domingo, 1 de mayo de 2016

PARADOXAS N° 220

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XII - N° 220


INDICE

SENTIRES - Beatriz Graciela Moyano
LIBÉLULA - Elen Fouérè
ACONTECERES - Beatriz Graciela Moyano
MEDIANOCHE DEL MAR - André Cruchaga
DECLARACIÓN LITERARIA - Nicolás Hidrogo Navarro
El Año del Cristo. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
TERCIOPELOS - F.S.R.Banda


EDITORIAL

¿Qué misión le confiere usted a la literatura?

Nunca un sentido directo e inmediato de catequesis, pues nadie ve por qué se le indique en la dirección del índice, sino cuando se nos caen las escamas de los párpados y el ojo refractante del pez deja paso al ojo penetrado por el rayo del hombre. Cuando me entero de la condicional de un rastreador, pido idéntico pulso para el escriba. Conoce el peso de la hoja y sus destrezas al caer, relacionados con la cercanía del arroyo, el mugido aconsonantado con el corpúsculo del desierto, la recurva secreta del tigre para huir del nido de serpientes. Así, descubrir en una sentencia la intención de nuestros pasos, no olvidar tampoco cuando digo “la espiral del tiburón, primer réquiem” que en francés se le dice al tiburón requin. Por los ojos es lentísimo, muy despacioso, adormilado, se oye un réquiem mozartiano, de pronto un coletazo, una desdeñosa sabiduría mandibular. ¿Misión de la literatura? Quitarle horas al sueño y profundizar el sueño. Llegar como Marco Polo a Kubla Kan. Como Coleridge, ensoñar a Kubla Kan. Buscar el camino del caballo como en la cultura china y encontrar el de la seda. Quedarse absorto, preguntar por qué algunos campesinos se persignan delante de un árbol sagrado como la ceiba.

Tomado de Conversaciones con José Lezama Lima (Fragmentos de diversas conversaciones con Ciro Bianchi, Tomás Eloy Martínez, Eugenia Neves, Jean-Michel Fossey, Elsa Claro, Margarita García Flores y Juan Miguel de Mora). En AtaralaratA. Vale.

El Editor


LA LLUVIA CAE COPIOSA
Ivonne Concha Alarcón

... la lluvia cae copiosa, torrencial, intensa, imprudentemente, el viento huracanado asusta los cristales, el techo  de zinc se da de golpes con la lluvia haciéndola gritar, clamar, rabiar con furia, haciendo un sonido cruel, nostálgico de los días de un ayer lejano,  recuerdos de los años vividos, disfrutados y los que aun esperan por cumplirse, pero ya queda menos tiempo, nunca es tarde dicen, mientras el gato lame los pies, las uñas de su pie curiosas miran el entorno, un sweter de lana angora, abrigador, hace frío en el alma y el cuerpo, un café hirviendo en las manos pálidas, frías, un  pan amasado humeante recién preparado. El perro llora, gime, asustado se esconde entre las piernas, los canarios ríen felices, la  araña se pasea de arriba abajo por la muralla blanca. Nada le entibia el alma. Los colores del jardín son verdes muy verdes, mojados de tanta agua cayendo copiosamente, la lluvia tiene aroma a recuerdos, a sueños no cumplidos, a pan amasado, a cuentos de Don Pedro Urdemales, a  radio antigua guardada para no sé qué ocasión. Tiempo de recuerdos añorando a los  padres, hermanos, amigos de infancia, a  zarzamora, al Pollo que no  era pollo, era perro, café con manchas blancas... La lluvia renueva, emociona, la tortuga nada en la pecera en busca de comida... Ella aun tiene fría el alma...


SENTIRES
Beatriz Graciela Moyano

Quieres saber que hago? que pienso o siento? Estoy viviendo un crepúsculo lluvioso de melancolías, unas mañanas apenas claras con cientos de interrogantes que caen en posteriores garúas. Mi cuerpo se queja de mis años y reclama... pero decimos siempre, la vida es "hoy" y si es así, tengo muchas ganas de modificar detalles que me envuelven en tenues sombras para volver a brillar, como antes de ver descender las hojas secas de mi ficus sobre el suelo mojado de penas.


LIBÉLULA
Elen Fouérè

Como una libélula violeta que atraviesa las cuerdas de un antiguo saxo; como pájaro de fuego que tímido anida en el blanco vientre; el amanecer se derrama sensual por los poros despertando al pensamiento; es la ingravidez de un deseo que se apodera irrefutable al recuerdo de unos labios y unos ojos; es la esencia pura y cristalina que en un aletear la vida nos regala observando silenciosa; son los años acunados que adolescente en su experiencia ven pasar las horas envejeciendo; es una libélula violeta como pájaro de fuego que el amanecer derrama la ingravidez de un deseo, la esencia pura y cristalina de los años acunados; como un antiguo saxo en el blanco vientre despertando al pensamiento, al recuerdo de unos labios y unos ojos que observando silenciosos ven pasar las horas envejeciendo.


ACONTECERES
Beatriz Graciela Moyano

A pesar de cumplirse el tiempo en que las frutas maduran y asumen esa textura tierna de colores brillantes y jugos sabrosos, también las flores se abren a la luz del sol mostrando sus coloridos atrayentes, la primavera no parece enterarse del feliz acontecimiento, se ha quedado prendida a las incesantes lluvias y algunas mañanas heladas que dejan las imágenes estáticas, sonríe con sonora burla el rey de la oscuridad que desea los grises para ocultarse en sus sombras, la luna cómplice de las promesas de playa mira de soslayo guardando las promesas de arenas volátiles, entonces las manos de la doncella se quedan vacías, vacías de avíos, para compartir locuras entre candelabros de bronce recién lustrados y velas azules chorreadas, la llama ya no enciende y no habrá después en el amor que bostezó su sueño aburrido de espera, aunque regrese para revivir aquellas promesas, las frutas se hicieron pasas agrias, han perdido su miel y las flores marchitaron sin ser cortadas para la mesa en que se enfrió el té servido. Porque ese día que lo esperó perfumada para esa cita que jamás tuvieron ella escuchó el canto de una calandria a las cuatro de la tarde y supo que ese trino hablaba de presagios, sintió también que el reloj de péndulo detuvo su cadencia en la pared aún tibia de amor que ya no espera, junto a la chimenea candente de las ilusiones, marchitas como las flores de una primavera de olvidos. Tiempo atrás gustaba de sus silentes sermones, del rezongo adulto, padre, para llamarla a la realidad, cuando la adolescente desplazaba a la mujer de sonrisa aparente y tenue, de seria doncella y no le importaba, lo seguía besando, amando y contando sus lunares de la espalda, hasta quedarse dormida sobre su pecho, donde anidó en silencio y se bebió de un sorbo cada sonido y color del paisaje que nunca miraron amanecidos, volvió a echarle su tibio aliento y lustró luego con su vestido las dos palabras dulces y salvajes talladas en el bronce, que fueron su tortura.


MEDIANOCHE DEL MAR
André Cruchaga

Ahí en la medianoche del mar, todos los imposibles, todos los tiempos:
Dios suplicante en las olas de mi pensamiento, la carne
mordida a dentelladas de sal, el acecho amordazando en el sueño.
El tiempo nos devora a cada tropiezo, madura en el aliento;
en lo oscuro, sobre la arena, la necesidad de ver los manteles del día,
no el bosque de este dolor amarillo mordiendo los talones;
a veces la soledad se cuelga de mis pies sin zapatos:
—esa soledad de lo artificial que rasga mis manos, mi cuerpo
y cuanto en ella el bosque de luz, húmedo, juega a las cadenas.

¿Vendrá la luz, acaso, a sacudir llaves? ¿Saldré de estas
ausencias con herrumbre después de atravesar los verbos quemados:
—La caricia, el amor, los labios cálidos de la alegría, la respiración
de la armonía compartida? Ahí las alas a la espera, el pecho
como un mar airoso, el amor indecible en el aliento…
Mientras habito este hueco de mis sueños, me he internado en la noche
de mis ojos, en la sed del desvelo, en la corteza amarga de tanto camino
que en su savia de panales crece, —crece como un dardo en la sed
de las semillas, en esta profunda fuerza de mi herida.

Como una descarga de gestos oscuros caen las sombrillas en la noche.
—Imágenes de irreales jazmines aturden mi paisaje: persianas
de oscuro sabor, siniestros caballos de nostalgia en el viento, espejos
suplicantes de postales sin reivindicación alguna, allí donde nos han dicho
que se encuentra el Paraíso.
Sobre lunas horizontales de las palabras maduras, los estertores adánicos
Y su eternidad de azufre…

Pero no, la medianoche chorrea sangre en sus botas de combate.
—En ella hasta los cabellos claros se ahogan en su esférico horizonte;
insomne es el último viento que murmura en las palabras,
oscura la lengua donde hubo aliento; lento, este cielo de la agonía…
Cuando la humedad de las hormigas se aleja, cuando no duelen las sienes,
la historia se rehace en los muelles de las pupilas;
relampaguea la memoria, la escarcha dicta su estricto escote de transeúnte.
Noche y día y sombras combaten en la madera de mi sangre.
—Noches, días y sombras chorrean en el alambique de su propio grito
como un mar estrujando los párpados, como una habitación
donde el hollín ha bebido la transparencia del zodíaco…

Medianoche del mar en las aguas. Medianoche la llama adusta del asedio
tras un fondo de cortinas,
Tras un fondo vacío de rostros,
al fondo donde el alma se disuelve ciega de tanto peregrinar: allí en los lienzos
de su propia palpitación, honda noche en la cara y la piel,
acaso otro planeta donde la incertidumbre se ha vuelto un jinete de espejos,
y el arcano una silueta del remedo…

Ahí la medianoche del mar y todos sus imposibles, solo ahí con el despojo
en medio de las pupilas, al punto de otro mar, móvil del pálpito.


DECLARACIÓN LITERARIA
Nicolás Hidrogo Navarro *

Me declaro un creacionista literario y seguidor hacedor de Vicente Huidobro. El arte tiene que ser consciente y deliberadamente pensado, en su elucubración y en su destino final. Cada escrito debe ser único, extraordinariamente diferente a cualesquiera que haya existido sobre la faz del orbe –antes, durante y después-, personalizado y exigentemente competitivo en cada campo semántico y constructo oracional. Si bien el arte no puede ser exclusivo de algunos pocos seudoiluminados, tampoco debe ser la prostitución y masificación de cualesquiera que se autoetiquete de poeta sin serlo por su nimio producto ofrecido: tienes derecho a hacerte llamar poeta, pero cuanto tu trabajo lo amerite y acredite, no cuando este te lo niegue. La sustancia lírica no puede ser copia mímesis del lenguaje coloquial, sino la elevación suprema y excelsis sintetizada en la metáfora (beso celestial con lo terrenal). El arte -por pretender ser erróneamente populachero para el pueblo y que lo entiendan hasta los analafabetos- no debe ser ni simple ni ordinario, chabacano ni cualquier cursilería automática del mero pensamiento primitivo y emotividad momentánea, sin trabajo estético alguno de la sintaxis y simbolización poiética: el arte literario - a los creadores y lectores en general- exige no solo elevada sensibilidad emotiva autólica, sino un diversificado conocimiento estético comparado y de canon teórico universal diacrónico para su interpretación, valoración y goce.

* Nicolás Hidrogo Navarro. –Narrador peruano. Hacedor literario.


El Año del Cristo.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Aquel año la sequía era brutal. El arroyo de los Mimbres, siempre cuajado de pececillos grises y ranas verdes se secó de raíz dejando un hilo de agua, una cinta de plata al sol que rabioso golpeaba las frentes de los lugareños. La canícula mordía con ínfulas de escorpión enfurecido, podría decirse que las víboras estaban en el mejor momento, se las veía por todas partes, lividísimas y vivísimas, serpenteantes y cascabeleras, típicas de un far west cuasi mejicano, estribaciones de la frontera Huelva Extremadura, y más de un niño fue envenenado por ellas, causando pavor en la comarca. Los niños además andaban revueltos y salvajes arrojándose piedras entre ellos por las rencillas propias de los niños y desesperados por no poder aprovecharse del arroyo. El calor, danzante egipcia, negro de Africa, león de Etiopía, bailaba sobre los techos de zinc, despertaba salamandras de noche, que a la luz de la luna parecían acrecentarse innumerables, y ponía sobre la veleta de la Iglesia, un grán alacrán de cobre, extrañísimo, su zarpa de furor rojo. En los emparrados, las verdes vides ofrecían una sombra escasa cuajada de diamantes, y en las albercas del ganado brillaba el sol argentífero y tremendo. En el casino no se hablaba de otra cosa, de la sequía extrema, de la calor incesante, y el maestro y el cura se disputaban la primacía de la fe sobre la razón con un cruel enfrentamiento propio de bellacos y agitadores, entre copas de anís dulce y mentolados de naranja. Rivalidad entre el magistrado y el ministro de la Iglesia cuajada de indirectas a la inquisición española. Pero no llegaba la sangre al río pues Pilontes, el cacique del pueblo andaba con ojo poniendo a los anarquistas un poco de su propia medicina, sabiendo el lobo más que cuatrocientos tigres, de lo viejo que aquel diablo era, que hubiese parecido a los ojos de un extraño que el mandamás hubiese estudiado a la vez en la Sorbona de Paris y en los antros de los Bakunines. Aquel año fue el año en que llegó Fernando Garcés al pueblo, a comprarse la casa de la Loma y a ennoviar a Jesusa, y que se saldó con un navajazo la noche de bodas de Dosdedos a Dientemellado por unas copas no pagadas en la barra. Pero aquel año fue el año en que se pudrió el Cristo de la Demanda a la vista de todo el pueblo cuando salió de procesión el diez de julio. Lo sacaron, como digo, en procesión, delante iba el generalato y Doña Mencia, la viuda más rica del pueblo, con mantilla española bordada en seda. Cuando llegó frente a la Cuesta del Benito, ladró un perro, y el Cristo empezó a vomitar larvas y escarabajos amarillos por los ojos, la boca, y el costado. Fue un horror, la madera crujió y un brazo corrupto cayó al suelo golpeando los adoquines y quebrándose en astillas. Salieron las larvas, gordas como naranjas, y los coleópteros amarillos, gigantescos como cebollas, y la gente empezó a santiguarse y a santiguarse diciendo qué espanto, qué espanto. Y justo cuando la gente empezaba a llorar, tronó el cielo, un relámpago puso un toque escarlata a la tremenda escena y empezó a granizar con ira. Una noche terrible. Al Cristo se lo llevaron corriendo, suspendiendo la procesión, la gente exclamó desesperada y con miedo, y la granizada derribó el muro de la Huerta del Contao, que cayó enorme y majestuoso, y en la Iglesia una gotera llenó la pila del agua bendita inexplicablemente. Tres día más tarde quemaron la madera podrida del nazareno y mandaron a la capital por un buen imaginero, nada se pudo hacer con la imagen, sino encargar otra.


TERCIOPELOS
F.S.R.Banda

Ya no hay nada que decir, solo hay la necesidad viciosa de seguir diciendo. La brusca discontinuidad de la memoria que se erige como un muro de barro vestido de los musgos de las lluvias del último invierno, esencias de madreselva en las tardes frescas, las rosas, las dalias, el ciruelo, el vuelo silencioso de una lechuza blanco fantasmal contra el azul oscuro de la noche serena en la puerta de la casa de madera donde seguía lloviendo aun después de la lluvia, eran densos goterones, espaciados e intermitentes que hacían más frío el frío del invierno porque eran nocturnos y quizá misteriosos para el niño que miraba por la opaca ventana, la calle larga que hacía ruborizar el atardecer ya cercano a la penumbra inicial, allí en la esquina los amigos que descreían del mundo y lo derrumbaban en el nocturno del Tango Bar y volvían a construirlo al filo de la madrugada para tener de que hablar o escribir al día siguiente, la misma esquina donde de pronto vino a mí la fundadora, entre el murmullo de las cosas y las gentes tuve la premonición de su largo pelo suave y la voz de silencios que iba a ser mi tormento de los años por venir. Traía la estirpe en semilla para que yo, en las cumbres del miedo viniera a justificar su noche mas larga de todas mis noches. Era ella. Venia a establecer la casta de mi soledad y mis ojos, de su largo pelo suave y su boca, venia a fijar los rumbos según sus propias estrellas, sin cartas de marear ni mapas de lugares, solo con el instinto de hechicera que sabe de las magias necesarias para cambiar las direcciones de los vientos, torcer las corrientes oceánicas, desviar los cursos de los ríos y desbaratar geografías. Y desde entonces navego desesperado por los siglos y los días, porque también tiene poder sobre el tiempo, tratando de entender si su norte de ayer noche es el mismo de esta madrugada de nieblas donde solo ella es el faro perdido de mi salvación para siempre (i). La consistencia impalpable de tiempo ido, la esencia de lo irrecuperable, las semillas que brotan, crecen y florecen en los vagos jardines subterráneos del aquí y el ahora, la persistencia inviolable de lo que no herrumbró el olvido ni las penas o alegrías que se sembraron después en los mismos surcos. La envidia non sancta de no haber escrito yo las tres frases que concentran los colores que le gustan a la Pili: Las sombras de los árboles eran moradas (ii). El frío de la noche tenía incrustaciones de violetas (iii). Rojo el sol se hundía, la tarde arriba era violeta y púrpura (iv). Y aquella que justifica los errores y las traiciones, los pecados y las mentiras, mis pequeñas miserias y mis burdas vanidades: Yo puse en ti el fuego que te devora. (v)

Notas bibliográficas.-
(i) “Del origen de la Raza”, en Breves Relaciones de viajes a los Mares Interiores, Rubén D. Ramírez Rodríguez, Antofagasta 1995.
(ii) El Cristo de la rue Jacob. Severo Sarduy, 1987.
(iii) Pequeño relato de fantasía. Francisco Antonio Ruiz Caballero, 2006.
(iv) Rojo. Francisco Antonio Ruiz Caballero, 2006.
(v) Ezequiel 28:18.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 220
de Mayo de 2016


1 comentario:

  1. Gracias, Manuel...
    Es un honor estar en tu revista, un abrazo enorme.

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