PARADOXAS
REVISTA
VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO
Año
XII - N° 221
INDICE
LLUEVEN SECO LOS TRIGALES - Ivonne Concha
Alarcón
ERRATA - Guillermina Covarrubias Medina
ARENAS DE OTOÑO - Beatriz Graciela Moyano
APOCALIPSIS - María Itza
BORDELINE - Amelia Arellano
QUIZAS DIGAS QUE TU PIGMEO SILENCIO… - Nicolás
Hidrogo Navarro
El Museo
de los Caníbales Imbéciles. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
DIA DE MI MADRE (Fragmento interminable) - F.S.R.Banda
EDITORIAL
LA
ELIPSE NEOBARROCA
En
el terreno del lenguaje, la dualidad básica se encuentra dada por la oposición
entre significado y significante, pero, puesto que en el neobarroco el
significado describe una disolución, o más bien, un traspaso hacia el plano
significante, el diálogo propio del signo lingüístico sausseriano, en esta
estética, encuentra un nuevo campo operativo en la metáfora: figura barroca por
excelencia, cuyo método sustitutivo se propone como única posibilidad de
referir, colmada en el acto de representar mismo, sin pretensiones de dar con
el centro (con el nombre absoluto), para, por el contrario, evadirlo. En su
ensayo Barroco (1974), Sarduy identifica la metáfora con la figura del círculo,
dado que la cadena de significantes, equivalente al perímetro, aparece para la
sustitución de un sólo nombre original y estable correspondiente al punto
central. Dos metáforas referentes de un mismo objeto describen un vector
equidistante de un centro común, por lo tanto, mantienen la estabilidad y
uniformidad de la órbita a su alrededor. En Barroco, Sarduy describe la figura
de la metáfora:
“La
metáfora es el traslado, la mudanza retórica por excelencia, el paso de un
significante, inalterable, desde su cadena "original" hasta otra,
mediata, y de cuya inserción surge el nuevo sentido - Figura logocétrica:
supone que hay un sentido y que se desplaza, pero aún en el interior del
desplazamiento el logocentrismo se salva en la medida en que hay un sentido
propio y un centro: figura de la conservación. Como la metáfora la rotación
circular es la única traslación de los cuerpos que garantiza su
inalterabilidad, la invariabilidad de la distancia que los separa de un centro
que los anima y conforma.”
Cuando
se produce la escisión de ese centro, unitario y estable, cuando se duplica y
desplaza, la esfera sufre una deformación y aparece la imagen de la elipse,
cuya proyección en el espacio retórico según Sarduy, recae en la elipsis. Ambas
figuras, la geométrica y la retórica, corresponden a una órbita dibujada
alrededor de dos centros, uno visible y otro obturado. Sarduy señala que en el
código retórico la elipsis corresponde a la supresión de uno de los elementos
necesarios para una construcción completa, pero que en un registro más amplio
corresponde a la supresión en general, es decir, al ocultamiento teatral de un
término en beneficio de otro que recibe luz abruptamente (Barroco, op cit). Es
importante recalcar el carácter artificioso de la desaparición de uno de los
dos centros, ya que el ocultamiento no significa su desaparición y el rasgo de
dualidad permanece.
Pirateado
de ‘La Elipse: Subjetividad neobarroca y la estética del exilio en la
novelística de Severo Sarduy’, Javiera Anabalón Galiano, en Revista Chilena de
Literatura, N° 89 (2015). Vale.
El Editor
LLUEVEN SECO LOS TRIGALES
Ivonne Concha Alarcón
Llueven seco los trigales
creciendo en cielo sin lágrimas, faltará este año el pan en los campos cocidos
en leña contaminada. El rocío recorre en ausencia de montaña nevada bajando a
empellones entre piedras y peces cansados buscando alimento en aguas turbias,
como lejano siento tus huesos ausentes y tus risas ahora atadas a otros besos.
Duelen los besos de las babosas tratando de correr sobre los techos húmedos de
noche profunda y patio callado en embaldosado resbaloso que cae en pendiente
sobre los restos de plumas de unos pavos cenados en un día del Carmen. Pasos
sobre las pilas de ajíes rojos y los añosos leños que chispean sobre la
alfombra vieja de la abuela, el patio de las gallinas, el gallo anda todo
cocoroco porque ocho gallinas andan dispuestas a sus requiebros de gallo
castizo. Llegó la hora triste del ovejero recogiendo ovejas que yendo a dormir
le dejan triste tocando la flauta en silencio para no despertar los sueños del
lobo cercano a la casa grande. Pastos escasos van por la orilla del río claro
de la sierra nevada, allá cercano al patrón camina maldiciendo la suerte, sus
crías no beben por escasez de lluvia y esperanzas. Se le acabó la paciencia al
lobo; hoy ya no espera a la niña de capa roja, ni quiere comerse a la abuelita,
ya de tan viejo, no le quedan dientes para comerse a nadie, apenas bebe agua
bendita para sanar un poco su alma perversa...
ERRATA
Guillermina Covarrubias Medina
Voz que vas excavando el alma,
como si tuvieses un arte de hechicería, en finas cascadas con figuras de mal
aliento vas maldiciendo los reveses de la ira. Sin piedad y cuarzo es tu mirada
devanando en la nada los ovillos de hilos, en un abrazo, si en un abrazo de
ciempiés, me persigues en la oscuridad, en la fatiga. Ahí donde la esperanza
talla su acero tascando la cosecha de mis desdichas, que no son blancas, no son
blancas, como la hostia del que comulga sin pecado sin mancha, vas pariendo tu
obra, atando surcos en tierra inventada, empuñando un eslabón como un denario
enterrado, o el disperso polen que jamás servirá para ser fecundo, voz
inmaculada que te debo. Acaso el viento de mañana, la verdad de Pitágoras, o
ser lengua de tu boca, ¿o acaso también debo saber como fornican las mariposas?
no soy Lilith tu luna negra, quédate inmóvil en esos labios pintados de rojo no
tiñas de vértigo mis noches oscuras.
ARENAS DE OTOÑO
Beatriz Graciela Moyano
La vida desde siempre fue irreverente, la
miró de soslayo con soberbia, desde que era una niña y se sintió amilanada. Con
saltos y en vuelo rasante de gaviota pescó algunos triunfos, que cuelgan de su
cabellera rizada, ahora las muecas del destino lastiman de forma indeleble,
perenne y algunas flores se niegan al asombro en depredados jardines y partirá
en viaje de descanso aprendiz. En las playas de dunas ariscas, será arena para
el reposo cansino de alguna estampa sombría y taciturna. Arenas a los pies de
huellas mojadas, del cuerpo tendido al sol del pensamiento para hundir el
rubor, el desaliento o la vergüenza. La humillación la hizo sentirse arena
tibia callada, con la modorra del atardecer otoñal que se aproxima y se hará
largo de ausencias. No tiene soledad, la busca desesperada, su mente se aísla
en compañía, huir, desvanecer entre el gentío a las arenas que esperan en noche
solitaria, que refresca y rejuvenece, deseos de soledad en la noche de lagartos
hundidos y silencios. La mañana del día después aletargada seguir en fantasías
de arena gruesa que castiga en vientos, que duele en la piel sensible,
excitable, dibujando sombras en playas penitentes, con los desguarnecidos
muertos del olvido en los rojizos tintes de un otoño que se desprende sin
comenzar la ardua tarea deshojadora, la nieve quiere adelantar el curso del
tiempo y ésta nieve claudica en arenas de caracolas marinas deshechas con
aureolas de espumas retraídas, arenas solitarias esquivando deseos confusos,
como huellas de cangrejo en su andar desprolijo, ladeado, con sus pinzas
afiladas que no solo sirven para inmovilizar a su presa, paralizarla, en
resonante tamborileo las usará también para el ritual de cortejo y
apareamiento, que observará fascinada, siendo arena, brillando al sol de sus
enojos con la vida, se mudará de las costas al desierto penetrante, viajando en
el viento sin ponerse freno a la hora de enfrentar a las tormentas, pagar el
precio a las decisiones es la consigna y recoger los frutos regalo del cielo al
final del camino. Conocerá los sitios dorados de abundancia y a los avatares
reunidos que reinan en sus templos.
APOCALIPSIS
María Itza
Bestias oscuras salen de los abismos para arrasar
el mundo
Caballos de hierro pisotean implacables la
noche
De la copa de todos los dolores se cae la
simiente,
Cubre el espacio de silencio con un grito…
Derramadas raíces crecen sobre las cosas,
El polvo es un aliento pegajoso y hostil
Un hombre gime sus cadenas aherrojado a la
roca
Una espada granate gotea lentas lágrimas…
En los ojos de todos los cadáveres,
Una mujer de pechos turgentes y desnudos
Busca su cabalgadura de belfos colgantes
Para irse a recorrer la noche en busca de
los hombres
Y rodar bajo los puentes con sus cabellos
desmadejados
Donde sus amantes prenderán flores de lodo
en apretados ramos
Y así se irán los ángeles a recoger los
frutos
BORDELINE
Amelia Arellano
“El amor y la locura son los motores de la
vida” Marguerite Yourcenar.
Solo una línea de tiempo separa la tortuga
de la liebre
Para que el asno dulce no escuche mis
pesares hablo bajito.
Una pena grandota sube y en
réquiem nos abrasa.
Muriendo de mi misma. Naciendo en cada
diente de leche.
El hombre que me ama, no esta sordo,
solamente, solo.
El hombre que no amo es tapera, sauce y
rosedal.
El hombre que me no me amó, clavaba agujas agridulces.
Un intenso cementerio de pájaros me llama
desde niña.
La muchacha callaba. Y la mujer callaba.
Ay, las cosas que ha abortado mi boca.
Crecen hierbas desde mi primera sepultura.
-Debiste mal parir aquella noche-
Y la noche, insomne dormía entre dragones.
Herida ya. De vida y muerte herida, Herida,
herida ya.
Extrañamente los días cenicientos
retroceden.
Una línea
de tiempo apolilla soledades.
Y los ojos del hijo trazan rayas.
Líneas. Líneas de la vida o la muerte, es
lo mismo
Paralelas ahora, no se hasta cuando.
Lo sé, ya no esperas la palabra de Lázaro.
Y no entiendes y preguntas al mundo tus
respuestas.
¿Que hemisferio se robó tus preguntas?
La
cisura del límite peligra… ¿desde cuando…hasta cuando?
(¿Hasta cuando, Dioses hasta cuando?)
Una cruz de lunas yertas. Lápidas y polvo y
gritos.
Solo una línea de tiempo separa la tortuga
de la liebre.
QUIZAS DIGAS QUE TU PIGMEO SILENCIO…
Nicolás Hidrogo Navarro *
Quizá digas que tu pigmeo silencio estelar
no me diga nada y no sabes cuánto me dice ahora. El fragmentario viento silva
sus endecasílabos y heptasílabos simétricos y la noche, absortos, afuera,
-conciabulan en su código secreto- una letanía estival. La tarde escoriada se
inclina a su final cual matadero de promesas. El trémulo ocaso aletea sobre las
penumbras su oráculo vestal, como dos sujetos líricos enfermizos. Siento las
mariposas invisibles de tus besos de luciérnaga pitonisa de lluvias, ancladas
en esa boya solitaria de tu mar incandescente. Lanzo mi atarraya pescadora de
suspiros y al recogerla solo descubro tus dos solitarios ojos entristecidos. La
noche entera me picotea sus églogas sicocríticas como dos cuervos soliviantados.
Tu mirada pajarera inyecta insulina sobre mi fémur herido de tantas batallas
adjetivales, de corrosivas e intensas mímesis poetólogicas. Un impenitente
calofrío puñalezco me sopletea en la propia torre de mi perplejidad, ahuyenta
el tic-tac de las horas sobre la sabana de tu piel abandonada. Es tarde ya para
todo… inclusive para abrir el mármol emblanquecido de tus muslos.
* Narrador peruano. Hacedor literario.
El Museo de los Caníbales Imbéciles.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Muchacho colgó su cuadro en el Museo de
los Caníbales Imbéciles. Era un cuadro bastante mediocre, la imagen plagiada de
otro cuadro de un gran pintor. En la imagen un muchacho bellísimo despellejaba
a otro muchacho igualmente hermoso, en un fondo negro de arañas y demonios.
Después de colgar su cuadro se dio un paseo por aquel Museo. Era una gran
estancia barroca, neoclásica, indescriptible, a medida que iba avanzando por el
inmenso pasillo el estilo del mismo cambiaba, adquiría distintos matices, iba
desde lo rigurosamente clásico, tal un Partenón griego, a lo deforme o lo
estrambótico, lo psicodélico, lo onírico. En cierta sala del museo, si uno se
asomaba a una amplia ventana, que situada en el mismo encajaba a la perfección
entre dos cuadros de imposible ejecución, se podía ver, hacia abajo, un colosal
abismo sin fondo, tan y tan enorme que se diría que bajaba al interior del
infierno, y al mismo tiempo, si se inclinaba la vista hacia arriba, se podía
observar que el cielo estaba tan lejano como insondable era el fondo del
desfiladero. Nada más pareciera sino que el Museo de los Caníbales Imbéciles se
asentara en la frontera del purgatorio, en el límite exacto entre lo demoníaco
y lo divino. El muchacho, simplón y al mismo tiempo extraordinariamente
soberbio, miraba los cuadros de cada autor, eran cuadros, algunos de ellos, de
una perfección inenarrable, de una desproporcionada calidad artística, que
rozaba con lo extraordinarísimo. Era de tal grado la absoluta calidad de
algunos cuadros que en ellos se podía ver todo el universo, con sus diferentes
cualidades y matices, la guerra, la violencia carnal, lo deforme, lo bellísimo,
lo monstruoso, lo auténtico, el amor, el odio, la envidia. Precisamente en un
momento dado vió un cuadro en el que se mostraba la Envidia, llena de ojos
enfurecidamente rojos, siniestra y demente y llena de puñales, y golpeando
hasta romper el dibujo de un ángel, mientras que con una de sus muchas y
huesudas manos arrancaba un diamante de un ídolo extraño. La Envidia a su vez
estaba acompañada en aquel impresionante dibujo de la Calumnia, que con dos
bocas ponía dentro de un jarrón de malaquita un escorpión amarillo. El
muchacho, sintió entonces envidia de tanta perfección como observaba en aquel
esperpéntico Museo, volvió sobre sus pasos para mirar el cuadro que había
colgado, se dijo a si mismo, es formidable, y decidió regresar a su casa y
volver otro día para colgar un nuevo cuadro. Cuando llegó a su casa se puso a
dibujar en un estado de furia demente, sin inspiración pero con una rebeldía
inagotable, quería arrancarle al fondo de la naturaleza el valioso oro de la
poesía, quería que su pintura superara cualquier cuadro conocido, pero no lo
consiguió. Por el contrario hizo un cuadro sin arte, mediocre, bueno, nó,
realmente pésimo, pero aún así y como era producto de su fiebre y sus
pesadillas la espantosa larva de mosca dibujada le pareció, sin autocrítica
alguna, un dibujo demoledor, magnífico, feísimo hasta rayar lo repugnante,
ferozmente macabro y perfecto. No se daba cuenta de que la falta de simetría,
las pinceladas tan mal arrojadas de aquel producto, el garabato diasarmónico
que era lo hacían perfectamente ignorable. Sin embargo fue al Museo a depositar
el cuadro. Cuando llegó a aquella catedral del arte, se dió cuenta de que
habían tratado por todos los medios de hacer desaparecer su anterior obra
relegándola a lo último del pasillo, donde, como por arte de magia el Museo
desaparecía en la nada sin dejar ni un soplo de existencia y que el Silencio
rodeaba su dibujo como la losa de mármol sobre la Tumba de un Tirano.
Entristecido y airado colgó su dibujo, y observó atentamente los demás dibujos
y le dió la impresión de que nunca llegaría a ser tan magistral como aquellos
artistas, pero al mismo tiempo, por un leve lapso de tiempo, un milisegundo,
pensó que sus autores, que sus competidores, que sus ángeles a alcanzar
realmente estaban enfurecidos, y que además sus cuadros eran mediocres y malos
, sin originalidad, y pensó también que la Envidia había salido del dibujo y
cobrado vida y que andaba por sus pasillos cual un animal de indescriptible
fiereza. Sintió miedo entonces de que la Envidia lo devorara, pero se arriesgó
y decidió volver más veces, dibujar una y otra vez hasta alcanzar la Cumbre
porque quería que su obra tomara vida. Hasta el día de hoy el muchacho no ha
parado de dibujar sus cuadros y siempre encuentra el Silencio y la Envidia en
el Laberinto, pero no decae su ánimo y no deja de dibujar y dibujar.
F.S.R.Banda
Para S. eterna.
La línea se desliza en su enjambre buscando
la fúnebre geografía del abandono, del vuelo eterno, del sin retorno a sus
manos venerables, la letra se fuga hacia las memorias selladas de aquellos años
tan antiguos que se perdieron los códigos y se borraron los símbolos, nada fue
igual después que se durmió con la serenidad de una santa y se llevó los
últimos instantes de su cercanía esencial, atávica, irremplazable, las palabras
se afanan en recrearla, en describirla desde el vano exilio que han sido los
días recortados en los años sin ella, la frase singulariza los vocablos que le
pertenecieron como los campos y las algas, el sentido de los vientos y el
doloroso plenilunio, como las dalias y las azucenas, el párrafo difumina la
pena, atardecer y silencio, se extiende y disgrega en un alzavuelo de palomas,
en el musgo en las paredes, en la hierba que acoge su voluntad de irse sin
desaparecer en las piedras ni las lluvias, en la tierra pura que caminó ya
cansada la línea se desliza buscándola. Dejó su silueta en la puerta esperando,
su tibieza acurrucada en la casa que la refleja en la paredes y en los
rincones, atareada siempre, dejó el cansancio de tantos años abandonado en la
cocina junto a la vieja escoba y a las penas que nunca supimos, las alegrías
todas se las llevó escondida como los granos de uva que llevaba en los
bolsillos del delantal para ir endulzando el día y quizás también para contar
las horas que siempre le faltaron.
La Cisterna, Mayo 8, 2016.
La
forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo
Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
Revista PARADOXAS N° 221
1° de junio de 2016
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