PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XII - N° 225
INDICE
I (De “El habitante y su esperanza”) - Pablo
Neruda
La invención
de la soledad, el pecado de las sociedades modernas. - Raúl Zurita
LA NOCHE DE LAS ESTATUAS - Alejo Carpentier
El reino de Alipio (Fragmento) - Reinaldo
Arenas
DONDE EL VERSO SE SIENTE - Agustín Hervás
AFIRMACIÓN DE LA ORFANDAD - André Cruchaga
La Luna y el Mar. (Continuación). - Francisco
Antonio Ruiz Caballero
A LO MENOS ALGUIEN DONDE - F.S.R.Banda
HOMENAJES AL POETA JUAN DAVID PORRAS SANTANA
(1955-2016)
La cálida entraña - Juan David Porras
Santana
Te asomas primavera - Ivonne Concha Alarcón
Mi rostro - Ivonne Concha Alarcón
La esfinge seducida - F.S.R.Banda
La lenta lluvia - F.S.R.Banda
EDITORIAL
Frente al
temible sentido único ideológico transmitido por un estilo [el moderno] que
pretendía ser universal, el barroco ha devenido un valor refugio, plural, de la
singularidad. Desde luego, en su tiempo, el barroco era la emanación de las
monarquías centralizadas y de la Contrarreforma. Era irracional y
«reaccionario» cuando la Razón era subversiva. Pero la Razón,
institucionalizada y disfrazada de Despotismo ilustrado, de Positivismo, de
tecnocracia o Ciencia de Estado, deviene a su vez totalitaria y reaccionaria. Exige
entonces la inversión de perspectiva; barroco es entonces lo irracional, lo
insensato, la disidencia, que devienen subversivos.
Pirateado
de «Introduction à Baltasar Gracián.» Art et figures de l’esprit [Agudeza y
arte de ingenio, 1647], Benito Pelegrín. París, Seuil, 1983. (Págs. 76-77). Vale.
El Editor
I (De “El habitante y su esperanza”)
Pablo Neruda
Ahora bien, mi casa es la última de
Cantalao, y está frente al mar estrepitoso, encajonado contra los cerros.
El verano es dulce, aletargado, pero el
invierno surge de repente del mar como una red de siniestros pescados, que se
pegan al cielo, amontonándose, saltando, goteando, lamentándose. El viento
produce sus estériles ruidos, desiguales según corran silbando en los
alambrados o den vueltas su oscura boleadora encima de los caseríos o vengan
del mar océano arrollando su infinito cordel.
He estado muchas veces solo en mi vivienda
mientras el temporal azota la costa. Estoy tranquilo porque no tengo temor de
la muerte, ni pasiones, pero me gusta ver la mañana que casi siempre surge
limpia y reluciendo. No es raro que me sienta entonces en un tronco mirando
hasta lejos el agua inmensa, oliendo la atmósfera libre, mirando cada carreta
que cruza hacia el pueblo con comerciantes, indios y trabajadores y viajeros.
Una especie de fuerza de esperanza se pone en mi manera de vivir aquel día, una
manera superior a la indolencia, exactamente superior a la indolencia.
No es raro que esas veces vaya a casa de
Irene. Atravieso ese recinto baldío que me separa del pueblo, cosa de una
legua, sigo por las calles deshabitadas y me detengo frente al portón de su
casa, donde la espero aparecer.
Si está lavando me gusta ver sus manos que
se azulan con el agua fría, si está entre la huerta, me gusta ver su cabeza entre
las pesadas flores del girasol, si no está, me gusta ver vacío el patio y la
huerta y la espero sin desear que llegue.
La
invención de la soledad, el pecado de
las sociedades modernas.
Raúl
Zurita
Shakespeare es la creación más alta que ha producido un mundo sin
Dios. Los protagonistas de sus tragedias no están heridos por la mano de
ninguna divinidad, sino por el horror de si mismos. A diferencia de Dante,
cuyos condenados son barridos por la culpa, pero carecen de remordimientos, los
personajes shakesperianos se han liberado de sus culpas, pero no de sus
remordimientos. Insomnes en un mundo gemelo al nuestro, sus personajes nos
pertenecen no porque Shakespeare inventara lo humano, como afirmó Harold Bloom,
sino porque inventó el pecado de las sociedades modernas: inventó nuestra
soledad. Nada hay más abismante que la soledad de un ser solo, esa soledad
donde se decide el amor o la guerra, la destrucción o la sobrevivencia, porque
es la única eternidad a la que tenemos acceso. La escena de la muerte de
Ifigenia en "Hamlet" y esta confrontación de la soledad con lo eterno
es lo que más me conmociona en Shakespeare. Es el "Soneto 55". El
poema es infinito y sobrevivirá a mi versión: "Ni el mármol ni los dorados
monumentos / de los príncipes durarán más que esta rima / poderosa y tu
brillarás en ella con más fulgor/que la piedra manchada por la suciedad del
tiempo. // Cuando la destructora guerra bote las estatuas /y arranque de raíz
las obras de la arquitectura, /ni Marte ni el incendio violento de la batalla /
destruirán el registro viviente de tu memoria. // Siempre avanzando, a pesar de
la muerte / y de los amnésicos odios, tu elogio perdurará /ante los ojos de
toda posteridad que habite / en este mundo, hasta el día del postrer juicio. /
Sí; hasta que se te erija el Juicio Final vivirás /en este poema y en los ojos
de los amantes".
LA NOCHE DE LAS ESTATUAS
Alejo Carpentier
(Fragmento de “El reino de este mundo”)
En el fondo de aquel pequeño gabinete había
una sola estatua. La de una mujer totalmente desnuda, recostada en un lecho,
que parecía ofrecer una manzana. Tratando de encontrarse en el desorden del
vino, Solimán se acercó a la estatua con pasos inseguros. La sorpresa había
asentado un poco su ebriedad. El conocía aquel semblante; y también el cuerpo,
el cuerpo todo, le recordaba algo. Palpó el mármol ansiosamente, con el olfato
y la vista metidos en el tacto. Sopesó los senos. Paseó una de sus palmas, en
redondo sobre el vientre, deteniendo el meñique en la marca del ombligo.
Acarició el suave hundimiento del espinazo, como para volcar la figura. Sus
dedos buscaron la redondez de las caderas, la blandura de la corva, la tersura
del pecho. Aquel viaje de las manos le refrescó la memoria trayendo imágenes de
muy lejos. El había conocido en otros tiempos aquel contacto. Con el mismo
movimiento circular había aliviado este tobillo, inmovilizado un día por el
dolor de una torcedura. La materia era distinta, pero las formas eran las
mismas. Recordaba, ahora, las noches de miedo, en la Isla de La Tortuga, cuando
un general francés agonizaba detrás de una puerta cerrada. Recordaba a la que
se hacía rascar la cabeza para dormirse. Y, de pronto, movido por una imperiosa
rememoración física, Solimán comenzó a hacer los gestos del masajista,
siguiendo camino de los músculos, el relieve de los tendones, frotando la
espalda de adentro a afuera, tentando los pectorales con el pulgar, percutiendo
aquí y allá. Pero, súbitamente, la frialdad del mármol, subida a sus muñecas
como tenazas de muerte, lo inmovilizó en un grito. El vino giró sobre sí mismo.
Esa estatua teñida de amarillo por la luz del farol, era el cadáver de Paulina
Bonaparte. Un cadáver recién endurecido, recién despojado pálpito y de mirada,
al que tal vez era tiempo todavía de hacer regresar a la vida. Con voz
terrible, como si su pecho se desgarrara el negro comenzó a dar llamadas
grandes llamadas, en la vastedad del Palacio Boghese. Y tan primitiva se hizo
su estampa, tanto golpearon sus talones en el piso, haciendo de la capilla de
abajo cuerpo de tambor, que la piamontesa, horrorizada, huyó escaleras abajo,
dejando a Solimán de cara a cara con la Venus de Cánova.
El
reino de Alipio (Fragmento)
Reinaldo
Arenas
Incluido en “Termina el desfile”
En medio de la tarde, que ya es de un intolerable violeta, Alipio,
de pie junto a la baranda del balcón, casi se confunde con las últimas hojas
del almendro. Hace rato, que permanece inmóvil, mirando sin ver la gente que
trajina por la acera. En el preciso instante en que el sol desaparece, Alipio,
de un salto, entra en el cuarto y se acuesta, cubriéndose todo el cuerpo. Son
las siete, Alipio, con los ojos muy abiertos, mira el techo. Son las ocho, Alipio,
que suda a chorros, no se decide a abrir la ventana. Son las nueve, Alipio
piensa que debe de ser de madrugada. Son las doce de la noche. El cielo luce
todos sus estandartes característicos. Las estrellas de primera magnitud giran
raudas como las ascuas de un molino gigantesco. La Osa Mayor avanza sobre el
cielo boreal y toca el Carro de David; se junta la Cola del Centauro con la
Cruz del Sur; las tímidas Pléyades avanzan, temblorosas, hacia la Constelación
de Hércules. En estos momentos, Coppellia entra en conjunción con la Cabra de la
constelación del Cochero, y las Siete Cabrillas titilan junto a Orión, que se
expande. La constelación del Zodiaco invade el cielo se confunde con el Cúmulo
de las Pléyades. Las estrellas variables, los cometas insignificantes y el
destello de galaxias que ya no existen deslumbran la tierra. La suave
constelación del Unicornio aparece por un momento, sus estrellas blanquísimas
apenas se distinguen entre la lejanía. Castor y Pólux, los astros inseparables,
están muy juntos. Alfa entra en relación con la constelación del Can Menor. La
Gran Nebulosa de Andrómeda reluce en esta hermosa noche de noviembre,
transparente y sonora. Las lágrimas de Alipio brotan muy tibias, ruedan por los
costados de la nariz, mojan la almohada. Millones de soles trajinan solitarios
por el espacio sin límites.
DONDE
EL VERSO SE SIENTE
Agustín
Hervás
Volver a espacios litúrgicos conforta las inquietas almas, ansiosas
de emociones. Hoy no es nada si nada es el fútbol en el televisor que martillea
las distracciones del pueblo como embaucación absoluta hacia el firmamento. Aún
con ese soniquete de chicharra narrativa el espacio que me abraza tiene aromas
de versos, de poemas, que como capas cubren los poros de nuestras zozobras. Así
nos consuelan y arropan poniendo en nuestros labios la música de la vida. Ahora
musito palabras de amor, ahora de cielos, luego de tierras doradas y tristes
adornadas con la risa de las flores puras.
Siempre queda tu voz en el universo del llanto, queda tu voz en la
planicie de tu sonrisa, y cuando enlazabas asonantes y consonantes todo el
pentagrama de tus labios era en mí como el mapa de tu vida. Al filo de los
sonetos un borbotón de cuerdas afinaban una guitarra que vistió el aire de
lamentos y alegrías, bulerías y tarantos que a la voz añade el arte de un
talante postinero que se entrega al verbo que recuerdo como noche de "estrellas"
y "victorias" sobre nuestras guerras.
AFIRMACIÓN DE LA ORFANDAD
André Cruchaga
¿En cuántos
epitafios cabe una sábana, los vilanos rotos arrastrados
por el viento,
este reino solemne de los desfallecimientos?
Nunca olvido esas
astillas de la orfandad que aprietan las sienes y juegan a ser fotografías
permanentemente: siempre es el ruido primerizo de la tempestad.
Todo es nada en
la orfandad: no hay avisos clasificados para la intemperie,
ni abrigos, ni
siquiera una piedra de ternura que se estrelle en el pecho.
En el país uno
envejece tratando de emigrar todos los días.
¿Quién puede
comer así con tantas tribulaciones? Ni siquiera el aire nos respira con buena
salud. Ni la inmovilidad de las cárceles, ni la tempestad fría
del suicida. Uno
aprende a limpiarse sin pañuelos las tantas carcajadas húmedas del vómito en la
cara.
(Por cierto uno
se pierde entre los hedores de los periódicos quemados.
Cae la noche y
las palabras siguen tan extenuadas como la progresión
de la oscuridad:
la memoria no es importante después de todo, por eso sigo
sin disimulo en
esta realidad que me consume.
La esperanza es
tan vacía como la caja de los muertos en los aserraderos.)
A veces cojea el
lenguaje de tantas calles desiertas.
Hay cierta
pirotécnica en los quejidos de saliva de la inflorescencia.
Nunca he tenido
crepúsculos inesperados: siempre están ahí disecando mis raíces, ese silencio
exacto que se escucha en los rincones de lo mórbido.
Y me asfixia con
su olfato de perro.
Entre todas las
sombras, lo único transitorio es el reloj seco de la muerte.
Barataria, 2016
La Luna y el Mar. (Continuación).
Francisco
Antonio Ruiz Caballero
Me eché a dormir con mi pulsera psicodélica y con el deber cumplido
de haber asesinado a la luna. Mientras dormía un sueño se acercó al interior de
mis ojos y gritó al oído su melodía de cristal. Soñé que era un niño en la
playa y que tenía un cometa dorado, de ámbar, y que lo izaba muy alto muy alto.
El hilo de seda que atrapaba el cometa se rompía y éste, revoltoso, se negaba a
volver a mis manos, gritándole a las nubes: soy libre, soy libre, mirad como
vuelo, pero las nubes se enfadaban y se ponían de acuerdo para llover a un
tiempo, negras y malhumoradas. Entonces el cometa empapado volvía a mis brazos
tiritando de frío y yo lo castigaba de nuevo escribiendo en uno de sus
alerones, propiedad de Francisco. Después lo guardaba en una caja de cartón
junto con una lámpara vieja y yo detrás de unas cortinas verdes me ponía a
escuchar lo que decían sin que supieran ambos que yo estaba presente. Oía la
conversación, la lámpara, cubierta de polvo tenía cinco brazos como un extraño
pulpo de bronce y contaba las historias que había visto en la casa del Duque de
Chispirita, decía que había visto a la muñeca de pelo azul reñir y hacer el
amor, hacer el amor y reñir con un cuadro abstracto que el duque tenía en el
salón. Que una vez la muñeca de pelo azul se introdujo dentro del cuadro, trece
manchas de color naranja y una mancha de color violeta y verde y que cuando
salió estaba vestida de amapolas rojas y llevaba un collarito de zafiros
provocadores que estaban todo el día gritando y brillando, brillando y
gritando, histéricos y deslumbradores; que el cuadro abstracto cuando salió la
muñeca se descolgó de su chincheta y se puso del revés, con una mancha más, de
color amarillo furioso que trinaba silbidos de piano y violín como un canario.
La lámpara también le contó que había visto al Duque de Chispirita echar veneno
de clepsidra en un jarrita de color granate y dársela de beber al gato cenizoso
porque éste maullaba todas las noches buscando gatitas y no le dejaba conciliar
el sueño pero que el felino sobrevivió, se volvió aún más cenizoso y se vengo
del conde arañando hasta la muerte el sillón de armiño del aristócrata, que
quedó deshecho de tanta uña afilada. Cuando la lámpara iba a contar la historia
del cascabel que le pusieron a cenizoso me desperté. El sol bailaba en el cielo
y no se le podía mirar de frente pues daba bofetadas pero me di cuenta de que
le faltaba un cacho de cielo al cielo. El cacho de cielo que yo había arrancado
para asesinar la luna, y resulta que por el trozo ausente se veía el interior
del cielo. Metí mi cabeza en el hueco, primero con miedo pero con mucha
curiosidad, y luego me metí dentro del mismo cielo. Como soy muy discreto otro
día quizás os contaré lo que allí vi pero tengo que tener mucha precaución pues
no quiero que nadie más entre y estropee aquello. Después de haber estado en el
cielo salí de allí y me puse a buscar almejitas a ver si daba con el cadáver de
la luna que había encerrado en una de ellas.
Septiembre 5, 2006
F.S.R.Banda
“Creo que la literatura está para cosas más complejas que sólo
contar historias. … La literatura está para ampliar las vivencias, que el
pensamiento se expanda y la imaginación pueda ser mayor y podamos sentir más.
Y, además, para darnos maneras de decir que nos permitan liberarnos de un
régimen del decir.” Marcelo Cohen
Alguien, como un pez atrapado en el fango entre las algas y los
negros roqueríos, explora el mundo en tanto niega la persistencia de su mísera
realidad convencional. Ciego navegante de alta mar adentro surca sus propios
oleajes en las tormentosas aguas de los desvelos que erosionan laboriosos la
vigilia, el mustio sosiego, la quietud santificada por el desdén. Habita la
palabra en sus engarces barrocos, sobreadjetiva, repite, recarga en excesos
ilógicos o abrumadores, busca los deslumbres sin asomos de fúnebres
raciocinios. Alguien explora más allá del encanto del desencanto de los abismos
marinos donde vagan absurdos e imposibles celacantos, descifra en sus nocturnos
vacíos palimpsestos y equivocados portulanos, iluso pretende la inalcanzable
verdad de todas las verdades, capturar la última noción de indiferencia del
frío e imperturbable Universo, el absoluto cristalizado, inmóvil, la inmensidad
inasible donde a la larga todo sucede porque el tiempo allí es infinito.
Alguien sostiene perfectas falacias para engañar la razón que lo infecta como
un virus inmortal, intenta así borrar los rastros de su íntimo calvario y las
cicatrices de todas sus inútiles victorias, la travesía del barro a la ceniza,
los intervalos de arena disgregada y de polvo disperso, suma cero. Alguien
juega a ser un dios indiferente dispersando pompas de jabón y vilanos de diente
de león en la brisa de la transcurrida primavera y en el viento desbordado del
estío. Donde el cauce previsto dejó las cárcavas como heridas sin sangrar en
las pendientes de las resecas lateritas, en los rojizos y en los ocres de su
otoño terrestre, aciago, intenso, antiguo como las piedras engarzadas en las
sangrientas arcillas. Donde los espejos mienten porque solo reflejan la
máscara, el rostro quieto de lo que no somos, la sonrisa mentida, los ojos que
no miran porque ya han visto todo, y solo repiten en sus pupilas el cansancio
del que ha vagado por los años siempre con rumbo equivocado. Donde las lluvias
escriben con sus grietas en el barro sus mensajes cuneiformes donde están los
códigos perdidos que permitirían descifrar los misteriosos ruidos del agua que
rompen los cántaros del desamparo. Donde alguien dejó la marca, la huella
purulenta, el tajo sangrando, los alelíes desesperados en la bruma de lo
perdido y el desorden del verano repartido en las lajas de cuarzo y los
caracoles enterrados, y se sumergió hecho sombra, digno e inmortal, como un pez
atrapado en el fango.
HOMENAJES EN MISMAS NOVENTA Y UNA
PALABRAS AL POETA JUAN DAVID PORRAS SANTANA (12 Octubre 1955- 24 Agosto 2016)
La cálida entraña
Juan David Porras Santana
Devino lúcida, siempre transmutada
como el alba de los iluminados, de lo recóndito se tejía su poderosa palabra,
que retumbaba después de la centella, como ocurre con los relámpagos. Su piel
inquieta, atenta pero ajena, sensitiva pero esquiva, marina pero lucia. De
espíritu se conforman sus costillas, nunca necesitó de Adán. Libre albedrío
andante, hollando las rojas arcillas del planeta, no nació como nosotros, su
corazón se fue haciendo a fuego lento con tanto esmero, que lo que emana de
ella parece salido del magma incandescente. Así es nuestra cálida entraña.
Te asomas primavera
Ivonne Concha Alarcón
Los pies arriba, palabras rotas,
calzados grandes, pestañas gruesas, camino amplio, luces desiertas, corazón
rojo, perlas negras, tiempo blanco, tiempo negro, riqueza desierta, camino de
sal, puertas grandes, camino verde, oasis frescos, flores chiquitas, amores sin
alma, tiempo perfecto, naranjos en flor, el buen tiempo se asoma, miro, observo
como caminas, apresurado por una vida con tiempo tardío, rosas rojas, rosas
blancas, pétalos de manzanilla, centro amarillo, abejas volando entre hojas
verdes, pétalos multicolores. Se avecinan días primaverales, días de jolgorio,
algarabía. Las mantis se aprestan a disfrutar su último rito…
Mi rostro
Ivonne Concha Alarcón
Camino por la vereda del frente, no quiero
verte de nuevo en el espejo de mi sala. Voy ensimismada en mis pensamientos, te
busco entre las piedras, junto a los caracoles rojos que se van arrastrando con
su casa a cuesta. Esquivo los perros, esos que ladran sin sentimientos, que van
gritando yo a ti ya no te quiero. No me interesa que corras, me preocupa si vas
lento, calle arriba tendré que volver de nuevo para mirarte en mi espejo.
Camino rápido, riendo, saltando sobre las baldosas negras… Me miro.
La esfinge seducida
F.S.R.Banda
Quiso que sus aguas me bautizaran
para sosiego de arcángeles y demonios. Dejó liquida la tarde sin lluvia, la
estremeció con su presencia inconmovible, la deshojó como una brusca brisa
perturbadora. La fría porcelana de sus largas manos de esfinge tocó mi frente y
un crepúsculo de sarmientos consumo en su violeta la lejanía de su respiración
perfumada. Un aura desvanecida ocurrió en su milagro profano, sin su voz los
pájaros anidaron en su silencio de ciruelo. Poseía esa tonalidad subjetiva de
las dalias que las hace imposibles para la memoria.
La lenta lluvia
F.S.R.Banda
Vino con el aguacero, turbia de
lluvias y de tardes clausuradas. Sabía domesticar las mariposas nocturnas y a
eso se dedicó mientras esperaba que se consumieran las velas. Entumecida
penetró en las honduras de la penumbra y se fue convirtiendo con delicada
parsimonia en semillas de amapola, luego en piedras de desconsuelos, hasta ser
simplemente el aroma de una rosa blindada. No hubo noche más intensa que
aquella de su recuerdo. El reloj cristalizó en sus ojos risueños, el tiempo,
vencido, afanó sus últimos trucos de mago equivocado y se detuvo.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini,
“Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 225
1 de octubre de 2016
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