PARADΘXAS
REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO
NEOBARROCO
Año X - N° 196
INDICE
Ya quisieras... -
Marisol C.
Yo siempre regreso a
los pezones y al punto 7 del Tractatus - Agustín Fernández Mallo
CUALIDAD DE PALOMA -
Beatriz Graciela Moyano
ORGULLO MALHERIDO -
Eli O. Carranza
OTOÑO - Ivonne Concha
Alarcón
Composición de
adelfas negras crecidas en el jardín de la luna. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
LUTO EN LAS MAGIAS DE
LAS PALABRAS - F.S.R.Banda
EDITORIAL
“Frente a una primera
caracterización formal del Barroco con los rasgos de la proliferación del
artificio y oscuridad del sentido, de exceso formal y teatralidad arbitraria,
es ya un lugar común intentar articular sus elementos contradictorios en algún
tipo de dialéctica. Da la paradójica impresión de que el mismo concepto de
barroco es especialmente “barroco”, valga la redundancia, sobre todo, dada la
cantidad de perplejidades que se suman al sopesar sus implicaciones estéticas,
sociales y subjetivas. ¿Es el barroco un estilo o una época (Maravall)? ¿Se
distingue del manierismo en Europa (Hauser) y cómo se realiza el “trasplante”
del Barroco a América (Paz)? ¿Es represivo (Maravall) o contestatario (Sarduy)?
¿Distingue o confunde la apariencia de la realidad, la representación de la
verdad (Egginton)? ¿Es intelectual o sensual? ¿Elevado o vulgar?”
Copiado de: ESTRATEGIAS
CANÓNICASDEL NEOBARROCO POÉTICO LATINOAMERICANO, Matías Ayala, Universidad de
Talca, Chile. En REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXVIII, Nº
76. Lima-Boston, 2do semestre de 2012, pp. 33-50. Vale.
El Editor
Ya quisieras...
Marisol C.
Un punto inexacto de rebeldía, un
poco de libertad y otro tanto de porqué, una dulce agonía sin reflexiones, un
país donde la primavera no acabara, un poco de sueños para gozar a destiempos y
una luz encendida en los ojos en este otoño gris, hay palabras que vuelan en el
viento y una melodía que imaginas no termina. Ya quisieras que se escondieran
los latidos en este circulo de agua que ahoga ansias, mientras esta noche
esplendida reina en mis adentros se acuna en mi regazo, hay lluvias de deseos y
azahares, se prolonga mi voz en tus oídos agotando los suspiros de tu boca, la
noche es como un barco que fluye sin estrellas, oscura agonía que se mece en
este otoño. Ya quisieras que se desgranara el café sin ese aroma que atrae
recuerdos, con su piel de soles en el alma, me siento pequeña en este silencio
que habita, no quiero estar ausente en tu memoria, me siento avara entre tus
brumas robándote el latido que crece, mientras me piensas, me escondo suave en
el vaivén de este reloj que se duerme, mientras tus ojos se cierran al deleite
de pensarnos, me siento viajera en este otoño de acuarelas, tu ya quisieras un
si de mi boca y te digo que mi amor se desliza suave en el infinito claro de
tus ojos.
Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus
Agustín Fernández
Mallo
(Fragmentos pirateados al azar)
Nadie nos enseña a besar, y es lo
único que hasta el final buscamos. Salgo a que mi soledad complete la ciudad
desierta, ni recuerdo el bullicio, su intención era esto, abrirme un hueco [la
rosa no recuerda que ayer fue rosa, por eso se abre cada amanecer con mudada
belleza]. Los muertos no mueren en ellos, me digo, sino en nosotros, ellos ya
flotan para siempre en la orilla, ciegos de todo, con el traje reventado
cabecean contra las rocas, contra la suma de lo perdido; y no hay más. También
nosotros besamos siempre la piel invisible de lo que vemos; y tampoco hay más.
Darse cuenta de que esos números
a lápiz dejados por los carpinteros en los marcos de las puertas, en el reverso
de las mesas, o en el interior de los cajones [supongo que también Dios olvidó
signos por ahí tras crear el mundo], obedecen a un plan. Darse cuenta tras
mucho indagar de que son fragmentos de música cósmica, quiero decir, de tu
rostro, pues en él están las partituras [también las futuras]. Darse cuenta de
que esto es mentira y aun así invertir toda la vida en demostrarlo; ésa es la
tarea. Soy el camino más corto entre tu alma [que se queda], y tu cuerpo [que se
va].
Voy amontonando, para cuando
regreses, tarros vacíos, tu especie de flor blanca, cortinas transparentes, la
cubitera, dos sillas [sólo dos], tus cuadros, tu perfume, sábanas, pañuelos,
relojes automáticos, cartas escritas estos años, la máquina de escribir, la
maniquí que siento a mi mesa, maletas abiertas [de ida o vuelta, no se sabe],
un espejo que amplifica la belleza, collares de perlas, vestidos de noche, la
loción, la espuma, la cuchilla, la palangana, puñados de arena [uno por día],
fotografías que nos haremos, algunas piedras del muelle, el silbato de la
tetera, las ráfagas del faro, el haz de gaviotas que anunciarán tu llegada. Voy
amontonando objetos para que cuando regreses halles aquí tu doble; para que no
quepas; para que no regreses. Que seas feliz. Donde quieras que estés.
Hay que estar confundida para
barrer de un solo golpe el sueño y heridas mal cerradas; estrellas que
esperaban entre el polvo [como el último rayo del día nos espera casi siempre
entre las baldosas] [más de paciencia]. Aspirar el tallo de la rosa y
escupirlo, vomitar de una sola arcada cuanto se ha vivido [y no vivido]. Hoy he
ido a comprar el pan y el horno estaba cerrado, no regresé con las manos
vacías, cogí arena en la playa, vi de nuevo a aquella loca que nos decía
"desconfía de las toallas". Hay que estar confundida para caminar
como si nada hacia el muro que sola levantaste en la terminal del aeropuerto, o
al final de la calle, o en el principio de los sueños [ahí ya estaba todo], y
al roce de su helada materia conocer el paraíso dejado atrás, y persistir. Y
sin embargo así es.
Hay quien cree que en cada cuerpo
duermen todos los cuerpos, lo que vinieron para dejarnos y los que vendrán, y
que la noche es doble en cada cuerpo de los amantes, y que doble es esa pasión
que concentra ahora en cada uno de sus cuerpos todas las vidas [muerte
incluida]. Después se alejan. Pero la pasión es musa perezosa, prosa, desecho
de inspiración, violencia contra uno mismo en beneficio de uno mismo. Al
separarse, los cuerpos no saben que rompen el tallo del tiempo: uno se lleva a
los que vinieron y otro a los que vendrán. Cierta especie de reloj los condena
a buscarse para siempre.
Nota del Editor.- El punto siete
(y último) del Tractatus Lógico-Filosófico de Wittgenstein dice: “What we
cannot speak about we must pass over in silence”. (Sobre lo que no se puede
hablar, debemos pasar por alto en silencio).
CUALIDAD DE PALOMA
Beatriz Graciela
Moyano
Intérprete vulnerable, empeñada
en recrear la sonoridad de los grillos que no entendieron el final de la noche.
Amanecida heredad de paloma, se filtra debajo de la barrera cruzada,
aprisionada dulcemente mira con ojos sorprendidos y gozosos. Plexo de ternura a
centímetros de las aristas en duelo de ausencia. Dulce presidio espontáneo de la
luna, con alas proyectadas al universo de los sueños. Es rosa al amanecer del
rocío, es tarde de sol y noche infinita bajo un manto de estrellas, apenas se
ve y no se escucha entrar al paisaje, descalza y sin batir las alas para no
despertar a las luciérnagas que comiencen a parpadear su luz, mientras retira
el mensaje, viajará sin descanso por todo el tiempo quieto, expectante. La
misiva dice que no hay olvido, que la huella se hizo surco y simiente,
germinada en atardeceres anaranjados de brazos abiertos, solo estirar los dedos
bastaba para tocar los silencios y beberlos de un sorbo, o escribir poesía
poblando la boca de mariposas, aleteando colores vivos. Verifica, cuelga las
evidencias en las hojas de los árboles, para que la lean los pájaros, "no
existió mayo, no escarchó el invierno ningún te quiero en el aire, ni olvidó la
flor que es primavera" Sigue navegando una ilusión, como la niñez se mece
bajo el puente, pero no puedes olvidar amor, la cualidad de paloma que se
escurre bajo la barrera del poema, a un instante de la orilla, del aliento, de
los versos, de tu boca.
¿Donde irán a morir las
sensaciones, cuando dejan de ser hermosas?
ORGULLO MALHERIDO
Eli O. Carranza
Apenas con tres besos de nacido,
con un desplante no igualado por ningún solemne y embrutecido lidiador de
astados, abandonaste a este poco racional e inconveniente deseo palpitante, que
desde mis sienes de crespones grises, enmarañados por el sedoso crujido de tu
dedos volátiles como palomas montaraces, que dejaban su huella en semi luna,
bajan desde mi río interior de incontables cauces, en torrentes de roca
fundida, fluyendo bajo la piel erizada como tersa montaña de caracolas quemadas
por el mar, los torrentes de un deseo agobiador que me hacía soñar en ser yo el
conquistador de la curvatura ovalada de tu níveas montañas simétricas, izadas
como banderas de tregua en el cenit de tu pecho. Con ardor desértico, a
plenitud de sol y luna mi sangre giraba, borracha de lujuria. Yo juraba por las
plumas de las alas del renunciante ex arcángel Lucifer que tu pájaro de fuego
también deseaba como yo quemar su ardor cabalgando el unicornio rojo, sobre las
altiplanicies de mi cama y de mi cuerpo. Con tu estilo acicalado y mojigato y
sobre tus rugientes suspiros, ahogados en hipocresía, evitabas las jadeantes
incomodidades del ronroneo de tu cuerpo y de tu ropa humedecida. Permanecías
inmóvil como estatua preñada de miedos. Aún así el sabor y el olor almizclado
de tus palabras y aliento alimentaban más mi furor pasional. Y no cedías. A
cada nuevo intento de mis besos dialogantes por convencer tu no, gruñías con el
susto en tu boca para maldecir mi beso. Esas manos violentas lanzaban
improperios y tus palabras golpes quemantes. Con frustración mortecina miraba
tu deseo hervir prisionero bajo tu piel, esa piel dulce y olorosa a llanto
almibarado, sin lograr comprender tu obsesión virginal y mi perverso deseo de
horadar tu vientre. Sentí entonces la lejanía convertida en prisión. La estatua
de sus miedos se convirtió en mujer, y esa mujer como niebla de alborada que el
sol hiere se desvaneció; llevándose en su equipaje el triunfo de su abstinencia
virginal y mi orgullo malherido.
OTOÑO
Ivonne Concha Alarcón
Cierto, se nos vienen las hojas cubriéndonos
de nostalgias y duda inciertas, se esconden las verdades que duelen entre las
hojas amarillentas decoloradas de tanta incertidumbre de tanto dolor esparcido
en los viejos y raídos caminos del amor vivido antes de estos años que ya nos
parecen cada día más marcados por dolores y pesadillas que avanzan hacia un
desierto desolado. Algunos son dolores del cuerpo, otros son pesadillas del
alma, tristes tardes que se desmoronan al caer sobre el piso de los logros
obtenidos, éxito superfluo que nada deja que nada aporta. Lluvias esperadas que
no llegan, no aparecen, no se asoman, lluvia que purifica, lluvia que sana,
lluvia que ilumina de nuevo el camino que aún no se vive y que quizá nunca se
aparezca de nuevo, todo se ve falso, liviano, efímero, son la desconfianza de
los falsos amores que nos aturdieron la juventud con sus aires carnavalescos
con risas y sonrisas apagadas por la
tristeza que viene después del amor. Desamores y amores van y vienen como las
olas orilladas por la marea, vaivén
hacia dentro hacia afuera, nos insatisfacen los deseos imaginarios, nos
aprisionan nos aturden los recuerdos añorados. Hoy ya lejos de los nacimientos,
las alboradas, los despertares en esa juventud donde éramos reyes y reinas del
mundo, ahora solo máscaras escondidas entre las hojas secas del otoño,
camuflaje donde se esconden los sueños ya escasos temerosos de ser olvidados
por estos días otoñales que nos hielan los huesos corroídos por los andares y
miserias de la vida... a pasos débiles, cansados se nos empiezan a cercar con
alambres de púa nuestros caminos hacia un invierno que mas temprano que tarde
tendremos que vivir con resignación y respeto para una vida digna y justa... la
vejez, certeza innegada.
Composición de adelfas negras crecidas en el jardín de la luna.
Francisco Antonio
Ruiz Caballero
En el jardín de la luna hay una
fuente de mármol. El mármol es hielo y de la flauta del sátiro que toca en ella
surge, fría como la nieve y transparente como el alma de los niños, el agua a
chorros. Pareciera que toca el fauno una composición que fluye desde debajo de
la tierra hasta el estanque, en el que se asoma la farola de nácar. También hay
en la fuente una sirena, que sumerge su cola en el estanque, mordida o
besuqueada por las grandes bocas de las truchas naranjas. Está llena de monedas
la fuente, cada enamorado, al pasar, tira un trozo de su riqueza a la alcancía,
para que la sirena haga un sortilegio de buenas promesas a los novios. Una
serpiente amarilla, culebrea entre los hibiscos naranjas y se deja caer en el
estanque, tiene anillos de oro y silba con terror, ¿será venenosa?, se pregunta
el alma de una veleta oxidada, un viejo gallo con flechas de Norte Sur Este y
Oeste, que arrinconada en una esquina del jardín recuerda sus cantos en la
alborada y la atardecida, cuando se ponía naranja y roja y cacareaba relumbrante,
¿será venenosa?, se pregunta, pero el óxido no la deja casi hablar, bajo la luz
de la luna es tan negra como la tinta china, y recuerda el día del rayo, la
noche de la tormenta, cuando recibió los sesenta mil voltios de un verso de
Júpiter, el mismo día que el Arzobispo estrenaba su pluma de oro y níquel. Los
azulejos adornan al gallo con arabescos verdes y amarillos, que en la noche
parecen grises y perlados, son, matemáticamente perfectos, geométricos espantos
de un artificiero albañil, y el demente que los ha diseñado seguramente guarda
en el interior de su cerebro la taracea y el damasquinado de los locos de atar,
lo cúfico de los mocárabes del infierno. Hay en un extremo del patio un banco
de hierro retorcido, diezyochesco, que ha contemplado la caída de un pañuelo de
seda fucsia y el tañir de un violín. A la luz de las lunas, sus hierros,
esmaltados en plata, parecen de plomo derretido, goteantes aún, como recién
pintados, como de una perla gris. Un grillo resquebraja el silencio, sino
trabaja a su ver el eterno mirlo negro, y pone fuga y corchea de lirio y trino
azul a la noche silente. Y, finalmente, en el jardín crece el adelfo, con sus
flores negras, como de tinta china, capullos monstruosos, como floraciones o
exhalaciones de brea, como borbotones o cabezuelas, como pompas de jabón negro,
macizas protuberancias de la locura. Que a la luz de la luna brillan como los
aceites, como la fuente, como la misma luna, que se mira en el espejo del
estanque, sobre la culebra amarilla, sobre las truchas coloradas. Trina el
insecto y desolla su arpa rítmicamente, y el mirlo zigzaguea levantando
hojarasca, y se oyen pasos misteriosos tras los hibiscos, pasos de nadie. En la
fuente cae el agua a borbotones, como escupiendo la flauta gargajos de agua
purísima. La serpiente se desliza, le brillan los anillos de oro tal un extraño
fuego o jade, y sus ojos son los de un gato infernal. Trina el insecto y
asciende hacia el cielo una melodía de estrellas ignorantes, celosas de sombra
y plata, azules y negras. Hay sobre el banco de plomo y acero un libro abierto,
en el libro podríamos leer un verso amarillo, o una flecha atraviesa la
garganta de un ángel. Y caen las hojas. ¿qué dice el místico autor de los
poemas del libro?, tal vez un extraño Rubén Darío disfrazado de astronauta
recita, en el polvoriento desierto de la Luna, todo ceniza y blanco, el recital
de la fuente del sátiro. Y los selenitas, ellos todos, añiles o rojos, se
congregan al borde de un cráter para decir: ¡¡¡basta¡¡¡. O quizás el libro es
un cuento de terror, y en la vieja catedral gótica el jorobado enciende un
cirio de sándalo que deja en el aire su alma de madera noble, cortada por el
brusco leñador. Y la doncella huye, sus ojos son verdes como un verano, por los
pasadizos en los que la araña trabaja vestidos para los espectros.
F.S.R.Banda
Se enlutan los castaños que lloran ya la
lluvia triste de Macondo, te acordarás Aureliano cuando comenzamos a ver las piedras
como huevos prehistóricos y éramos jóvenes allá en la esquina del barrio
aprendiendo de nuevo a leer en cien años con la soledad de un mundo que no
entendíamos y fuimos inducidos por ese colombiano mágico a los pecados de la
literatura de los asombros y las maravillas liberada hasta el final de los
tiempos de las arcaicas y siúticas petulancias de los godos, y cada uno era un
Aureliano o un José Arcadio y todos nos soñábamos enamorados de Amaranta con su
mano vendada o los más románticos de Remedios la Bella y terminábamos muertos
de desengaño por Manuela Sánchez de mi perdición para siempre. Se nos fue el
Tata Grande, el maestro desaforado que arrasaba con su verbo en esplendor
florecido allá en las ciénagas por el otro lado de Riohacha, el reinventor de
la América mustia de los guajiros y las damas coloniales, de los ojos de perro
azul y del mal amor en los años de la peste. Se nos fueron con Él las putas
tristes y la cándida Eréndira, el ángel viejo atrapado en el barrial del
gallinero y el patriarca más solitario que el primer muerto, se llevó volando
sobre las casa de barro y cañabrava al coronel esperando y se quedó para
siempre jamás Isabel viendo llover como siempre llueve en septiembre Gerineldo
no seas pendejo. Y fue ayer su partida no anunciada, para que hoy viernes santo
los gallinazos se metan por los balcones de la casa y remuevan con sus alas el
tiempo estancado en el interior, y en la madrugada de la resurrección despertemos
del letargo de la pena con una tibia y tierna brisa de muerto grande de
comprobada grandeza. Dejó la vara alta muy alta, pero la puerta cancel abierta
al plagio de las casas y los espíritus, y deberemos en su honor y su gloria
reescribir una y otra vez con las mismas palabras la hojarasca en mala hora,
las crónicas del rastro de tu sangre en la nieve, o las diatribas contra los
hombres sentados que se alquilan para soñar sin vivir para contarla, porque no venía
a decir un discurso sino a vagar por los diccionarios maternos y las
enciclopedias caseras como un náufrago en su laberinto. Recordarás Aureliano
con esta misma tristeza que en su verbo babilónico conocimos el hielo,
esperamos la muerte frente al pelotón de fusilamiento y desciframos los textos
donde todo lo escrito es irrepetible desde siempre y para siempre porque los soñadores
condenados a treinta y seis mil quinientos días de soledad no tenemos, lo
sabemos por Él, otra oportunidad sobre la tierra. Vale.
Revista PARADOXAS N° 196
3 de Mayo de 2014