miércoles, 1 de junio de 2016

PARADOXAS N° 221

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO


Año XII - N° 221


INDICE

LLUEVEN SECO LOS TRIGALES - Ivonne Concha Alarcón
ERRATA - Guillermina Covarrubias Medina
ARENAS DE OTOÑO - Beatriz Graciela Moyano
APOCALIPSIS - María Itza
BORDELINE - Amelia Arellano
QUIZAS DIGAS QUE TU PIGMEO SILENCIO… - Nicolás Hidrogo Navarro
El Museo de los Caníbales Imbéciles. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
DIA DE MI MADRE (Fragmento interminable) - F.S.R.Banda


EDITORIAL

LA ELIPSE NEOBARROCA

En el terreno del lenguaje, la dualidad básica se encuentra dada por la oposición entre significado y significante, pero, puesto que en el neobarroco el significado describe una disolución, o más bien, un traspaso hacia el plano significante, el diálogo propio del signo lingüístico sausseriano, en esta estética, encuentra un nuevo campo operativo en la metáfora: figura barroca por excelencia, cuyo método sustitutivo se propone como única posibilidad de referir, colmada en el acto de representar mismo, sin pretensiones de dar con el centro (con el nombre absoluto), para, por el contrario, evadirlo. En su ensayo Barroco (1974), Sarduy identifica la metáfora con la figura del círculo, dado que la cadena de significantes, equivalente al perímetro, aparece para la sustitución de un sólo nombre original y estable correspondiente al punto central. Dos metáforas referentes de un mismo objeto describen un vector equidistante de un centro común, por lo tanto, mantienen la estabilidad y uniformidad de la órbita a su alrededor. En Barroco, Sarduy describe la figura de la metáfora:
“La metáfora es el traslado, la mudanza retórica por excelencia, el paso de un significante, inalterable, desde su cadena "original" hasta otra, mediata, y de cuya inserción surge el nuevo sentido - Figura logocétrica: supone que hay un sentido y que se desplaza, pero aún en el interior del desplazamiento el logocentrismo se salva en la medida en que hay un sentido propio y un centro: figura de la conservación. Como la metáfora la rotación circular es la única traslación de los cuerpos que garantiza su inalterabilidad, la invariabilidad de la distancia que los separa de un centro que los anima y conforma.”
Cuando se produce la escisión de ese centro, unitario y estable, cuando se duplica y desplaza, la esfera sufre una deformación y aparece la imagen de la elipse, cuya proyección en el espacio retórico según Sarduy, recae en la elipsis. Ambas figuras, la geométrica y la retórica, corresponden a una órbita dibujada alrededor de dos centros, uno visible y otro obturado. Sarduy señala que en el código retórico la elipsis corresponde a la supresión de uno de los elementos necesarios para una construcción completa, pero que en un registro más amplio corresponde a la supresión en general, es decir, al ocultamiento teatral de un término en beneficio de otro que recibe luz abruptamente (Barroco, op cit). Es importante recalcar el carácter artificioso de la desaparición de uno de los dos centros, ya que el ocultamiento no significa su desaparición y el rasgo de dualidad permanece.

Pirateado de ‘La Elipse: Subjetividad neobarroca y la estética del exilio en la novelística de Severo Sarduy’, Javiera Anabalón Galiano, en Revista Chilena de Literatura, N° 89 (2015). Vale.

El Editor


LLUEVEN SECO LOS TRIGALES
Ivonne Concha Alarcón

Llueven seco los trigales creciendo en cielo sin lágrimas, faltará este año el pan en los campos cocidos en leña contaminada. El rocío recorre en ausencia de montaña nevada bajando a empellones entre piedras y peces cansados buscando alimento en aguas turbias, como lejano siento tus huesos ausentes y tus risas ahora atadas a otros besos. Duelen los besos de las babosas tratando de correr sobre los techos húmedos de noche profunda y patio callado en embaldosado resbaloso que cae en pendiente sobre los restos de plumas de unos pavos cenados en un día del Carmen. Pasos sobre las pilas de ajíes rojos y los añosos leños que chispean sobre la alfombra vieja de la abuela, el patio de las gallinas, el gallo anda todo cocoroco porque ocho gallinas andan dispuestas a sus requiebros de gallo castizo. Llegó la hora triste del ovejero recogiendo ovejas que yendo a dormir le dejan triste tocando la flauta en silencio para no despertar los sueños del lobo cercano a la casa grande. Pastos escasos van por la orilla del río claro de la sierra nevada, allá cercano al patrón camina maldiciendo la suerte, sus crías no beben por escasez de lluvia y esperanzas. Se le acabó la paciencia al lobo; hoy ya no espera a la niña de capa roja, ni quiere comerse a la abuelita, ya de tan viejo, no le quedan dientes para comerse a nadie, apenas bebe agua bendita para sanar un poco su alma perversa...


ERRATA
Guillermina Covarrubias Medina

Voz que vas excavando el alma, como si tuvieses un arte de hechicería, en finas cascadas con figuras de mal aliento vas maldiciendo los reveses de la ira. Sin piedad y cuarzo es tu mirada devanando en la nada los ovillos de hilos, en un abrazo, si en un abrazo de ciempiés, me persigues en la oscuridad, en la fatiga. Ahí donde la esperanza talla su acero tascando la cosecha de mis desdichas, que no son blancas, no son blancas, como la hostia del que comulga sin pecado sin mancha, vas pariendo tu obra, atando surcos en tierra inventada, empuñando un eslabón como un denario enterrado, o el disperso polen que jamás servirá para ser fecundo, voz inmaculada que te debo. Acaso el viento de mañana, la verdad de Pitágoras, o ser lengua de tu boca, ¿o acaso también debo saber como fornican las mariposas? no soy Lilith tu luna negra, quédate inmóvil en esos labios pintados de rojo no tiñas de vértigo mis noches oscuras.


ARENAS DE OTOÑO
Beatriz Graciela Moyano

La vida desde siempre fue irreverente, la miró de soslayo con soberbia, desde que era una niña y se sintió amilanada. Con saltos y en vuelo rasante de gaviota pescó algunos triunfos, que cuelgan de su cabellera rizada, ahora las muecas del destino lastiman de forma indeleble, perenne y algunas flores se niegan al asombro en depredados jardines y partirá en viaje de descanso aprendiz. En las playas de dunas ariscas, será arena para el reposo cansino de alguna estampa sombría y taciturna. Arenas a los pies de huellas mojadas, del cuerpo tendido al sol del pensamiento para hundir el rubor, el desaliento o la vergüenza. La humillación la hizo sentirse arena tibia callada, con la modorra del atardecer otoñal que se aproxima y se hará largo de ausencias. No tiene soledad, la busca desesperada, su mente se aísla en compañía, huir, desvanecer entre el gentío a las arenas que esperan en noche solitaria, que refresca y rejuvenece, deseos de soledad en la noche de lagartos hundidos y silencios. La mañana del día después aletargada seguir en fantasías de arena gruesa que castiga en vientos, que duele en la piel sensible, excitable, dibujando sombras en playas penitentes, con los desguarnecidos muertos del olvido en los rojizos tintes de un otoño que se desprende sin comenzar la ardua tarea deshojadora, la nieve quiere adelantar el curso del tiempo y ésta nieve claudica en arenas de caracolas marinas deshechas con aureolas de espumas retraídas, arenas solitarias esquivando deseos confusos, como huellas de cangrejo en su andar desprolijo, ladeado, con sus pinzas afiladas que no solo sirven para inmovilizar a su presa, paralizarla, en resonante tamborileo las usará también para el ritual de cortejo y apareamiento, que observará fascinada, siendo arena, brillando al sol de sus enojos con la vida, se mudará de las costas al desierto penetrante, viajando en el viento sin ponerse freno a la hora de enfrentar a las tormentas, pagar el precio a las decisiones es la consigna y recoger los frutos regalo del cielo al final del camino. Conocerá los sitios dorados de abundancia y a los avatares reunidos que reinan en sus templos.


APOCALIPSIS
María Itza

Bestias oscuras salen de los abismos para arrasar el mundo
Caballos de hierro pisotean implacables la noche
De la copa de todos los dolores se cae la simiente,
Cubre el espacio de silencio con un grito…
Derramadas raíces crecen sobre las cosas,
El polvo es un aliento pegajoso y hostil
Un hombre gime sus cadenas aherrojado a la roca
Una espada granate gotea lentas lágrimas…
En los ojos de todos los cadáveres,
Una mujer de pechos turgentes y desnudos
Busca su cabalgadura de belfos colgantes
Para irse a recorrer la noche en busca de los hombres
Y rodar bajo los puentes con sus cabellos desmadejados
Donde sus amantes prenderán flores de lodo en apretados ramos
Y así se irán los ángeles a recoger los frutos


BORDELINE
Amelia Arellano

“El amor y la locura son los motores de la vida” Marguerite Yourcenar.

Solo una línea de tiempo separa la tortuga de la liebre
Para que el asno dulce no escuche mis pesares hablo bajito.
Una pena grandota sube  y en  réquiem nos abrasa.
Muriendo de mi misma. Naciendo en cada diente de leche.
El hombre que me ama, no esta sordo, solamente, solo.
El hombre que no amo es tapera, sauce y rosedal.
El hombre que me  no me amó, clavaba agujas agridulces.
Un intenso cementerio de pájaros me llama desde niña.
La muchacha callaba. Y la mujer callaba.
Ay, las cosas que ha abortado mi boca.
Crecen hierbas desde mi primera sepultura.
-Debiste mal parir aquella noche-
Y la noche, insomne dormía entre dragones.
Herida ya. De vida y muerte herida, Herida, herida ya.
Extrañamente los días cenicientos retroceden.
Una línea   de tiempo apolilla soledades.
Y los ojos del hijo trazan rayas.
Líneas. Líneas de la vida o la muerte, es lo mismo
Paralelas ahora, no se hasta cuando.
Lo sé, ya no esperas  la palabra de Lázaro.
Y no entiendes y preguntas al mundo tus respuestas.
¿Que hemisferio  se robó tus preguntas?
La  cisura del límite peligra… ¿desde cuando…hasta cuando?
(¿Hasta cuando, Dioses hasta cuando?)
Una cruz de lunas yertas. Lápidas y polvo y gritos.
Solo una línea de tiempo separa la tortuga de la liebre.


QUIZAS DIGAS QUE TU PIGMEO SILENCIO…
Nicolás Hidrogo Navarro *

Quizá digas que tu pigmeo silencio estelar no me diga nada y no sabes cuánto me dice ahora. El fragmentario viento silva sus endecasílabos y heptasílabos simétricos y la noche, absortos, afuera, -conciabulan en su código secreto- una letanía estival. La tarde escoriada se inclina a su final cual matadero de promesas. El trémulo ocaso aletea sobre las penumbras su oráculo vestal, como dos sujetos líricos enfermizos. Siento las mariposas invisibles de tus besos de luciérnaga pitonisa de lluvias, ancladas en esa boya solitaria de tu mar incandescente. Lanzo mi atarraya pescadora de suspiros y al recogerla solo descubro tus dos solitarios ojos entristecidos. La noche entera me picotea sus églogas sicocríticas como dos cuervos soliviantados. Tu mirada pajarera inyecta insulina sobre mi fémur herido de tantas batallas adjetivales, de corrosivas e intensas mímesis poetólogicas. Un impenitente calofrío puñalezco me sopletea en la propia torre de mi perplejidad, ahuyenta el tic-tac de las horas sobre la sabana de tu piel abandonada. Es tarde ya para todo… inclusive para abrir el mármol emblanquecido de tus muslos.

* Narrador peruano. Hacedor literario.


El Museo de los Caníbales Imbéciles.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

El Muchacho colgó su cuadro en el Museo de los Caníbales Imbéciles. Era un cuadro bastante mediocre, la imagen plagiada de otro cuadro de un gran pintor. En la imagen un muchacho bellísimo despellejaba a otro muchacho igualmente hermoso, en un fondo negro de arañas y demonios. Después de colgar su cuadro se dio un paseo por aquel Museo. Era una gran estancia barroca, neoclásica, indescriptible, a medida que iba avanzando por el inmenso pasillo el estilo del mismo cambiaba, adquiría distintos matices, iba desde lo rigurosamente clásico, tal un Partenón griego, a lo deforme o lo estrambótico, lo psicodélico, lo onírico. En cierta sala del museo, si uno se asomaba a una amplia ventana, que situada en el mismo encajaba a la perfección entre dos cuadros de imposible ejecución, se podía ver, hacia abajo, un colosal abismo sin fondo, tan y tan enorme que se diría que bajaba al interior del infierno, y al mismo tiempo, si se inclinaba la vista hacia arriba, se podía observar que el cielo estaba tan lejano como insondable era el fondo del desfiladero. Nada más pareciera sino que el Museo de los Caníbales Imbéciles se asentara en la frontera del purgatorio, en el límite exacto entre lo demoníaco y lo divino. El muchacho, simplón y al mismo tiempo extraordinariamente soberbio, miraba los cuadros de cada autor, eran cuadros, algunos de ellos, de una perfección inenarrable, de una desproporcionada calidad artística, que rozaba con lo extraordinarísimo. Era de tal grado la absoluta calidad de algunos cuadros que en ellos se podía ver todo el universo, con sus diferentes cualidades y matices, la guerra, la violencia carnal, lo deforme, lo bellísimo, lo monstruoso, lo auténtico, el amor, el odio, la envidia. Precisamente en un momento dado vió un cuadro en el que se mostraba la Envidia, llena de ojos enfurecidamente rojos, siniestra y demente y llena de puñales, y golpeando hasta romper el dibujo de un ángel, mientras que con una de sus muchas y huesudas manos arrancaba un diamante de un ídolo extraño. La Envidia a su vez estaba acompañada en aquel impresionante dibujo de la Calumnia, que con dos bocas ponía dentro de un jarrón de malaquita un escorpión amarillo. El muchacho, sintió entonces envidia de tanta perfección como observaba en aquel esperpéntico Museo, volvió sobre sus pasos para mirar el cuadro que había colgado, se dijo a si mismo, es formidable, y decidió regresar a su casa y volver otro día para colgar un nuevo cuadro. Cuando llegó a su casa se puso a dibujar en un estado de furia demente, sin inspiración pero con una rebeldía inagotable, quería arrancarle al fondo de la naturaleza el valioso oro de la poesía, quería que su pintura superara cualquier cuadro conocido, pero no lo consiguió. Por el contrario hizo un cuadro sin arte, mediocre, bueno, nó, realmente pésimo, pero aún así y como era producto de su fiebre y sus pesadillas la espantosa larva de mosca dibujada le pareció, sin autocrítica alguna, un dibujo demoledor, magnífico, feísimo hasta rayar lo repugnante, ferozmente macabro y perfecto. No se daba cuenta de que la falta de simetría, las pinceladas tan mal arrojadas de aquel producto, el garabato diasarmónico que era lo hacían perfectamente ignorable. Sin embargo fue al Museo a depositar el cuadro. Cuando llegó a aquella catedral del arte, se dió cuenta de que habían tratado por todos los medios de hacer desaparecer su anterior obra relegándola a lo último del pasillo, donde, como por arte de magia el Museo desaparecía en la nada sin dejar ni un soplo de existencia y que el Silencio rodeaba su dibujo como la losa de mármol sobre la Tumba de un Tirano. Entristecido y airado colgó su dibujo, y observó atentamente los demás dibujos y le dió la impresión de que nunca llegaría a ser tan magistral como aquellos artistas, pero al mismo tiempo, por un leve lapso de tiempo, un milisegundo, pensó que sus autores, que sus competidores, que sus ángeles a alcanzar realmente estaban enfurecidos, y que además sus cuadros eran mediocres y malos , sin originalidad, y pensó también que la Envidia había salido del dibujo y cobrado vida y que andaba por sus pasillos cual un animal de indescriptible fiereza. Sintió miedo entonces de que la Envidia lo devorara, pero se arriesgó y decidió volver más veces, dibujar una y otra vez hasta alcanzar la Cumbre porque quería que su obra tomara vida. Hasta el día de hoy el muchacho no ha parado de dibujar sus cuadros y siempre encuentra el Silencio y la Envidia en el Laberinto, pero no decae su ánimo y no deja de dibujar y dibujar.


F.S.R.Banda

Para S. eterna.

La línea se desliza en su enjambre buscando la fúnebre geografía del abandono, del vuelo eterno, del sin retorno a sus manos venerables, la letra se fuga hacia las memorias selladas de aquellos años tan antiguos que se perdieron los códigos y se borraron los símbolos, nada fue igual después que se durmió con la serenidad de una santa y se llevó los últimos instantes de su cercanía esencial, atávica, irremplazable, las palabras se afanan en recrearla, en describirla desde el vano exilio que han sido los días recortados en los años sin ella, la frase singulariza los vocablos que le pertenecieron como los campos y las algas, el sentido de los vientos y el doloroso plenilunio, como las dalias y las azucenas, el párrafo difumina la pena, atardecer y silencio, se extiende y disgrega en un alzavuelo de palomas, en el musgo en las paredes, en la hierba que acoge su voluntad de irse sin desaparecer en las piedras ni las lluvias, en la tierra pura que caminó ya cansada la línea se desliza buscándola. Dejó su silueta en la puerta esperando, su tibieza acurrucada en la casa que la refleja en la paredes y en los rincones, atareada siempre, dejó el cansancio de tantos años abandonado en la cocina junto a la vieja escoba y a las penas que nunca supimos, las alegrías todas se las llevó escondida como los granos de uva que llevaba en los bolsillos del delantal para ir endulzando el día y quizás también para contar las horas que siempre le faltaron.

La Cisterna, Mayo 8, 2016.



La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.

Revista PARADOXAS N° 221
1° de junio de 2016


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