PARADOXAS
REVISTA VIRTUAL DEL SURREALISMO
NEOBARROCO
Año X - N° 195
INDICE
Las uniones posibles
- Alejandra Pizarnik
Ya no tengo miedos...
- Marisol C.
Todas La Muerte Y La
Vida Se Colmaron De Tul... - Marosa Di Giorgio
AZUCENA (Lilium
candidum) - F.S.R.Banda
Aproximación a una
Ciudad Marciana. - Francisco Antonio Ruiz Caballero
Aproximación a una
Ciudad Marciana. Leve reforma y prolongación. - Francisco Antonio Ruiz
Caballero
EDITORIAL
“He tratado de significar este
universo con el mínimo de elementos: un vocabulario reducido, repetitivo,
‘vaciado’. El barroco es la tendencia natural del español. Vaciar la frase es
postular, otra vez, la literatura como artificio”.
En Prólogo a “La playa”, Severo
Sarduy. Vale.
El Editor
Las uniones posibles
Alejandra Pizarnik
La desparramada rosa imprime
gritos en la nieve. Caída de la noche, caída del río, caída del día. Es la
noche, amor mío, la noche caliginosa y extraviada, hirviendo sus azafranadas
costumbres en la inmunda cueva del sacrosanto presente. Maravillosa ira del
despertar en la abstracción mágica de un lenguaje inaceptable. Ira del verano.
Ira del invierno. Mundo a pan y agua. Sólo la lluvia se nos dirige con su
ofrenda inimaginable. La lluvia al fin habla y dice.
Meticulosa iniciación del hábito.
Crispados cristales en jardines arañados por la lluvia. La posesión del
pretendido pasado, del pueblo incandescente que llamea en la noche invisible.
El sexo y sus virtudes de obsidiana, su agua flameante haciéndose en contra de
los relojes. Amor mío, la singular quietud de tus ojos extraviados, la
benevolencia de los grandes caminos que acogen muertos y zarzamoras y tantas
sustancias vagabundas o adormiladas como mi deseo de incendiar esta rosa
petrificada que inflige aromas de infancia a una criatura hostil a su memoria
más vieja. Maldiciones eyaculadas a pleno verano, cara al cielo, como una
perra, para repudiar el influjo sórdido de las voces vidriosas que se estrellan
en mi oído como una ola en una caracola.
Véate mi cuerpo, húndase su luz
adolescente en tu acogida nocturna, bajo olas de temblor temprano, bajo alas de
temor tardío. Véate mi sexo, y que haya sonidos de criaturas edénicas que
suplan el pan y el agua que no nos dan.
¿Se cierra una gruta? ¿Llega para
ella una extraña noche de fulgores que decide guardar celosamente? ¿Se cierra
un paisaje? ¿Qué gesto palpita en la decisión de una clausura? ¿Quién inventó
la tumba como símbolo y realidad de lo que es obvio?
Rostros vacíos en las avenidas,
árboles sin hojas, papeles en las zanjas: escritura de la ciudad. ¿Y qué haré
si todo esto lo sé de memoria sin haberlo comprendido nunca? Repiten las
palabras de siempre, erigen las mismas palabras, las evaporan, las desangran.
No quiero saber. No quiero saberme saber. Entonces cerrar la memoria: sus
jardines mentales, su canto de veladora al alba. Mi cuerpo y el tuyo
terminando, recomenzando, ¿qué cosa recomenzando? Trepidación de imágenes,
frenesí de sustancias viscosas, noches caníbales alrededor de mi cadáver,
premisión de no verme por una horas, alto velar para que nada ni nadie se
acerque. Amor mío, dentro de las manos y de los ojos y del sexo bulle la más
fiera nostalgia de ángeles, dentro de los gemidos y de los gritos hay un querer
lo otro que no es otro, que no es nada...
Ya no tengo miedos...
Marisol C.
Ya no tengo miedos, bajo el alero
de tu sombra imaginaria se desvisten los sueños, como espiga al viento se
cimbra mi cintura en el atardecer de rosas rojas ,ya no esquivo tu mirada, me
pierdo en la miel de tus ojos, me he vuelto la espuma en el oleaje, ya no me
preocupan los fantasmas que juegan allí afuera. Me vuelvo niña en tu regazo,
llevo faroles en mis manos, luciérnagas nos guían, extasiada viajo en tu
retina, exploro tus valles, te abrazo, entre brumas celestiales respiro tus
anhelos, entro en tu cuerpo ataviada, libre, voraz. Ya no tengo miedos, bajo el
alero de tus ojos me pierdo, en el claro de tus lunas navego, en la
ansiedad asciendo tu montaña, me
aletargo en el descenso, respiro, vuelo, voy en el delirio sumando el sentir
que me regalas, placido respiro que ya me envuelve, entre la bruma y el azul
cielo despierto. Y esta que ves, la que renace en tu sonrisa, la que entre
lágrimas te saborea, la que entre sombras perdió el miedo, te confiesa sin
pudores que te ama, así la vida sea un infierno o un azul cielo. Aquí estoy
navegando en tu suspiro.
Todas La Muerte Y La Vida Se Colmaron De Tul...
Marosa Di Giorgio
Todas la muerte y la vida se
colmaron de tul.
Y en el altar de los huertos, los
cirios humean. Pasan los animales del crepúsculo, con las astas llenas de
cirios encendidos y están el abuelo y la abuela, ésta con su vestido de rafia,
su corona de pequeñas piñas. La novia está todo cargada de tul, tiene los
huesos de tul.
Por los senderos del huerto,
andan carruajes extraños, nunca vistos, llenos de niños y de viejos. Están
sembrando arroz y confites y huevos de paloma. Mañana habrá palomas y arroz y
magnolias por todos lados.
Tienden la mesa; dan preferencia
al druida; parten el pastel lleno de dulces, de pajarillos, de perlitas.
Se oye el cuchicheo de los niños,
de los viejos.
Los cirios humean.
Los novios abren sus grandes alas
blancas; se van volando por el cielo.
AZUCENA (Lilium candidum)
F.S.R.Banda
Aparta de mí tus ojos porque ellos me doblegan. (Cantar de los
Cantares. 6:5)
Yo tenía posesiones en el ángulo
de tu boca, contaba los días según los numerales de tus ojos, dejaba que te
pertenecieran todas las nostalgias de las lluvias otoñales y los frescos
atardeceres del estío, te cortejaba inundada de pájaros como vertiente, con la
delicada perseverancia de un tránsfuga derrotado, solo, en la esquina de la
revelación y las premoniciones. Pero siempre te me ibas borroneando niña de
ojos dormidos y del largo pelo claro bajo la intensa luna enmudecida por
envidias y fervores. Por ti se quebraban los cántaros iluminados y se venían
los aluviones de las congojas si no girabas en esa esquina en rumbo cierto
hacia mí. Sobre el borde nocturno del día te construía con los vestigios del
atardecer ruboroso, con el perfume ácido de las rojas rosas de la noche que
trepaban por el muro, con la majestuosa densidad de los crepúsculos, hacia la
tarde divagaba resumiendo en tu boca los besos cautivos. Postulé en ti las
herencias sacramentales que escondía en las cenizas de los rescoldos de la infancia
de dalias y azucenas, del albo velamen del ciruelo navegando el nocturno
terciopelo, las geologías que previeron para tu honor y gloria el jardín de
rosas donde la Pili vino a jugar cuatro décadas después. Todo entonces
convergió hacia ti, el tiempo se detuvo y se fue hundiendo lentamente en las
arenas que esparcías con altivez de reina soberana para que yo me extraviara en
los vastos territorios de tu imperio silencioso. Hubo en la travesía escondidos
desacatos, breves conspiraciones que la fatalidad convirtió en infiernos, en
abismos, en furiosos oleajes, en feroces rupturas y dolorosos quebrantos, nada
fue igual después del último desencanto. Todas fueron pequeñas reinas en su
día, una o dos provisorias princesas de cuarzo filoso o frágil cristal, pero
solo tú fuiste, eres y serás eterna emperatriz de todos mis demonios. Hacia ti
giraron los girasoles, por ti dieron las múltiples rosas sus pétalos bajo las
lluvias de nuestro otoño, en ti se congregaron las simientes, por ti huyeron
las sombras y sus fantasmas. Tú dispersas con un gesto mis desoladas
melancolías y nostalgias, y con tus silencios me abrumas de otras sucesivas
melancolías y nostalgias, aún así he cumplido
el sueño de tenerte para siempre dirigiendo con tus furias y tristezas los
rumbos de mis propios días y yo asustado a favor del viento de tormentas que tu
generas con la poderosa corriente de tu vida (i), pero sabiendo que ahora
puedo morir tal como me duermo en tu necesaria cercanía, escuchando tu
tranquila respiración apaciguando mi noche. Vale.
(i) “De la Fundación del Ultimo
Reino”. En ‘Breves Relaciones de Viajes a los Mares Interiores’. Mismo autor. Antofagasta
1995.
Aproximación a una Ciudad Marciana.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Mármoles, ónices, y alabastros
negros. La ciudad se eleva como un gigante caído en la desértica y roja
planicie. Ciudad de diez mi puertas ciclópeas, las negras murallas combaten los
huracanes. Escalinatas sin fin proclaman la victoria de lo inesperado, los
arcos rotos se sostienen como bailarinas dementes, sus finísimos pies sustentan
toneladas de peso y horror, bajo la mirada impávida de los dioses marcianos.
Balaustradas de cristal negro sostienen los patios interiores de las casas, las
paredes, negras como la brea, atestiguan la muerte profunda y el luto riguroso,
se han arrancado los ojos un millón de Edipos extraterrestres y sus hijas, las
esquizofrénicas Gorgónas, chillan en el silencio como perros lascivos, con sus
cabellos serpientes mordiendo el aire de manera criminal y grotesca. Los baluartes
se aposentan sobre contrafuertes y pináculos de fantasía, que rasgan el viento
como barrocas uñas de pantera, negros y contrahechos, dementes, y se abren
plazas góticas de Salamancas Imperiales exquisitas en las que se torean
imposibles toros de espanto. De vez en cuando una fuente barroquísima en su
deformidad, esquizofrénica, mortuoria, de naturaleza escorpiónida mana un agua
negra como la muerte, un petróleo incombustible de contenido lepromatoso, y
arden las balsas de la sangre negra destilando hacia el cielo un aroma arácnido
de hulla, los patios silentes se abren a corredores y corredores y corredores,
pasillos oscuros y negros que terminan en patios sombríos, en los que nunca da
la luz del sol, y en donde el Minotauro salvaje degusta la carne y los miembros
arrancados de los adolescentes de nieve. Perfuman los asfodelos criminales los
patios sombríos, donde el holocausto es una costumbre y en donde las diminutas
hormigas construyen sus nidos bajo los muros de mármol y granito, constantes en
el devorar venenoso de la piedra, como un cáncer, miles de espejos negros tiene
la ciudad marciana, toda ella de tinta china, y a veces el sol que da en los
patios se inmiscuyen en ellos con la fuerza de lo inmisericorde rabiando. Las
enormes cariátides y los gigantescos atlantes de cristal y mármol sostienen
cúpulas y azoteas y las bóvedas tiemblan bajo el sonido de grillos criminales,
chirriantes cancelas de hierro oxidado, que arañan las espaldas de los
arcángeles como uñas de gato. Exóticas aspidistras negras adornan algunas
estancias, en las que los inmortales se entregan a bacanales de veneno buscando
una muerte imposible que nunca llega, y las escaleras elevan al curioso a
antros en donde se sacrifican libélulas y niños. Exóticos lirios negros, con
llamaradas amarillas dañinas perfuman las estancadas aguas de las fuentes, que
los héroes beben tratando de que la gloria los olvide, en un acto contranatura
monstruoso. Pasan caballos ciegos, caballos con los ojos arrancados, galopando
desbocados por las anchas avenidas del terror, las anchas avenidas de la ciudad
marciana, sus foros de habladurías asesinas, y a los pies del inmenso capitolio
se asesina un millón de Julios Cesares de alabastro, de los que la sangre
violentamente granate surge manchándolo todo, como surtidores de ira. Se surcan
canales de una Venecia paranoica, llenos de un agua negra, como trajes de
viuda, y las góndolas demenciales son conducidas por esqueletos amarillos y
descarnados que otrora fueran arcángeles de vino. Crecen ombúes siniestros de
retorcidas ramas rojas, coronados de cuervos negrísimos, que chillan como
heridos de muerte, ofuscados en su ira, corruptos desde la cola hasta el pico,
brillantes de negrura y color, y las raíces de los árboles salen desde sus
aposentos edáficos, como lúgubres patas de arañas, como barbas dementes de
vagabundos sucísimos. Hay radiactivas fuentes de rayos gamma fluyendo entre los
topacios neutrónicos.
Aproximación a una Ciudad Marciana. Leve reforma y prolongación.
Francisco Antonio Ruiz Caballero
Mármoles, ónices, y alabastros
negros. La ciudad se eleva como un gigante caído en la desértica y roja
planicie. Ciudad de diez mil puertas ciclópeas, las negras murallas combaten
los huracanes. Escalinatas sin fin proclaman la victoria de lo inesperado, los arcos
rotos se sostienen como bailarinas dementes, sus finísimos pies sustentan
toneladas de peso y horror, bajo la mirada impávida de los dioses marcianos.
Balaustradas de cristal negro sostienen los patios interiores de las casas, las
paredes, negras como la brea, atestiguan la muerte profunda y el luto riguroso,
se han arrancado los ojos un millón de Edipos extraterrestres y sus hijas, las
esquizofrénicas Gorgónas, chillan en el silencio como perros lascivos, con sus
cabellos serpientes mordiendo el aire de manera criminal y grotesca. Los
baluartes se aposentan sobre contrafuertes y pináculos de fantasía, que rasgan
el viento como barrocas uñas de pantera, negros y contrahechos, dementes, y se
abren plazas góticas de Salamancas Imperiales exquisitas en las que se torean
imposibles toros de espanto. De vez en cuando una fuente barroquísima en su
deformidad, esquizofrénica, mortuoria, de naturaleza escorpiónida mana un agua
negra como la muerte, un petróleo incombustible de contenido lepromatoso, y
arden las balsas de la sangre negra destilando hacia el cielo un aroma arácnido
de hulla, los patios silentes se abren a corredores y corredores y corredores,
pasillos oscuros y negros que terminan en patios sombríos, en los que nunca da
la luz del sol, y en donde el Minotauro salvaje degusta la carne y los miembros
arrancados de los adolescentes de nieve. Perfuman los asfodelos criminales los
patios interiores, donde el holocausto es una costumbre y en donde las
diminutas hormigas construyen sus nidos bajo los muros de mármol y granito,
constantes en el devorar venenoso de la piedra, como un cáncer, miles de
espejos negros tiene la ciudad marciana, toda ella de tinta china, y a veces el
sol que da en los patios se inmiscuye en ellos con la fuerza de lo
inmisericorde rabiando. Las enormes cariátides y los gigantescos atlantes de
cristal y mármol sostienen cúpulas y azoteas y las bóvedas tiemblan bajo el
sonido de grillos criminales, chirriantes cancelas de hierro oxidado, que
arañan las espaldas de los arcángeles como uñas de gato. Exóticas aspidistras
negras adornan algunas estancias, en las que los inmortales se entregan a
bacanales de veneno perfumado buscando una muerte imposible que nunca llega, y
las escaleras elevan al curioso a antros en donde se sacrifican libélulas y
niños. Exóticos lirios negros, con llamaradas amarillas dañinas aroman las
estancadas aguas de las fuentes, que los héroes beben tratando de que la gloria
los olvide, en un acto contranatura monstruoso. Pasan caballos ciegos, caballos
con los ojos arrancados, galopando desbocados por las anchas avenidas del
terror, las anchas avenidas de la ciudad marciana, sus foros de habladurías
asesinas, y a los pies del inmenso Capitolio se asesina un millón de Julios
Cesares de alabastro, de los que la sangre violentamente granate surge
manchándolo todo, como surtidores de ira. Se surcan canales de una Venecia
paranoica, llenos de un agua negra, como trajes de viuda, y las góndolas
demenciales son conducidas por esqueletos amarillos y descarnados que otrora fueran
arcángeles de vino. Crecen ombúes siniestros de retorcidas ramas rojas,
coronados de cuervos negrísimos, que chillan como heridos de muerte, ofuscados
en su ira, corruptos desde la cola hasta el pico, brillantes de negrura y
color, y las raíces de los árboles salen desde sus aposentos edáficos, como
lúgubres patas de arañas, como barbas dementes de vagabundos sucísimos. Hay
radiactivas fuentes de rayos gamma fluyendo entre los topacios neutrónicos.
Algunas casas se pliegan, doblan, y contraen en el espacio como esquizomorfas
pajaritas de papiroflexia, hay escaleras que llevan a azoteas sin cielo, o
balcones que cuelgan sobre los abismos y se asoman a desfiladeros de
extravagantes cabras de miedo, como si los habitantes de la ciudad quisieran
todos despeñarse desesperados por el peso de la gloria, la maldición es que no
caen desde su elevada altura porque en el último momento el arcángel de Dios
dice a Abraham ¡¡¡detente¡¡¡ y entonces Isaac enloquecido siente todo el pánico
de una vida inmortal, entre zarzas rojas, espinosas, de cuchillas afiladas, que
traspasan la piel, y San Sebastián es condenado a muerte mil veces, y mil veces sufre el martirilogio
de las flechas envenenadas sin morir jamás, una y otra vez traspasado por el
dolor eterno. Cuelgan los balcones sobre el vacío, ventanales ojivales se abren
con vidrieras negras y azules, hay macetones con exóticas orquídeas fucsias y
negras, cuya savia cae gota a gota, resina venenosa, sobre las aceras, y
páramos y escombreras desérticas donde las estatuas rotas gimen por el
esplendor pasado, brutalmente mutiladas por el abandono, desesperadas por no
estar en las grandes avenidas donde pasan los elefantes masacrados a miles con
sus gigantescos colmillos de oro macizo, en una furibunda estampida de
salvajismo y honor, las acequias transportan una agua negra, sucia y
transparente, en la que un sol terrorífico se refresca el cuerpo como un
arcángel celeste, de cabellos escarlatas, y en donde Fobos y Deimos, en las
noches solemnes, se sacrifican para la perpetuación de la especie con un odio
mórbido a toda forma de vida humana. Los inmensos acueductos se balancean por
los movimientos sísmicos de las entrañas del planeta como golpes y patadas de
fetos y embriones en los vientres de sus madres, mientras la abuela de un Nerón
sodomita espantoso llora lágrimas de sangre por la extinción de toda la estirpe
de los Aenobarbos. En los jardines crecen esponjas marinas gigantescas
empapadas de cianuro y flores de dificultad olorosa proclaman la gran Victoria
de la Naturaleza demoníaca, rojas hasta la consumación de lo púrpura, negras
hasta la consagración de la brea. Los inmortales Sénecas de mármol níveo
condenan rigurosos a sus discípulos Cesares, y las sagradas palabras que salen
de sus bocas son como lanzas de acero, jaculatorias e imprecaciones jamás oídas
por oído alguno, pero en cayendo en saco roto solo perturban levemente el sueño
de los tigres, que reposan sobre los bancales, bajo los arbotantes satánicos
que sostienen las diabólicas cúpulas. Se juramentan los independentistas para
no dar tregua a los reyes, y sus juramentos de odio se silencian en los oscuros
patios, la ninfa eco se acaba de suicidar con una espada y Narciso desnudo
muere frente al negro espejo de la fuente, llorando sangre por la belleza
perdida. Y vuelve a resucitar una y otra vez en el mismo instante de su
dantesca paranoia. Diríase que la nieve más pura hace competencia al cristal
negro más insolente, y cuando llueve las avenidas se llenan de arroyos
purísimos para el deleite y abrevadero de mil tigres. Trepan las negras
enredaderas por las níveas paredes, llegando hasta las azoteas, y abren
delicadas flores rojas como pústulas sangrantes. Las grandes cristaleras, las
grandes vidrieras rotas atestiguan que aquí hubo un millón de vidas, pero ahora
el silencio muerde y las antiguas canciones se han olvidado para dar lugar a lo
insonoro. Los inmortales gritan de dolor y nadie les escucha porque están
solos, solos con sus elefantes de oro, con sus orquídeas de fresa rabiosa, o
con sus lirios de fantasía, y las orquídeas salen y surgen de sus costados
heridos, en donde la lanza perforó sin matarlos. Oh ciudad sin niños. La gran
estatua de Moloch y su Madre se enfrenta a una hormiga a los pies del inmenso
Capitolio, y tiemblan los pájaros ateridos de frío, negros y azules. Templos
Dóricos gimen por el peso de la piedra y el atrevimiento barroco solo puede
causar la muerte a los poetas.
Revista PARADOXAS N° 195
2 de Abril de 2014