jueves, 1 de septiembre de 2016

PARADOXAS N° 224

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XII - N° 224


INDICE

UN DÍA CUALQUIERA - Beatriz Graciela Moyano
ENTRE EL OCASO Y LA PENUMBRA - María Eugenia Gulfo Berrocal
Ahora soy... - Analía Mabel Pascaner
Tú y yo en el fondo del mar. - María Itza
CREPÚSCULO - Ivonne Concha Alarcón
FÉRREOS SUDARIOS - André Cruchaga
La Luna y el Mar. - Francisco Antonio Ruiz caballero
SUB NOCTE - F.S.R.Banda


EDITORIAL

Formalmente, el caos se refiere al problema matemático de la dependencia sensitiva a las condiciones iniciales. En otras palabras, se llama caótico a todo sistema en el cual la relación entre los valores iniciales y valores de su trayectoria ulterior no es proporcional. Cabe señalar que las condiciones iniciales no tienen por qué ser las existentes en el momento en que se originó el sistema. Los adversarios de las ciencias del caos y los lectores presurosos creen que en dinámica no lineal las predicciones y el modelado son imposibles porque las condiciones iniciales son desconocidas, no pueden retrodecirse o se remontan al Big Bang. No es así: dichas condiciones son sólo las que se dan al comienzo de un experimento o un cálculo, o al principio de un período que interesa al investigador, de modo que lo que para alguien son condiciones iniciales pueden ser para otro condiciones intermedias, o finales.

Pirateado de “Complejidad y el Caos: Una exploración antropológica” (Fragmento), Carlos Reynoso. Vale.

El Editor


UN DÍA CUALQUIERA
Beatriz Graciela Moyano

Siempre con ojos en el horizonte, observa el después del amanecer, en un día cualquiera, ve ese mar y las personas que van y vienen, nitidez en la manifestación armónica, un escenario de fragancias, magnolias, fresias y tal vez el indefinido olor a sal marina. Aún sigue en el horizonte estrechando colores , perfumes e imágenes y por fin ve ese lugar, siente el aroma del café, los posillos blancos de una charla, que no es breve ni solemne, se establece amistoso el reloj trenzando reflejos que ya existan quizá, paseando palabras acumuladas entre los deseos de los artistas que vieron a través de las ventanas, de una otra forma se construyen bellos castillos con huellas del tiempo, corroídos en medio del agua reflejados, abandonados, así como imaginaron que existen en algún lugar para deslumbre de tantos y que jamás conocieron al permanecer inertes en los sitios de nacidos, detalladas ciudades, características o circunstancias relevantes a las miradas de alguien, belleza en la vida que en nada se parecen a sus rutinarias existencias. Se mostrarán tal como son, persuasivos y contundentes en sus vivencias, desmenuzando hasta aniquilar esa nada que los agobia, luego, cabalgando pegasus celestes imaginarios, habrá un revoloteo por los techos de los cuentos que nunca escribieron, recargados de adornos ornamentales, palabras entre azules de mar y miradas antiguas, al estilo artístico desarrollado durante esos siglos de loca literatura irreprimible, hablando de Julio Cortázar y su acento parisino irresistible, no sabe si le cause una leve incomodidad o desazón el escucharle, así lo vio hoy en medio de ese horizonte, cual sea la historia o el artilugio óptico de ese después... es incapaz de presagiar, eso sí, ve en detalle los cortinados, la mesa y su tallado y percibe el aroma del café.


ENTRE EL OCASO Y LA PENUMBRA
María Eugenia Gulfo Berrocal

El sol se despide del día con su atavío naranja y ocre, perfila el cielo con su hermosa acuarela atenuante, se entrega a los brazos de la misteriosa noche, sus rayos ya cansados, plácidamente se recogen. Saluda a la luna que de color oro se reviste, es el momento fugaz que se pierde en el tiempo, se anidan los calores del día, se despiertan emociones, es el filo en que se mezclan la claridad y la sombra. Los pájaros se refugian en sus nidos, callan sus trinares, aves de rapiña se levantan y aletean libres por el aire, el sentir envuelve el corazón, los deseos fluyen, es mágico el momento, los sueños se entretejen. El crepúsculo, un salto abandonado en el tiempo, la mirada se pierde, el trance sutilmente ocurre, los amantes se disponen a vivir fantasías en su lecho, mentiras y verdades se cierran en los puños del firmamento. Qué pasará entre el sol y la luna cuando en el espacio convergen? Acaso harán el amor en los recodos del firmamento? El sol aporta el fuego, la luna su apasionante encanto coyuntura indeterminada, desencadena sentimientos.


Ahora soy...
Analía Mabel Pascaner

Me desprendí de esa pequeña cosa que llamamos ‘yo’,
y me convertí en el inmenso mundo.
Musô Soseki

Ahora soy aquel árbol recibiendo las gotas de lluvia luego de la desoladora sequía. Percibo el olor a verde, a madera, a vida. Poco a poco comienzo a sentir los latidos de mi corazón. Ahora soy esa flor estrenando su aterciopelado color lila, permitiéndose las caricias de la mansa lluvia. Me regocijo al descubrir el tobogán formado por las hojas de árboles y plantas, por donde se deslizan las gotas haciéndome cosquillas e invitándome a entreverarnos con sus compañeras en el pasto. Paulatinamente las montañas me pintan con sus brillantes colores verde, azul, rosado, y con sus opacos marrón, gris, amarillo. Mi corazón, tambor vibrando al ritmo frenético de una danza indígena.
Ahora soy esa nube que siempre anhelé ser, inalcanzable, esa nube indemne recortada en el celeste radiante. Soy las miles de estrellas que resplandecen cada noche, tanto ésta tímida e imperceptible como aquélla orgullosa y centelleante. Soy esa pequeña luna que se resiste a ocultarse tras la línea temblorosa trazada por las montañas, y soy también la sorprendente luna amarilla anunciando una interminable noche plateada. Percibo una incandescente luz pujando por brotar desde cada poro de mi piel.
Ya no recuerdo qué quise ser, sólo sé que cierto día me permití sentir. Cerré mis ojos y me hundí en mi interior. La sencillez se apoderó de mí, no recuerdo cómo ni por qué, y llené mi alma con la magia que me invade a cada instante, una magia hasta ese día imperceptible. Fui gigante indiferente, absorto, agobiado, quien al despertar debió ser cuidadoso para no romper con su torpe paso, el asombroso milagro de la vida.
Ahora respiro plena al sentirme nube, estrella, montaña, luna, cielo, lluvia, árbol, flor.
Finalmente… ahora soy todo aquello que inunda mi ser.

Mayo 2002/Noviembre 2014


Tú y yo en el fondo del mar.
María Itza

Eres el ancla empecinada en sujetar mi mansa y desaforada idolatría entre los lirios extenuados y las copas hechas de globos de colores sutiles y enroscados, quieres rescatarme de este eterno y tedioso laberinto calcinado donde soy un molino gigante y grotesco partido en dos por una maroma; una maroma veleidosa que un ángel proscrito enarbola con su gastada mano de secos dedos mutilados de astroso aspecto repugnante. Vacías el aire con resoplidos incontinentes de morsa diluvial para tu acechante presencia de esclavo rey con su mórbida corona de cinco agudos e indefinidos pétalos apretada a sus sienes maduras con clips de sostener las pálidas y ajadas hojas escritas  donde te doy la vida efímera y fugaz de una libélula degollada sobre carbones violetas, un cáliz de ira roja despide redondos y secos anillos de humo esponjoso y se va lleno y palpitante con la sangre turquesa de una dalia encapsulada, madreselvas de bocas impías devoran alas carbonizadas de los mosquitos disecados. Es imposible escribir nombres en retorcidas lianas vírgenes ni domar los abruptos vacíos de mi lengua muerta sobre dos caracoles cansados de apilar sustantivos macizos y vastos como terrones y pedruscos, lloro en mi viva piel de mariposa por las sílabas que se escapan desacomodadas y dicen imposibles ademanes de espanto detrás de los ejes mohosos de decapitados y panzudos diccionarios degollados en vano; mi dedo reptante escupe adjetivos simulados con hojas de viejos libros y tizas amarillas atadas en colgantes y sedosos racimos, derretidas por un molinillo de café, mis palabras huyen en su impaciente derrota de no ser hacia la disoluta y falsa virginidad de los malvones de la plaza y la boca encriptada con un oxidado grillete que gime su condena de morir sin mis húmedos y trasnochados besos cuando los lagartos apostatas convocan a grillos chirriantes en los sumideros sin borde de mis erráticos desvelos.


CREPÚSCULO
Ivonne Concha Alarcón

Estrella de la noche celeste oscuro, parpadeante, risueña, tristeza muda mirando fijo desde arriba hacia el patio de piedras calizas, la muralla de piedra grande, gris y helada, observando las mantis teniendo amores antes de que la tarde muera, a eso vino, así sucederá siempre en la vida de insecto macho... Cuestión de género. Mil soledades impertinentes se asoman en el follaje del árbol grande de tronco grueso, clavado en la esquina del río largo, cubierto de salmones navegando raudos contra corriente palpitando sorprendidos por la nieve deshielándose. Mapa incierto, marcas indelebles, sin cosas que decir, sin cosas que escribir, tratando de decir, nada, para no volver a sufrir por las subidas y las bajadas de las corrientes de aguas cordilleranas navegando hacia la ciudad, apagar la sed de los sedientos y el hambre a los hambrientos. El conejo blanco salta entre los espinos, se tropieza con los altos sauces al lado de los canales de agua, mientras una lluvia de primavera cae desde el cielo de los ángeles a la tierra de los mortales. El reflejo del sol marcándose en la montaña en rojos marmolados y en las piernas de un gigante, monstruo imaginario del crepúsculo anochecido. Sombra que cae somnolienta al valle grande. Florecillas pequeñas hacen guiños al atardecer, se abren y cierran como un juego de dulces mariposas irisadas. Callejeras luces caminan al encuentro de la tarde, luminarias brillantes titilando inconscientes. Los humanos caminan como zombis perdiéndose en sus casas, cansados de la rutina… Siempre lo mismo.


FÉRREOS SUDARIOS
André Cruchaga

En la rosa abrochada del estío, los férreos sudarios que nos envuelven:
umbrales con dientes, pálidas espinas, formas esculpidas en los cofres
de las ventanas, en los puntales enmohecidos de las sienes,
o en la ebriedad de la piel curtida,
o en las malas lenguas de la Patria con sus nubes ávidas de oscuridad,
o en los envoltorios del aliento que juegan a proverbios,
o en el ciego florero que mitifica la flama andante del polen.
En el diván del silencio solo hay dóciles hazañas y no respuestas al dolor
de encías y al hedor de encajes y moscas,
a los espejos de tartamudez encorvada. Y a la palidez irascible del aturdimiento.
Uno los lleva impuestos con todo y las torpezas de las calles.
Ante el mundo mis manos vacías de siempre y los sueños en los lugares
comunes donde impera el sopor de las sepulturas.
Fuera de estos sudarios, solo el disimulo y el mordisco lascivo de las aceras.
Los ojos siempre resultan extraños para estas tardías decapitaciones.
A veces hay cansancios a borbotones sin ningún disimulo.
Ignoro si el delirio o la carcajada, tienen que ver con los pedacitos de puertas
que cuelgan de la noche y luego se pierden en los ovarios de los cementerios.
Debajo de la tela o la sábana, los cuencos de una fea escultura.
Aunque muchos lo nieguen uno vive arrinconado y entre alambradas:
hay una especie de feria con diferentes retratos de carnicerías.
Bien por los que nunca fueron sobrevivientes y jamás sintieron el delirio
de la muerte y jamás vivieron con miedo sintiéndose azores…

Barataria, 2016


La Luna y el Mar.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Bien, cogí las tijeras, estas tijeras que tantos dedos han cortado, y de un solo tijeretazo o mejor dicho de una simple puñalada desbaraté la luna. La luna, rasgada, quedó en el cielo, fracturada, rota, deshecha, chorreando sangre de luna, una estela de plata que caía sobre el mar. Las estrellas empezaron a llorar al ver mi execrable acto, una detrás de otra dejaron de ser azules o blancas para convertirse en puntos rojos y todas ellas se lanzaron hacia mi en persecución como abejas feroces. Cogí el insecticida. Apreté el botón del spray sobre las indómitas y rebeldes estrellas persecutorias y cayeron muertas de frío al suelo. Luego las barrí, no quería que nada manchara mi hermosa alfombra iraní, sus hermosos arabescos me incitaban a un respeto sacro a su hilo de lana entretejido. Aburrido tras el espantoso asesinato me di cuenta de que la luna aún agonizaba en el cielo, llena de horribles cicatrices y luchando por su vida, lanzando agridulces destellos de dolor a un cielo negrísimo que la contemplaba sin misericordia, la arranqué del cielo y la estrujé con fuerza, mi odio era descomunal, no tenía fondo y en mi insondable aborrecimiento hacia el astro, mi corazón tan negro como la inmisericorde noche sufría ante su insolente rebeldía. No conseguía asesinarla, apretaba y apretaba el torturado cuerpo del planeta y su jugo, blanquísimo, que tenía aspecto de leche de seda, me empapaba las asesinas manos, no pude resistir más y la introduje en el mar para ahogarla. La introduje dentro de la caliente marina, el mar de obscuro se volvió luminoso, claro, le había introducido la bombilla de nácar fluorescente y entonces pude contemplar el fondo que oculto a mis ojos se desvelaba. Los peces que estaban dormidos despertaron de pronto y empezaron a protestar, apaga la luz, dijeron a coro, protestando y gritando histéricos, estaban soñando que eran colibríes y yo les había devuelto a la realidad de su oficio, ser alevines de arenque. Un poco avergonzado y temeroso, bueno, mejor dicho, más temeroso que avergonzado, pues esperaba que de pronto apareciera el escualo furibundo lleno de dientes erizados y terribles, cogí lo que quedaba de la luna, aplastado y arrugado y lo encerré en una ostra. Los peces aplaudieron y una estrella de mar, muy roja y muy lozana se apresuró sobre mi brazo rodeándolo con sus dedos y se quedó en mi muñeca como una marca indeleble. Saqué el brazo del agua y tenía una magnífica pulsera, fosforescente y carmesí. Me acordé de la estrellas que muertas y apagadas yacían en el cubo de la basura y miré por si había alguna viva. Efectivamente, había diez o doce brillando y no mediocremente por cierto, las encerré en un tarro de mermelada vacío y las metí en el frigorífico porque no quería que se quemaran de su propio fuego interior. Ahora ya no se qué hacer con ellas.

Septiembre 5, 2006


SUB NOCTE
F.S.R.Banda

“Fue en ese sentido un crepúsculo que confundimos con un amanecer.” Nombre propio. Rafael Gumucio

La santa noche se desgrana en sus azules furiosos, diamantes constelados en un negro terciopelo, falsos cristales maclados que estallan en delicados fulgores y un coro de falsetes irrisorios y una música veleidosa de violines escarchados, a lo lejos adentro incrustado un arabesco de ángeles marchitos envueltos en la bruma de un cielo vacío destella como falsas estrellas desperdigadas en sus metales desesperados. Es en la vastedad del nocturno donde se vierte una oscuridad de púrpuras solemnes (como el poco de mañana que se va definiendo en los últimos estertores de crepúsculo) y túneles furiosos que habitan las ciegas serpientes que reptan la madrugada en un oscuro de boca de lobo o de ojos de obsidiana de los dioses de mentira. Nunca se abrían las cortinas opacas: evitaban las ortogonales negras de los árboles de invierno, idénticos a lo largo de la avenida, la llovizna puntual del mediodía, y sobre todo ese gris metálico y unido del cielo, que anunciaba en las islas lejanas tiempo de ciclón (i). Es como un alba de arenas donde desembocan todos los ríos posibles y desaguan sus turbulencias de irisados astros parpadeantes, vidrios de impetradas transparencias, chisporroteos inútiles ante un sol flamígero que asoma en su solsticio vencido y desgarrado. La noche del infierno es de hielos púrpuras tachonada de cálidas perlas de misteriosos orientes y luminosas ágatas con sus ponientes de ocres iridiscentes donde espejean peces espurios y algas de un tenue conchevino, la copa rebalsa en los silencios, en la macumba de oscuros dioses encarcelados que beben un brebaje de semillas de mandrágora y capullos de orugas muertas, y comen un hervido con las vísceras de un unicornio degollado con un cuchillo de madreperla mientras baila el hembraje exhibiendo los pálidos mármoles de sus muslos virginales entre sedas negras y tules transparentes, danzan frenéticas y desvergonzadas por que allí ya no hay esperanzas. Descendía de la estatua, morbo de sus escaras, la intolerable amenaza de una muda eternidad de cal, de mondos huesos, de lirondos huesos dispersos en un desierto de ceniza, de agria leche fósil, bajo un cielo que negreara de puro sol, sin otro ruido en el espacio que el freír de su luz (ii). Es en el desborde de amarillos girasoles, en los arcángeles y los celacantos, en los vidrios biselados de sus ojos, en los cuarzos, en los suspiros, en el silencio de lentas goteras que dejan las lluvias donde la noche de las babosas y las aguas malas, de las fieras de cristal sobre la mesita de centro, se desangra en odios de juguete y alegrías de fanfarrias callejeras. Amanecen lentos fuegos y demonios espejeantes por el frío portalón de día.

(i) La Simulación. Severo Sarduy, 1982.
(ii) El gran Burundún-Burundá ha muerto. Jorge Zalamea, 1952.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 224
1 de septiembre de 2016


1 comentario:

  1. Querida gente de Revista Paradoxas:
    Muchas gracias por incluir mi relato. Me han dado una maravillosa sorpresa. Gracias!!!
    Reciban mi cariño y mis mejores deseos en sus tareas cotidianas
    Analía Pascaner

    ResponderEliminar