domingo, 24 de enero de 2016

PARADOXAS N° 215

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XI - N° 215


INDICE

REMOCIÓN DEL VELO - Beatriz Graciela Moyano
EL TIEMPO ES CIELO ABIERTO - Ivonne Concha Alarcón
EN LAS HOJAS DEL CALENDARIO - Guillermina Covarrubias
Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (Fragmento) - Agustín Fernández Mallo
Trova íntima - Emilio Calvo de Mora
Una Historia Triste. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
Y SERA MI VOZ - F.S.R.Banda
SOLER PUIG, NOVELISTA  NEOBARROCO (Tercera parte) - Luis Álvarez


EDITORIAL

Instrucciones para jóvenes escritores (2)
Rafael Gumucio

Escribir no es natural, pero pensar es lo más natural del mundo. Sin saberlo, a veces sin quererlo, vivimos rumiando, como las vacas rumian pasto, ideas. O ni siquiera ideas: nombres de calles y de niños, cosas que hacer y no hacer, peligros que evitar, pedazos de canciones. Nuestros gestos más íntimos y más rutinarios vienen acompañados de comentarios, de advertencias, de órdenes que les damos a nuestras manos, piernas, y pechos. En la mayor parte de los seres humanos esos pensamientos de paso desaparecen en la nada. Nos solemos alegrar de que desaparezcan, porque sabemos también que la primera señal de demencia es justamente la permanencia más allá del límite natural de esas canciones, nombres, chistes, de esas órdenes que le damos al cuerpo, que ese diálogo en que somos y no somos los dos conversan.
Escribir es una forma controlada de esa demencia. Un escritor tiene que ser doblemente cuerdo porque coquetea con esa locura: hacer que permanezca en el papel lo que nació para perderse en la nada. Nuestro trabajo no consiste en otra cosa que hacer visible a ese hombre invisible que habla cuando nos quedamos callados, que piensa cuando no piensa en nada, que camina un paso delante de nosotros y se queda parado un paso atrás a veces también, atrapado por el detalle de un cuadro o una esquina.
Las fotos de los escritores que coleccionaba cuando empecé a escribir los mostraban casi siempre con un cigarrillo en la mano. Ahora entiendo que esos cigarrillos al borde de sus dedos en blanco y negro simbolizaban el verdadero trabajo del escritor, el de hacer visible mediante el humo que cubre sus movimientos al hombre invisible. Si el humo es demasiado colorido y denso, solo encubrirá al hombre invisible, si es demasiado ligero, si te pones a hacer redondelas con él, se escapará también seguro. Escribir consiste en adivinar lo que el humo no alcanza a mostrar y en caso de necesidad también usar el olfato y los dedos para tocar el cuerpo, convencerlo de sentarse al lado y hablar.
Siento decirte que eso que ya nadie se atreve a llamar inspiración, existe. Aunque también se podría llamar expiración. La sensación de que otro te dicta lo que estás escribiendo no es ni falsa ni del todo verdadera. Eso de Rimbaud de que "yo es otro" es, para cualquiera que escribe, una verdad de recibo. Querido joven o viejo que escribe, tengo una buena y una mala noticia: a nadie le interesan tus opiniones e ideas, tu vida, tu infancia en dictadura o democracia, tu familia funcional o disfuncional y, sin embargo, nada es más interesante que todo eso. Lo que digas sobre ti mismo es generalmente mentira o muy poco importante, lo que diga ese otro, ese delator infame que es tú sin ser tú, esa fuente cercana a, de ti es siempre urgente, necesario, único, inevitable.

Viene del número 213. Vale.

El Editor



REMOCIÓN DEL VELO
Beatriz Graciela Moyano

Se le hizo noche, siendo media tarde allí en la azotea del pensamiento, un bagaje de remembranzas sacudió el acantilado de la memoria, una marea en alta y los recuerdos saltando como cardumen de peces a la caída del sol. Se sintió aturdida, había tanto y tan mezclado que no podía entender como se superponían épocas y sucesos tan disímiles, trató de tranquilizarse, quiso un poco de orden a esa batalla interior, no escapar de ese momento, sino entender el porqué de la visita inesperada, se vio joven viajando a su primer empleo de secretaria, leyendo un libro que su padre había forrado con un papel estampado de flores para que nadie supiera que leía las obras completas del "Che", eran épocas de dictadura militar y eso era más que prohibido. De pronto se borraron aquellas imágenes y aunque quiso volver a ellas ya no le fue posible, ahora está tirada boca abajo en la terraza de su casa de la calle Dean Funes, ella, sus hermanas y su padre, tratan de observar, sin ser vistos, los acontecimientos que tenían lugar en la plaza de enfrente, “terroristas” decían vecinos por lo bajo, estaban encapuchados y se arrastraban por el césped en dirección a la comisaría N°18, después ya la balacera y como una película cortada ve la figura de la madre joven corriendo, llorando con su niño en brazos, y supo de ese momento, resurgió el sentimiento y la desesperación, detrás o superpuesta a esa escena, la misma madre con la mesa llena de cuadernos y sus dos hijos en sus tareas mientras ella leía una carta, el viajero no llegaba ese fin de semana... Ahora es una niña asustada con su hermanita de la mano, no, no quiere recordar ese tiempo, los pensamientos no tienen orden cronológico ni piedad, se recostó en un sillón y en un momento se durmió mientras seguía su mente subiendo y bajando, experimentando realmente la remoción del velo.


EL TIEMPO ES CIELO ABIERTO
Ivonne Concha Alarcón

El tiempo es cielo abierto sin presagios, sin certezas, sin verdades absolutas, claros de luz y azules oscuros nocturnos de pálida luna menguante en caminos y andares del tardío estío ardiente, resplandores blanquecinos del jardín antes del otoño en la clara intensidad del deseo, antigua alameda verde perdiendo sus colores estivales, temerosa ante la pérdida provocada por el abandono, camino estrecho cercano a los ocres en tiempos cansados, hojas mecidas por el viento huracanado reminiscencias del ayer oculto en la extensa noche extraviada entre las aromas del verbo conjugado entre placer, pasión, anhelos, y los sentimientos del alma, mariposa nocturna golpeándose en los muros amarillos en pausa al borde del desfiladero del canto de las hojas del diario de vida ocurrida, se oye el susurro de voces suaves e intensas, crepúsculo de un pasado de añoranzas, reminiscencias de cenizas tibias a punto de despeñarse en un abismo infinito donde a veces el amor se pierde ciego de incertidumbres y desconfianzas aprendidas en ilusos sueños de casta mujer pudorosa envuelta en los miedos a perderse entre los deseos y afluentes del sentir temerosa de sentir la pasión de los deseos en su piel dormida, desborde de luciérnaga alada efímera escondida, amurallada como envejecida hiedra apegada a los muros pétreos de una casa abandonada y sombras brumosas verde azul aterciopelado caminantes extraviadas entre las cenizas del recuerdo del sentimiento y los deseos que nunca se terminan en el sentir expectante de mujer latente... viva.


EN LAS HOJAS DEL CALENDARIO
Guillermina Covarrubias

Cuantas nubes han pasado y tú corriendo en mis venas, profanando los sentidos en mi sangre ajena que se detuvo en tu errante fuego, como un secreto abierto, caminando en el silencio y el olvido. Era yo la cintura de tu guitarra y como el temblor de vino en la jarra, se destiño sin tregua el sosiego, las tinieblas de poblaron de espigas calladas de otoños y tu voz aún es fruto de las noches, crece en los sueños de luna y en las silabas tardías, hablando, inventando tu sombra con mis años Mientras las manos mitológicas son remos mutilados en amores disfrazados en las ondas del viento, frecuento el sol y las luces del crepúsculo con la boca deshojando claveles negros, más allá de tu silencio, no puedo dejar de amarte como el verbo pretérito imperfecto, que quebranta mi constelación de capricornio. Te quedaste en el brillo de mi pelo, en la edad vencida de recuerdos y en mis faldas de demonia estoica te llevo, vivo en tu ausencia como solista muda desde nace el poema hasta que cierra la estrofa, así puedo vagar en las estaciones del año, en la pasión de tu huerto en invierno, la sed que calma en verano, en las hojas perdidas de otoño, y en el rocío de primavera.


Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (Fragmento)
Agustín Fernández Mallo

El destino de la memoria [ese órgano poroso] no es olvido; es la infidelidad. Colados en el recuerdo de otro, somos otro. Ensimismados en un objeto no sabemos que es otro quien se nos ha colado en forma de objeto. Y cuando en busca de un viejo amor desandamos el trayecto [exactamente el mismo], encontramos otra cosa [pero no nos damos cuenta], y como sólo puede existir aquello que volverá a repetirse [es ley], a veces dudo de si realmente hemos caminado ese camino [por deducción: algún camino, todos los caminos]. Y si un perro se muere lo que lloramos es haber conocido la verdad que aún no nos ha llegado. Y las manzanas nunca caen de la misma forma [tampoco los párpados; por eso soñamos]. Y si todo esto no es cierto, o no existe el hombre, o no existe el poema, o ningún hombre ha escrito jamás un poema. Pero no te escribía para esto [que también], sino para decirte que ayer encontré una carta tuya en la que me decías, «acabo de llegar y ya sé que me vestirás con tus besos». Un día, en alguna infidelidad de la memoria, habrá sido verdad.


Trova íntima
Emilio Calvo de Mora

No podemos ser sublimes sin interrupción, no somos Baudelaire, no está el aire envarado de luz, ni está oscuro, ni gris, no hay aire que convenga ahora, no me violenta el día con su causa festiva, no estalla la poesía en mi pecho como un cántico, no he aprendido literaturas germánicas medievales, no he sentido el peso de la revolución en los cereales del desayuno, no he amado un pubis hirsuto de hija de janis joplin, no sé mucho de alquimia, no tengo todas las muertes juntas en cuento, no hay patria, no persiste el amor como una epifanía en la boca del estómago, no hay purcell por las noches cuando nos amamos, no sé declinar los verbos más importantes, no veo la rosa ya rosa de verdad de un modo absoluto y continuo, no me pregunten, no está el tiempo a mi lado, no estuvo nunca, no estuvo ni cuando yo lo sentía, no canta el cantor, no lo escucháis, no está lázaro, ni se presiente que acuda, no hay dios, no hay patria, no hay rey, no me vendan la usura, no la quiero, no creo que necesite más que esta canción de pablo milanés de mil novecientos ochenta y siete, no estabas tú, ah cuerpo, en el vértigo ni en la fiebre, no encontré asidero en los palacios, no vi ningún abrigo en el oro, no me ocupé de las palabras, no el largo mirar de las palabras sino el hondo pulso de lo que dicen


Una Historia Triste.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Me encontré la luna en un charco de agua que la lluvia había dejado en la carretera. La recogí con sumo cuidado y tuve en mis manos la luna. El tacto de la luna es frío como la escarcha y cosquillea en la piel como las polvitos de zeta peta en la boca. Con la luna en la mano iluminé varias ventanas de la callejuela a oscura. La luz de la luna se reflejó en las ventanas guiñando el ojo como una alegre prostituta a un cliente en una esquina, era una luna redonda y muy sana, y por eso le di un mordisco y me comí un trozo, todo mi ser resplandeció por dentro y mis ojos se me iluminaron como si estuviese enamorado. Guardé la luna en el bolsillo y seguí caminando. Ya no había luna en el cielo y quince mil estrellas azules me contemplaban en medio de la callejuela. La noche estaba fresca como un batido de chocolate recién probado desde la nevera, y un aroma a resedas y jazmines me acompañaba, voluptuoso como un concierto de Chopin. Al doblar la esquina lo vi, tendría doce mil años, era un viejo dragón herido en una patita por una espina de pescado. Echaba fuego por la boca, un fuego amarillo como los trajes de alguna modelo de prett a porter, y también salía de sus narices un humo con olor a eucalipto. El fuego lo echaba hacia arriba como aullando de dolor. Me aproximé a él, era un dragón muy violento pero su estado era verdaderamente lamentable. Ya no se atrevía ni a morderme, así que le arranqué la espina que tenía en la patita y se hizo mi amigo. Como ya era su amigo me roció de fuego por entero, de un fuego especial, pues no quemaba, pero que me calentó por dentro ya que la noche estaba bastante fría, y en ese trance rebajé en un año mi vejez, era un año más joven, de poco importaba ya que yo físicamente estaba enormemente quemado, tanto con fuego de dragón como sin él. Yo a cambio saqué la luna del bolsillo y le di de comer un poco de luna, y su fuego se convirtió en azul y él se puso enteramente plateado, como de acero inoxidable. Le dije que tenía que seguir mi camino y el dragón me dijo que jamás me olvidaría, cosa que no hizo porque según me cuentan lo mató un chiquillo el otro día con un tirachinas. Yo continué mi camino. En la Plaza en la que me encontraba crecían cientos de jaramagos amarillo, y en medio había una fuente. Saqué la luna de mi bolsillo y la tiré a la fuente, y la luna volvió al cielo. Y me quedé dormido junto a la fuente, envuelto en un cartón.


F.S.R.Banda

Oirás mi voz en el descampado de tus rutinas, cuando dejas que los silencios florezcan en los cuartos oscuros, el musgo de la quietud crezca sobre los muebles y el fino polvo de los días se arrime acumulado en el quicio de los ventanales, misteriosamente entonces oirás mi voz afanando un poema que reconocerás como tuyo por dos o tres palabras, los códigos de nuestros desamparos, y será sin asombros ni deslumbres porque intuirás su vigencia inmediata, casi cotidiana, como el hervor del agua en ese otro fuego o el azúcar del café que se queda como un amoroso resabio escondido en tus labios. No huirás por los susurros que vertidos en ti resplandecerán en sus trabajados artificios ni por el estremecimiento contenido para no quebrar los signos y los símbolos, las perfectas coincidencias o la tenebrosa virtud del destiempo. De los encantos del sonido pulverizado para seducirte se desplegarán los vuelos de los verbos, las minuciosas vocales y las abruptas consonantes que emigran de mi boca a tu oído buscando anidar en tus lejanas instancias de sosiego, allí donde eres otra, distinta e incesante, ajena, ese lugar que me esconde cómplice de tus ensueños enmascarados y de las elisiones donde no me nombras en el mediodía para que yo te aceche nocturno en la turbias horas del insomnio. Todo te sucederá como un eco que se eterniza en sus reverberaciones o se oculta en los maceteros de los geranios, en la curvatura de las copas, en ese matiz antiguo que envejece en las maderas, en la dualidad imperceptible de los objetos en desuso y en los vestigios de otras voces que permanecen enredadas en las telarañas de los rincones inaccesibles. Escucharás ruborizada que murmuran tu nombre secreto mientras te reflejas en la penumbra del espejo, y será mi voz en cautiverio que hará florecer tus sonrojos, sonreirás seductora mirando tu boca pensando como será el beso de esa voz que te sumerge y te inunda con su entonación de rumor de oleaje, su cadencia poética, su grave tonalidad viril y su pétreo timbre de hombre cansado. La serena soledad de tu clausura propagará la resonancia del canto triste que solo tu oirás entre el tumulto y el trasiego de tus quehaceres consabidos, olvidarás algún objeto para ir a buscarlo por los sitios donde mi voz acontezca en su sonoridad más diáfana y asegurarte que te siga persiguiendo resonando en los muros y los vidrios hasta hundirnos desaparecidos en el vasto silencio de la noche.


SOLER PUIG, NOVELISTA  NEOBARROCO (Tercera parte)
Luis Álvarez (i)

Hacia la segunda mitad del siglo XX, el principio de incertidumbre, enunciado en 1925 por Heisenberg, se había consolidado científicamente de una manera incuestionable. Anclado en la física cuántica, el principio de incertidumbre había invalidado el determinismo científico afirmado despóticamente por el siglo XIX y, desde ese ángulo, había contribuido no poco a preparar la crisis de los discursos autoritarios y dogmáticos que habría de caracterizar al Posmodernismo. En el momento en que Soler Puig publicaba El pan dormido, toda esa transformación del pensamiento científico y de la cultura parecía muy lejos de la realidad cotidiana insular. Y sin embargo, habría que replantearse esa novela como un primer síntoma tangible y perspicaz de la presencia de la sensibilidad posmoderna en la literatura cubana, como también lo es, posiblemente con mucha más fuerza, El caserón. En ninguna de estas dos novelas puede identificarse una magnitud –estructural, temática, ideológica– que permita llegar a conclusiones de precisión tajante. Son obras abiertas, configuradas como laberintos interiores, subterráneos de la autopercepción: ni los hermanos Perdomo —el principal de los cuales carece, como se sabe, de nombre propio— ni los personajes narradores femeninos en El caserón presumen de un conocimiento cabal de sus personales universos. Ni ideologías cerradas, ni geometricidad de trazado estructural impoluto, ni organización aristotélica de la acción: son novelas que, por una parte, exigen la colaboración activa del lector —un lector que no es ya el de Cortázar, lector macho, sino el lector posmoderno, que debe mirar por los dos géneros y no solo por uno, como atestiguan El caserón y Una mujer, pero sobre todo el alto relieve de los personajes femeninos de su opera omnia—; por otra parte, nos hablan de un mundo de geometría no euclidiana y de discursos no hegemónicos. Soler Puig se adelantaba más de una década al derrotero futuro del proceso literario cubano. Y sobre todo, lo hacía cuando el discurso cultural asumía implícitamente un estatismo.
El caserón levanta un mundo de incertidumbre para el lector y ello es altamente significativo, puesto que, como el barroco histórico, el neobarroco transhistórico se nutre de la labilidad de las certezas. No llegamos a saber qué tan extensa es la arquitectura de la casona trágica que nos pinta el novelista. Y eso me lleva a pensar en el brillante texto de Benoît Mandelbrot, “How Long Is the Coast of Britain? Statistical Self-Similarity and Fractional Dimension” (¿Cuánto mide la costa de Gran Bretaña? Autosimilaridad estadística y dimensión fraccional”), en que su autor aborda el tema de las curvas autosimilares o fractales.  Si Mandelbrot dejó sentado en 1975 —época en que Soler estaba en el apogeo de su creatividad— el concepto, hoy fundamental, de fractalidad, hay que convenir en que el novelista santiaguero, que no sabía nada de eso a nivel científico, estaba trazando simultáneamente un mundo narrativo cuya constante son las entidades y mundos fracturados, irregulares y, claro que sí, enigmáticos. No por casualidad Antonio Benítez Rojo —en La isla que se repite— asumió el concepto de fractalidad como esencial para el Caribe. Y esa fractalidad no deja de sugerir una reiteración de incógnitas y arcanos.
Nunca olvidaré la mañana en que el novelista Jorge Luis Hernández me enseñó la casona solitaria y ominosa sobre una loma, en que se inspiró Soler Puig para El caserón. Era desde luego una edificación misteriosa por sí misma, pero la novela que la recrea no procura una mímesis cualquiera: más bien habría que decir que Soler configuró su propio edificio, ahora narrativo, con una finalidad muy distinta, que fue la de asociar incertidumbre y fractalidad a un discurso narrativo por completo diferente de lo que se venía practicado entre nosotros, marcado todavía por el eco de la epicidad política —o politiquera, según los autores— de la narrativa testimonial de las décadas del sesenta y el setenta, y de los torpes, tímidos intentos miméticos del realismo maravilloso carpenteriano —cuya imitación en algunas novelas de tono entre mágico y real-socialista, fue de lo más deplorable de los años setenta y ochenta—. Soler no tenía nada que ver con eso. Concienzudo, abstraído por completo en su labor de creación, experimentó intensamente con el lenguaje, para crear un universo narrativo que —muy a contrapelo del discurso crítico-literario al uso de los setentas y aun los ochentas— se regodeaba en la incertidumbre como factor temático profundo. Por eso es capital el pasaje siguiente:
Se anda como en una oscuridad, sin ver las caras; por muchas caras que se miren, no se ve ninguna cara: igual que si se anduviera con los ojos cerrados, dando tumbos con la gente. Es por la ropa. La ropa es lo que no deja ver a la gente. Si se viviera sin ropas, todo el mundo se vería tal como es, que Rosita se ve Rosita cuando está en el baño, sin nada encima. La ropa tapa y por eso hay que imaginar. Por la ropa son los enredos y la hipocresía.
—Ya tú estás otra vez hablando basura— dice Angelito.
Hay cosas que no se pueden decir aunque se tengan muy claras en la cabeza, porque las palabras no alcanzan a decirlas. Explicarle a Angelito el asunto de la ropa es tan difícil como explicarle a alguien que nunca ha visto el agua cómo es el agua y sin agua para echársela en las manos para que la vea y la sienta.  
Porque uno de los grandes temas de la narrativa soleriana es, desde luego, otro tópico barroco: el sfumato y la derogación de las delimitaciones lineales, la búsqueda del claroscuro pictórico que se convierte en realidad del lenguaje narrativo. Es un epicentro barroco que ni Lezama Lima ni Carpentier trabajaron. Severo Sarduy, en cambio, sí lo hizo, pero desde un tratamiento diferente, mucho más intelectual que sensorial.

(i) (Camagüey, 1950). Profesor titular de la Universidad de las Artes en Camagüey.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 215
4 de Diciembre de 2015


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