PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XI - N° 215
INDICE
REMOCIÓN DEL VELO - Beatriz Graciela Moyano
EL TIEMPO ES CIELO ABIERTO - Ivonne Concha
Alarcón
EN LAS HOJAS DEL CALENDARIO - Guillermina
Covarrubias
Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7
del Tractatus (Fragmento) - Agustín Fernández Mallo
Trova íntima - Emilio Calvo de Mora
Una Historia Triste. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
Y SERA MI VOZ - F.S.R.Banda
SOLER PUIG, NOVELISTA NEOBARROCO (Tercera parte) - Luis Álvarez
EDITORIAL
Instrucciones para jóvenes escritores (2)
Rafael Gumucio
Escribir no es natural, pero pensar es lo
más natural del mundo. Sin saberlo, a veces sin quererlo, vivimos rumiando,
como las vacas rumian pasto, ideas. O ni siquiera ideas: nombres de calles y de
niños, cosas que hacer y no hacer, peligros que evitar, pedazos de canciones.
Nuestros gestos más íntimos y más rutinarios vienen acompañados de comentarios,
de advertencias, de órdenes que les damos a nuestras manos, piernas, y pechos.
En la mayor parte de los seres humanos esos pensamientos de paso desaparecen en
la nada. Nos solemos alegrar de que desaparezcan, porque sabemos también que la
primera señal de demencia es justamente la permanencia más allá del límite
natural de esas canciones, nombres, chistes, de esas órdenes que le damos al
cuerpo, que ese diálogo en que somos y no somos los dos conversan.
Escribir es una forma controlada de esa
demencia. Un escritor tiene que ser doblemente cuerdo porque coquetea con esa
locura: hacer que permanezca en el papel lo que nació para perderse en la nada.
Nuestro trabajo no consiste en otra cosa que hacer visible a ese hombre
invisible que habla cuando nos quedamos callados, que piensa cuando no piensa
en nada, que camina un paso delante de nosotros y se queda parado un paso atrás
a veces también, atrapado por el detalle de un cuadro o una esquina.
Las fotos de los escritores que
coleccionaba cuando empecé a escribir los mostraban casi siempre con un
cigarrillo en la mano. Ahora entiendo que esos cigarrillos al borde de sus
dedos en blanco y negro simbolizaban el verdadero trabajo del escritor, el de
hacer visible mediante el humo que cubre sus movimientos al hombre invisible.
Si el humo es demasiado colorido y denso, solo encubrirá al hombre invisible,
si es demasiado ligero, si te pones a hacer redondelas con él, se escapará
también seguro. Escribir consiste en adivinar lo que el humo no alcanza a
mostrar y en caso de necesidad también usar el olfato y los dedos para tocar el
cuerpo, convencerlo de sentarse al lado y hablar.
Siento decirte que eso que ya nadie se
atreve a llamar inspiración, existe. Aunque también se podría llamar
expiración. La sensación de que otro te dicta lo que estás escribiendo no es ni
falsa ni del todo verdadera. Eso de Rimbaud de que "yo es otro" es,
para cualquiera que escribe, una verdad de recibo. Querido joven o viejo que
escribe, tengo una buena y una mala noticia: a nadie le interesan tus opiniones
e ideas, tu vida, tu infancia en dictadura o democracia, tu familia funcional o
disfuncional y, sin embargo, nada es más interesante que todo eso. Lo que digas
sobre ti mismo es generalmente mentira o muy poco importante, lo que diga ese
otro, ese delator infame que es tú sin ser tú, esa fuente cercana a, de ti es
siempre urgente, necesario, único, inevitable.
Viene del número 213. Vale.
El Editor
REMOCIÓN
DEL VELO
Beatriz
Graciela Moyano
Se le hizo noche, siendo media tarde allí en la azotea del
pensamiento, un bagaje de remembranzas sacudió el acantilado de la memoria, una
marea en alta y los recuerdos saltando como cardumen de peces a la caída del
sol. Se sintió aturdida, había tanto y tan mezclado que no podía entender como
se superponían épocas y sucesos tan disímiles, trató de tranquilizarse, quiso
un poco de orden a esa batalla interior, no escapar de ese momento, sino
entender el porqué de la visita inesperada, se vio joven viajando a su primer
empleo de secretaria, leyendo un libro que su padre había forrado con un papel
estampado de flores para que nadie supiera que leía las obras completas del
"Che", eran épocas de dictadura militar y eso era más que prohibido.
De pronto se borraron aquellas imágenes y aunque quiso volver a ellas ya no le
fue posible, ahora está tirada boca abajo en la terraza de su casa de la calle
Dean Funes, ella, sus hermanas y su padre, tratan de observar, sin ser vistos,
los acontecimientos que tenían lugar en la plaza de enfrente, “terroristas”
decían vecinos por lo bajo, estaban encapuchados y se arrastraban por el césped
en dirección a la comisaría N°18, después ya la balacera y como una película
cortada ve la figura de la madre joven corriendo, llorando con su niño en
brazos, y supo de ese momento, resurgió el sentimiento y la desesperación,
detrás o superpuesta a esa escena, la misma madre con la mesa llena de
cuadernos y sus dos hijos en sus tareas mientras ella leía una carta, el
viajero no llegaba ese fin de semana... Ahora es una niña asustada con su
hermanita de la mano, no, no quiere recordar ese tiempo, los pensamientos no
tienen orden cronológico ni piedad, se recostó en un sillón y en un momento se
durmió mientras seguía su mente subiendo y bajando, experimentando realmente la
remoción del velo.
EL
TIEMPO ES CIELO ABIERTO
Ivonne
Concha Alarcón
El tiempo es cielo abierto sin presagios, sin certezas, sin verdades
absolutas, claros de luz y azules oscuros nocturnos de pálida luna menguante en
caminos y andares del tardío estío ardiente, resplandores blanquecinos del
jardín antes del otoño en la clara intensidad del deseo, antigua alameda verde
perdiendo sus colores estivales, temerosa ante la pérdida provocada por el
abandono, camino estrecho cercano a los ocres en tiempos cansados, hojas
mecidas por el viento huracanado reminiscencias del ayer oculto en la extensa
noche extraviada entre las aromas del verbo conjugado entre placer, pasión,
anhelos, y los sentimientos del alma, mariposa nocturna golpeándose en los
muros amarillos en pausa al borde del desfiladero del canto de las hojas del
diario de vida ocurrida, se oye el susurro de voces suaves e intensas,
crepúsculo de un pasado de añoranzas, reminiscencias de cenizas tibias a punto
de despeñarse en un abismo infinito donde a veces el amor se pierde ciego de
incertidumbres y desconfianzas aprendidas en ilusos sueños de casta mujer
pudorosa envuelta en los miedos a perderse entre los deseos y afluentes del
sentir temerosa de sentir la pasión de los deseos en su piel dormida, desborde
de luciérnaga alada efímera escondida, amurallada como envejecida hiedra
apegada a los muros pétreos de una casa abandonada y sombras brumosas verde
azul aterciopelado caminantes extraviadas entre las cenizas del recuerdo del
sentimiento y los deseos que nunca se terminan en el sentir expectante de mujer
latente... viva.
EN
LAS HOJAS DEL CALENDARIO
Guillermina
Covarrubias
Cuantas nubes han pasado y tú corriendo en mis venas, profanando los
sentidos en mi sangre ajena que se detuvo en tu errante fuego, como un secreto
abierto, caminando en el silencio y el olvido. Era yo la cintura de tu guitarra
y como el temblor de vino en la jarra, se destiño sin tregua el sosiego, las
tinieblas de poblaron de espigas calladas de otoños y tu voz aún es fruto de
las noches, crece en los sueños de luna y en las silabas tardías, hablando,
inventando tu sombra con mis años Mientras las manos mitológicas son remos
mutilados en amores disfrazados en las ondas del viento, frecuento el sol y las
luces del crepúsculo con la boca deshojando claveles negros, más allá de tu
silencio, no puedo dejar de amarte como el verbo pretérito imperfecto, que
quebranta mi constelación de capricornio. Te quedaste en el brillo de mi pelo,
en la edad vencida de recuerdos y en mis faldas de demonia estoica te llevo,
vivo en tu ausencia como solista muda desde nace el poema hasta que cierra la
estrofa, así puedo vagar en las estaciones del año, en la pasión de tu huerto
en invierno, la sed que calma en verano, en las hojas perdidas de otoño, y en
el rocío de primavera.
Yo siempre regreso a los
pezones y al punto 7 del Tractatus (Fragmento)
Agustín Fernández Mallo
El
destino de la memoria [ese órgano poroso] no es olvido; es la infidelidad.
Colados en el recuerdo de otro, somos otro. Ensimismados en un objeto no
sabemos que es otro quien se nos ha colado en forma de objeto. Y cuando en
busca de un viejo amor desandamos el trayecto [exactamente el mismo],
encontramos otra cosa [pero no nos damos cuenta], y como sólo puede existir
aquello que volverá a repetirse [es ley], a veces dudo de si realmente hemos
caminado ese camino [por deducción: algún camino, todos los caminos]. Y si un
perro se muere lo que lloramos es haber conocido la verdad que aún no nos ha
llegado. Y las manzanas nunca caen de la misma forma [tampoco los párpados; por
eso soñamos]. Y si todo esto no es cierto, o no existe el hombre, o no existe
el poema, o ningún hombre ha escrito jamás un poema. Pero no te escribía para
esto [que también], sino para decirte que ayer encontré una carta tuya en la que
me decías, «acabo de llegar y ya sé que me vestirás con tus besos». Un día, en
alguna infidelidad de la memoria, habrá sido verdad.
Trova íntima
Emilio Calvo de Mora
No
podemos ser sublimes sin interrupción, no somos Baudelaire, no está el aire
envarado de luz, ni está oscuro, ni gris, no hay aire que convenga ahora, no me
violenta el día con su causa festiva, no estalla la poesía en mi pecho como un
cántico, no he aprendido literaturas germánicas medievales, no he sentido el
peso de la revolución en los cereales del desayuno, no he amado un pubis
hirsuto de hija de janis joplin, no sé mucho de alquimia, no tengo todas las
muertes juntas en cuento, no hay patria, no persiste el amor como una epifanía
en la boca del estómago, no hay purcell por las noches cuando nos amamos, no sé
declinar los verbos más importantes, no veo la rosa ya rosa de verdad de un
modo absoluto y continuo, no me pregunten, no está el tiempo a mi lado, no
estuvo nunca, no estuvo ni cuando yo lo sentía, no canta el cantor, no lo
escucháis, no está lázaro, ni se presiente que acuda, no hay dios, no hay
patria, no hay rey, no me vendan la usura, no la quiero, no creo que necesite
más que esta canción de pablo milanés de mil novecientos ochenta y siete, no
estabas tú, ah cuerpo, en el vértigo ni en la fiebre, no encontré asidero en
los palacios, no vi ningún abrigo en el oro, no me ocupé de las palabras, no el
largo mirar de las palabras sino el hondo pulso de lo que dicen
Una Historia Triste.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Me encontré la luna en un charco
de agua que la lluvia había dejado en la carretera. La recogí con sumo cuidado
y tuve en mis manos la luna. El tacto de la luna es frío como la escarcha y
cosquillea en la piel como las polvitos de zeta peta en la boca. Con la luna en
la mano iluminé varias ventanas de la callejuela a oscura. La luz de la luna se
reflejó en las ventanas guiñando el ojo como una alegre prostituta a un cliente
en una esquina, era una luna redonda y muy sana, y por eso le di un mordisco y
me comí un trozo, todo mi ser resplandeció por dentro y mis ojos se me
iluminaron como si estuviese enamorado. Guardé la luna en el bolsillo y seguí
caminando. Ya no había luna en el cielo y quince mil estrellas azules me
contemplaban en medio de la callejuela. La noche estaba fresca como un batido
de chocolate recién probado desde la nevera, y un aroma a resedas y jazmines me
acompañaba, voluptuoso como un concierto de Chopin. Al doblar la esquina lo vi,
tendría doce mil años, era un viejo dragón herido en una patita por una espina
de pescado. Echaba fuego por la boca, un fuego amarillo como los trajes de
alguna modelo de prett a porter, y también salía de sus narices un humo con
olor a eucalipto. El fuego lo echaba hacia arriba como aullando de dolor. Me
aproximé a él, era un dragón muy violento pero su estado era verdaderamente
lamentable. Ya no se atrevía ni a morderme, así que le arranqué la espina que
tenía en la patita y se hizo mi amigo. Como ya era su amigo me roció de fuego
por entero, de un fuego especial, pues no quemaba, pero que me calentó por
dentro ya que la noche estaba bastante fría, y en ese trance rebajé en un año
mi vejez, era un año más joven, de poco importaba ya que yo físicamente estaba
enormemente quemado, tanto con fuego de dragón como sin él. Yo a cambio saqué
la luna del bolsillo y le di de comer un poco de luna, y su fuego se convirtió
en azul y él se puso enteramente plateado, como de acero inoxidable. Le dije
que tenía que seguir mi camino y el dragón me dijo que jamás me olvidaría, cosa
que no hizo porque según me cuentan lo mató un chiquillo el otro día con un
tirachinas. Yo continué mi camino. En la Plaza en la que me encontraba crecían
cientos de jaramagos amarillo, y en medio había una fuente. Saqué la luna de mi
bolsillo y la tiré a la fuente, y la luna volvió al cielo. Y me quedé dormido
junto a la fuente, envuelto en un cartón.
F.S.R.Banda
Oirás mi voz en el descampado de tus rutinas, cuando dejas que los
silencios florezcan en los cuartos oscuros, el musgo de la quietud crezca sobre
los muebles y el fino polvo de los días se arrime acumulado en el quicio de los
ventanales, misteriosamente entonces oirás mi voz afanando un poema que
reconocerás como tuyo por dos o tres palabras, los códigos de nuestros
desamparos, y será sin asombros ni deslumbres porque intuirás su vigencia
inmediata, casi cotidiana, como el hervor del agua en ese otro fuego o el
azúcar del café que se queda como un amoroso resabio escondido en tus labios.
No huirás por los susurros que vertidos en ti resplandecerán en sus trabajados
artificios ni por el estremecimiento contenido para no quebrar los signos y los
símbolos, las perfectas coincidencias o la tenebrosa virtud del destiempo. De
los encantos del sonido pulverizado para seducirte se desplegarán los vuelos de
los verbos, las minuciosas vocales y las abruptas consonantes que emigran de mi
boca a tu oído buscando anidar en tus lejanas instancias de sosiego, allí donde
eres otra, distinta e incesante, ajena, ese lugar que me esconde cómplice de
tus ensueños enmascarados y de las elisiones donde no me nombras en el mediodía
para que yo te aceche nocturno en la turbias horas del insomnio. Todo te
sucederá como un eco que se eterniza en sus reverberaciones o se oculta en los
maceteros de los geranios, en la curvatura de las copas, en ese matiz antiguo
que envejece en las maderas, en la dualidad imperceptible de los objetos en
desuso y en los vestigios de otras voces que permanecen enredadas en las
telarañas de los rincones inaccesibles. Escucharás ruborizada que murmuran tu
nombre secreto mientras te reflejas en la penumbra del espejo, y será mi voz en
cautiverio que hará florecer tus sonrojos, sonreirás seductora mirando tu boca
pensando como será el beso de esa voz que te sumerge y te inunda con su
entonación de rumor de oleaje, su cadencia poética, su grave tonalidad viril y
su pétreo timbre de hombre cansado. La serena soledad de tu clausura propagará
la resonancia del canto triste que solo tu oirás entre el tumulto y el trasiego
de tus quehaceres consabidos, olvidarás algún objeto para ir a buscarlo por los
sitios donde mi voz acontezca en su sonoridad más diáfana y asegurarte que te
siga persiguiendo resonando en los muros y los vidrios hasta hundirnos
desaparecidos en el vasto silencio de la noche.
SOLER PUIG, NOVELISTA NEOBARROCO (Tercera parte)
Luis Álvarez (i)
Hacia la segunda mitad del siglo XX, el
principio de incertidumbre, enunciado en 1925 por Heisenberg, se había
consolidado científicamente de una manera incuestionable. Anclado en la física
cuántica, el principio de incertidumbre había invalidado el determinismo
científico afirmado despóticamente por el siglo XIX y, desde ese ángulo, había
contribuido no poco a preparar la crisis de los discursos autoritarios y
dogmáticos que habría de caracterizar al Posmodernismo. En el momento en que
Soler Puig publicaba El pan dormido, toda esa transformación del pensamiento
científico y de la cultura parecía muy lejos de la realidad cotidiana insular.
Y sin embargo, habría que replantearse esa novela como un primer síntoma
tangible y perspicaz de la presencia de la sensibilidad posmoderna en la
literatura cubana, como también lo es, posiblemente con mucha más fuerza, El
caserón. En ninguna de estas dos novelas puede identificarse una magnitud
–estructural, temática, ideológica– que permita llegar a conclusiones de
precisión tajante. Son obras abiertas, configuradas como laberintos interiores,
subterráneos de la autopercepción: ni los hermanos Perdomo —el principal de los
cuales carece, como se sabe, de nombre propio— ni los personajes narradores
femeninos en El caserón presumen de un conocimiento cabal de sus personales
universos. Ni ideologías cerradas, ni geometricidad de trazado estructural
impoluto, ni organización aristotélica de la acción: son novelas que, por una
parte, exigen la colaboración activa del lector —un lector que no es ya el de
Cortázar, lector macho, sino el lector posmoderno, que debe mirar por los dos
géneros y no solo por uno, como atestiguan El caserón y Una mujer, pero sobre
todo el alto relieve de los personajes femeninos de su opera omnia—; por otra
parte, nos hablan de un mundo de geometría no euclidiana y de discursos no
hegemónicos. Soler Puig se adelantaba más de una década al derrotero futuro del
proceso literario cubano. Y sobre todo, lo hacía cuando el discurso cultural
asumía implícitamente un estatismo.
El caserón levanta un mundo de
incertidumbre para el lector y ello es altamente significativo, puesto que,
como el barroco histórico, el neobarroco transhistórico se nutre de la
labilidad de las certezas. No llegamos a saber qué tan extensa es la
arquitectura de la casona trágica que nos pinta el novelista. Y eso me lleva a
pensar en el brillante texto de Benoît Mandelbrot, “How Long Is the Coast of
Britain? Statistical Self-Similarity and Fractional Dimension” (¿Cuánto mide la
costa de Gran Bretaña? Autosimilaridad estadística y dimensión fraccional”), en
que su autor aborda el tema de las curvas autosimilares o fractales. Si Mandelbrot dejó sentado en 1975 —época en
que Soler estaba en el apogeo de su creatividad— el concepto, hoy fundamental,
de fractalidad, hay que convenir en que el novelista santiaguero, que no sabía
nada de eso a nivel científico, estaba trazando simultáneamente un mundo
narrativo cuya constante son las entidades y mundos fracturados, irregulares y,
claro que sí, enigmáticos. No por casualidad Antonio Benítez Rojo —en La isla
que se repite— asumió el concepto de fractalidad como esencial para el Caribe.
Y esa fractalidad no deja de sugerir una reiteración de incógnitas y arcanos.
Nunca olvidaré la mañana en que el
novelista Jorge Luis Hernández me enseñó la casona solitaria y ominosa sobre
una loma, en que se inspiró Soler Puig para El caserón. Era desde luego una
edificación misteriosa por sí misma, pero la novela que la recrea no procura
una mímesis cualquiera: más bien habría que decir que Soler configuró su propio
edificio, ahora narrativo, con una finalidad muy distinta, que fue la de
asociar incertidumbre y fractalidad a un discurso narrativo por completo
diferente de lo que se venía practicado entre nosotros, marcado todavía por el
eco de la epicidad política —o politiquera, según los autores— de la narrativa
testimonial de las décadas del sesenta y el setenta, y de los torpes, tímidos
intentos miméticos del realismo maravilloso carpenteriano —cuya imitación en
algunas novelas de tono entre mágico y real-socialista, fue de lo más
deplorable de los años setenta y ochenta—. Soler no tenía nada que ver con eso.
Concienzudo, abstraído por completo en su labor de creación, experimentó
intensamente con el lenguaje, para crear un universo narrativo que —muy a
contrapelo del discurso crítico-literario al uso de los setentas y aun los
ochentas— se regodeaba en la incertidumbre como factor temático profundo. Por
eso es capital el pasaje siguiente:
Se anda como en una oscuridad, sin ver las
caras; por muchas caras que se miren, no se ve ninguna cara: igual que si se
anduviera con los ojos cerrados, dando tumbos con la gente. Es por la ropa. La
ropa es lo que no deja ver a la gente. Si se viviera sin ropas, todo el mundo
se vería tal como es, que Rosita se ve Rosita cuando está en el baño, sin nada
encima. La ropa tapa y por eso hay que imaginar. Por la ropa son los enredos y
la hipocresía.
—Ya tú estás otra vez hablando basura— dice
Angelito.
Hay cosas que no se pueden decir aunque se
tengan muy claras en la cabeza, porque las palabras no alcanzan a decirlas.
Explicarle a Angelito el asunto de la ropa es tan difícil como explicarle a
alguien que nunca ha visto el agua cómo es el agua y sin agua para echársela en
las manos para que la vea y la sienta.
Porque uno de los grandes temas de la
narrativa soleriana es, desde luego, otro tópico barroco: el sfumato y la
derogación de las delimitaciones lineales, la búsqueda del claroscuro pictórico
que se convierte en realidad del lenguaje narrativo. Es un epicentro barroco
que ni Lezama Lima ni Carpentier trabajaron. Severo Sarduy, en cambio, sí lo
hizo, pero desde un tratamiento diferente, mucho más intelectual que sensorial.
(i) (Camagüey, 1950). Profesor titular de
la Universidad de las Artes en Camagüey.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 215
4 de
Diciembre de 2015
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