PARADΘXAS
REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO
NEOBARROCO
Año X - N° 198
La forma de poema es una desgracia pasajera.
Osvaldo Lamborghini, “Die Verneinug”, 1977.
INDICE
Otoño... - Marisol C.
LA VIGA EN EL PROPIO - Beatriz Graciela Moyano
EL SILENCIO DE LAS DALIAS - Nieves Merino Guerra
PORQUE DOBLAN LAS CAMPANAS - Elí O. Carranza
El Creador de Quimeras. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
OSAMENTAS – F.S.R.Banda
EDITORIAL
“Lo mismo este decir todo sobre el neobarroco: entrar en una humi- litas, lo que no sé, lo que nunca supe, lo que no sabré, lo
que nunca pude descubrir por haber entrado en el vértigo de esa especie de
pulsión epistemofílica (eso que nos conduciría al seno materno según el curioso
Freud) y que es una época, no una generación ni su vanagloria, tan solo una
época.
Yo vine a murmurar
el neobarroco, con toda esa prepotencia del murmullo. Pero sé que murmurar,
en nuestros días, nos alertó Foucault, se ha aproximado infinitamente a su
origen. Es decir, a ese sonido inquietante que en el fondo del lenguaje,
anuncia tan pronto como se estira un poco la oreja, aquello contra lo que uno
se resguarda y, al mismo tiempo, hacia lo que uno se dirige: la muerte. El
lenguaje está escuchando ahora, en el fondo de su madriguera, ese rumor
inevitable y creciente. Y para defenderse es necesario que siga los
movimientos, que se convierta en su fiel enemigo, que no deje entre ellos más
que la delgadez contradictoria de un tabique transparente e irrompible. Es
preciso hablar sin cesar durante tanto tiempo y tan alto como ese ruido
indefinido y ensordecedor —más largo tiempo y más alto para que al mezclar su
voz con él se llegue si no a hacerlo callar, si no a dominarlo, al menos a
modular su inutilidad en ese murmullo de muchas bocas y sin término que pudo
llamarse «ensayo».
Pero tampoco supe «ensayar». Sé hacer, en
todo caso, lo que imagino que los neobarrocos hicieron: negarme a ser
neobarroco, tal vez porque en esa negación está el origen de su sentido. Niego
y resto y desagrego en exceso para no soportar el rastro del vacío que nos
horroriza. Porque cabría preguntarse por el origen micropolítico neobarroco
latinoamericano, que no fue otra cosa más que la opresión, la censura, la
inquisición, la dictadura militar: fuerzas de origen, pasajes entre lo que los
brasileños llaman lixo (pobreza) y luxo (lujo); para no señalar tan sólo su
proliferación en la sexualidad o en las andanzas marginales como lo hizo y lo
logró Néstor Perlongher.
«Pero vos ya no sos neobarroco» o «está
envejeciendo el neobarroco», creí oír ayer, y creo que no. Es cierto que en mi
trabajo poético me volví hacia una simple extrañeza personal, como alguien que
se mira dormir en el espejo y siente piedad de sí y también miedo de sí. Lo
cierto es que me transformé en ese escriba que imaginé al comienzo de mi obra:
ese vago durmiente arrastrado por una autobiografía irreprochable por
desconocida. La poesía es ese proyecto del que nadie habla, como dijo Ashbery,
porque nadie lo volvió asequible, nadie lo alcanzó y eso es neobarroco: esa
distancia, esa querella tácita, esa guerrilla cifrada contra el otro cuchicheo
de las Parcas. Aunque en ese proyecto esté tantas veces incluido uno mismo —a
despecho de sus sentimientos si no de lo sentimental, que uno siempre detesta
en la realidad pero colma de emoción en cada sílaba, en cada melodía barata.”
Fragmento de «Todo sobre el
neobarroco», Arturo Carrera, Cahiers de LI.RI.CO, 3-2007, 257-263. Vale.
El Editor
Memento mori
Roberto Federico
Novoa Olvera
El día fluye sobre la vigilia de
un camino que nunca quise tomar y que se consume en estría de pánicos en el
afluente del deshuesadero de mis comportamientos irracionales.
Es una versión que danza en el
respeto emparentada a una muerte prematura y me conectan a un solo elemento que
alaba los predecibles fenómenos que perpetran la bóveda de los secretos
difuntos.
Se vuelca al organismo a la
confluencia de lo incompleto.
Una palabra augural y expuesta a los ojos de Pandora, desciende
alucinada al interminable cordón de lágrimas que dan al hecho fibrilaciones
lacerantes, un instrumento inerte y una locura química entrelazan al cuerpo a
la justificación de los actos que están flotando en el devenir de grandes plagas.
Este es el viaje de voces que
corrompen el sentido de las mejores inversiones de mis sustratos ideológicos, y
que en el sustento del órgano del sueño exploran el concepto de la propiedad de
un imperativo biologico inhibitoria y establecido en la digestión de mi
humanidad embisten como un proyectil colecciones nefastas de 7 años de historia
perturbadas.
¡Oh! neblina y vieja capitana,
que desde las lejanías de la madre tempestad me perpetran maravillosamente a
una muerte solemne y fantasmal.
Otoño...
Marisol C.
Me abandono en el respiro de tu
boca, hojas secas en otoño, bajo mis pies, atado a mi cintura, embelesados en
el sabor de los latidos, rozando el fuego que se dilata suave entre los dedos,
tu y la loca fantasía de saborear la luna bajo el encanto del mar en nuestros
sueños, suspiro en tu respiro, apasionado atardecer de golondrinas que vuelan
despidiéndose del tiempo que crepita a nuestros pies, la tarde muere lenta,
pausada, libando la miel de nuestras ansias.
Me abandono en estas líneas
adormiladas, donde tu boca me recuerda la tarde que muere lenta ,mientras un
suspiro enajenado se libera suave en mis latidos, tu mi amor que crea un lazo
de colores donde me atas los instintos, suaves las hojas caen amarillas, ocres,
donde mis pies se posan cansados, recorro la vereda mientras crepitan bajo mis
pies en esta avenida que no termina de ser, de regalarme sensaciones, me dejo
llevar por la suave brisa que me envuelve, mientras tu mano me detiene suave
,me abandono en tus suspiros, cálidos momentos en que se abandona el alma y te
beso en el respiro de este otoño que vuelve a jugar con el tiempo del reloj que
nos cuenta los minutos en que nuestros pasos se unen, embelesados nos amamos
hasta perdernos ...
LA VIGA EN EL PROPIO
Beatriz Graciela
Moyano
Ahora, en este mismo momento, una
viga cubre tus pupilas, con sus arenas y no las ves al despertar. Llegan
oleajes masivos a la humanidad, andanadas de variadas tonalidades y no quieres
ver a tu templo, él se encuentra ahogado de imágenes ajenas, entonces preguntas
una y otra vez a que has venido, o quien eres, sin respuesta. No has esperado
la señal, se produjo y escuchó desde todas las latitudes, trompetas
ensordecedoras que te prepararon para que corras al encuentro de tu propio YO,
que seas la protagonista en el vivir la experiencia. Ocupada en buscar la paja
en el ojo de las vivencias ajenas, se introdujeron piedras en tus zapatos,
caminas fastidiada y con fingida sonrisa secando sudores de otros seres, quizá
imaginando aventuras novelescas o pergeñando formas de mariposas a lo que eran
apenas larvas. La telaraña de tu propia mente pudo haber cegado tus ojos. No
creas que estás sola, no pienses que todas las cosas son malas, no te
encapriches con la vida, ni retengas en ti lo que no puedes comprender, avanza
para lo que has sido creada, dedica el sol a iluminar tu cielo, comprende cual
es el camino para no seguir pagando karma y recibiendo el efecto de tus propias
causas.
EL SILENCIO DE LAS DALIAS
Nieves Merino Guerra
En el silencio de las dalias toda
mariposa será castigada en su vuelo y en la extrema unción verás cerca del fin
casi sin luz estragado el cuerpo y el alma desgastada los días que perdiste
buscando nadas afanando torpezas, viviendo errores, hilando sueños imposibles o
inútiles con al ateología práctica y ésa nada hasta donde llega la vista
derrotada por metálicos soles de estíos pulidas por ventoleras inclementes en
la intimidad del paisaje donde la vista lo dejaba a contramano como un santo
pendiente envuelto en remolinos de arrebatos -loca mariposa arrastrada
desvinculada entre geranios al azar hundida en las oquedades muertas- bajo
cierta luna diurna en el azul difuso. En un lugar cualquiera tras todos los
horizontes existe un acantilado donde nacen las begonias sin la cercanía de un
mar que las justifique. Bruma húmeda con tardes de desolación iluminadas en el
exilio donde el silencio diurno sólido y coherente rechina en el muelle
desvencijado con la consistencia insoportable de lo perdido.
Iluminado plenilunio de ese
ilimitado yermo calcinado donde Dios se hace inconcebible en la materia oscura.
Dolorosa ésa tarde en que comprenderás que el aquí y el ahora nunca fueron
tuyos. Cercada y vencida te irás buscada por la muerte amaneciendo con colores
de crepúsculo salvando del dolor. Se irán de los mariposarios las migraciones
sinsentido con el duelo del canto o arrullo perseguido el néctar cristalizado
en la primavera de sus fugas equivocadas dejando sus alas muertas sin vuelos ni
delirios de misterios y espantos. Volverán arrastradas por su destino para
volar-vagar sin luna en noches de plena ausencia y dolorosos silencios. Cuídate
de esa hora precisa donde aparezca ese dios que se emborronaba allá arriba y de
tus fantasías.
Ésas si volverán.
PORQUE DOBLAN LAS CAMPANAS
Elí O. Carranza
Desde las altas cumbres del
vetusto campanario bajan las voces metálicas de las antiguas campanas,
desgranando en cascadas sus lágrimas de bronce. Su canto vuela como paloma
asustada, jineteando el viento, quien cual brioso corcel incontrolable,
desbocado se aleja. El silencio en santo reposo esperaba con las manos taponando
los oídos, el ronco rugido de los tañidos aulladores, que intempestivamente se
descuelgan por las paredes de la empinada torre y vuelven a subir como araña
asustada. El silencio tenebroso con el estrepitoso tan tan se minimiza como
murciélago oscuro. El grito triste y sonoro del trío de bronces, residentes
vitalicios de las altas torres, es el canto funerario que recuerda al hombre su
vocación mortal. Es el canto postrero, carente de palabras que enrostra al
hombre con su destino final: cuna y tumba, materia y espíritu. La voz azul de
las campanas es signo de misterio entre la vida y la muerte, la luz y las
tinieblas, la esperanza y la duda. Cada sonoridad extendida deshoja una a una
las absurdas vanidades de la humana condición. Llegado a este punto todos somos
iguales. El rictus y la palidez mortuoria igualan en desnudez toda diferencia:
ni joven ni viejo, ni alto ni bajo, ni bonito ni feo, ni el color de la piel,
ni riqueza ni pobreza; la muerte pregona su victoria por igual. Este trance
solo es el paso hacia la redención final. Cada quien ha decidido su propio
destino…
El Creador de
Quimeras.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
El Creador de Quimeras primero fue cazador.
De la primera quimera muerta por sus manos obtuvo el alma de la quimera muerta.
Era un alma contrahecha, deforme, tísica, brillaba como una débil luz
anaranjada al final del sendero del bosque y olía a magnolias blancas, su
sonido era un elemental río de campanillas de bronce, si se la colocaba
extendida sobre la arena parecía una pequeña ventana hacia otro mundo, un mundo
rojo y azul, lleno de diablos enanos, si se la enrollaba tenía el aspecto de
una alfombra, si se la aplastaba y encogía emitía lágrimas verdes y se ponía
muy azul, extendida sobre el suelo uno podía caer dentro de ella y ser devorado
por los diablos enanos, una lenta crucifixión llena de oro y añil, con sabor a
mandarinas agridulces y genuflexión violenta, el escorzo era en este caso un
escorzo de cisne retorcido, de templo griego dórico, o de catedral gótica en
ruinas, columnas salomónicas inclinadas y ladrillos rotos por la mitad.
Enrollada como una alfombra y aplastada lloraba lágrimas verdes y su llanto
tenía estrellitas negras, muy negras y muy insolentes, que crujían de manera
amenazadora y tierna. Se podían recoger las lágrimas en un lacrimarium, y eran
un licor exquisito, muy dulce y a la vez salado, que producía ensoñaciones
violetas repletas de crímenes adolescentes. En cada crimen había un vencejo de
nieve pura y una rama de olivo verde llena de aceitunas negras. El Creador de
Quimera encerró el alma en una habitación oscura, para que no le diera el sol
durante el verano, y el alma de la quimera se puso tan bella como un jarrón de
ámbar con violetas. Ya tenía el alma de la quimera muerta y ahora tenía que construir
su primera quimera. Colocó el jarrón de violetas en un recodo del balcón, y
esperó a que el primer gorrión de septiembre se posara cerca. En cuanto se posó
el pájaro sonó la primera corchea de un diabólico diapasón de plata y el jarrón
se quebró. Sacó entonces el ingeniero quimeroartífice un trozo del cristal de
ámbar y lo puso al sol. Mirando a través de el se veía el embrión de la quimera
deseada, un embrión de ámbar dorado, muy dulce y empalagoso, como el zumo de
sandía con azúcar, tenía unos dientecillos de leche muy pequeñitos que mordían
su propia nuca, en una torsión imposible de los conceptos de izquierda derecha
abajo y arriba, iba a ser una quimera perfecta. Recogió los cristales de ámbar
del jarrón y las violetas y, el artista, mientras escuchaba el aria de los
buscadores de perlas, machacó el conjunto en un mortero de oro. Todo se hizo
una arenilla brillante. Polvo de quimera, con los conceptos alterados y
revolucionados. Luego disolvió la arenilla en una infusión de fantasía celeste,
y la calentó a cien grados hasta que hirvió. El creador de quimeras se puso a
oler los vapores que destilaba el preparado y tuvo un sueño con cisnes rosas y
lagartos de metal iridiscente, los lagartos chillaban enfurecidos como
diamantes eclipsados y los cisnes rosas nadaban en la pupila de un payaso.
Tenían los lagartos los ojos verdes, y eran de metal brillante, verde y azul,
semejaban pavos reales, guardando las distancias, y estaban llenos de ira y
relámpagos. El payaso no podía dejar de llorar al mismo tiempo que le sacaba
los pétalos a una margarita, si no si no si no si no y en el nó final había un
paraíso de caballitos de mar translucidos. Al despertar el Creador de quimeras
de la magnifica ensoñación la quimera reciénnacida no sabía hablar pero tenía
todos los idiomas del mundo en su cerebro, guardados como en una caja de
música, y además la recién nacida sabía dividir esfuerzos y multiplicar
laberintos. En uno de los laberintos se introdujo el quimeroartífice, las
paredes del laberinto eran de color amarillo y había emboscados ángeles
bellísimos de mirada oscura y azul, era soberbio el laberinto, brillaba como el
oro de los pesos mejicanos antiguos, como los escudos y doblones de la América
vieja. Y había un olor a jarabe de coco espeluznante. En un recodo del
laberinto el creador de quimera mató su primer ángel, de una puñalada en el
corazón, y el ángel se desangró en un chorro de lilas celestiales, pero no
probó su corazón. Más adelante el Creador de quimeras, encerrado para siempre
en ese laberinto, comería el corazón de todos los ángeles asesinados por su
mano. Una luz al final del túnel nos avisó de la salida.
OSAMENTAS
F.S.R.Banda
“Todo apunta al
desvarío, todo empuja al abismo y a la zanja.”
Testamento de tus
ojos. En ‘Huesos de mi último árbol’, Mireya Zúñiga Noemí, 2012.
Se abren las hiedras en su vigilancia de muro
nocturno, en su violencia de diluvio prehistórico sobre las piedras canteadas
por la luna. Un rezongo de cañas allá por el bajo cabalga la negrura perfumada
de las rosas mustias y los lejanos cardúmenes que cruzan fugaces espadas de
plata la bajamar del horizonte insomne. Las siluetas llevan antorchas
iluminadas y perros vagos siguiéndolas en su hilera de fuegos por la noche, en
su fervor funerario, en su desolación embancada en la eternidad de las arenas. Las
siemprevivas estallan sus colores de rojos oscuros y amarillos soleados, sus
blancos genuinos y sus rosados imperceptibles, hilando la lana verdiazul de los
sahumerios que socavan las honduras de sombra de los altos pastizales. Lo demás
va decantando bien avanza el nocturno, la serena consistencia de los árboles,
el espejo de agua que ya no refleja las iridiscencias de las libélulas, los
crujidos de la sal de roca en sus empegos, el último naufrago asediado por las
sirenas. Ilimitadas variantes del espanto intentan fragmentar la opacidad
sigilosa de los acantilados, el misterioso deambular de los celacantos, las
cárcavas que dejo la lluvia, descifrar los mapas trazados en el rojizo ocre
nostálgico de las hojas del otoño vencido, consignar la profundidad esencial de
los charcos que no reflejan las lunas. Es inútil, el idioma de los musgos y las
dalias se ha perdido para siempre, como la tierra aquella prometida y el
florido paraíso de gladiolos y el magnolio. Retumban los tambores del destierro
en los púrpuras y los mármoles desvastados por las veleidades de un ayer que no
ocurre y la tortuosa vigencia de un mañana inesperado, en esa caótica sucesión
un vaho de premoniciones inunda la madrugada que viene en su garúa impenitente.
Las quietas anclas corroídas que duermen abandonadas en los muelles abandonados
declaran en sus herrumbres los precisos testimonios de lo irrecuperable, la
siniestra intangibilidad del todo, la errada devoción por lo perpetuo, la
impermanencia que degrada toda palabra, todo pensamiento, toda obra, hasta su
disolución en la nada, también la ilusoria existencia de los pájaros y los
estambres. Alguien sucede en los congelados abalorios de las consteladas
estrellas, abre los brazos abarcando el universo desatado, la mínima incerteza
de la tierra humilde en sus pastos y la majestuosa certidumbre de volver a ser
polvo hasta el final de los tiempos, cuando su arcilla encuentre las
concavidades de la muerte. Amanece.
Revista PARADOXAS N° 198
2 Julio de 2014
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