sábado, 1 de octubre de 2016

PARADOXAS N° 225

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XII - N° 225


INDICE

I (De “El habitante y su esperanza”) - Pablo Neruda
La invención  de la soledad, el pecado de las sociedades modernas. - Raúl Zurita
LA NOCHE DE LAS ESTATUAS - Alejo Carpentier
El reino de Alipio (Fragmento) - Reinaldo Arenas
DONDE EL VERSO SE SIENTE - Agustín Hervás
AFIRMACIÓN DE LA ORFANDAD - André Cruchaga
La Luna y el Mar. (Continuación). - Francisco Antonio Ruiz Caballero
A LO MENOS ALGUIEN DONDE - F.S.R.Banda

HOMENAJES AL POETA JUAN DAVID PORRAS SANTANA (1955-2016)
La cálida entraña - Juan David Porras Santana
Te asomas primavera - Ivonne Concha Alarcón
Mi rostro - Ivonne Concha Alarcón
La esfinge seducida - F.S.R.Banda
La lenta lluvia - F.S.R.Banda


EDITORIAL

Frente al temible sentido único ideológico transmitido por un estilo [el moderno] que pretendía ser universal, el barroco ha devenido un valor refugio, plural, de la singularidad. Desde luego, en su tiempo, el barroco era la emanación de las monarquías centralizadas y de la Contrarreforma. Era irracional y «reaccionario» cuando la Razón era subversiva. Pero la Razón, institucionalizada y disfrazada de Despotismo ilustrado, de Positivismo, de tecnocracia o Ciencia de Estado, deviene a su vez totalitaria y reaccionaria. Exige entonces la inversión de perspectiva; barroco es entonces lo irracional, lo insensato, la disidencia, que devienen subversivos.

Pirateado de «Introduction à Baltasar Gracián.» Art et figures de l’esprit [Agudeza y arte de ingenio, 1647], Benito Pelegrín. París, Seuil, 1983. (Págs. 76-77). Vale.

El Editor


I (De “El habitante y su esperanza”)
Pablo Neruda

Ahora bien, mi casa es la última de Cantalao, y está frente al mar estrepitoso, encajonado contra los cerros.
El verano es dulce, aletargado, pero el invierno surge de repente del mar como una red de siniestros pescados, que se pegan al cielo, amontonándose, saltando, goteando, lamentándose. El viento produce sus estériles ruidos, desiguales según corran silbando en los alambrados o den vueltas su oscura boleadora encima de los caseríos o vengan del mar océano arrollando su infinito cordel.
He estado muchas veces solo en mi vivienda mientras el temporal azota la costa. Estoy tranquilo porque no tengo temor de la muerte, ni pasiones, pero me gusta ver la mañana que casi siempre surge limpia y reluciendo. No es raro que me sienta entonces en un tronco mirando hasta lejos el agua inmensa, oliendo la atmósfera libre, mirando cada carreta que cruza hacia el pueblo con comerciantes, indios y trabajadores y viajeros. Una especie de fuerza de esperanza se pone en mi manera de vivir aquel día, una manera superior a la indolencia, exactamente superior a la indolencia.
No es raro que esas veces vaya a casa de Irene. Atravieso ese recinto baldío que me separa del pueblo, cosa de una legua, sigo por las calles deshabitadas y me detengo frente al portón de su casa, donde la espero aparecer.
Si está lavando me gusta ver sus manos que se azulan con el agua fría, si está entre la huerta, me gusta ver su cabeza entre las pesadas flores del girasol, si no está, me gusta ver vacío el patio y la huerta y la espero sin desear que llegue.


La invención  de la soledad, el pecado de las sociedades modernas.
Raúl Zurita

Shakespeare es la creación más alta que ha producido un mundo sin Dios. Los protagonistas de sus tragedias no están heridos por la mano de ninguna divinidad, sino por el horror de si mismos. A diferencia de Dante, cuyos condenados son barridos por la culpa, pero carecen de remordimientos, los personajes shakesperianos se han liberado de sus culpas, pero no de sus remordimientos. Insomnes en un mundo gemelo al nuestro, sus personajes nos pertenecen no porque Shakespeare inventara lo humano, como afirmó Harold Bloom, sino porque inventó el pecado de las sociedades modernas: inventó nuestra soledad. Nada hay más abismante que la soledad de un ser solo, esa soledad donde se decide el amor o la guerra, la destrucción o la sobrevivencia, porque es la única eternidad a la que tenemos acceso. La escena de la muerte de Ifigenia en "Hamlet" y esta confrontación de la soledad con lo eterno es lo que más me conmociona en Shakespeare. Es el "Soneto 55". El poema es infinito y sobrevivirá a mi versión: "Ni el mármol ni los dorados monumentos / de los príncipes durarán más que esta rima / poderosa y tu brillarás en ella con más fulgor/que la piedra manchada por la suciedad del tiempo. // Cuando la destructora guerra bote las estatuas /y arranque de raíz las obras de la arquitectura, /ni Marte ni el incendio violento de la batalla / destruirán el registro viviente de tu memoria. // Siempre avanzando, a pesar de la muerte / y de los amnésicos odios, tu elogio perdurará /ante los ojos de toda posteridad que habite / en este mundo, hasta el día del postrer juicio. / Sí; hasta que se te erija el Juicio Final vivirás /en este poema y en los ojos de los amantes".


LA NOCHE DE LAS ESTATUAS
Alejo Carpentier

(Fragmento de “El reino de este mundo”)

En el fondo de aquel pequeño gabinete había una sola estatua. La de una mujer totalmente desnuda, recostada en un lecho, que parecía ofrecer una manzana. Tratando de encontrarse en el desorden del vino, Solimán se acercó a la estatua con pasos inseguros. La sorpresa había asentado un poco su ebriedad. El conocía aquel semblante; y también el cuerpo, el cuerpo todo, le recordaba algo. Palpó el mármol ansiosamente, con el olfato y la vista metidos en el tacto. Sopesó los senos. Paseó una de sus palmas, en redondo sobre el vientre, deteniendo el meñique en la marca del ombligo. Acarició el suave hundimiento del espinazo, como para volcar la figura. Sus dedos buscaron la redondez de las caderas, la blandura de la corva, la tersura del pecho. Aquel viaje de las manos le refrescó la memoria trayendo imágenes de muy lejos. El había conocido en otros tiempos aquel contacto. Con el mismo movimiento circular había aliviado este tobillo, inmovilizado un día por el dolor de una torcedura. La materia era distinta, pero las formas eran las mismas. Recordaba, ahora, las noches de miedo, en la Isla de La Tortuga, cuando un general francés agonizaba detrás de una puerta cerrada. Recordaba a la que se hacía rascar la cabeza para dormirse. Y, de pronto, movido por una imperiosa rememoración física, Solimán comenzó a hacer los gestos del masajista, siguiendo camino de los músculos, el relieve de los tendones, frotando la espalda de adentro a afuera, tentando los pectorales con el pulgar, percutiendo aquí y allá. Pero, súbitamente, la frialdad del mármol, subida a sus muñecas como tenazas de muerte, lo inmovilizó en un grito. El vino giró sobre sí mismo. Esa estatua teñida de amarillo por la luz del farol, era el cadáver de Paulina Bonaparte. Un cadáver recién endurecido, recién despojado pálpito y de mirada, al que tal vez era tiempo todavía de hacer regresar a la vida. Con voz terrible, como si su pecho se desgarrara el negro comenzó a dar llamadas grandes llamadas, en la vastedad del Palacio Boghese. Y tan primitiva se hizo su estampa, tanto golpearon sus talones en el piso, haciendo de la capilla de abajo cuerpo de tambor, que la piamontesa, horrorizada, huyó escaleras abajo, dejando a Solimán de cara a cara con la Venus de Cánova.


El reino de Alipio (Fragmento)
Reinaldo Arenas

Incluido en “Termina el desfile”

En medio de la tarde, que ya es de un intolerable violeta, Alipio, de pie junto a la baranda del balcón, casi se confunde con las últimas hojas del almendro. Hace rato, que permanece inmóvil, mirando sin ver la gente que trajina por la acera. En el preciso instante en que el sol desaparece, Alipio, de un salto, entra en el cuarto y se acuesta, cubriéndose todo el cuerpo. Son las siete, Alipio, con los ojos muy abiertos, mira el techo. Son las ocho, Alipio, que suda a chorros, no se decide a abrir la ventana. Son las nueve, Alipio piensa que debe de ser de madrugada. Son las doce de la noche. El cielo luce todos sus estandartes característicos. Las estrellas de primera magnitud giran raudas como las ascuas de un molino gigantesco. La Osa Mayor avanza sobre el cielo boreal y toca el Carro de David; se junta la Cola del Centauro con la Cruz del Sur; las tímidas Pléyades avanzan, temblorosas, hacia la Constelación de Hércules. En estos momentos, Coppellia entra en conjunción con la Cabra de la constelación del Cochero, y las Siete Cabrillas titilan junto a Orión, que se expande. La constelación del Zodiaco invade el cielo se confunde con el Cúmulo de las Pléyades. Las estrellas variables, los cometas insignificantes y el destello de galaxias que ya no existen deslumbran la tierra. La suave constelación del Unicornio aparece por un momento, sus estrellas blanquísimas apenas se distinguen entre la lejanía. Castor y Pólux, los astros inseparables, están muy juntos. Alfa entra en relación con la constelación del Can Menor. La Gran Nebulosa de Andrómeda reluce en esta hermosa noche de noviembre, transparente y sonora. Las lágrimas de Alipio brotan muy tibias, ruedan por los costados de la nariz, mojan la almohada. Millones de soles trajinan solitarios por el espacio sin límites.


DONDE EL VERSO SE SIENTE
Agustín Hervás

Volver a espacios litúrgicos conforta las inquietas almas, ansiosas de emociones. Hoy no es nada si nada es el fútbol en el televisor que martillea las distracciones del pueblo como embaucación absoluta hacia el firmamento. Aún con ese soniquete de chicharra narrativa el espacio que me abraza tiene aromas de versos, de poemas, que como capas cubren los poros de nuestras zozobras. Así nos consuelan y arropan poniendo en nuestros labios la música de la vida. Ahora musito palabras de amor, ahora de cielos, luego de tierras doradas y tristes adornadas con la risa de las flores puras.
Siempre queda tu voz en el universo del llanto, queda tu voz en la planicie de tu sonrisa, y cuando enlazabas asonantes y consonantes todo el pentagrama de tus labios era en mí como el mapa de tu vida. Al filo de los sonetos un borbotón de cuerdas afinaban una guitarra que vistió el aire de lamentos y alegrías, bulerías y tarantos que a la voz añade el arte de un talante postinero que se entrega al verbo que recuerdo como noche de "estrellas" y "victorias" sobre nuestras guerras.


AFIRMACIÓN DE LA ORFANDAD
André Cruchaga

¿En cuántos epitafios cabe una sábana, los vilanos rotos arrastrados
por el viento, este reino solemne de los desfallecimientos?
Nunca olvido esas astillas de la orfandad que aprietan las sienes y juegan a ser fotografías permanentemente: siempre es el ruido primerizo de la tempestad.
Todo es nada en la orfandad: no hay avisos clasificados para la intemperie,
ni abrigos, ni siquiera una piedra de ternura que se estrelle en el pecho.
En el país uno envejece tratando de emigrar todos los días.
¿Quién puede comer así con tantas tribulaciones? Ni siquiera el aire nos respira con buena salud. Ni la inmovilidad de las cárceles, ni la tempestad fría
del suicida. Uno aprende a limpiarse sin pañuelos las tantas carcajadas húmedas del vómito en la cara.
(Por cierto uno se pierde entre los hedores de los periódicos quemados.
Cae la noche y las palabras siguen tan extenuadas como la progresión
de la oscuridad: la memoria no es importante después de todo, por eso sigo
sin disimulo en esta realidad que me consume.
La esperanza es tan vacía como la caja de los muertos en los aserraderos.)
A veces cojea el lenguaje de tantas calles desiertas.
Hay cierta pirotécnica en los quejidos de saliva de la inflorescencia.
Nunca he tenido crepúsculos inesperados: siempre están ahí disecando mis raíces, ese silencio exacto que se escucha en los rincones de lo mórbido.
Y me asfixia con su olfato de perro.
Entre todas las sombras, lo único transitorio es el reloj seco de la muerte.

Barataria, 2016


La Luna y el Mar. (Continuación).
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Me eché a dormir con mi pulsera psicodélica y con el deber cumplido de haber asesinado a la luna. Mientras dormía un sueño se acercó al interior de mis ojos y gritó al oído su melodía de cristal. Soñé que era un niño en la playa y que tenía un cometa dorado, de ámbar, y que lo izaba muy alto muy alto. El hilo de seda que atrapaba el cometa se rompía y éste, revoltoso, se negaba a volver a mis manos, gritándole a las nubes: soy libre, soy libre, mirad como vuelo, pero las nubes se enfadaban y se ponían de acuerdo para llover a un tiempo, negras y malhumoradas. Entonces el cometa empapado volvía a mis brazos tiritando de frío y yo lo castigaba de nuevo escribiendo en uno de sus alerones, propiedad de Francisco. Después lo guardaba en una caja de cartón junto con una lámpara vieja y yo detrás de unas cortinas verdes me ponía a escuchar lo que decían sin que supieran ambos que yo estaba presente. Oía la conversación, la lámpara, cubierta de polvo tenía cinco brazos como un extraño pulpo de bronce y contaba las historias que había visto en la casa del Duque de Chispirita, decía que había visto a la muñeca de pelo azul reñir y hacer el amor, hacer el amor y reñir con un cuadro abstracto que el duque tenía en el salón. Que una vez la muñeca de pelo azul se introdujo dentro del cuadro, trece manchas de color naranja y una mancha de color violeta y verde y que cuando salió estaba vestida de amapolas rojas y llevaba un collarito de zafiros provocadores que estaban todo el día gritando y brillando, brillando y gritando, histéricos y deslumbradores; que el cuadro abstracto cuando salió la muñeca se descolgó de su chincheta y se puso del revés, con una mancha más, de color amarillo furioso que trinaba silbidos de piano y violín como un canario. La lámpara también le contó que había visto al Duque de Chispirita echar veneno de clepsidra en un jarrita de color granate y dársela de beber al gato cenizoso porque éste maullaba todas las noches buscando gatitas y no le dejaba conciliar el sueño pero que el felino sobrevivió, se volvió aún más cenizoso y se vengo del conde arañando hasta la muerte el sillón de armiño del aristócrata, que quedó deshecho de tanta uña afilada. Cuando la lámpara iba a contar la historia del cascabel que le pusieron a cenizoso me desperté. El sol bailaba en el cielo y no se le podía mirar de frente pues daba bofetadas pero me di cuenta de que le faltaba un cacho de cielo al cielo. El cacho de cielo que yo había arrancado para asesinar la luna, y resulta que por el trozo ausente se veía el interior del cielo. Metí mi cabeza en el hueco, primero con miedo pero con mucha curiosidad, y luego me metí dentro del mismo cielo. Como soy muy discreto otro día quizás os contaré lo que allí vi pero tengo que tener mucha precaución pues no quiero que nadie más entre y estropee aquello. Después de haber estado en el cielo salí de allí y me puse a buscar almejitas a ver si daba con el cadáver de la luna que había encerrado en una de ellas.

Septiembre 5, 2006


F.S.R.Banda

“Creo que la literatura está para cosas más complejas que sólo contar historias. … La literatura está para ampliar las vivencias, que el pensamiento se expanda y la imaginación pueda ser mayor y podamos sentir más. Y, además, para darnos maneras de decir que nos permitan liberarnos de un régimen del decir.” Marcelo Cohen

Alguien, como un pez atrapado en el fango entre las algas y los negros roqueríos, explora el mundo en tanto niega la persistencia de su mísera realidad convencional. Ciego navegante de alta mar adentro surca sus propios oleajes en las tormentosas aguas de los desvelos que erosionan laboriosos la vigilia, el mustio sosiego, la quietud santificada por el desdén. Habita la palabra en sus engarces barrocos, sobreadjetiva, repite, recarga en excesos ilógicos o abrumadores, busca los deslumbres sin asomos de fúnebres raciocinios. Alguien explora más allá del encanto del desencanto de los abismos marinos donde vagan absurdos e imposibles celacantos, descifra en sus nocturnos vacíos palimpsestos y equivocados portulanos, iluso pretende la inalcanzable verdad de todas las verdades, capturar la última noción de indiferencia del frío e imperturbable Universo, el absoluto cristalizado, inmóvil, la inmensidad inasible donde a la larga todo sucede porque el tiempo allí es infinito. Alguien sostiene perfectas falacias para engañar la razón que lo infecta como un virus inmortal, intenta así borrar los rastros de su íntimo calvario y las cicatrices de todas sus inútiles victorias, la travesía del barro a la ceniza, los intervalos de arena disgregada y de polvo disperso, suma cero. Alguien juega a ser un dios indiferente dispersando pompas de jabón y vilanos de diente de león en la brisa de la transcurrida primavera y en el viento desbordado del estío. Donde el cauce previsto dejó las cárcavas como heridas sin sangrar en las pendientes de las resecas lateritas, en los rojizos y en los ocres de su otoño terrestre, aciago, intenso, antiguo como las piedras engarzadas en las sangrientas arcillas. Donde los espejos mienten porque solo reflejan la máscara, el rostro quieto de lo que no somos, la sonrisa mentida, los ojos que no miran porque ya han visto todo, y solo repiten en sus pupilas el cansancio del que ha vagado por los años siempre con rumbo equivocado. Donde las lluvias escriben con sus grietas en el barro sus mensajes cuneiformes donde están los códigos perdidos que permitirían descifrar los misteriosos ruidos del agua que rompen los cántaros del desamparo. Donde alguien dejó la marca, la huella purulenta, el tajo sangrando, los alelíes desesperados en la bruma de lo perdido y el desorden del verano repartido en las lajas de cuarzo y los caracoles enterrados, y se sumergió hecho sombra, digno e inmortal, como un pez atrapado en el fango.


HOMENAJES EN MISMAS NOVENTA Y UNA PALABRAS AL POETA JUAN DAVID PORRAS SANTANA (12 Octubre 1955- 24 Agosto 2016)

La cálida entraña
Juan David Porras Santana

Devino lúcida, siempre transmutada como el alba de los iluminados, de lo recóndito se tejía su poderosa palabra, que retumbaba después de la centella, como ocurre con los relámpagos. Su piel inquieta, atenta pero ajena, sensitiva pero esquiva, marina pero lucia. De espíritu se conforman sus costillas, nunca necesitó de Adán. Libre albedrío andante, hollando las rojas arcillas del planeta, no nació como nosotros, su corazón se fue haciendo a fuego lento con tanto esmero, que lo que emana de ella parece salido del magma incandescente. Así es nuestra cálida entraña.

Te asomas primavera
Ivonne Concha Alarcón

Los pies arriba, palabras rotas, calzados grandes, pestañas gruesas, camino amplio, luces desiertas, corazón rojo, perlas negras, tiempo blanco, tiempo negro, riqueza desierta, camino de sal, puertas grandes, camino verde, oasis frescos, flores chiquitas, amores sin alma, tiempo perfecto, naranjos en flor, el buen tiempo se asoma, miro, observo como caminas, apresurado por una vida con tiempo tardío, rosas rojas, rosas blancas, pétalos de manzanilla, centro amarillo, abejas volando entre hojas verdes, pétalos multicolores. Se avecinan días primaverales, días de jolgorio, algarabía. Las mantis se aprestan a disfrutar su último rito…

Mi rostro
Ivonne Concha Alarcón

Camino por la vereda del frente, no quiero verte de nuevo en el espejo de mi sala. Voy ensimismada en mis pensamientos, te busco entre las piedras, junto a los caracoles rojos que se van arrastrando con su casa a cuesta. Esquivo los perros, esos que ladran sin sentimientos, que van gritando yo a ti ya no te quiero. No me interesa que corras, me preocupa si vas lento, calle arriba tendré que volver de nuevo para mirarte en mi espejo. Camino rápido, riendo, saltando sobre las baldosas negras… Me miro.

La esfinge seducida
F.S.R.Banda

Quiso que sus aguas me bautizaran para sosiego de arcángeles y demonios. Dejó liquida la tarde sin lluvia, la estremeció con su presencia inconmovible, la deshojó como una brusca brisa perturbadora. La fría porcelana de sus largas manos de esfinge tocó mi frente y un crepúsculo de sarmientos consumo en su violeta la lejanía de su respiración perfumada. Un aura desvanecida ocurrió en su milagro profano, sin su voz los pájaros anidaron en su silencio de ciruelo. Poseía esa tonalidad subjetiva de las dalias que las hace imposibles para la memoria.

La lenta lluvia
F.S.R.Banda

Vino con el aguacero, turbia de lluvias y de tardes clausuradas. Sabía domesticar las mariposas nocturnas y a eso se dedicó mientras esperaba que se consumieran las velas. Entumecida penetró en las honduras de la penumbra y se fue convirtiendo con delicada parsimonia en semillas de amapola, luego en piedras de desconsuelos, hasta ser simplemente el aroma de una rosa blindada. No hubo noche más intensa que aquella de su recuerdo. El reloj cristalizó en sus ojos risueños, el tiempo, vencido, afanó sus últimos trucos de mago equivocado y se detuvo.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 225
1 de octubre de 2016


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