miércoles, 2 de abril de 2014

PARADOXAS Nº 195

PARADOXAS

REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO NEOBARROCO

Año X - N° 195


INDICE

Las uniones posibles - Alejandra Pizarnik
Ya no tengo miedos... - Marisol C.
Todas La Muerte Y La Vida Se Colmaron De Tul... - Marosa Di Giorgio
AZUCENA (Lilium candidum) - F.S.R.Banda
Aproximación a una Ciudad Marciana. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
Aproximación a una Ciudad Marciana. Leve reforma y prolongación. - Francisco Antonio Ruiz Caballero


EDITORIAL

“He tratado de significar este universo con el mínimo de elementos: un vocabulario reducido, repetitivo, ‘vaciado’. El barroco es la tendencia natural del español. Vaciar la frase es postular, otra vez, la literatura como artificio”.

En Prólogo a “La playa”, Severo Sarduy. Vale.

El Editor


Las uniones posibles
Alejandra Pizarnik

La desparramada rosa imprime gritos en la nieve. Caída de la noche, caída del río, caída del día. Es la noche, amor mío, la noche caliginosa y extraviada, hirviendo sus azafranadas costumbres en la inmunda cueva del sacrosanto presente. Maravillosa ira del despertar en la abstracción mágica de un lenguaje inaceptable. Ira del verano. Ira del invierno. Mundo a pan y agua. Sólo la lluvia se nos dirige con su ofrenda inimaginable. La lluvia al fin habla y dice.
Meticulosa iniciación del hábito. Crispados cristales en jardines arañados por la lluvia. La posesión del pretendido pasado, del pueblo incandescente que llamea en la noche invisible. El sexo y sus virtudes de obsidiana, su agua flameante haciéndose en contra de los relojes. Amor mío, la singular quietud de tus ojos extraviados, la benevolencia de los grandes caminos que acogen muertos y zarzamoras y tantas sustancias vagabundas o adormiladas como mi deseo de incendiar esta rosa petrificada que inflige aromas de infancia a una criatura hostil a su memoria más vieja. Maldiciones eyaculadas a pleno verano, cara al cielo, como una perra, para repudiar el influjo sórdido de las voces vidriosas que se estrellan en mi oído como una ola en una caracola.
Véate mi cuerpo, húndase su luz adolescente en tu acogida nocturna, bajo olas de temblor temprano, bajo alas de temor tardío. Véate mi sexo, y que haya sonidos de criaturas edénicas que suplan el pan y el agua que no nos dan.
¿Se cierra una gruta? ¿Llega para ella una extraña noche de fulgores que decide guardar celosamente? ¿Se cierra un paisaje? ¿Qué gesto palpita en la decisión de una clausura? ¿Quién inventó la tumba como símbolo y realidad de lo que es obvio?
Rostros vacíos en las avenidas, árboles sin hojas, papeles en las zanjas: escritura de la ciudad. ¿Y qué haré si todo esto lo sé de memoria sin haberlo comprendido nunca? Repiten las palabras de siempre, erigen las mismas palabras, las evaporan, las desangran. No quiero saber. No quiero saberme saber. Entonces cerrar la memoria: sus jardines mentales, su canto de veladora al alba. Mi cuerpo y el tuyo terminando, recomenzando, ¿qué cosa recomenzando? Trepidación de imágenes, frenesí de sustancias viscosas, noches caníbales alrededor de mi cadáver, premisión de no verme por una horas, alto velar para que nada ni nadie se acerque. Amor mío, dentro de las manos y de los ojos y del sexo bulle la más fiera nostalgia de ángeles, dentro de los gemidos y de los gritos hay un querer lo otro que no es otro, que no es nada...


Ya no tengo miedos...
Marisol C.
Ya no tengo miedos, bajo el alero de tu sombra imaginaria se desvisten los sueños, como espiga al viento se cimbra mi cintura en el atardecer de rosas rojas ,ya no esquivo tu mirada, me pierdo en la miel de tus ojos, me he vuelto la espuma en el oleaje, ya no me preocupan los fantasmas que juegan allí afuera. Me vuelvo niña en tu regazo, llevo faroles en mis manos, luciérnagas nos guían, extasiada viajo en tu retina, exploro tus valles, te abrazo, entre brumas celestiales respiro tus anhelos, entro en tu cuerpo ataviada, libre, voraz. Ya no tengo miedos, bajo el alero de tus ojos me pierdo, en el claro de tus lunas navego, en la ansiedad  asciendo tu montaña, me aletargo en el descenso, respiro, vuelo, voy en el delirio sumando el sentir que me regalas, placido respiro que ya me envuelve, entre la bruma y el azul cielo despierto. Y esta que ves, la que renace en tu sonrisa, la que entre lágrimas te saborea, la que entre sombras perdió el miedo, te confiesa sin pudores que te ama, así la vida sea un infierno o un azul cielo. Aquí estoy navegando en tu suspiro.


Todas La Muerte Y La Vida Se Colmaron De Tul...
Marosa Di Giorgio

Todas la muerte y la vida se colmaron de tul.
Y en el altar de los huertos, los cirios humean. Pasan los animales del crepúsculo, con las astas llenas de cirios encendidos y están el abuelo y la abuela, ésta con su vestido de rafia, su corona de pequeñas piñas. La novia está todo cargada de tul, tiene los huesos de tul.
Por los senderos del huerto, andan carruajes extraños, nunca vistos, llenos de niños y de viejos. Están sembrando arroz y confites y huevos de paloma. Mañana habrá palomas y arroz y magnolias por todos lados.
Tienden la mesa; dan preferencia al druida; parten el pastel lleno de dulces, de pajarillos, de perlitas.
Se oye el cuchicheo de los niños, de los viejos.
Los cirios humean.
Los novios abren sus grandes alas blancas; se van volando por el cielo.


AZUCENA (Lilium candidum)
F.S.R.Banda

Aparta de mí tus ojos porque ellos me doblegan. (Cantar de los Cantares. 6:5)

Yo tenía posesiones en el ángulo de tu boca, contaba los días según los numerales de tus ojos, dejaba que te pertenecieran todas las nostalgias de las lluvias otoñales y los frescos atardeceres del estío, te cortejaba inundada de pájaros como vertiente, con la delicada perseverancia de un tránsfuga derrotado, solo, en la esquina de la revelación y las premoniciones. Pero siempre te me ibas borroneando niña de ojos dormidos y del largo pelo claro bajo la intensa luna enmudecida por envidias y fervores. Por ti se quebraban los cántaros iluminados y se venían los aluviones de las congojas si no girabas en esa esquina en rumbo cierto hacia mí. Sobre el borde nocturno del día te construía con los vestigios del atardecer ruboroso, con el perfume ácido de las rojas rosas de la noche que trepaban por el muro, con la majestuosa densidad de los crepúsculos, hacia la tarde divagaba resumiendo en tu boca los besos cautivos. Postulé en ti las herencias sacramentales que escondía en las cenizas de los rescoldos de la infancia de dalias y azucenas, del albo velamen del ciruelo navegando el nocturno terciopelo, las geologías que previeron para tu honor y gloria el jardín de rosas donde la Pili vino a jugar cuatro décadas después. Todo entonces convergió hacia ti, el tiempo se detuvo y se fue hundiendo lentamente en las arenas que esparcías con altivez de reina soberana para que yo me extraviara en los vastos territorios de tu imperio silencioso. Hubo en la travesía escondidos desacatos, breves conspiraciones que la fatalidad convirtió en infiernos, en abismos, en furiosos oleajes, en feroces rupturas y dolorosos quebrantos, nada fue igual después del último desencanto. Todas fueron pequeñas reinas en su día, una o dos provisorias princesas de cuarzo filoso o frágil cristal, pero solo tú fuiste, eres y serás eterna emperatriz de todos mis demonios. Hacia ti giraron los girasoles, por ti dieron las múltiples rosas sus pétalos bajo las lluvias de nuestro otoño, en ti se congregaron las simientes, por ti huyeron las sombras y sus fantasmas. Tú dispersas con un gesto mis desoladas melancolías y nostalgias, y con tus silencios me abrumas de otras sucesivas melancolías y nostalgias, aún así he cumplido el sueño de tenerte para siempre dirigiendo con tus furias y tristezas los rumbos de mis propios días y yo asustado a favor del viento de tormentas que tu generas con la poderosa corriente de tu vida (i), pero sabiendo que ahora puedo morir tal como me duermo en tu necesaria cercanía, escuchando tu tranquila respiración apaciguando mi noche. Vale.

(i) “De la Fundación del Ultimo Reino”. En ‘Breves Relaciones de Viajes a los Mares Interiores’. Mismo autor. Antofagasta 1995.


Aproximación a una Ciudad Marciana.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Mármoles, ónices, y alabastros negros. La ciudad se eleva como un gigante caído en la desértica y roja planicie. Ciudad de diez mi puertas ciclópeas, las negras murallas combaten los huracanes. Escalinatas sin fin proclaman la victoria de lo inesperado, los arcos rotos se sostienen como bailarinas dementes, sus finísimos pies sustentan toneladas de peso y horror, bajo la mirada impávida de los dioses marcianos. Balaustradas de cristal negro sostienen los patios interiores de las casas, las paredes, negras como la brea, atestiguan la muerte profunda y el luto riguroso, se han arrancado los ojos un millón de Edipos extraterrestres y sus hijas, las esquizofrénicas Gorgónas, chillan en el silencio como perros lascivos, con sus cabellos serpientes mordiendo el aire de manera criminal y grotesca. Los baluartes se aposentan sobre contrafuertes y pináculos de fantasía, que rasgan el viento como barrocas uñas de pantera, negros y contrahechos, dementes, y se abren plazas góticas de Salamancas Imperiales exquisitas en las que se torean imposibles toros de espanto. De vez en cuando una fuente barroquísima en su deformidad, esquizofrénica, mortuoria, de naturaleza escorpiónida mana un agua negra como la muerte, un petróleo incombustible de contenido lepromatoso, y arden las balsas de la sangre negra destilando hacia el cielo un aroma arácnido de hulla, los patios silentes se abren a corredores y corredores y corredores, pasillos oscuros y negros que terminan en patios sombríos, en los que nunca da la luz del sol, y en donde el Minotauro salvaje degusta la carne y los miembros arrancados de los adolescentes de nieve. Perfuman los asfodelos criminales los patios sombríos, donde el holocausto es una costumbre y en donde las diminutas hormigas construyen sus nidos bajo los muros de mármol y granito, constantes en el devorar venenoso de la piedra, como un cáncer, miles de espejos negros tiene la ciudad marciana, toda ella de tinta china, y a veces el sol que da en los patios se inmiscuyen en ellos con la fuerza de lo inmisericorde rabiando. Las enormes cariátides y los gigantescos atlantes de cristal y mármol sostienen cúpulas y azoteas y las bóvedas tiemblan bajo el sonido de grillos criminales, chirriantes cancelas de hierro oxidado, que arañan las espaldas de los arcángeles como uñas de gato. Exóticas aspidistras negras adornan algunas estancias, en las que los inmortales se entregan a bacanales de veneno buscando una muerte imposible que nunca llega, y las escaleras elevan al curioso a antros en donde se sacrifican libélulas y niños. Exóticos lirios negros, con llamaradas amarillas dañinas perfuman las estancadas aguas de las fuentes, que los héroes beben tratando de que la gloria los olvide, en un acto contranatura monstruoso. Pasan caballos ciegos, caballos con los ojos arrancados, galopando desbocados por las anchas avenidas del terror, las anchas avenidas de la ciudad marciana, sus foros de habladurías asesinas, y a los pies del inmenso capitolio se asesina un millón de Julios Cesares de alabastro, de los que la sangre violentamente granate surge manchándolo todo, como surtidores de ira. Se surcan canales de una Venecia paranoica, llenos de un agua negra, como trajes de viuda, y las góndolas demenciales son conducidas por esqueletos amarillos y descarnados que otrora fueran arcángeles de vino. Crecen ombúes siniestros de retorcidas ramas rojas, coronados de cuervos negrísimos, que chillan como heridos de muerte, ofuscados en su ira, corruptos desde la cola hasta el pico, brillantes de negrura y color, y las raíces de los árboles salen desde sus aposentos edáficos, como lúgubres patas de arañas, como barbas dementes de vagabundos sucísimos. Hay radiactivas fuentes de rayos gamma fluyendo entre los topacios neutrónicos.


Aproximación a una Ciudad Marciana. Leve reforma y prolongación.
Francisco Antonio Ruiz Caballero

Mármoles, ónices, y alabastros negros. La ciudad se eleva como un gigante caído en la desértica y roja planicie. Ciudad de diez mil puertas ciclópeas, las negras murallas combaten los huracanes. Escalinatas sin fin proclaman la victoria de lo inesperado, los arcos rotos se sostienen como bailarinas dementes, sus finísimos pies sustentan toneladas de peso y horror, bajo la mirada impávida de los dioses marcianos. Balaustradas de cristal negro sostienen los patios interiores de las casas, las paredes, negras como la brea, atestiguan la muerte profunda y el luto riguroso, se han arrancado los ojos un millón de Edipos extraterrestres y sus hijas, las esquizofrénicas Gorgónas, chillan en el silencio como perros lascivos, con sus cabellos serpientes mordiendo el aire de manera criminal y grotesca. Los baluartes se aposentan sobre contrafuertes y pináculos de fantasía, que rasgan el viento como barrocas uñas de pantera, negros y contrahechos, dementes, y se abren plazas góticas de Salamancas Imperiales exquisitas en las que se torean imposibles toros de espanto. De vez en cuando una fuente barroquísima en su deformidad, esquizofrénica, mortuoria, de naturaleza escorpiónida mana un agua negra como la muerte, un petróleo incombustible de contenido lepromatoso, y arden las balsas de la sangre negra destilando hacia el cielo un aroma arácnido de hulla, los patios silentes se abren a corredores y corredores y corredores, pasillos oscuros y negros que terminan en patios sombríos, en los que nunca da la luz del sol, y en donde el Minotauro salvaje degusta la carne y los miembros arrancados de los adolescentes de nieve. Perfuman los asfodelos criminales los patios interiores, donde el holocausto es una costumbre y en donde las diminutas hormigas construyen sus nidos bajo los muros de mármol y granito, constantes en el devorar venenoso de la piedra, como un cáncer, miles de espejos negros tiene la ciudad marciana, toda ella de tinta china, y a veces el sol que da en los patios se inmiscuye en ellos con la fuerza de lo inmisericorde rabiando. Las enormes cariátides y los gigantescos atlantes de cristal y mármol sostienen cúpulas y azoteas y las bóvedas tiemblan bajo el sonido de grillos criminales, chirriantes cancelas de hierro oxidado, que arañan las espaldas de los arcángeles como uñas de gato. Exóticas aspidistras negras adornan algunas estancias, en las que los inmortales se entregan a bacanales de veneno perfumado buscando una muerte imposible que nunca llega, y las escaleras elevan al curioso a antros en donde se sacrifican libélulas y niños. Exóticos lirios negros, con llamaradas amarillas dañinas aroman las estancadas aguas de las fuentes, que los héroes beben tratando de que la gloria los olvide, en un acto contranatura monstruoso. Pasan caballos ciegos, caballos con los ojos arrancados, galopando desbocados por las anchas avenidas del terror, las anchas avenidas de la ciudad marciana, sus foros de habladurías asesinas, y a los pies del inmenso Capitolio se asesina un millón de Julios Cesares de alabastro, de los que la sangre violentamente granate surge manchándolo todo, como surtidores de ira. Se surcan canales de una Venecia paranoica, llenos de un agua negra, como trajes de viuda, y las góndolas demenciales son conducidas por esqueletos amarillos y descarnados que otrora fueran arcángeles de vino. Crecen ombúes siniestros de retorcidas ramas rojas, coronados de cuervos negrísimos, que chillan como heridos de muerte, ofuscados en su ira, corruptos desde la cola hasta el pico, brillantes de negrura y color, y las raíces de los árboles salen desde sus aposentos edáficos, como lúgubres patas de arañas, como barbas dementes de vagabundos sucísimos. Hay radiactivas fuentes de rayos gamma fluyendo entre los topacios neutrónicos. Algunas casas se pliegan, doblan, y contraen en el espacio como esquizomorfas pajaritas de papiroflexia, hay escaleras que llevan a azoteas sin cielo, o balcones que cuelgan sobre los abismos y se asoman a desfiladeros de extravagantes cabras de miedo, como si los habitantes de la ciudad quisieran todos despeñarse desesperados por el peso de la gloria, la maldición es que no caen desde su elevada altura porque en el último momento el arcángel de Dios dice a Abraham ¡¡¡detente¡¡¡ y entonces Isaac enloquecido siente todo el pánico de una vida inmortal, entre zarzas rojas, espinosas, de cuchillas afiladas, que traspasan la piel, y San Sebastián es condenado a muerte  mil veces, y mil veces sufre el martirilogio de las flechas envenenadas sin morir jamás, una y otra vez traspasado por el dolor eterno. Cuelgan los balcones sobre el vacío, ventanales ojivales se abren con vidrieras negras y azules, hay macetones con exóticas orquídeas fucsias y negras, cuya savia cae gota a gota, resina venenosa, sobre las aceras, y páramos y escombreras desérticas donde las estatuas rotas gimen por el esplendor pasado, brutalmente mutiladas por el abandono, desesperadas por no estar en las grandes avenidas donde pasan los elefantes masacrados a miles con sus gigantescos colmillos de oro macizo, en una furibunda estampida de salvajismo y honor, las acequias transportan una agua negra, sucia y transparente, en la que un sol terrorífico se refresca el cuerpo como un arcángel celeste, de cabellos escarlatas, y en donde Fobos y Deimos, en las noches solemnes, se sacrifican para la perpetuación de la especie con un odio mórbido a toda forma de vida humana. Los inmensos acueductos se balancean por los movimientos sísmicos de las entrañas del planeta como golpes y patadas de fetos y embriones en los vientres de sus madres, mientras la abuela de un Nerón sodomita espantoso llora lágrimas de sangre por la extinción de toda la estirpe de los Aenobarbos. En los jardines crecen esponjas marinas gigantescas empapadas de cianuro y flores de dificultad olorosa proclaman la gran Victoria de la Naturaleza demoníaca, rojas hasta la consumación de lo púrpura, negras hasta la consagración de la brea. Los inmortales Sénecas de mármol níveo condenan rigurosos a sus discípulos Cesares, y las sagradas palabras que salen de sus bocas son como lanzas de acero, jaculatorias e imprecaciones jamás oídas por oído alguno, pero en cayendo en saco roto solo perturban levemente el sueño de los tigres, que reposan sobre los bancales, bajo los arbotantes satánicos que sostienen las diabólicas cúpulas. Se juramentan los independentistas para no dar tregua a los reyes, y sus juramentos de odio se silencian en los oscuros patios, la ninfa eco se acaba de suicidar con una espada y Narciso desnudo muere frente al negro espejo de la fuente, llorando sangre por la belleza perdida. Y vuelve a resucitar una y otra vez en el mismo instante de su dantesca paranoia. Diríase que la nieve más pura hace competencia al cristal negro más insolente, y cuando llueve las avenidas se llenan de arroyos purísimos para el deleite y abrevadero de mil tigres. Trepan las negras enredaderas por las níveas paredes, llegando hasta las azoteas, y abren delicadas flores rojas como pústulas sangrantes. Las grandes cristaleras, las grandes vidrieras rotas atestiguan que aquí hubo un millón de vidas, pero ahora el silencio muerde y las antiguas canciones se han olvidado para dar lugar a lo insonoro. Los inmortales gritan de dolor y nadie les escucha porque están solos, solos con sus elefantes de oro, con sus orquídeas de fresa rabiosa, o con sus lirios de fantasía, y las orquídeas salen y surgen de sus costados heridos, en donde la lanza perforó sin matarlos. Oh ciudad sin niños. La gran estatua de Moloch y su Madre se enfrenta a una hormiga a los pies del inmenso Capitolio, y tiemblan los pájaros ateridos de frío, negros y azules. Templos Dóricos gimen por el peso de la piedra y el atrevimiento barroco solo puede causar la muerte a los poetas.



Revista PARADOXAS N° 195
2 de Abril de 2014


1 comentario:

  1. Tú dispersas con un gesto mis desoladas melancolías y nostalgias, y con tus silencios me abrumas de otras sucesivas melancolías y nostalgias, aún así he cumplido el sueño de tenerte para siempre dirigiendo con tus furias y tristezas los rumbos de mis propios
    Bellisimo texto como ya estamos acostumbrados.Gracias!

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