piensa...

No sabe cuánto tiempo durará este viaje. Esgrimirá un ademán elegante para que la música proveniente de las gotas sobre las chapas, suene a celestial coro de ángeles envolviendo la luz y así llevarla donde quiera que vaya. La etapa pasada congeló la sed, trabó las cuerdas vocales y la sonrisa quedó justo en centro del abismo. Una sola bolsa cargará con recuerdos, hay varios cofres bonitos que ha coleccionado desde hace años, porque sí, nomás, en uno colocará prolijamente palabras de aliento, en otro los desencuentros y el rubor, en uno pequeño las caricias al alma, también llevará unas flores azules de seda, tomadas del cuadro de la paloma herida, congelada, los libros más queridos, unos discos de pasta algo ondulados con canciones inolvidables, una voz en mp3 recitándole un hermoso poema, no sabe qué más todavía, aún no termina de empacar, sin fecha cierta de regreso, tiene mucho por aprender, experimentar la destreza para destrabar su lengua de milenios, templar la voz para el susurro y ejercitar el vivir más ligeramente sin involucrar los sentimientos en todas las acciones, con suerte, para la próxima luna azul será que vuelva, eso si no se enamora de los pájaros y sus trinos en algún pueblo humilde, pequeño y acogedor.


¿Dónde estarán los cántaros de barro?
Juan Miguel Pérez

Me pregunto: ¿dónde está el ojo de agua?, ¿dónde están las sandalias?, ¿dónde está la camisa de manta?, ¿dónde está el pantalón curtido de barro?, ¿a dónde se ha ido el espíritu del maguey?; quizá, las hamacas escuchen mis preguntas y la zarza espine como objetivo a mis zapatos; no sé, tal vez la ninfa me responda u obligue a mi cuerpo a lanzarse al vacío de las campánulas, para ver si encuentro vestigios; a oscuras, en medio de los escombros, encontré al mimbre sollozando el olvido, roto de los ojos como el cántaro de barro, que fue reemplazado por el plástico que derrumba pinos, conacastes...; en la quebrada, sólo el eco platica conmigo, los pájaros cantan con sigilo, le temen a la hondilla del incienso; sin embargo, las amenazas no son las que vemos a simple vista, ellas yacen ocultas en los productos, esperando dar la puñalada en nuestro bolsillo; por eso los cántaros temen desaparecer del cerebro, escuchan al agua del alambique en el peñasco diciendo: "ven y prueba de mi nacimiento, con mi fórmula nacerás de nuevo y leerás mi pesar"; allí es donde las letras abren heridas: en mis labios, mi voz, mis manos, mis dedos... ahí el poema se torna verosímil y exacto, resucita de entre los muertos; retorna el recuerdo del pasado y atormenta las hojas del cuaderno; ahora en medio de las rocas, el barro, que le da forma a sus entrañas, tratando de sobrevivir a la fosa séptica de la Tierra. Ah, la Luna, comiéndose las olas, digiriendo petróleo y ballenas muertas; la marea bañando a las rocas con el veneno de su regadera y las pirañas alimentándose de los obreros que todavía siguen vivos en los cantones; todo el barro yace debajo de las fábricas que llaman progreso.


¿Se puede engordar 'El Aleph'?
César G. Galero

Especial para EL MUNDO Buenos Aires, 15/08/2015

Un joven escritor argentino se atrevió a reescribir el célebre cuento de Borges.
Un tribunal ordena que una comisión de expertos determine si hubo plagio.

Pablo Katchadjian, un desconocido escritor argentino, nunca imaginó el ruido mediático que generaría 'El Aleph engordado', el libro que publicó en 2009 en una editorial independiente y del que apenas distribuyó dos centenares de ejemplares entre amigos y familiares.

Concebida como un juego literario, la obra de Katchadjian agregaba palabras y frases al original de Jorge Luis Borges, es decir, engordaba 'El Aleph'. Pero si hay alguien a quien no le gusta que jueguen con la obra del gran referente de las letras argentinas es a su viuda, María Kodama, que en 2011 demandó por plagio al joven y audaz autor. Tras varias idas y vueltas, la justicia ha determinado ahora que una comisión de expertos establezca si 'El Aleph' (1949) se puede o no "engordar".

Acusado de plagio por los abogados de Kodama, el autor de 'El Aleph engordado' fue sobreseído en primera instancia después de que un juez viera en el libro simplemente un "experimento literario", tal y como argumentaba la defensa de Katchadjian. Kodama insistió y logró que la Cámara de Casación revocara esa decisión y determinara que el joven autor se había apropiado de la propiedad intelectual de Borges.

En este laberinto jurídico que tanto disfrutaría el autor de 'Ficciones', ahora le ha tocado el turno de apelación a Katchadjian, que ha visto cómo un tribunal ha otorgado el beneficio de la duda en el caso al ordenar esta semana que se realice un peritaje para determinar si el "experimento" puede considerarse plagio o no. Para ello, cada parte nombrará a uno o varios expertos que compararán las dos obras y emitirán después el correspondiente informe.

Al abogado de Kodama, Fernando Soto, no le ha gustado nada la decisión de los magistrados de la Cámara de Apelaciones. "Después de iniciado el juicio, Katchadjian comenzó a hablar de intertextualidad, pero antes hablaba de engordamiento", declaró al diario 'La Nación'.

El culebrón tiene ahora un final abierto y sin un plazo definido. Los expertos designados por las partes deberán ponerse de acuerdo sobre el procedimiento a seguir para cotejar las dos obras. Katchadjian, profesor universitario, le inyectó más de 5.600 palabras a las 4.000 del texto original de Borges. "Vamos a buscar personas que conozcan bien la obra de Borges, para que sean objetivas a la hora de hacer la comparación -explicó Soto-. Aunque con sólo leer palabra por palabra de cada una de las versiones se confirma una gran cantidad de adulteraciones".

Pese al revés judicial, el abogado de Kodama se mostró satisfecho de que, por fin, se haga lo que, a su juicio, se debió haber hecho desde el principio: "comparar una obra con otra para que se compruebe la adulteración del texto original y determinar si fue una acción dolosa".

Para Katchadjian (1977), su obra es definitivamente un juego literario: "Después de escribirla vi que había algo de profanación, en el sentido de que la profanación es llevar algo de vuelta al mundo de los hombres. Todas las profanaciones exigen un ritual, y el ritual siempre tiene que ver con el juego".

Ricardo Strafacce, escritor y abogado de Katchadjian, considera incomprensible la actitud de Kodama. No ve motivaciones económicas en la demanda, dado que su cliente no se enriqueció ni mucho menos con los 200 ejemplares distribuidos de su obra, pero sí una suerte de obsesión de la viuda de Borges por "meterse siempre con los más débiles". Para Strafacce, Kodama desconoce absolutamente la obra de Borges: "Hay sobrados ejemplos de cómo trabajó la intertextualidad en su escritura. Uno de ellos es el cuento 'Pierre Menard, autor del Quijote'".

La polémica ha generado revuelo entre los intelectuales argentinos. Algunos de ellos salieron en defensa de Katchadjian en julio y pidieron que se suspendiera su procesamiento en un acto celebrado en la Biblioteca Nacional. Ricardo Piglia y César Aira, entre decenas de autores, firmaron un manifiesto en defensa del profesor universitario, para quien el juez había pedido el embargo de bienes por 80.000 pesos (unos 8.000 euros).

"La autoría y los derechos subsidiarios de la obra 'El Aleph engordado' quedan fuera de discusión: pertenecen a Pablo Katchadjian. Su procedimiento no difiere en lo sustancial de lo que se ve a lo largo de toda la historia de la literatura: trabajar en base a textos preexistentes, reelaborarlos. Tampoco difiere de la larga tradición de obras similares que fueron creadas por escritores y artistas desde principios del siglo XX, entre los que estaba Borges", argumentan los intelectuales en su manifiesto.

No es la primera vez que Kodama presenta una demanda por plagio. El español Agustín Fernández Mallo, autor de la trilogía 'Nocilla', también sufrió en sus propias carnes hace cuatro años los embates judiciales de la viuda de Borges. A tal punto que la justicia ordenó retirar de las librerías el libro 'El hacedor (de Borges), Remake', en el que Fernández Mallo revisitaba otra de las obras cumbre del escritor argentino.


El Aleph (Fragmento, 1949)
Jorge Luis Borges,

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.


El Aleph engordado (Fragmento, 2009)
Pablo Katchadjian

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera, y entonces pensé: «Esto es simplemente una esfera tornasolada, aunque de casi intolerable fulgor, como una bola de espejos fundida en plomo». Luego me distraje, un poco decepcionado, hasta que un fulgor mayor, violáceo, como un estallido detenido en el tiempo, me hizo volver a la esfera. Atrapado por la luz como un insecto, comencé a mirarla con fijeza hasta que ésta empezó a moverse sin salir de su lugar. Al principio la creí giratoria; luego pensé que el que giraba era yo; finalmente comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, quizá cuatro o hasta cinco, no más, pero el infinito espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Así, cada cosa (la luna del espejo, digamos, por ejemplo) eran infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo, y como los puntos de vista son infinitos, cada objeto de los infinitos objetos del universo era en sí mismo infinito. A la vez, cada objeto está conformado por infinitos puntos… Y cada uno de los puntos es infinito en sí mismo… Eso, insisto, no se puede describir. Pero como toda descripción recorta sobre lo infinito un capricho, la lista siguiente es lo que la literatura me permite en este momento, por lo demás histórico. Así que vi el populoso mar con sus barcos hundidos, vi el alba y la tarde en Budapest, vi un serrucho, vi las muchedumbres indígenas de América sometidas a la explotación y el hambre, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide que no pude identificar, vi un laberinto roto a martillazos (supe que era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo deformante y multiplicador, vi en un pozo los restos de la corbata favorita de Beatriz rodeados de miles de bolsas de basura negras, vi en un traspatio de la calle Soler casi esquina Coronel Díaz las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi mosquitos portadores de enfermedades cruzando el océano en el fondo de un barco, vi racimos de uva todavía verdes, nieve manchada con petróleo, tabaco, ron, vetas de metal y aluminio, vapor de agua concentrándose en la tapa de una olla cerrada, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi la siguiente página del tratado De Humana Physiognomia de Giovanni Battista della Porta, vi el gasómetro al norte de Veracruz que Daneri describía en sus poemas y comprobé que la descripción era inexacta, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré porque era increíblemente hermosa y exactamente coincidente con mi imagen interna de la felicidad, vi la violenta cabellera de una mujer duchándose, el altivo cuerpo de un hombre cazando patos, vi un cáncer en el pecho de un joven de no más de veinticinco años, vi un círculo de tierra seca en una vereda donde antes hubo un árbol, vi una quinta venida debajo de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, comida por los insectos –¡temible anobium!– y el tiempo, vi a una pareja gritándose horriblemente, vi un manuscrito desconocido de Petrarca oculto en una caja enterrada debajo de un edificio de departamentos, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche; luego me asombré de que a veces lo hicieran), vi extraterrestres, vi normalmente la noche y el día contemporáneo, vi muchas mujeres y muchos hombres desnudos, vi un poniente, microbios saltando en un Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala pero que resultó ser también una sombrilla, vi mi dormitorio afortunadamente sin nadie, vi el nacimiento de cinco perros salchicha, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi en un bosque a una jeune fille sauvage y junto a ella cuatro ardillas, vi caballos de crin arremolinada por la suciedad en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano y no me gustó, vi a un hombre comprando un alfajor, vi a los sobrevivientes de una batalla gimiendo, enviando tarjetas postales, mendigando, tomando vino, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española mojada, vi los infinitos microbios de que estamos compuestos y vi microbios saltando de un cuerpo a otro, vi un crimen, vi supuestos tatuajes de prostitutas en una lámina de un libro de Lombroso editado en París en 1986, La femme criminalle et la prostituée, vi las sombras oblicuas de unos helechos amarronados en el suelo de un invernáculo, vi en una línea de montaje a un obrero dejando pasar una cuchara deforme, vi tigres blancos, émbolos, bisontes, marejadas, lápices y ejércitos de langostas, vi un sapo aplastado por un jeep, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi inmediatamente después miles de ejemplares distintos de escarabajos y recordé a J.B.S. Haldane, vi en un museo un astrolabio persa robado en una guerra, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi luego cartas de Beatriz, aun más obscenas, dirigidas al doctor Zunni, vi bananas, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo y me sorprendí al notar que llevaba puesta una pulsera de plata que yo le había regalado, vi un levantamiento popular en Oriente, vi la circulación de mi oscura sangre y eso me gustó, vi a Carlos Argentino alegre, hablando por teléfono, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi «El Aleph» desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto conjetural, cuyo nombre usurpan algunos de los hombres, pero que ningún hombre de todos esos ha mirado con la paz que desearía: el inconcebible universo. Y yo lo había visto, pero también Daneri… Y en ese sentido, ¿qué podía tener eso de especial? ¿Ver qué? ¿Qué había visto realmente? Sentí infinita veneración, también infinita lástima; luego, una sensación extraña en la cabeza.


F.S.R. Banda

“Con su linealidad dispersiva, preocupada en ir a todas partes, la poética neo-no-barroca impulsa su unidad en la fragmentación, en las lecciones de distracción carentes de objetividad, en su constante recurrir a la impersonalizacion del sujeto autoral.” Neo-no-barroco o barroco: Hacia una perspectiva menos inexacta del neobarroco. Eduardo Espina, Abril 2015.

Fulguraciones del pasado que se quedó enquistado en un desierto de pasos lentos que guarda las huellas milenarias en un caliche quebradizo, o sumergido en un mar lejano de barcos anclados al pairo en la rada de cormoranes y pelícanos rasantes sobre las albas espumas, profundas perturbaciones de la realidad que convergen en ilusorias dimensiones atemporales, en la oquedades que van quedando en las horas de ocio o somnolencia. La temporalidad se bifurca en el destello continuo del ahora que acontece cuántico y palpable, sin futuro posible, sin tentaciones ni premoniciones, sin ni siquiera tenues expectativas, y en la algarabía de un ayer de sensaciones perdidas u olvidadas en el trasiego de las memorias demasiado transitadas. A contraviento del tiempo con sus horas marcadas, de los soles que giran establecidos en su propia indiferencia, y del eco o reflejo que devora con repeticiones y olvidos, en los hábitos del contraluz parpadean perennes imágenes que perduran en su sencilla latencia como el musgo en el muro de adobes que espera paciente el invierno para recobrar sus breves esmeraldas. Un vaho de nostalgia asume entonces el poniente, rabiosos arreboles acorralan el enjambre de dudas insolubles y circunstancias equivocadas. En lontananza el negro velero de la noche cursa los oleajes atardecidos del negro mar de las lunas con su único navegante; un arcángel enfurecido que vocifera de pie en la proa salpicado de espumas refutando la divina voluntad. Torvo el oscuro disemina sus semillas en un crepúsculo de estrellas congeladas antes que retornen las sombras de las sombras caminando extraviadas por los senderos de las consabidas penumbras, como ágatas antiquísimas encapsuladas en sus sedosas perlecencias, como los matices texturales de los crisoberilos en color verde amarillento y sus pervertidos brillos vítreos. Las calles del barrio se vacían apenas el ocaso se deshace en las fuliginosas honduras, sobreviene entonces un vasto silencio urbano que no alcanza a plagiar la húmeda monotonía de las lucecitas tristonas de los faroles engarzados en los brumosos follajes. Un nocturno milenario va cargando de monotonías el insomnio, el sujeto, inmerso en esa densidad oblicua, sigue extraviado en sus caóticos pensamientos, ensimismado, solitario, sin la urgencia del ahora que se deshace, arena o ceniza, en ese tupido intervalo de tiempo. Sabe, y eso lo conforma o a lo menos atenúa sus agobios, que hacia el fondo del bosque se iniciará al alba el misterio de la pequeña y secreta felicidad de volver a oler el lejano perfume de la madreselva.


SOLER PUIG, NOVELISTA  NEOBARROCO (Ultima parte)
Luis Álvarez (i)

La crítica literaria cubana ha venido durmiendo una siesta inacabable desde los difíciles y castrantes años setenta: mucho enfoque tematizado, insistente historicismo —fuentes, contactos, comparaciones—, sociologismo vulgar, pero mientras la ciencia literaria cambiaba de derroteros y de lenguajes. Ciertos intentos de renovación condujeron a un formalismo repetidor de fórmulas metalingüísticas, proyectadas en incoherentes antologías de lecturas de teoría literaria… y muy poco más. Mientras, la incansable labor de divulgación de Desiderio Navarro ha tenido una imperdonable falta de recepción, incluso en los medios académicos. De modo que no se trata de carencia informativa: es desidia y herencia pesante de un semipositivismo crítico, o lo que prefiero llamar un interpretacionismo sin asideros. No es casual que todavía en el presente, cuando un joven crítico se apoya en metalenguajes, criterios científicos y modos distintos de evaluar el proceso literario, enfrente ceños fruncidos, cuando no exclusiones culpables, como si el cambio de las artes —imposible de negar, hasta para el más estrecho de los dogmas— no comportara asimismo una inevitable, necesaria y dialéctica evolución del discurso crítico-literario y crítico artístico en general. Soler Puig pagó las consecuencias de ese estancamiento de la reflexión crítica nacional. Su voluntad de renovación expresiva lo llevó a adentrarse en un lenguaje narrativo que, tanto como propio suyo, significaba una concordancia con las transformaciones profundas que se estaban efectuando mundialmente en otros panoramas literarios, inclusive en la antigua Europa socialista. La obra de Soler Puig da testimonio de esa transfiguración inmensa que habría de conducirse en la sensibilidad posmoderna. Él, como nadie en el panorama literario cubano de la época, se atrevió a afirmar, en una alegoría formidable y certera, el inminente cambio inevitable: “Las cosas se están derritiendo y nadie se da cuenta porque todo lo que se derrite mantiene la apariencia, que la apariencia es la cáscara de las cosas y las cosas son los hombres y los animales y los muebles […]”. 
Es hora de reconstituir de manera cabal la dimensión de Soler Puig en la literatura nacional. Su insistencia en la complejidad de la estructura y el punto de vista narrativos son los cimientos de una renovación (neo)barroca de ancho aliento, que por una parte resultó la continuación de los caminos transformadores de Lezama Lima, Novás Calvo y Carpentier en la narrativa, continuación, pues, del espléndido barroco insular, pero, por otra parte, es un puente cabal también con el neobarroco de la obra, tan ignorada entre nosotros, de ese extraordinario polígrafo que fue Severo Sarduy. Muchos más elementos del neobarroco posmoderno pueden ser calibrados en la narrativa de este escritor que llega a su centenario sin que hayamos logrado reconocerle la importancia capital que tuvo como renovador. Su gusto por la imprecisión, tan fuerte en El pan dormido y El caserón, pero también en Un mundo de cosas —¿cuál es la realidad efectiva en esta última novela? ¿el dolor finisecular, la explotación del primer medio siglo XX, la invalidez posterior del ejecutante del sujet sometido a una semiparálisis, a una evocación sin otro fruto que la admonición?—. Esta última gran novela del autor juega a una peculiar distopía, que obliga al lector a reacomodar continuamente la perspectiva, perdido en un inmenso espacio neobarroco que es el de la historia misma de su cultura. En una época en que el canon —artificial si los hay— pedía simetría, nitidez, claridad de mensaje, pronósticos confiados de futuro, Soler se atrevió a regodearse en la oscuridad temática, la imprecisión de perfiles, el humorismo criollo —que él aprendió de Lezama y que no es risa, sino reflexión adensada— sobre los valores negativos, la entropía, el laberinto de una vida que, en efecto, puede en cualquier momento derretirse.
Neobarroco, insomne, tallador incansable de su propio lenguaje, tanto como su extraña, irregular, poderosa narrativa, él mismo encarnó una imagen del ser cubano esencial. Al igual que su tremenda estatura neobarroca, parigual a la de su admirado Lezama Lima, esa cubanía de su ser y su angustia vital constituye su más viviente legado.

(i) (Camagüey, 1950). Profesor titular de la Universidad de las Artes en Camagüey.


La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 216
4 de Enero de 2016


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