PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XII - N° 223
INDICE
ALBORADA - Norma Pérez Jiménez
Los espíritus que vagan ya sin carne encima -
Musa Peregrina
Mares
donde recojo mis palabras - María Itza
DESVELADA - Ivonne Concha Alarcón
NADA ESPERA - Beatriz Graciela Moyano
MADRESELVA, urdimbre de aroma que al alma
despierta. - Maria de los Ángeles Roccato
MI SENTIR DE AYER EN PREGUNTAS - María
Eugenia Gulfo Berrocal
Salpica la realidad con virutas - Miguel
Urbano Perálvarez.
Un Vino muy ácido. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
TE BUSCABA - F.S.R.Banda
EDITORIAL
Poco lezamianos somos como para aplicar la categoría de neobarroco a
la poesía chilena, entendida como lo entendieran Carpentier, Sarduy y el mismo
Lezama Lima, esto es, la cualidad oscura e ininteligible de los textos, la
sobredecoración, la autocomplacencia en el lenguaje mismo. Para Carpentier y
Lezama, el barroco es el arte auténticamente hispanoamericano. Carpentier llega
a reclamar que el barroco es una constante universal, es decir un espíritu y no
un estilo, que va desde la escultura precolombina hasta el presente de la
novela. Para Severo Sarduy, el barroco hispanoamericano es la irrisión de la
naturaleza en su alarde de artificialización. Para Lezama lo barroco no se limita
a la expresión formal, sino a todas las formas imaginables de la vida: desde el
lenguaje y las comidas hasta el vestuario, que surge de una heroica pobreza. No
se trataría de un arte de la contrarreforma como en Europa, sino, por el
contrario, de un arte de la contraconquista. El barroco lezamiano es en todo
caso gongorino. Si algo caracteriza la poesía chilena es su vertiente
quevediana. Menos exuberante, el concepto no se ha utilizado prácticamente para
referirse a la poesía chilena. Si existe un barroco en nuestras tierras este
tiene otros rasgos y componentes.
Copiado de “Neomanierismo, minimalismo y neobarroco en la poesía
chilena contemporánea”, Oscar Galindo V. ESTUDIOS FILOLÓGICOS, Nº 40,
septiembre 2005. Vale.
El Editor
ALBORADA
Norma Pérez Jiménez
Y vino, entre la noche con los pies
cansados de jugar en la copa de los árboles, se desnudo sin prejuicio y su ropa
voló por los nidos de pájaros dormidos. Deambuló por la luz abierta de la luna
y halló consuelo bajo las pupilas húmedas del olmo. Se volvió mariposa
nocturna, rocío... secreto custodiando el silencio del camino, después... cayó
su velo despacio por entre la bruma y su canto, oh!, su canto, se quedó en la
nostalgia de sueños entrelazados, novia desposada bajo los primeros rayos del sol
ardiente...
Los espíritus que vagan ya sin carne encima
Musa Peregrina
Los espíritus que vagan ya sin carne
encima, danzan cerca de las tres de la mañana. No importando la presencia de un
incipiente verano, y ante el calor que nace del corazón de mi bello puerto
desnudan sus penas. En una madrugada como ésta, buscan con afán entre los
cajones, sobre la mesita de noche, en el ropero de la abuela y bajo las
cortinas del tiempo, algún polvo de luz que les haga soñar, que les está
permitido, aunque sea por una sola noche, dormir en sus camas y descansar sus
cabezas sobre almohadas sangrientas... ¡Qué horror, mejor me largo a dormir,
que cosas de terror estoy escribiendo alumbrada con la luz de una vela!
Mares donde recojo mis
palabras
María Itza
Mares de aguas escasas como nieve vacía,
bañan mi cuerpo de mansa rosa de espirituales fauces devorando la magia de un
león rampante. Mis ojos anudados se demoran en el fondo de una cascada donde
recojo flores de palabras exquisitas que se oxidan al contacto de mi mano. Me
castigan las palomas con sus picos demolidos y sus plumas de húmedo terciopelo
desvaído y yo me demoro por el peso de incontables y herrumbradas anclas
pegadas como lapas a mis piernas de lava degradada. Me obsesionan los cofres de
oscuros tesoros que piratas sin ojos me escabullen y por eso me arrastro en
busca de madejas de plata para coser con ellas un rosario de letras donde pueda
leerte y descifrar tu cáscara oscura de corales borrachos y fragantes estrellas
marinas de bocas redondas y cerradas. Navego en barcos de costillas desnudas
que transparentan las luces de peces hechos de lentejuelas y vidrios de
botellas, me crecen escamas entre mis cabellos y puntas líquidas de puro mar
las beben. Esqueletos de huesos de piedra caliza se desintegran si los nombro
mientras busco la vara de sedosas magnolias para neutralizar el poder de las
mareas de sueños y así poder derramar la gota de filos mellados como dientes de
madera. Cuando la halle he de escribir con ella mi abecedario eterno y mágico
en las alas insomnes de las mariposas nocturnas. Y así pasaré de ser una larva
de ideas sin forma a la clara vivencia mineral de una diminuta y parida poesía.
DESVELADA
Ivonne Concha Alarcón
Se pierde la noche en el horizonte, a veces
corre por las nostalgias y encuentra la línea divisoria entre tantas distancias
y lamentos exhaustos de rojos y azules que hace que la luna nos robe los
tiempos de alambre, pido a la ternura se aleje de los ruiseñores engañadores,
estafadores, ladrones de la libertad, los ojos y las manos lloran silencios
aterradores en arena y espuma de noche extensa entre azucenas y madreselvas y
unas violetas perfumadas se van alejando del otoño para no morir de hastío y
aburrimiento, como árbol frondoso sube a los jazmines y vuela alto con los
zancudos de alas largas y sus seis ojos de distintos colores de hambre y miedo,
sin pestañas, que caen heridos al lago de la esperanza de tanto miedo al frío.
Vida verde, negra y gris y el rojo en la espalda del rinoceronte extinguido en
estos parajes rojizos y corazones de arena penetrando entre algodones en el
amanecer curioso entre piernas y amaneceres heridos de espinas que se clavan en
libertad, poseen el generoso alimento del maná de la mañana que cae sobre
funestos despojos de alimañas que se aparecen como buitres negros de ojos
rojos. La ternura ausente, el odio se mete por las hendiduras de los barcos en
el muelle que bombardea con bocinas y trompetas anunciando el medio día
mientras la cigarra fuma un cigarro arriba de un filodendro y una mata de ají
que pica.
NADA ESPERA
Beatriz Graciela Moyano
Elaine sólo sigue ahí después del eclipse, tejiendo otra mañana desde su
torre mientras la realidad se sigue desgastando en el espejo. Elaine está
apresada, encorsetada en el maleficio de confeccionar con puntadas cortas los
comienzos.
La dama de Shalott ya no espera nada.
Adriana Vega.
Así en una barca a la deriva, suelta su
pelo al viento para que decida, sin esperar nada, con las sombras acumuladas en
el fondo de sus ojos que nadie ve y sin dolor manifiesto por los males que le
clavan como espinas transparentes de rosales congelados. Ella ha ingresado una
y mil veces en niveles de bloqueo con resistente obstinación, más hoy... nada
espera. Deja indiferente los huecos sin mirada, abandona los estantes
polvorientos y a los maniquíes desnudos para que se vistan solos, con el cruel
hartazgo que los condena al olvido. Aquí hay flores ausentes o quemada por el
aire gélido, saben a invierno eterno, abúlico y desesperante, acosador de horas
enredadas. Lanas en ovillos desprolijos que van y vienen sin ser tejidas, nada
esperan. Aún así, en este estado de inflexión buscará sonidos y colores para
los sentidos al paso del agua. Se lanza a la resonante repercusión de los ecos
antiguos, pintando hechizos rotos para las pupilas en el paisaje amigo
constante del silencio. El desganado compás del cuerpo confiere toda su fuerza
al viento, le concede el timón del viaje imposible o perpetuo de redención.
MADRESELVA, urdimbre de aroma que al alma despierta.
Maria de los Ángeles Roccato
Bordas la pared hasta convertirte en
fragante cascada. Sendero aromático dibujan tus ramas. Apasionado romance de
verdes y pétalos. Bendecida me siento al
compartir la humildad de tu entrega.
Suspiro. Tomo el cuenco de metal y con amor lo anido en mis manos, lo hago
sonar. Tintinea su metálica voz y la brisa con ella retoza. Rozan
juntos -aroma y sonido- mis ojos. Los labios ahora dulzones de tu manjar
de vida, llevan el mensaje hasta los tímpanos, aquietando la mente. Inspiración, susurrante clamor de
mi alma. Despabilada, suelto amarras. El cuenco, silente en su traje de siete
metales, me espera. Percuto y ahora el tramado sonoro es más dulce y sereno. Me
viste de bruma el incienso que amoroso extiende su chal de mirra. El universo
detenido, me recibe. Mágicamente, con el vuelo de los colibríes, llega el soplo
de vida. Cabizbaja, y vencida, la sensación de sentirme anclada a la muerte, en
el arroyo, hunde sus plantas. El sol se detiene asombrado, la luna se lleva el
rocío. La existencia naturalmente marca su ritmo. Soy libre. Vacía
-deliciosamente vacía- sigo tu mandato de entrega. –Fluida- a la nueva siembra
me entrego.
MI SENTIR DE AYER EN PREGUNTAS
María Eugenia Gulfo Berrocal
La tarde se fue muriendo lejos de la playa
cerca del horizonte, entre blancas y azulosas nubes el sol apenas resplandecía,
el agua en calma parecía una legión de retazos de espejos brillantes que
navegaban hacía mi, como invitándome a danzar sobre ella sin ningún miedo ni
recelo. Por qué el agua se reflejaba oscura, si aún estaba pintada de azul?
Sería alguna premonición? Sería algún amor que moría en ese momento? Mi mirada
a lo lejos se perdía y pensaba, qué habrá más allá del confín de esa línea
horizontal? Qué pensaba el agua cuando el sol le regalaba sus rayos para
calentarla? Qué pensaba el sol cuando besaba al agua y sus labios eran salados
y no dulces, como el amor? Sentirán ellos, alegrías y tristezas? Sentirán
celos? A lo mejor. Crecerán en ellos las afecciones, con el roce y el tacto?
Harán el amor en la profundidad de la noche? Sabes? Hubo un momento en que
sentí envidia porque ellos estaban juntos y nosotros, no. Por qué en un ocaso
no coloreado, había fuego? Los postes y el cáñamo que vigilaban la playa,
miraban a las personas como figuras decorativas que se sumergían afanosamente
huyendo de una realidad. Miles de pisadas deambulaban por la playa, huellas
dibujadas de sentires, alegrías y llantos que todos cargamos en el alma. Será
que el mar tiene alma? Será que el mar en el corazón de su profundidad ama? No
lo sé. Las gaviotas desaparecieron en la inmensidad igual que un velero,
dejando una estela de luz que recorre día a día para hacerle ronda al mar. Yo
me quedé sola con el arrullo de la brisa que acariciaba mi rostro y la espuma
que las pocas olas traían a la playa, entonando cantares románticos, como una
serenata de amor.
Salpica la realidad con virutas
Miguel Urbano Perálvarez.
Salpica la realidad con virutas que se
incrustan en el pensamiento, virutas que al calor de la tarde quedan convertidas
en diminutos cristales, pequeñas dagas que dan de lleno en la diana, la verdad
queda dolorida. El sol, majestuoso y engreído, atrapa con sus rayos el exiguo
frescor que la mañana atesoraba, vuelve el tórrido verano a apagar la luz que
la mente aun conservaba. Chispas luminiscentes recuperan retazos de una lucidez
mermada, algo de color adorna el camino y un verde cobrizo envuelve los
aledaños de la imaginación, gotas de esperanza refrescan el ingenio que pone a
funcionar sus resortes engrasándolo la maquina del tiempo. Aparece el talento
queriendo aprender a nadar pero se ahoga en el fango, la sequía de ideas
provoca una laguna de olvidos, la memoria se mustia y la reflexión se hace
imposible. Polvo, sudor y hierro, mejor lo tenía el Cid que pudo herrar el
caballo y errar al defender su señor. El buen dios anda durmiendo la siesta y
no acepta labores descabaladas así que es mejor cabalgar a solas y en la sombra
para refrescar la cordura, recuperar el hierro y aprender a no errar cuando
herremos las ideas. Un hálito de esperanza se cierne sobre el horizonte, unas
nubes son arrastradas por nuevos vientos dando brillo y restando luz al
pensamiento, el horizonte se oscurece, dejando ver la claridad que hay tras de
si, contrariedades de la vida que nos hacen ver lo bueno que se esconde tras un
escaparate ennegrecido y opacado por el brillo incesante de un sol acaparador
que ciega las pupilas. La mirada se libera y aprende a ver mas allá de la
razón, contempla momentos y rescata instantes que le harán llegar a controlar
el tiempo. Aun la tarde no está perdida y la luna, intentando convertirse en
aliada, extiende su mano creando un paraguas que impide el impacto, de aquellas
virutas incendiadas, sobre el pensamiento que vuelve a arropar la verdad,
despertando la imaginación que había quedado atrapada en un sueño.
Un Vino muy ácido.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Acantilado se abre al mar como una
incógnita. Abajo, el mar, en el borde, el precipicio. Abismo y nenúfar. La flor
crece en su borde. Es una flor que
tiembla y es un demonio y es un ángel. El torero se asoma a los cuernos del
toro. Brilla el sol, dorado y lleno de matices esmeraldas. El infierno tiene
cien mil astillas azules, para la yema de un dedo. El nenúfar es un minotauro.
El minotauro está en su laberinto, torea al sol que le descubre los cien mil
matices del verde. Los pelargonios tienen los pétalos fucsias y los estambres
naranjas, son una pasión convertida en hechizo, un hechizo de fuentes de agua
trasparentes. Torea el minotauro en el laberinto. Los necios se precipitan por
donde los ángeles no se atreven a poner el pie. Son los tiburones tan bellos
como un verso de Lorca y tan desaprensivos como las zarzas malas. Y el ángel
está arriba, en el acantilado, toreando al sol. La visión dura un milisegundo.
Una visión de belleza y peligro, que relampaguea en los ojos con cintas rosas
encendidas, mientras un clavicordio pone un temblor de crisantemos naranjas a
una habitación de malaquitas y jades. Yo quisiera, estar en ese borde donde el
minotauro observa los abismos, y tener una noche de sexo loco con el mar, pero
ya soy viejo y mi cuerpo no es hermoso, con veinte años probaría la delicia de
un cactus en la boca, ¡¡¡oh qué exagerado soy¡¡¡, pero es el peligro una
ondulación y un temblor en el vacío, un poder caerse y ser devorado, por los
terribles tiburones de granito, que esperan, en el fondo del laberinto, devorar
la flor. Los diapasones brillan y vibran, dorados, plateados, el sol da un
reflejo de armonía al peligro, el peligro es un toro de cuernos duros,
sublimes, que serían capaces de detener un corazón de golpe, y en ese instante
la tierra tiembla y muere un niño, y otro, quizás en su cuarto miserable, sufre
la emancipación de la carne y a borbotones se sumerge en el placer. Yo quisiera,
subirme a ese borde y eyacular en el mar, pero el acantilado es de una
ferocidad demoníaca, es un bellísimo tiburón de oro, una serpiente maravillosa,
en su boca de colmillos la muerte proclama su victoria, y mi sexo no se eriza,
y mi cuerpo no responde sino con el temblor. Pero estaría espléndido. Belleza,
desnudez, peligro, minotauro, ángel, geranio, partitura celeste de clavicordio
reverberante, oro en las estribaciones de la rosa, esmeraldas rabiosas, que
fulgen como un cáliz de plata, y abajo, el mar, tan terrible como un puñal de
asesino, lleno de rocas atroces, para una yema de dedo, para una colección de
huesos sin sentido. Mejor es no probar ese vino. Yo ya no lo pruebo, era un
vino demasiado fuerte para mi garganta, estaba muy amargo y era muy untuoso
para mi paladar, me dejaba el cuerpo dolorosamente cansado. Aunque después
podía describir el paraíso que se ve cuando se prueba, un paraíso de sombras
lunares lleno de espejos irisados. La mente es curiosa, puedo probar un vino
cuya hez es un veneno ponzoñoso terrible, y no me atrevo a mirar a los ojos del
ángel, me da aún más terror. Es ya demasiado tarde, la espuma de los días ha
devastado mi figura, un sapo en un alambre no causa admiración sino risa.
Oliveretto de Fermo fue hermoso y fue artista y en pintarle gladiando desnudo
ilustró su pincel Tintoretto, y Cesar Borgia lo ahorcó en Sinigaglia. Yo
prefiero no asomarme al acantilado, aunque el verso que pudiera escribir
relampagueara, prefiero seguir vivo. No quiero volver a probar de ese vino jamás.
F.S.R.Banda
Yo buscaba tu boca en
las tenues torceduras del tiempo la significación de tus ojos por los breves
intersticios del desespero, por las grietas de la obsesiva soledad sin tu
nombre, por los tenebrosos tumultos de las esquinas más oscuras, buscaba una
cerrada penumbra o un perfecto atardecer, el torvo plenilunio taciturno que iba
a iluminar tu pelo, pero tú aun no podías extinguir de ti la otra ausencia, aun
te negabas a dejarla con la solemnidad de las cenizas, a borrar los últimos
vestigios de ese pasado y sus delirios, yo buscaba cabizbajo el rictus de tus
labios en los cántaros, el perfume extraviado de tu piel atravesando las
madrugadas, las tibias ternuras que acumulabas en tus manos vacías, pero tú
seguías soñando por los laberintos del otro otoño, sin saber que todos tus
pasos ya caminaban hacia mí porque yo te buscaba en las torcidas flexuras del
tiempo con el preciso destino de ir mascando esta gloria bastarda de
poseer tu ahora y tu memoria a destiempo con la clara premonición de una
eternidad tardía, deshojada, pulida por las arenas que traían otros vientos
cruzados de océanos y marejadas y bajamares en las costas de tus lluviosos
olvidos. Iba paso a paso ebrio de las lluvias y los ponientes que presagiaban
tu cercanía, tu cadencia de libélula esquiva o de mariposa evasiva, iba y venía
en un círculo de infiernos, de rastrojos, de abisales celacantos y de nocturnas
noctilucas, divagaba buscando tu nombre en los amarillos y ocres y rojos
iniciales de los otoños, en los cantos rodados que traían los ríos en los
turbios inviernos, en los geranios florecidos en los confines de las primaveras
y en las dulces vendimias de los estíos que anochecían de incertidumbre. ¿Que
hechizo me has hecho mujer? ¿Por cuales grietas de mi ya cerrado destino
pudiste entrar y revolverme los días y desaguar la vasija reseca de mis noches?
¿Como encontraste la llave herrumbrada de mi alma clausurada a los trinos de
Amor? ¿Qué ángel vengador o demonio cómplice te la dio sabiendo que vendrías a coronarte
reina de heliconias y designarme tu loco vasallo? ¿Quien te creo así sigilosa y
deseable a mis oscuros delirios de fauno entumecido? Si yo solo buscaba la
fisura por donde tu voz se me escapaba hacía el silencio y se hacía susurro y
humo, cárcavas en las piedras y jeroglíficos indescifrables en la cortezas de
los árboles de todos los tristes parques por donde yo te buscaba.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 223
2 de agosto de 2016
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